Mayo-Junio 2002, Nueva época No. 53-54 Xalapa • Veracruz • México
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Otilia Rauda, la novela, el guión cinematográfico, la película
Sergio Galindo, el animador cultural, el creador literario

José Luis Rivas*

 

Una suerte de justicia literaria subyace, por un lado, en la recuperación por parte de la Editorial de la Universidad Veracruzana de los derechos de publicación de Otilia Rauda, reeditada a principios de 2001, justicia que se proyecta al plano cinematográfico con la participación de esta casa de estudios en la producción de la película y, acto seguido, en la edición del guión cinematográfico de Dana Rotberg en que se basó la filmación.
En el primer caso, la Editorial de la Universidad Veracruzana incorpora a su catálogo una de las novelas clave de su director fundador. En ese sentido, creo que nunca estará de más insistir en la deuda permanente que esa editorial universitaria ha contraído con Sergio Galindo, el animador cultural. Galindo fundó esta casa editora para abrirla al mundo, para establecer un diálogo con otros pueblos, otras lenguas y otras culturas, para hacer de ella un espacio privilegiado de discusión, comprensión y tolerancia y para que a través de ella se formaran y humanizaran no sólo innumerables generaciones de estudiantes universitarios sino, en general, todas aquellas personas que, al entrar en contacto con uno solo de sus títulos, tiene acceso a otros mundos, reales o imaginarios, y a otros seres humanos.
A más de 40 años de distancia, sorprenden en verdad la visión, la amplitud de miras, la perspectiva y, sobre todo, la generosidad con que Galindo fundó y dirigió esta casa editorial. Con toda seguridad, hoy a nadie le resultan extraños o ajenos los nombres de Octavio Paz, Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, José Revueltas, Rosario Castellanos, Eraclio Zepeda, Jaime Sabines, Sergio Pitol, Elena Poniatowska, Juan Vicente Melo, Luisa Josefina Hernández, José de la Colina, Tomás Segovia, Vicente Leñero, Elena Garro, Juan García Ponce, Jorge Ibar-güengoitia, Emilio Carballido, Juan Carlos Onetti, Blanca Varela y Rosa Chacel, entre muchos otros.
A estas alturas, nadie puede negarles un sitio destacado en la literatura mexicana y, en algunos casos, en la literatura universal del siglo xx. Con la perspectiva que más de 40 años nos conceden, quién puede poner en duda la validez y la legitimidad de su obra y, en ese sentido, la obligada necesidad de ponerlos en circulación, en algunos casos, por primera vez. Pero si por un momento hacemos caso omiso de esa perspectiva, quién puede negar que la apuesta de Sergio Galindo fue una apuesta fuerte, audaz y, sobre todo, acertadísima.
De la época Galindo vienen las clásicas colecciones Ficción, dedicada exclusivamente a la creación literaria (y en la que, precisamente, se dieron a conocer los autores arriba listados y varios más de esas latitudes, en ese entonces desconocidos en nuestro país y, en algunos casos, en nuestra lengua) y Biblioteca, destinada a dar cabida al ensayo, primero, filosófico y literario, y después, antropológico, histórico, económico, político y jurídico.
En aquella época aparecieron, también, los Cuadernos de Filosofía y Letras, igualmente dedicados a acoger el ensayo y en los que publicaron, entre otros, José Pascual Buxó, María Zambrano, Luis Cardoza y Aragón, René Marchand, Ramón Xirau, José Gaos, Salvador Novo, Luis Villoro y Miguel Ángel Asturias. De aquella época proceden, asimismo, espléndidas traducciones de autores como Shakespeare, Dylan Thomas, Cristopher Fry, Kazimier Brandys, Jaroslaw Iwaszkiewicz, Jerzy Andrzejewski y Riszard Kapuscinsky. De aquella época viene, finalmente, La Palabra y el Hombre, la revista emblemática de la Universidad Veracruzana que, conociendo varias épocas, hoy día sigue siendo uno de los espacios privilegiados para la difusión de la cultura local y universal y para la discusión de todo tipo de ideas.
Pero Sergio Galindo no sólo fue un extraordinario animador cultural. Fue, además y sobre todo, un creador literario de primera línea. La lista de sus títulos es amplia y variada: Polvos de arroz, La justicia de enero, El bordo, La comparsa, Nudo, El hombre de los hongos, Los dos ángeles, Declive, Terciopelo violeta. En 1986 publicó la que para muchos es la mejor de sus obras y para otros una de las novelas más bellas que la literatura mexicana ha dado al mundo: Otilia Rauda.
Calificado en más de una ocasión de escritor provinciano, varias décadas después de inaugurada la novela urbana y de olvidada “la novela de la Revolución”, Galindo vuelve la vista al campo y, en cierto sentido, a la Revolución Mexicana y nos entrega una historia enmarcada por varias décadas de periodo revolucionario.
Relativamente indemnes al término de la primera parte de este proceso, aquella en la que la balanza se inclina del lado de uno de los bandos, tanto los Rauda como los Lazcano –las dos familias de la novela– se ven directamente afectados en el curso de la segunda parte, aquella que en Veracruz toma en sus manos uno de los miembros más destacados del bando perdedor: Adalberto Tejeda. Dueñas de amplias extensiones de tierras, las dos familias tienen que ceder al embate revolucionario y aceptar la expropiación y el reparto de una parte de las mismas. Simpatías y debilidades personales al margen, su origen de clase y sus intereses los obligan a salir en defensa de sus propiedades.
Un hecho margina tajantemente a los Rauda de esta lucha: en su haber familiar sólo cuentan con un hijo... y es mujer. Nada más lejos del destino de una mujer que ponerse al frente de una lucha que, la naturaleza humana y el espíritu de la época mandan, sólo puede encabezar un hombre. De esta manera, más que interesados en recuperar parte de sus tierras, los Rauda están interesados en poner al lado de Otilia a un hombre que acepte perderlo todo, empezando por su dignidad.
Es cierto que Otilia Rauda da pruebas suficientes de contar con personalidad, con carácter y, sobre todo, con dos afinidades, dos apegos, dos lealtades que en estos casos resultan determinantes: a sus padres y a su tierra. En este caso, por desgracia, son dos apegos excluyentes: apegarse a los designios de los padres significa desapegarse a los llamados de la tierra. Su apego a la tierra termina convertido, entonces, en un apego al terruño marcado por el apego a los padres.
Pudiendo ser diferente, la historia de los Lazcano termina por ser bastante parecida. A diferencia de los Rauda, los Lazcano cuentan en su patrimonio familiar con varios hijos varones, todos ellos educados en la vida de campo, profundamente identificados con su padre y su lucha cotidiana, y dispuestos a continuar con la rica tradición familiar. Al final, sin embargo, también ellos se ven marginados de la misma. Sólo que en este caso la marginación viene de la dispersión familiar que la revolución provoca, de la ambición personal de uno de los hijos y de la traición que a sus ojos significa la huida de la madre con Isauro Cedillo, un militar contrarrevolucionario que termina al frente de las temidas guardias blancas.
De todos los hermanos, quien más resiente la infidelidad de la madre, la traición al padre, el abandono a que toda esta situación lo deja expuesto, es el menor, Rubén. Este golpe simple y llanamente lo deja marginado de la vida. A partir de ese momento, sólo vive para cumplir un objetivo: vengar a su padre, lavar su apellido, restituir el honor familiar.
Pero Otilia Rauda es un personaje marginado no sólo por su condición de mujer y su escasa disposición a pelear por las tierras familiares. Es, sobre todo, un ser marginado por su físico. Y lo es por partida doble: la margina su rostro y la margina su cuerpo. La margina la fealdad y la margina la belleza. Cierto: su cuerpo es, por así decirlo, su único contacto con el mundo. En ese ejercicio libre, rebelde, transgresor que ella hace de su cuerpo radica la única posibilidad que tiene de mantenerse en contacto con el mundo.
Pero no es en el ejercicio libre de su sexualidad donde radica el afán de Otilia Rauda por dejar atrás su desdichada condición, por darle un curso diferente a su vida, por trascender. Es en la búsqueda del amor, de la felicidad, del hombre ideal. Pone los ojos, por desgracia, en el hombre equivocado. No es porque Rubén Lazcano no sea el hombre que ella necesita a su lado, sino porque éste no busca trascender. Rubén Lazcano busca vengarse... y nada más. Y cuando lo consigue descubre que su vida carece de sentido, que su vida la llenó y la agotó un solo acto, que ya no hay salvación posible.
Aquí es donde tal vez radica la única diferencia entre estos dos seres marginales. Aquí también reside, tal vez, la diferencia que los margina mutuamente. Es el deseo de trascender el que le permite a Otilia Rauda entender inmediatamente que ha encontrado al hombre que busca. Es el no deseo de trascender el que le impide a Rubén Lazcano entender que ha encontrado a la mujer que necesita. Su encuentro es, entonces, un encuentro marginal, que sin embargo los marca definitivamente.
Todo el rico universo galindeano siempre ha cautivado a creadores de otras disciplinas artísticas, particularmente de los medios televisivo y cinematográfico. Otilia –dice Dana Rotberg en el caso particular de Otilia Rauda– es “un personaje maravilloso, multidimensional a un grado épico. Me admira y conmueve profundamente cómo decide que va a amar, a pesar de los pesares, a pesar de sí misma, de la mirada del otro, de la crueldad, de un destino que la tiene confinada a una exclusión bastante pobre en términos amorosos. Llevarla al cine –remata Rotberg– ha sido una pasión larga, tortuosa, maravillosa”.
¿Cuál es el resultado de esta traslación? El guión nos aporta una idea bastante aproximada de la conversión al lenguaje cinematográfico de una historia de suyo rica en el lenguaje literario. Concebido editorialmente por Ivonne Deschamps, diseñado por David Maawad y coordinado por Alberto Tovalín, Otilia Rauda incluye un texto de presentación del rector de la Universidad Veracruzana, Víctor Arredondo; un testimonio del productor de la película, Alfredo Ripstein; una crónica ensayo de Luis Arturo Ramos, y lo que propiamente hablando es el guión de Dana Rotberg, amén de innumerables fotografías –de la propia Ivonne Deschamps, de Federico García y de Manuel González– tomadas en el curso de la filmación.
La crónica ensayo de Luis Arturo Ramos, titulada “La suerte de la fea”, es una mirada desenfadada y lúdica a todo el ambiente que rodeó a la filmación. Va desde la rememoración de los orígenes de Otilia Rauda como personaje hasta su propia versión de la adaptación cinematográfica, pasando por entrevistas con Gabriela Canudas y Dana Rotberg.
En cuanto al guión, la propia Dana Rotberg se encarga de delimitar sus alcances: “la parte que yo escogí de Otilia Rauda fue una historia de amor, de la terquedad en el amor. Ese territorio es donde yo me podía sentir, y mira que me he sentido mil veces Otilia Rauda. Y sólo desde esa perspectiva de identificación fue que me sentí con la capacidad o la autoridad de tratar de darle vida a ese personaje. “Estoy apostando –confiesa a Luis Arturo Ramos– a que sea una narrativa viva [...] y hasta que no la vea como público no puedo hablar de lo que pasó con mi trabajo como directora.”
El guión cinematográfico, por otra parte, se inscribe en lo que con justicia podemos llamar una nueva vertiente del trabajo editorial de la Universidad Veracruzana: los libros de arte. Editados en gran formato, con fotografías en duotono y en color, rescatando la figura y la labor de fotógrafos como Joaquín Santamaría o Mariana Yampolsky, haciendo una revisión somera y sucinta de varios siglos de cultura veracruzana, o –como en el caso que nos atañe– prolongando la vida de los por lo regular menospreciados guiones cinematográficos, esta Serie Especial lista ya títulos como Sol de plata, Tlacotalpan, Ensayos sobre la cultura de Veracruz, El coronel no tiene quien le escriba y, ahora, Otilia Rauda.

* Titular de la Dirección General Editorial de la uv.