Mayo-Junio 2002, Nueva época No. 53-54 Xalapa • Veracruz • México
Publicación Mensual


 

 Ventana Abierta

 Mar de Fondo

 Palabras y Hechos


 Tendiendo Redes

 Ser Académico

 Quemar las Naves

 Campus

 Perfiles

 Pie de tierra


 Números Anteriores


 Créditos

 

 

 

La universidad latinoamericana y la distribución social del conocimiento
Víctor A. Arredondo

 
Conferencia magistral dictada por el rector de la uv
en la Universidad Villa Rica, el 24 de mayo de 2002.

El principal problema que enfrentamos hoy en día es la abismal desigualdad de niveles y oportunidades de desarrollo individual y colectivo en la población mundial. Paradójicamente, es apenas ahora cuando la humanidad puede crear las condiciones para atacar frontalmente la ignorancia, la pobreza y los males endémicos, tanto sociales como ambientales, que ambas ocasionan. Es ahora cuando existe mayor conciencia global sobre la interrelación e interdependencia de los problemas económicos, demográficos, ambientales, climatológicos y sociales de todas las naciones; y es ahora cuando puede aprovecharse la tecnología existente y generar sinergias y alianzas para que el conocimiento se constituya en el principal factor de mejoramiento del desarrollo humano, de la productividad auto-sustentable, del crecimiento económico y, por ende, de la calidad de vida.
En este trabajo se parte de la premisa de que la educación superior mexicana y la universidad latinoamericana deben desarrollar un paradigma alternativo basado en la distribución social del conocimiento; un paradigma educativo que oriente el quehacer institucional más allá del enfoque tradicional de educar sólo a una población de edad acotada y a poblaciones escolares convencionales; un paradigma que oriente las reformas de organización, normativas y funcionales de nuestras casas de estudio; un paradigma que rompa paredes y derribe muros que atan y limitan la labor educativa y que propicie la construcción de múltiples puentes, avenidas, enlaces y reciprocidades entre las instituciones académicas y entre éstas y los sectores social, público y privado para hacer del conocimiento la verdadera moneda del bienestar y el progreso; un paradigma educativo que promueva de manera distribuida la capacidad individual y colectiva para el autoaprendizaje de por vida, en todos los sectores y localidades. En suma, un paradigma que multiplique exponencialmente la operación de programas flexibles, diseñados ad hoc para aprendices diversos y a través de todo tipo de medios.
Son múltiples las repercusiones y cambios que conlleva la adopción de un paradigma tal. Aquí nos referiremos a algunos de ellos. En esta necesaria transformación no puede dejarse de lado el relevante tema de la educación integral, a partir de la formación de valores y el desarrollo de actitudes, habilidades y conocimientos que apuntalen la superación individual y colectiva.

El entorno contemporáneo de la educación superior
Los retos educativos de hoy en día son grandes, numerosos y complejos. Se derivan de las demandas que impone el mundo contemporáneo, en especial de lo que se ha dado en denominar la Sociedad del Conocimiento, así como de las propias condiciones del país frente a esa realidad. La velocidad y el alcance de los avances de la ciencia y la tecnología en todas sus expresiones, pero principalmente en las telecomunicaciones y la informática, se han convertido en un poderoso motor que transforma todo de manera vertiginosa. El conocimiento es la nueva moneda para el progreso. La riqueza de los países reside hoy más que nunca en su capital humano y en la información con que se desenvuelve en la vida cotidiana. La ciencia ficción del siglo pasado ha sido ya rebasada por las realidades de la centuria que comienza.
México está en movimiento y engranado al mundo globalizado e interdependiente. Nuestro país necesita atender en forma concurrente los retos de este promisorio futuro y los rezagos del pasado que obstaculizan el desarrollo equitativo y sustentable. Esta dicotomía debe ser resuelta con inteligencia y trabajo arduo, con la construcción de cimientos firmes que sustenten nuevos paradigmas que interconecten futuro y pasado, que tiendan puentes entre el conocimiento y la realidad, que tejan sólidos enlaces entre el logro individual y social y que impulsen el bienestar colectivo, a partir del desarrollo de cada individuo.
En tan sólo dos décadas, el proceso de globalización ha transformado radicalmente las relaciones entre los países y las personas y continúa transformándolas cada vez con mayor velocidad. Considerado por muchos como un fenómeno principalmente económico, sus efectos y ramificaciones han conducido a una nueva visión del mundo y de las personas, en la que se desvanecen diversos aspectos de las actuales fronteras nacionales y geográficas, al tiempo que los nuevos saberes y tecnologías imprimen un dinamismo y una diversidad a la vida cotidiana nunca antes vistas en la historia de la humanidad.
Los medios de comunicación han permitido tener información en tiempo real de lo que ocurre y se crea en otros lugares, por muy remotos que éstos sean, acercando a las personas, las culturas y las naciones. Hoy existe mucha mayor conciencia de la interrelación e interdependencia de todos en asuntos económicos, culturales, científicos, demográficos y ambientales, pues compartimos y necesitamos los recursos de un mismo planeta.
En la nueva manera de ver el mundo, los valores y principios de la llamada sociedad industrial son sustituidos por otro contexto mundial, en el que la riqueza y el potencial de liderazgo de las naciones se basan en su capacidad para contar con la mayor cantidad de ciudadanos con mejor educación y destreza en la generación, búsqueda, selección y aprovechamiento de información para resolver problemas y generar nuevos conocimientos y tecnologías.
Las repercusiones del nuevo contexto mundial en las relaciones y comunicaciones sociales, la organización para la producción, el trabajo y las profesiones parecieran indicar que la única constante de nuestros tiempos es el cambio y la innovación permanente. En la producción y las relaciones económicas los efectos más visibles son: la incorporación de la cultura de calidad total, la aparición del llamado e-commerce, el surgimiento de grandes alianzas estratégicas de empresas y organizaciones multinacionales y la formación de bloques comerciales regionales y continentales. Al mismo tiempo, impactan la organización y la forma de trabajo de las empresas obligándolas a la búsqueda constante de ventajas competitivas para la captación y la atención de mercados cada vez más diversificados y exigentes.
En el campo laboral y de las profesiones se ha generado una nueva división del trabajo que, en los ámbitos nacionales, desemboca en la integración de alianzas y cadenas productivas donde la empresa con mejor capital humano y desarrollo concentra su esfuerzo en actividades de creación, innovación y actualización para obtener mayor valor agregado en sus productos, subordinando las tareas repetitivas y rutinarias a las de menor capacidad o incorporando procesos automatizados. Por eso, cada día pierden terreno los empleos asociados al sector productivo y crecen los empleos relacionados con los servicios.
Otro tanto sucede en el terreno internacional. Los países con capital humano altamente productivo e innovador conservan y promueven las actividades relacionadas con la generación de conocimientos y tecnologías, para mantener e incrementar su liderazgo, transfiriendo a los de menor desarrollo las actividades repetitivas, para las que no se requieren tecnologías de punta ni competencias ni habilidades altamente especializadas.
El trabajo profesional, en consecuencia, se ha modificado profundamente en los últimos años. Conforme los nuevos componentes tecnológicos van irrumpiendo en todas las actividades laborales y los nuevos conocimientos revolucionan radicalmente la capacidad humana para transformar su realidad y comprender su naturaleza, el desempeño profesional evoluciona en dos frentes. Por una parte, cada día aparecen demandas de dominio de nuevos conocimientos transdisciplinarios, algunos altamente especializados y basados en tecnologías sofisticadas, que borran las fronteras entre las profesiones tradicionales y dan lugar a nuevas necesidades de actualización y formación acelerada para la reconversión profesional.
Por la otra, al igual que en el caso de las economías, el desempeño profesional muestra una tendencia preocupante para las naciones con menores niveles de desarrollo que se manifiesta en dos vertientes. La primera se relaciona con el perfil profesional global para aquellos con sólida formación, creatividad, habilidad para trabajar en equipos multidisciplinarios y alta capacidad de innovación. La segunda, relacionada con el perfil profesional local para los que tienen poca capacidad innovadora y emprendedora, que no logran dominar las nuevas habilidades demandadas y con formación poco flexible.
La manera de enfrentar con éxito ese aparente destino de los países en desventaja, de constituirse en proveedores de profesionales de segunda en el mercado ocupacional global, debe hacerse a través de dos vías. Primero, asumiendo el reto de formar profesionales con visión y perspectiva frente a la posmodernidad y lo que ella significa. Segundo, mediante el reconocimiento pleno de nuestras realidades en los ámbitos nacional, regional y local; esto es, de nuestras fortalezas y debilidades, logros y pendientes para que se intensifiquen los esfuerzos de formación integral, orientada a la solución de problemas concretos. Se ha dicho que la educación debe formar para pensar globalmente y para actuar localmente.
La experiencia de los países con mayor desarrollo humano y el surgimiento de la Sociedad del Conocimiento confieren a la educación, particularmente a la del nivel superior, un papel de la máxima importancia para elevar la calidad de vida y la capacidad de inserción equitativa de las naciones y los individuos en la nueva cultura y realidad del mundo globalizado.
El reconocimiento de que la fortaleza de un país reside en la educación de todos sus habitantes, y no sólo en la calidad formativa de algunos sectores, ha llevado a la incorporación de nuevas perspectivas sobre el papel de las universidades en la distribución social del saber. La Universidad debe abandonar su concepción centrada exclusivamente en la oferta de carreras a estudiantes escolarizados y en la investigación endogámica, abriéndose a la sociedad, para asegurar que el conocimiento y los saberes que en ella se generan y desarrollan estén al alcance de toda la población sin restringirlos a programas profesionalizantes ni a grupos de edad acotados.
La Universidad debe, por tanto, ampliar su papel social, en coordinación y colaboración con otras organizaciones, reconociendo su potencial para inducir el abatimiento de la ignorancia como causa y efecto de la pobreza, además de apoyar el crecimiento y la modernización de los diversos agentes económicos y sociales. Debe entonces llevar instrucción, información y saberes al mayor número de personas y grupos sociales necesitados de habilidades y conocimientos para emprender cambios en sus vidas o para dar mayor impulso y solidez a los que ya han emprendido, con un enfoque de autosustentabilidad.
En los albores del siglo xxi, es más evidente que la concepción de una formación profesional unívoca resulta incongruente e insuficiente en un mercado laboral y de servicios profesionales regido por principios y necesidades muy distintas a las vigentes hace apenas una década. La diversificación y la creciente complejidad de las tareas que debe realizar un profesionista para resolver los problemas que se presentan en su ámbito de acción tienen tantos componentes de innovación tecnológica y de interdisciplinariedad que han producido una pérdida gradual de la exclusividad laboral que solían mantener las carreras tradicionales frente a los actuales campos y demandas de ejercicio profesional.
Esta circunstancia impone retos tremendos al papel que hasta hace poco tenían las universidades como instancias privilegiadas para la formación especializada. Cada vez hay más organizaciones, empresas y corporaciones que afrontan la formación de recursos humanos a través de esfuerzos propios y de distintas modalidades, siendo una de ellas el establecimiento de alianzas con universidades, dando lugar a lo que ahora se conoce como Universidad Corporativa.
Se ha llegado a la conclusión de que, para enfrentar adecuadamente las demandas del mercado del trabajo, la educación universitaria debe tener un fuerte componente de formación general en ciencias y conocimientos básicos, acompañada de una sólida capacitación para el autoaprendizaje y el desarrollo de nuevas habilidades y, por la otra, lo que es cada vez más relevante para el mercado laboral: que, independientemente de la carrera de origen, el profesionista posea las competencias y las actitudes necesarias para desempeñarse exitosamente en un medio competitivo y en constante evolución.
La transformación del trabajo y el empleo pide que las universidades redefinan el perfil de sus egresados, incorporando en la función docente los elementos necesarios para desarrollar en todos los estudiantes, aparte de los conocimientos y destrezas propias de su carrera, un conjunto de habilidades básicas para el desempeño profesional en el mundo moderno.
De ellas, basta mencionar las siguientes, que constituyen lo que se ha dado en llamar la nueva alfabetización para el trabajo: uso eficiente de herramientas, técnicas, sistemas de cómputo y telecomunicaciones; dominio de por lo menos dos idiomas; capacidad de trabajo en equipo y de liderazgo de grupos; motivación y efectividad en el logro de metas; inclinación al estudio, la actualización y la formación constante; capacidad para detectar problemas y proponer y emprender soluciones adecuadas; conocimiento del contexto, de la relevancia socio-económica y del impacto de su trabajo; capacidad para comunicar claramente las ideas y planteamientos de manera oral y escrita; y, por tanto, una sólida formación humanista basada en valores sociales y en una amplia cultura general.
El fenómeno de la globalización también ha incorporado profundos cambios culturales que se desenvuelven en dos dimensiones aparentemente contradictorias, pero que, en el fondo, se realimentan una a la otra. Es evidente que paulatinamente se va desarrollando una cultura universal contemporánea, cuyo vehículo son los medios de comunicación y la inmediatez de la información.
Gracias a las telecomunicaciones, los rasgos culturales de los países más poderosos, así como los productos y movimientos culturales, artísticos y políticos, rebasan las fronteras geográficas, enriqueciendo el conocimiento de la diversidad cultural de la humanidad, a la vez que promueven la adopción de pautas y rasgos unificadores asociados al concepto de vanguardia, abrazadas y propulsadas principalmente por los jóvenes. De manera paralela, y casi como reacción al proceso de globalización cultural, se acentúa la búsqueda de identidad, de fortalezas fundadas en lo propio, surgiendo nuevos movimientos nacionalistas y de afirmación de grupos autóctonos y regionales.
La evolución cultural contemporánea plantea retos adicionales a la educación superior. Por una parte, debe tener la capacidad y el cuidado necesarios para rescatar los valores centrales de nuestras culturas nacionales, hurgando en las tradiciones y manifestaciones de los diversos grupos sociales y sintetizando aquello que nos da la unidad nacional. Por la otra, tiene que estar abierta a la otredad del mundo, a ver la riqueza de la humanidad, a aceptar lo diferente, a promover la tolerancia como requisito para la coexistencia pacífica y justa en un planeta que nos pertenece a todos.
Por ello, la Universidad no puede ubicarse solamente en el plano de la cultura universal sin desarrollar la conciencia y el conocimiento de las realidades locales. La Universidad debe actuar localmente con pensamiento global, debe llevar su acción al mundo entero, pero empezando por la realidad de los habitantes de su propio entorno y con especial énfasis hacia los sectores marginados.
La globalización en la educación superior demanda de las universidades que atiendan con decisión, oportunidad y relevancia las necesidades y problemas de la dimensión local, estatal y nacional, así como abrir caminos, puentes y enlaces para incorporar nuevos sectores y brindar acceso a experiencias y programas educativos de otras naciones y al mundo global de la información.
Todo lo anterior implica una evolución de los sistemas, modelos y funciones de la educación superior. Debe hacerse, además, de manera oportuna para que las universidades mexicanas y latinoamericanas puedan alcanzar a las instituciones que llevan la vanguardia educativa mundial y mantenerse entre ellas.
La propuesta de la anuies para orientar el desarrollo de la educación superior en el siglo xxi, que tiene poco más de un año de divulgada, incorpora una visión de largo plazo. No obstante, algunas de sus previsiones futuras ya están presentes hoy. Hace más de un lustro que la educación superior se desenvuelve en un ambiente cada vez más distribuido, con fuertes componentes tecnológicos y desde una plataforma multinacional.
Los cambios en México también sobrepasan las expectativas: El número de usuarios de Internet se duplicó en tan sólo dos años, pasando de un millón 222 000 usuarios en 1998 a más de dos millones 712 000 en el año 2000. La población atendida por telesecundaria aumentó 73 por ciento de 1995 al 2000, representando actualmente al 20 por ciento de la matrícula nacional en este nivel educativo y ya están en operación más de 100 Secundarias 21, dotadas de equipamiento especial para llevar a cabo programas de aprendizaje con fuertes componentes de tecnología virtual, en los que se forman más de 70 000 estudiantes en diversas entidades del país.
La evolución de la educación superior hace patente el nuevo papel del conocimiento en un mundo cada vez más diversificado y complejo: exige incorporar tendencias y retos a los que no se pueden sustraer las universidades latinoamericanas; se debe ampliar el rango de edad de la población atendida e incorporar modelos educativos que permitan la flexibilidad y la multidisciplinariedad necesarias para diversificar y modernizar la oferta de estudios; se deben establecer condiciones y reglas para asegurar la movilidad nacional e internacional de estudiantes y profesores, y al mismo tiempo abrir nuevas posibilidades de acceso a cursos y otros elementos formativos orientados a la adquisición de competencias para enfrentar las necesidades de reconversión profesional o de desarrollo humano; y se deben fortalecer los mecanismos de acreditación y certificación internacional de la calidad de los programas educativos.
En fin, surgen nuevos propósitos y requerimientos tan diferentes a los tradicionalmente asumidos que obligan a considerar pertinente y prioritario la construcción de un paradigma universitario alternativo, que permita enfrentar e inducir el cambio institucional desde una perspectiva propia, en la que se ponderen, asimilen y proyecten las innovaciones a partir de los valores esenciales de nuestra educación. En este ejercicio, deberá tenerse presente que la condición básica y el fin último de la educación y la academia es conducir procesos distributivos del conocimiento y el desarrollo de la capacidad autoformativa individual y colectiva que desemboquen en mejores perspectivas de calidad de vida.

Hacia un paradigma universitario alternativo
Con el fin de multiplicar y enriquecer las contribuciones de la Universidad a la sociedad, se requiere consolidar logros y continuar avanzando con firmeza en nuestras funciones sustantivas, pero también es necesario dar pasos firmes hacia un paradigma universitario alternativo orientado cabalmente hacia la distribución social del conocimiento.
Cuando se habla de construir un paradigma universitario alternativo, se reconoce la profundidad y complejidad de lo que esto significa. La sociedad contemporánea enfrenta dos mundos bipolares: el mundo de los que tienen y el de los que no tienen. Antes, esta connotación se refería más a la riqueza material. Hoy, nos referimos al conocimiento, la información, la cultura universal y al reconocimiento y valoración de la identidad propia. La Universidad contemporánea, la Universidad latinoamericana, debe abrir sus puertas y ventanas; más aún, debe derribar paredes y muros, tanto los que la bloquean hacía dentro como hacia fuera. En el interior es insostenible el concepto de propiedad feudal. Entre académicos que recrean el conocimiento, compartir y trabajar en equipo es fundamental. Las entidades académicas necesitan puentes, avenidas, enlaces y reciprocidades entre ellas. Hoy, las distancias físicas ya no pueden ser el pretexto para la no colaboración y la insuficiencia del trabajo colegiado. Por otra parte, las relaciones estrechas con el mundo extramuros son cruciales para desarrollar conocimiento socialmente útil. Los puentes y avenidas también deben dirigirse hacia las pequeñas comunidades; los pequeños productores y empresarios; las pequeñas, medianas y grandes industrias; los grupos y las organizaciones civiles, y los programas públicos y privados.
En este esfuerzo es necesario asumirse como auténticos agentes para la distribución social del conocimiento. Bajo esta perspectiva, la universidad debe cambiar la concepción tradicional de orientar su papel de trasmisión del conocimiento sólo a sus usuarios habituales: los alumnos escolarizados y a través de los medios más conocidos como son sus salones, publicaciones y programas culturales. Las nuevas tecnologías dan la pauta también para acrecentar la presencia educativa en sectores no convencionales y que han estado históricamente marginados del conocimiento. Abrir puertas y ventanas y establecer múltiples puentes de enlace no debe hacerse de manera improvisada; requiere de trabajo arduo, sistemático y eficaz. Este es un gran reto para la Universidad latinoamericana de los próximos años y debe concretarse en la oferta de todo tipo de programas, cursos y modalidades de calidad y relevancia, una oferta educativa que responda a los grandes retos del país.
En este aspecto, es crucial también el proceso de internacionalización de nuestras casas de estudio. El establecimiento de redes y colaboraciones con instituciones de otros países, el acceso a algunos de sus cursos y programas, la movilidad de nuestros profesores y estudiantes hacia ellas y la acreditación interinstitucional recíproca son de primer orden, si es que aspiramos a que nuestros egresados cuenten con la formación, las habilidades, las actitudes y la autoestima para ser individuos, ciudadanos y profesionales exitosos en el actual contexto de la globalización. Nuestros egresados, profesores e investigadores deben ser también promotores del desarrollo auto-sustentable y de las capacidades exportadoras locales frente al mercado global, dado que nuestro país necesita lograr una participación más competitiva.
En síntesis, nuestras casas de estudio deben y pueden construir en tiempos predeterminados la capacidad institucional para ampliar el acceso de nuestra población al conocimiento socialmente útil y relevante, indispensable hoy en día para lograr una mejor calidad de vida.
Así, a partir de la misión de la universidad, como instancia generadora de la movilidad y el desarrollo social, en el contexto actual de cosas, es que se hace evidente la necesaria construcción de un paradigma universitario alternativo. He aquí algunos atributos institucionales que se derivan de dicho paradigma:
“Con una filosofía educativa sustentada en el desarrollo humano y la formación integral, en la capacidad de aprender de por vida, en la iniciativa y la autoestima individual como ejes para el desarrollo social; cuyo funcionamiento académico esté centrado en la excelencia, en programas sólidos acreditados externamente, en la innovación continua y mediante ofertas educativas flexibles con opciones y modalidades múltiples y diversificadas; enfocada hacia los retos que impone el mundo contemporáneo, impulsora del reconocimiento a la diversidad u otredad y, por tanto, a la tolerancia; traductora de los nuevos códigos de la cultura internacional y global, la ciencia y la tecnología; y también, de manera simultánea, fuertemente comprometida y promotora de la identidad regional y nacional;
”Con un compromiso acrecentado para ampliar, multiplicar y reforzar su misión estratégica para la distribución social del conocimiento, esto es, del saber y la cultura, en todo tipo de sectores y para una gama diversa de poblaciones, donde la nueva plataforma tecnológica, las redes virtuales, las alianzas estratégicas, la educación a distancia, la educación continua, el extensionismo universitario y los programas culturales sean la pauta para cumplir con ese gran propósito;
“Que realice investigación científica de punta, y cuyos resultados realimenten los programas de docencia y extensión universitaria para apoyar, respectivamente, la actualización académica y la transferencia de tecnologías y conocimientos útiles para las demandas y requerimientos del entorno;
“Cuyas labores de docencia, investigación y extensión se sustenten en núcleos académicos de alto nivel y se magnifique su impacto a través de la constitución de múltiples redes virtuales con la participación de nuestras entidades académicas y de otras instituciones nacionales e internacionales de excelencia, orientadas a dar respuesta a las áreas prioritarias para el desarrollo local, estatal, regional y nacional; con un énfasis también hacia los pequeños y medianos productores y empresarios, así como hacia el desarrollo comunitario autosustentable; entrelazada intensa y extensamente con la sociedad, mediante múltiples puentes, redes de comunicación y sinergias, así como con una vocación institucional y una organización abierta, dinámica y de gran adaptación que esté apoyada en una plataforma multivalente de tecnologías unificadas en una red que permita el acceso distribuido y plurimodal a múltiples programas educativos y a ilimitadas fuentes de información.”
Un comentario final: como sabemos, la demanda juvenil de educación superior ha rebasado nuestra capacidad instalada para responder con calidad, oportunidad y pertinencia, mediante programas tradicionales escolarizados. Si a ello sumamos los requerimientos de actualización y reentrenamiento de nuestros profesionales y técnicos en ejercicio, la demanda se convierte en inmanejable mediante los programas convencionales. Por tanto, es urgente detonar, ya, estrategias que permitan la democratización de oportunidades educativas.
Para ello, es necesario salir de nuestros muros, acudir a los escenarios reales de trabajo, sustituir los roles académicos tradicionales de enseñanza en las aulas, propiciar una mentalidad de administración eficazmente útil de la información y aceptar que los retos educativos los enfrentaremos más exitosamente colaborando juntos. Debemos compartir experiencias, abrir cauces de cooperación y fortalecer nuestra capacidad nacional de contribución a lo más valioso que tenemos, que es nuestra gente.