Una
suerte de justicia literaria subyace, por un lado, en la recuperación
por parte de la Editorial de la Universidad Veracruzana de los
derechos de publicación de Otilia Rauda, reeditada a principios
de 2001, justicia que se proyecta al plano cinematográfico
con la participación de esta casa de estudios en la producción
de la película y, acto seguido, en la edición del
guión cinematográfico de Dana Rotberg en que se
basó la filmación.
En el primer caso, la Editorial de la Universidad Veracruzana
incorpora a su catálogo una de las novelas clave de su
director fundador. En ese sentido, creo que nunca estará
de más insistir en la deuda permanente que esa editorial
universitaria ha contraído con Sergio Galindo, el animador
cultural. Galindo fundó esta casa editora para abrirla
al mundo, para establecer un diálogo con otros pueblos,
otras lenguas y otras culturas, para hacer de ella un espacio
privilegiado de discusión, comprensión y tolerancia
y para que a través de ella se formaran y humanizaran no
sólo innumerables generaciones de estudiantes universitarios
sino, en general, todas aquellas personas que, al entrar en contacto
con uno solo de sus títulos, tiene acceso a otros mundos,
reales o imaginarios, y a otros seres humanos.
A más de 40 años de distancia, sorprenden en verdad
la visión, la amplitud de miras, la perspectiva y, sobre
todo, la generosidad con que Galindo fundó y dirigió
esta casa editorial. Con toda seguridad, hoy a nadie le resultan
extraños o ajenos los nombres de Octavio Paz, Gabriel García
Márquez, Álvaro Mutis, José Revueltas, Rosario
Castellanos, Eraclio Zepeda, Jaime Sabines, Sergio Pitol, Elena
Poniatowska, Juan Vicente Melo, Luisa Josefina Hernández,
José de la Colina, Tomás Segovia, Vicente Leñero,
Elena Garro, Juan García Ponce, Jorge Ibar-güengoitia,
Emilio Carballido, Juan Carlos Onetti, Blanca Varela y Rosa Chacel,
entre muchos otros.
A estas alturas, nadie puede negarles un sitio destacado en la
literatura mexicana y, en algunos casos, en la literatura universal
del siglo xx. Con la perspectiva que más de 40 años
nos conceden, quién puede poner en duda la validez y la
legitimidad de su obra y, en ese sentido, la obligada necesidad
de ponerlos en circulación, en algunos casos, por primera
vez. Pero si por un momento hacemos caso omiso de esa perspectiva,
quién puede negar que la apuesta de Sergio Galindo fue
una apuesta fuerte, audaz y, sobre todo, acertadísima.
De la época Galindo vienen las clásicas colecciones
Ficción, dedicada exclusivamente a la creación literaria
(y en la que, precisamente, se dieron a conocer los autores arriba
listados y varios más de esas latitudes, en ese entonces
desconocidos en nuestro país y, en algunos casos, en nuestra
lengua) y Biblioteca, destinada a dar cabida al ensayo, primero,
filosófico y literario, y después, antropológico,
histórico, económico, político y jurídico.
En aquella época aparecieron, también, los Cuadernos
de Filosofía y Letras, igualmente dedicados a acoger el
ensayo y en los que publicaron, entre otros, José Pascual
Buxó, María Zambrano, Luis Cardoza y Aragón,
René Marchand, Ramón Xirau, José Gaos, Salvador
Novo, Luis Villoro y Miguel Ángel Asturias. De aquella
época proceden, asimismo, espléndidas traducciones
de autores como Shakespeare, Dylan Thomas, Cristopher Fry, Kazimier
Brandys, Jaroslaw Iwaszkiewicz, Jerzy Andrzejewski y Riszard Kapuscinsky.
De aquella época viene, finalmente, La Palabra y el Hombre,
la revista emblemática de la Universidad Veracruzana que,
conociendo varias épocas, hoy día sigue siendo uno
de los espacios privilegiados para la difusión de la cultura
local y universal y para la discusión de todo tipo de ideas.
Pero Sergio Galindo no sólo fue un extraordinario animador
cultural. Fue, además y sobre todo, un creador literario
de primera línea. La lista de sus títulos es amplia
y variada: Polvos de arroz, La justicia de enero, El bordo, La
comparsa, Nudo, El hombre de los hongos, Los dos ángeles,
Declive, Terciopelo violeta. En 1986 publicó la que para
muchos es la mejor de sus obras y para otros una de las novelas
más bellas que la literatura mexicana ha dado al mundo:
Otilia Rauda.
Calificado en más de una ocasión de escritor provinciano,
varias décadas después de inaugurada la novela urbana
y de olvidada la novela de la Revolución, Galindo
vuelve la vista al campo y, en cierto sentido, a la Revolución
Mexicana y nos entrega una historia enmarcada por varias décadas
de periodo revolucionario.
Relativamente indemnes al término de la primera parte de
este proceso, aquella en la que la balanza se inclina del lado
de uno de los bandos, tanto los Rauda como los Lazcano las
dos familias de la novela se ven directamente afectados
en el curso de la segunda parte, aquella que en Veracruz toma
en sus manos uno de los miembros más destacados del bando
perdedor: Adalberto Tejeda. Dueñas de amplias extensiones
de tierras, las dos familias tienen que ceder al embate revolucionario
y aceptar la expropiación y el reparto de una parte de
las mismas. Simpatías y debilidades personales al margen,
su origen de clase y sus intereses los obligan a salir en defensa
de sus propiedades.
Un hecho margina tajantemente a los Rauda de esta lucha: en su
haber familiar sólo cuentan con un hijo... y es mujer.
Nada más lejos del destino de una mujer que ponerse al
frente de una lucha que, la naturaleza humana y el espíritu
de la época mandan, sólo puede encabezar un hombre.
De esta manera, más que interesados en recuperar parte
de sus tierras, los Rauda están interesados en poner al
lado de Otilia a un hombre que acepte perderlo todo, empezando
por su dignidad.
Es cierto que Otilia Rauda da pruebas suficientes de contar con
personalidad, con carácter y, sobre todo, con dos afinidades,
dos apegos, dos lealtades que en estos casos resultan determinantes:
a sus padres y a su tierra. En este caso, por desgracia, son dos
apegos excluyentes: apegarse a los designios de los padres significa
desapegarse a los llamados de la tierra. Su apego a la tierra
termina convertido, entonces, en un apego al terruño marcado
por el apego a los padres.
Pudiendo ser diferente, la historia de los Lazcano termina por
ser bastante parecida. A diferencia de los Rauda, los Lazcano
cuentan en su patrimonio familiar con varios hijos varones, todos
ellos educados en la vida de campo, profundamente identificados
con su padre y su lucha cotidiana, y dispuestos a continuar con
la rica tradición familiar. Al final, sin embargo, también
ellos se ven marginados de la misma. Sólo que en este caso
la marginación viene de la dispersión familiar que
la revolución provoca, de la ambición personal de
uno de los hijos y de la traición que a sus ojos significa
la huida de la madre con Isauro Cedillo, un militar contrarrevolucionario
que termina al frente de las temidas guardias blancas.
De todos los hermanos, quien más resiente la infidelidad
de la madre, la traición al padre, el abandono a que toda
esta situación lo deja expuesto, es el menor, Rubén.
Este golpe simple y llanamente lo deja marginado de la vida. A
partir de ese momento, sólo vive para cumplir un objetivo:
vengar a su padre, lavar su apellido, restituir el honor familiar.
Pero Otilia Rauda es un personaje marginado no sólo por
su condición de mujer y su escasa disposición a
pelear por las tierras familiares. Es, sobre todo, un ser marginado
por su físico. Y lo es por partida doble: la margina su
rostro y la margina su cuerpo. La margina la fealdad y la margina
la belleza. Cierto: su cuerpo es, por así decirlo, su único
contacto con el mundo. En ese ejercicio libre, rebelde, transgresor
que ella hace de su cuerpo radica la única posibilidad
que tiene de mantenerse en contacto con el mundo.
Pero no es en el ejercicio libre de su sexualidad donde radica
el afán de Otilia Rauda por dejar atrás su desdichada
condición, por darle un curso diferente a su vida, por
trascender. Es en la búsqueda del amor, de la felicidad,
del hombre ideal. Pone los ojos, por desgracia, en el hombre equivocado.
No es porque Rubén Lazcano no sea el hombre que ella necesita
a su lado, sino porque éste no busca trascender. Rubén
Lazcano busca vengarse... y nada más. Y cuando lo consigue
descubre que su vida carece de sentido, que su vida la llenó
y la agotó un solo acto, que ya no hay salvación
posible.
Aquí es donde tal vez radica la única diferencia
entre estos dos seres marginales. Aquí también reside,
tal vez, la diferencia que los margina mutuamente. Es el deseo
de trascender el que le permite a Otilia Rauda entender inmediatamente
que ha encontrado al hombre que busca. Es el no deseo de trascender
el que le impide a Rubén Lazcano entender que ha encontrado
a la mujer que necesita. Su encuentro es, entonces, un encuentro
marginal, que sin embargo los marca definitivamente.
Todo el rico universo galindeano siempre ha cautivado a creadores
de otras disciplinas artísticas, particularmente de los
medios televisivo y cinematográfico. Otilia dice
Dana Rotberg en el caso particular de Otilia Rauda es un
personaje maravilloso, multidimensional a un grado épico.
Me admira y conmueve profundamente cómo decide que va a
amar, a pesar de los pesares, a pesar de sí misma, de la
mirada del otro, de la crueldad, de un destino que la tiene confinada
a una exclusión bastante pobre en términos amorosos.
Llevarla al cine remata Rotberg ha sido una pasión
larga, tortuosa, maravillosa.
¿Cuál es el resultado de esta traslación?
El guión nos aporta una idea bastante aproximada de la
conversión al lenguaje cinematográfico de una historia
de suyo rica en el lenguaje literario. Concebido editorialmente
por Ivonne Deschamps, diseñado por David Maawad y coordinado
por Alberto Tovalín, Otilia Rauda incluye un texto de presentación
del rector de la Universidad Veracruzana, Víctor Arredondo;
un testimonio del productor de la película, Alfredo Ripstein;
una crónica ensayo de Luis Arturo Ramos, y lo que propiamente
hablando es el guión de Dana Rotberg, amén de innumerables
fotografías de la propia Ivonne Deschamps, de Federico
García y de Manuel González tomadas en el
curso de la filmación.
La crónica ensayo de Luis Arturo Ramos, titulada La
suerte de la fea, es una mirada desenfadada y lúdica
a todo el ambiente que rodeó a la filmación. Va
desde la rememoración de los orígenes de Otilia
Rauda como personaje hasta su propia versión de la adaptación
cinematográfica, pasando por entrevistas con Gabriela Canudas
y Dana Rotberg.
En cuanto al guión, la propia Dana Rotberg se encarga de
delimitar sus alcances: la parte que yo escogí de
Otilia Rauda fue una historia de amor, de la terquedad en el amor.
Ese territorio es donde yo me podía sentir, y mira que
me he sentido mil veces Otilia Rauda. Y sólo desde esa
perspectiva de identificación fue que me sentí con
la capacidad o la autoridad de tratar de darle vida a ese personaje.
Estoy apostando confiesa a Luis Arturo Ramos
a que sea una narrativa viva [...] y hasta que no la vea como
público no puedo hablar de lo que pasó con mi trabajo
como directora.
El guión cinematográfico, por otra parte, se inscribe
en lo que con justicia podemos llamar una nueva vertiente del
trabajo editorial de la Universidad Veracruzana: los libros de
arte. Editados en gran formato, con fotografías en duotono
y en color, rescatando la figura y la labor de fotógrafos
como Joaquín Santamaría o Mariana Yampolsky, haciendo
una revisión somera y sucinta de varios siglos de cultura
veracruzana, o como en el caso que nos atañe
prolongando la vida de los por lo regular menospreciados guiones
cinematográficos, esta Serie Especial lista ya títulos
como Sol de plata, Tlacotalpan, Ensayos sobre la cultura de Veracruz,
El coronel no tiene quien le escriba y, ahora, Otilia Rauda.
*
Titular de la Dirección General Editorial de la uv.