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Me
considero un saboteador
de la literatura: César Aira
Iván
Maldonado Rosales
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En
César Aira, vida, lectura y escritura se imbrican. Así
ha terminado 50 novelas que han tenido espléndida acogida en
España, donde este año han aparecido El mago, La liebre
y Varamo.
Aira empieza una novela con una idea vaga, no muy bien definida, de
modo que le dé la posibilidad de ir improvisando a medida que
la va escribiendo, y la nutre con un diario donde anota cosas
que me van sucediendo todos los días. Un escenario de
muchas de sus obras es el barrio bonaerense de Flores, donde vive
desde 1967. |
En
la presentación de las novelas de César Aira, Sergio
Pitol y Marcelo Uribe hablaron en torno a la creación literaria
de este escritor argentino. (Foto: César Pisil) |
Con
voz pausada, confiesa que escribe en los cafés, mira lo que
pasa, escucha conversaciones, sale mucho a caminar, ve televisión,
lee a los clásicos, a la buena literatura. De ahí
le surgen ideas para sus novelas, que tienen un curso zigzagueante,
un poco imprevisible que ni yo sé adónde va porque no
lo puedo saber. En ello radica su apuesta literaria. Unos críticos
lo adoran, otros lo desprecian.
Si bien César Aira ya se ha consolidado como una de las figuras
relevantes de la actual narrativa hispanoamericana, es capaz de reírse
de sí mismo, de declararse no genio, sino un fraude bien
hecho dada la ambigüedad de la literatura, pues juega
con la verdad hecha mentira y la mentira hecha verdad. También
es capaz de asumirse cual saboteador que construye algo normal, pero
le afloja unos tornillos.
La presencia de César Aira dio enorme realce a la filu, evento
en el que, el 18 de octubre, presentó cuatro de sus novelas,
publicadas por Era: Los dos payasos, Un episodio en la vida del pintor
viajero, Los fantasmas y La prueba, que fueron comentadas por el escritor
Sergio Pitol y el editor Marcelo Uribe.
Sergio Pitol expresó su admiración por la escritura
de Aira, a quien conoció en 1994, durante un congreso de escritores
celebrado en Mérida de los Andes, Venezuela, donde otros integrantes
de la delegación argentina mencionaron que quizá Aira
era la figura más importante de la nueva literatura de aquel
país; que su escritura era provocativa, irritante, radicalmente
desconcertante y un poco semejante a la de Gombrowicz.
En ese congreso, donde los participantes debían hablar sobre
su ars poetica, Aira expuso que sus procedimientos narrativos se movían
en dirección contraria a las convenciones narrativas. A
él no le interesaba hacer lo que todos hacían ni seguir
las líneas de Balzac, Stendhal o Zolá, a quienes conocía
perfectamente y respetaba con fervor. Se remonta a los orígenes
para irse hacia una escritura más estimulante, detesta la literatura
comercial y lee muy poco a sus contemporáneos aunque
pueda parecer snob; se nutre de los autores clásicos,
de los extravagantes, de los surrealistas, de los locos.
Pitol afirmó que, tras su primer encuentro en Venezuela, Aira
le regaló una de sus novelas, Cómo me hice monja; a
partir de ahí, se convirtió en uno de sus lectores asiduos.
Desde hace muchos años no encontraba ese escalofrío,
esa hinchazón, esa embriaguez que conocía al recorrer
una y otra vez sus páginas.
La trama, las situaciones y las tribulaciones de los personajes creados
por Aira, subrayó el autor de El arte de la fuga, nos
arrastra desde el primer contacto. La escritura nos parece un mero
vector, un vehículo que nos conduce a una velocidad desaforada
a la situación final. Los episodios son tan disparatados, tan
excéntricos, tan inconcebibles, que los prodigios del lenguaje
se esconden. Parecen ser sólo un sostén firme de los
procedimientos narrativos. Pero cuando uno lee la novela, conociendo
ya sus peripecias, y sobre todo el final, es posible describir el
lenguaje, tocarlo, paladearlo.
Para Marcelo Uribe, de Editorial Era, la escritura de Aira es una
continuación de su actividad como lector, además de
que posee una interminable y paciente curiosidad de reconstruir todo
una y otra vez, a partir de la lectura y la escritura. No le interesa
la fama, sólo le preocupa escribir.
Aseveró que los libros del escritor argentino apuntan para
todos lados, a diferencia de los autores que publican gran número
de títulos, con versiones y variaciones de una sola pasión,
de una misma temática, quizá por ello muchos críticos
lo han calificado como un excéntrico, un inclasificable. Es
un hombre de una curiosidad sinfín, que no ha dejado de escribir
un diario donde improvisa y hurga en la realidad, la manipula y nos
la devuelve en forma de novela.
Detrás de cada una de sus obras agregó hay
un intento de ensayar algo, de buscar algo, o de comprobar si
alguna intuición suya es verídica. Sus libros
son apasionantes, llenos de inteligencia, con mundos inventados completamente
por él. César Aira no tiene un rostro literario reconocible.
Y en su interminable persecución de la novela, de narrar,
de contar, de alguna forma lo que hace es ir destruyendo los géneros,
los estilos, inventándolo todo de nuevo con esa sed insaciable
e iconoclasta que busca y encuentra, con la máxima serenidad,
con la máxima pasión.
Un episodio en la vida del pintor viajero, señaló Uribe,
cuenta y reinventa algunos días de descanso en el cono sur
de Johan Moritz Rugendas, un maravilloso paisajista alemán
que se dedicó a pintarlo todo, tal como Aira se ha consagrado
a contarlo todo. Empero, el discurso destruye las expectativas fáciles
de la novela histórica, para transformarse en uno de
los relatos más intensos sobre el artista y la creación,
y su relación con lo que tiene frente a él, sus modelos,
el mundo y nosotros.
Los fantasmas es uno de sus textos más realistas de Aira, ya
que describe con toda precisión hasta los colores, texturas
y elasticidad de las partes del cuerpo de los fantasmas, así
como su comportamiento, de la misma forma que describe a los personajes
de carne y hueso que conviven con ellos en un edificio en construcción.
Así, el lector acepta la existencia real, verídica y
tan-gible de ambos seres, gracias a la sabiduría y la
sutileza de lenguaje narrativo. La tensión dramática
que se desata en ese mundo posee la dimensión trágica
de las mejores obras literarias, de los más lúcidos
narradores, concluyó el editor de Era.
Al finalizar, el narrador argentino, tras agradecer a Sergio Pitol
que haya sido su guía de lecturas, pues por él
conoció a autores polacos y georgianos, leyó un
pequeño relato de unas amigas suyas que tienen una tiendecita
de souvenirs en Buenos Aires, sacado en fotocopias y editado
en un cuadernillo que, al igual que sus otras publicaciones, colgaban
en un ganchito.
Su lectura inspiró a Aira a escribir una pequeña
novelita para ellas, titulada La pastilla de hormonas, en la
que pudo constatarse el humor, la ironía y el absurdo característicos
de sus textos, así como la improvisación con la que
los engarza, arrancando más de una carcajada entre los asistentes
que colmaron el Pabellón Central del Gimnasio Universitario.
César Aira nació en Coronel Pringles, un pueblo del
sur de la provincia de Buenos Aires, Argentina, en 1949, y desde 1967
reside en el barrio bonaerense de Flores. Hizo estudios de derecho
y literatura, y también se ha desempeñado como traductor.
Tiene publicados más de 50 libros, entre novelas, teatro y
ensayo. Otros de sus textos conocidos son Cómo me hice monja,
Cumpleaños, Diccionario de autores latinoamericanos, El llanto
y Ema, la cautiva. |
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