José Luis Rivas es uno de los poetas
mexicanos más sobresalientes en la escena literaria actual.
En esta entrevista, da cuenta de los orígenes, el desarrollo
y los logros de su quehacer como escritor, traductor y editor. También
nos habla acerca del entorno en el que creció y las influencias
con las cuales ha nutrido su creación poética.
Los
poetas de excelente factura establecen un compromiso firme para
fundar la palabra escrita desde las zonas del silencio. Escudriñan
e interrogan otras posibilidades de significación, llevándola
a dimensiones que se apartan del uso cotidiano. Así, los
grandes poetas
situados en la línea mortal del equilibrio
han combinado una experimentación formal con el lenguaje
y la recuperación de acontecimientos o etapas ancilares
de la existencia, como la infancia (piénsese en César
Vallejo, Jorge Luis Borges, los Contemporáneos, Nicolás
Guillén, Octavio Paz, José Emilio Pacheco o Coral
Bracho).
José Luis Rivas (Tuxpan, Veracruz, 1950) en su escritura
poética le ha dado carta de naturalización al lenguaje
y al entorno con los que tuvo contacto durante su niñez.
En tal proceso ha sido determinante su notable trabajo como traductor
de poesía, al trasladar a nuestro idioma la obra de Saint-John
Perse, T. S. Eliot, Aimé Césaire, Derek Walcott,
Georges Schehadé o Pierre Reverdy. No menos significativa
es su labor, durante casi una década, al frente de la Editorial
de la Universidad Veracruzana, ya que ha incrementado de manera
sustancial su catálogo, siempre con apego al espíritu
del fundador de esta casa editorial, el escritor Sergio Galindo.
Cabe mencionar que en julio pasado, dentro del Festival Internacional
Afrocaribeño 2002, el gobierno del estado de Veracruz le
otorgó a Rivas la medalla Gonzalo Aguirre Beltrán
debido a sus traducciones de poetas de raigambre afroantillana.
En esta entrevista, el autor de Relámpago la muerte pone
al descubierto sus inicios en la composición poética,
su riesgosa empresa como traductor, los lineamientos de su obra,
su relación con otros poetas tanto con sus contemporáneos
como con los de generaciones recientes, así como
los libros que dará a conocer la Editorial de la Universidad
Veracruzana durante la II Feria Internacional del Libro Universitario,
fiesta de la cultura que se realizará en Xalapa, donde
se darán cita más de 300 casas editoriales nacionales
y extranjeras (Argentina, Colombia, Cuba, España, Estados
Unidos, Francia y Perú) y renombrados intelectuales como
César Aira, Ruy Pérez Tamayo, Mario González
Suárez y Sergio Pitol.
¿Cuáles
son sus inicios en la literatura y por qué se inclina hacia
la poesía?
Desde niño tuve inclinación hacia la lectura y la
escritura. Traté de darle un carácter propio a las
composiciones que por encargo elaborábamos en la escuela.
Más tarde, en la adolescencia, se fue definiendo una especie
de necesidad de expresarme a través de la escritura. Para
esto, llevaba una especie de apuntes, de diario, compuesto de
observaciones y notas alrededor de sucesos de la vida cotidiana.
Pero, asimismo, había pequeños intentos, balbuceos,
de componer poemas.
Después de que hice el bachillerato en ciencias biológicas,
porque tenía la intención, encauzada por mi padre,
de ser médico, me incliné hacia el estudio de la
filosofía. Por lo tanto, también pienso que en ese
viraje hubo una adopción ya de una especie de carrera en
el ámbito de las letras. Estudié filosofía
un tiempo y después hice estudios de letras hispánicas
con la intención de proveerme de un bagaje filosófico
y literario que permitiera mis incursiones como escritor.
Soy lo que se llama un autor tardío. Publiqué mis
primeros poemas en la Revista de la
Universidad de México en 1975, a los 25 años. Mi
primer libro, Fresca de risa, apareció en 1981, cuando
tenía 31 años.
Un libro más amplio, Tierra nativa, apareció en
1982, con el sello del Fondo de Cultura Económica. Tuvo
una acogida espléndida por parte de la crítica.
Suscitó alrededor de veinte reseñas en publicaciones
muy diversas. Proceso sacó una reseña; la revista
Tiempo, de Martín Luis Guzmán, publicó otra,
lo mismo Novedades y La Gaceta del Fondo de Cultura Económica;
en unomásuno hubo alrededor de cinco (tres en el suplemento
sábado y dos en el cuerpo mismo del periódico).
En fin, fue un libro que, entre otras cosas, me dio la inmensa
alegría de recibir el Premio Carlos Pellicer (uno de mis
santos patronos) para Obra Publicada, otorgado por el Instituto
Nacional de Bellas Artes y el Gobierno de Tabasco.
Más tarde publiqué La balada del capitán
y en 1985 el año del gran temblor salió
a la luz Relámpago la muerte en el taller Martín
Pescador, una edición muy limitada de 125 ejemplares. En
1986 mandé un trabajo al Premio Nacional de Aguascalientes,
titulado La transparencia del deseo, y mereció dicho galardón,
publicándose en 1987.
Después compuse una serie de libros, los cuales fueron
recogidos en 1992, junto con los anteriores, en un volumen titulado
Raz de marea (poesía 1975-1992), editado por el Fondo de
Cultura Económica.
En 1990, por la traducción de la poesía completa
de T. S. Eliot y por una antología de mis poemas, Brazos
de mar, publicada en ese mismo año por la Editora de Gobierno
de Veracruz, me dieron el Premio Xavier Villaurrutia. Además,
gané el Premio de Traducción de Poesía por
un libro titulado Poetas metafísicos ingleses. En 1993
apareció Luz de mar abierto (editorial Vuelta) y más
tarde Estuario, con el sello editorial de Norma, en Colombia,
y Río, editado por el Fondo de Cultura Económica.
Son los libros que hasta este momento he publicado.
¿Qué
autores considera usted que han alimentado su poesía, a
la cual la crítica cataloga como del trópico?
Desde luego a Carlos Pellicer, T. S. Eliot, Saint-John Perse sobre
todo y Cesare Pavese. Me he acogido a muchísimos
autores, que deportivamente he tratado de tomar por otros tantos
trampolines. Puedo decirle también que he traducido, por
una especie de gusto muy grande, a Georges Schehadé, de
quien trasladé Las poesías; asimismo a Pierre Reverdy,
un autor que me gusta mucho y que espero también me haya
influido. En fin, al propio Walcott, de quien he trasladado a
nuestra lengua su poema más extenso, ambicioso: Omeros.
Estoy trabajando, en el plano de la traducción, un volumen
que reúne la poesía erótica de John Donne,
poeta isabelino. También una antología muy amplia
de la poesía de Aimé Césaire, escritor martiniqués
de ochenta y tantos años, que vive y sigue escribiendo.
Celebrado en su momento por André Breton, Césaire
es conside-rado el gran poeta de la negritud, junto a Sanghor.
Su libro Cuaderno de un regreso a la tierra natal es un himno
espléndido, un poema
de enorme aliento, extenso e intenso.
He terminado una traducción de los poemas que escribió
en inglés Joseph Brodsky. Esto aparecerá en la editorial
colombiana Norma, para quienes hice también recientemente
y he recibido ya los primeros ejemplares una traducción
en verso de La violación de Lucrecia, de William Shakespeare,
la primera en verso de este poema en nuestra lengua. Hasta donde
sé, sólo hay versiones en prosa. También
traduzco la novela en verso de un poeta australiano contemporáneo,
Les Murray, que ha sido nominado para el Nobel.
¿Por
qué ha tenido esa atracción hacia la traducción
del discurso poético, al que muchos consideran intraducible?
Siempre que hago la lectura en otro idioma de poetas que me interesan,
me pregunto hasta qué punto es viable su adaptación
a nuestra lengua. Si creo que es así, me aventuro en una
empresa que espero no haya llevado al naufragio al conjunto de
ellas.
¿Los lee en la lengua original?
He leído en su lengua original a Eliot, precisamente porque
no existía una traducción de su poesía completa.
Me pareció que la totalidad de su obra merecía ser
puesta en castellano. Entonces me aboqué a ese trabajo;
por un lado, porque su obra hacía falta en nuestra lengua;
por otro, porque se trata de poemas que en verdad me exaltan.
Yo quería de algún modo ver si era posible traerlos
llevaderamente a nuestra lengua, conservando buena parte de su
intensidad.
Esto mismo me ocurrió con Saint-John Perse, de quien todavía
no he considerado una traducción de su poesía. Yo
he venido traba-jando en esto a lo largo de mucho tiempo, según
un proyecto auspi-ciado inicialmente por la uam. Lamentablemente
se quedó
detenido en el primer volumen. Espero retomarlo, si es posible,
el año entrante.
Me interesa traducir a estos grandes autores, como a Derek Walcott
y a Rimbaud (de quien hice una traducción de su poesía
completa para la unam). Sumergirme en sus obras ha sido también
la manera más concienzuda de leerlos. Traducir exige una
especie de compenetración completa con la obra que necesitamos
trasladar. Creo que a veces me lanzo a esta tarea, un poco para
llenar ciertas lagunas existentes, y un poco también para
ver que es posible traducirla a nuestra lengua.
En
esta labor de la traducción, ¿qué poetas,
críticos y editores de lengua española se han interesado
en su trabajo, e incluso lo han elogiado?
Ha habido una serie de personas que me han manifestado su satisfacción
al leer traducciones que he hecho. Por ejemplo, traduje un par
de monólogos de Jean-Mariè G.
Le Clézio, autor de El éxtasis material. La obra
que de él traduje, Pawana, fue llevada a la escena por
un director francés, Georges Lavandant, y se escenificó
en el Teatro de Santa Catarina. Los actores que intervinieron
fueron Miguel Córcega y Augusto Benedico. La puesta en
escena se hizo a partir de mi versión y recibió
el elogio de un gran conocedor de nuestra literatura, que escribió
asimismo un libro imprescindible sobre Jorge Cuesta: Louis Panabière.
Tengo entendido que el propio Le Clézio estaba muy contento
con la versión al español de esa obra que, por cierto,
se ha perdido. Yo no la tengo. Conforme la terminé de hacer
había una persona de la Embajada que estaba en las puertas
del Fondo de Cultura Económica, donde en ese tiempo yo
trabajaba. Terminé mi traducción y se la entregué
porque ese día comenzaban ya los ensayos. Así pues,
se sacaron fotocopias que sólo tuvieron los actores y el
director. No he podido recuperarla.
Sería
muy importante
recobrarla....
Sí. Yo pienso que sería muy interesante porque es
una obra de gran aliento. Me llevó algún tiempo
traducirla y me costó grandes esfuerzos. Tuve que investigar
también mucho para poder hacerla, pues en Pawana el autor
se vale de un riquísimo léxico marítimo.
Esto me ocurrió también con el Omeros de Derek Walcott,
que pone en juego incontables aspectos de la geografía
de las Antillas, de su flora y su fauna, y que, sobre todo, introduce
giros, expresiones del inglés hablado en las islas del
Caribe.
Del
libro Raz de marea, ¿podría comentarme las siguientes
líneas de La estrella de la infancia?: ¿Quién
huele así como tú?/ Mamá me ha dicho después
de bañarme:/ ¿Quién huele así como
tú?/ Huelo a albahaca, a hierbadelnegro, a mohuite, a pétalos
de tulipanes rojos machacados; huelo al agua de todas esas yerbas
juntas, puestas a serenar la noche entera./ Es verdad; así
como yo, no huele nadie. Espero oler así toda la vida:
¡a esta agua intensamente roja como sangre fragante!
Esto parte de una experiencia de mi infancia. Mi madre solía
bañarme al aire libre por las tardes con un agua roja,
preparada en una paila. Tal como se relata en el poema, reunía
flores de tulipanes rojos y mohuite, y hojas de hierbadelnegro
y albahaca, de manera que después de que el agua en que
se maceraban esas plantas recibía el sereno toda la noche,
mi madre retiraba de ella al día siguiente los restos de
las plantas y la colaba: lo que quedaba era un agua roja, sumamente
fragante. De más está decir que el efecto era en
verdad delicioso, exaltante. Mi hermana, consentidora como mi
madre, me regaló hace algunos años, durante una
visita a Tuxpan, una formidable sorpresa: la oportunidad de bañarme
con el agua de esas plantas, preparada por ella.
Uno
de los elementos centrales de su poesía es el ambiente
que durante su niñez vivió en Tuxpan
Yo nací en Tuxpan hace 52 años. El petróleo
existía, pero el río que contemplé de niño
era de aguas transparentes, cristalinas. El ambiente que rodeaba
al río y al mar, y a buena parte del puerto, era exuberante
y bello. De manera que, en buena medida, no he hecho más
que tratar de recuperar los pasajes de mi infancia, la delectación
permanente que vivía, la exaltación que me producía
el ambiente natural de flora y fauna profusas.
En realidad, debo decirlo, he disfrutado de una niñez privilegiada.
Yo aprendí los nombres de los peces porque era muy fácil
distinguirlos a simple vista y había gente siempre en los
muelles o en las orillas que los nombraba y decía mira,
ahí va un sargo, esa es una mojarra, aquello un ronquito...
una gurrubata. Todo eso se me dio, se me sigue dando, de
un modo generoso, opulento.
Usted
de joven estudió en la Universidad Nacional Autónoma
de México. ¿A qué edad llegó a la
capital?
Yo llegué a los 19 años, exactamente después
del movimiento de 1968. La Universidad todavía vivía
un momento de gran hervor estudiantil. Continuamente las clases
eran interrumpidas por activistas que solicitaban permiso para
entrar al salón a motivar a quienes estábamos en
las aulas a proseguir las acciones encaminadas a la investigación
de los hechos luctuosos de la matanza del 68, investigaciones
para las cuales, todavía hoy, esperamos una respuesta satisfactoria,
que lleve tras las rejas a los responsables.
¿Cuando estaba en la Ciudad de México empezó
a traer a la memoria el entorno de su
infancia?
Es curioso: una vez instalado en la Ciudad de México, al
encontrarme en medio de un ritmo acelerado, entre personas sumamente
activas y obligadas a llevar una actividad apresurada, en medio
de ese barullo y ajetreo, lo que se me impuso curiosamente fueron
las voces, el lenguaje de la gente de mi familia, pero también
la de muchos de los personajes de mi pueblo. Y fue gracias a esa
experiencia que yo advertí también que mi apuesta
literaria tenía que cifrarla, en parte, en la utilización
deliberada del lenguaje de mi región natal.
Al respecto, fue para mí sumamente esclarecedor la lectura
de Poesía en movimiento, una antología que hizo
Octavio Paz con Alí Chumacero, José Emilio Pacheco,
Gabriel Zaid y Homero Aridjis. Me pareció muy importante
porque hasta el punto en que llega recoge las mejores expresiones
poéticas que se habían dado en México, a
partir de Ramón López Velarde.
¿Se
vinculó con el grupo de Vuelta?
Busqué mantenerme próximo,
sin formar parte propiamente
del grupo.
Decía Alfonso Reyes: Hay que ser universal para ser
provechosamente nacional. ¿Cómo integra usted
ese lenguaje regional y lo trasciende?
He tratado en todo momento de que ese len-guaje, aunque raro,
resulte inteligible dentro del contexto de lo que describo, narro
o celebro, aportando algunos elementos que de algún modo
sitúan las voces usadas y permiten su comprensión,
aun cuando no se conozca, bien a bien, el significado de las palabras.
¿Conoció
a Carlos Pellicer?
Tuve la oportunidad de escucharlo a la distancia, en condición
de público asistente a algunas de sus lecturas.
¿Y
a Octavio Paz?
Mi timidez me impidió establecer una relación cercana.
Platiqué algunas veces con él, en persona o telefónicamente.
Dentro de los libros que editorial Vuelta publicó de poesía
está mi libro Luz de mar abierto.
Maestro,
¿mantiene algún contacto con gente que ahora consideramos
de los grandes, como José Emilio Pacheco?
Mis relaciones son con José Emilio Pacheco, Alí
Chumacero, Eduardo Lizalde, Gerardo Deniz, esto es, con los grandes
poetas vivos de México; tengo el enorme honor de conocerlos
y de haberlos tratado ampliamente. Gerardo Deniz escribió
el prólogo para la reunión de dos libros míos,
La balada del capitán y Relámpago la muerte, hecho
que me enorgullece. He platicado con José Emilio Pacheco
y me parece un hombre de una sapiencia inaudita. He conversado
asimismo con Manuel Calvillo y, una vez, con Jorge Hernández
Campos.
Dentro
de las nuevas voces de la poesía mexicana, ¿a quiénes
considera de gran valía, aquellos que están proponiendo
cuestiones interesantes?
Entre los jóvenes que conozco me ha sorprendido mucho la
actual escritura de César Arístides, así
como la de Julio Trujillo, Josué Ramírez y Eduardo
Vázquez. Me parece que en ellos hay enormes posibilidades
de desarrollar una obra muy amplia. Hay un escritor también
que ganó recientemente el Premio Nacional de Aguascalientes,
Jorge Fernández Granados, autor de una poesía de
factura muy personal.
En
este año se cumplen los 100 años del natalicio de
Nicolás Guillén. La fil de Guadalajara está
dedicada a Cuba y el Premio Juan Rulfo le ha sido otorgado a Cintio
Vitier. ¿Qué me puede decir de estos escritores?
Escogería a un tercer poeta cubano, porque yo me siento
más cercano de José Lezama Lima. Por lo demás,
Cintio, al lado de Lezama Lima, hizo una de las grandes empresas
literarias de nuestro continente, la revista Orígenes,
auspiciada en gran medida por Rodríguez Feo. En mi adolescencia
leí bastante a Nicolás Guillén. Me gustaba
mucho su musicalidad, su enorme capacidad para ponernos a danzar
a partir de este lenguaje que se nutre tanto del son de los tambores.
Me parece, desde luego, un lenguaje fascinante, que arrebata,
que trastorna. Considero que es un gran artífice, un brujo
extraordinario, pero mi filiación como escritor va más
del lado de José Lezama Lima.
Sobre Cintio Vitier, debo confesar que su obra personal la he
leído sólo en antologías. Conozco sí,
muy bien, su traducción de Las iluminaciones, de Rimbaud,
que me parece excelente. No obstante, reitero que mi gran pasión,
en términos de la literatura cubana, son José Lezama
Lima, Reinaldo Arenas, Virgilio Piñera y Cabrera Infante.
¿Cuál
es el barroco por el que usted siente filiación?
El que celebra una fiesta del lenguaje, el de José Lezama
Lima. Esa exuberancia, esa polifonía verbal suyas, yo he
buscado, de algún modo, asumirlas y adaptarlas en muchas
de mis composiciones. Ése es un punto de empatía.
Reinaldo Arenas me interesa más por el lado del lenguaje
hablado, coloquial, y por cuán sofocante puede ser, hasta
el envilecimiento, el mundo que nos rodea.
¿Qué
significan para usted los reconocimientos que ha recibido por
su labor como poeta y como traductor?
Desde la aparición de mi primer libro, Tierra nativa, hasta
Río, publicado en 1996, mis libros me han deparado grandes
satisfacciones: los premios Aguascalientes, Villaurrutia, Pellicer,
López Velarde, el de Traducción de Poesía,
ahora la medalla Gonzalo Aguirre Beltrán, en fin, todos
estos reconocimientos me producen una gran satisfacción.
¿Cuáles son las nuevas propuestas que tiene en mente
como poeta y traductor?
Hay un volumen que va a ser publicado por Libro Visor, de Madrid,
y por Ditoria, una editorial pequeña que dirige Roberto
Rébora en México, pero publica libros bellamente
cuidados, en tirajes limitados. Ellos van a editarme un libro
de poemas recientes, titulado Por mor del mar. Hay un texto también
que casi he terminado, alrededor del rapto de Helena. Escribo
un libro sobre pájaros; una parte del mismo, como la presentación
de un volumen de fotografías de Graciela Iturbide, aparecerán
en inglés. Mi texto ha sido ya traducido (excelentemente)
por Roberto Tejada. Tengo otro libro más en proceso, y
estoy traduciendo, como dije antes, a John Donne, Aimé
Césaire y Les Murray.
Cerremos
con su actividad como editor
Ha sido sumamente grato para mí el que la Universidad Veracruzana
me haya brindado la oportunidad de ensanchar un catálogo
compuesto por los trazos decisivos de Sergio Galindo, Sergio Pitol
o César Rodríguez Chicharro. Venir a tratar de enriquecerlo,
siguiendo las líneas directrices de estos grandes maestros
que han estado antes al frente de la Dirección Editorial
de la uv, me parece un privilegio. Sergio Galindo, sobre todo,
ha sido un editor excepcional, incomparable.
¿Cuántos
años lleva al frente de la Editorial de la uv?
En septiembre de este año cumpliré una década.
¿Qué
me puede decir acerca de la II Feria Internacional del Libro Universitario,
que se realizará en septiembre?
Trabajamos mucho en esto. En ella daremos a conocer 15 títulos
recientes de nuestra Editorial: una antología de textos
de Augusto Monterroso, una obra de teatro de Vicente Leñero,
el guión cinematográfico de El ángel azul,
de Josef von Sternberg; un libro sobre la narrativa posmoderna,
de Raymond Williams y Blanca Rodríguez; La escritura sin
sombra, de Héctor Orestes Aguilar; un libro monográfico
sobre murciélagos de Don Wilson; El ojo en la sombra, antología
de textos de Marco Tulio Aguilera Garramuño; e Indios reales,
indios imaginarios, de Guy Rozat.
De Javier Durán publicamos José Revueltas: una poética
de la disidencia. Alrededor de la obra del maestro Sergio Pitol
acaba de aparecer Del Tajín a Venecia. Un regreso a ninguna
parte, de
Teresa García Díaz. Asimismo, presentamos el número
más reciente de la revista española Batarro, consagrado
a la obra del autor de El arte de la fuga.