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Nuestro
artista invitado
Nahum, Nahum, Nahum*
Oliver
Debroise
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hay más que un tema en la obra de Nahum B. Zenil él
mismo, y una sola manera de expresarlo: dibuja una y otra vez
su mismo rostro. La factura es siempre la misma, finos trazos de tinta
sobre papeles sepia, envejecidos como para darles la nostálgica
tesitura de lo antiguo, y una cara en el centro, inmutable, que no
refleja nada del exterior ni parece afectada por las emociones. En
los autorretratos de Frida Kahlo algo aún anima a las facciones:
Frida sonríe, llora, envejece también. |
El
pintor veracruzano Nahum B. Zenil. (Fotografía: Rogelio Cuéllar) |
Solemne,
hierático, el rostro de Nahum permanece imperturbable. En realidad
la máscara de Nahum no tiene el sentido común de un
autorretrato reflejar una personalidad, ser representación
elocuente de una identidad. La agobiante repetición se
presenta aquí como elemento de reconocimiento, el rostro se
convierte en arquetipo, en signo personal que marca el cuadro. Como
si la firma ocupara el centro del cuadro y fuera un punto al que aferrarse. |
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De
cuadro en cuadro, de retrato en retrato, Nahum organiza variaciones
sobre un mismo tema, una farsa mórbida. Diversos elementos
contingentes al rostro modifican las apariencias sin alterar la esencia
de las cosas, sin conmover a Nahum.
Fragmentos de papel pegados, sobrepuestos al original,
conforman una misteriosa composición cuyas partes principales
se ocultan deliberadamente. Nahum, por |
ejemplo,
se retrata acostado sobre un diván, pero viste su propio cuerpo
desnudo con el traje de la Maja desnuda de Goya minuciosamente
copiado. No se trata de una simple parodia: el disfraz juega un papel
esencial en el vaivén conflictivo entre el impulso de mostrarse
y el pudor. El hábito esconde al hombre. Nahum encortina de
morado un obsceno tríptico, acumula las referencias pictóricas,
recurre a un fingido fotografismo, para ocultar verdades,
para ocultarse. El transformismo es un exhibicionismo pospuesto. |
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Los
montajes de Nahum permiten cierto juego: las piezas no se adhieren
al cuadro, fragmentos eventualmente desprendibles rozan la superficie
y sugieren otro estado del dibujo, su lado oculto. Como los burdos
telones de los fotógrafos de feria, los cuadros de Zenil esconden
lo más importante, lo que sucede atrás. Asimismo, la
fingida solemnidad de la máscara estilizada, en si es un engaña
bobos. Nahum nose
parece a su representación planimétrica, cien, mil,
diez mil veces repetida. La desenfrenada multiplicación de
los Nahum, esa especie de explosión demográfica de clones
que invaden los cuadros, no indica en sentido estricto un ego en expansión,
manifiesta más bien un desasosiego. La obviedad de los disfraces
incluye su demistificación.
Nahum B. Zenil se refiere constantemente a la pintura. Tiene sus héroes:
Frida Kahlo, Goya, Mantegna, la iconografía católica.
Lugares comunes tratados con benevolencia e ironía. Nahum puede
ser, a la vez, Frida, la Maja y San Sebastián. |
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Las
reminiscencias de una parafernalia religiosa, la imitación
de los retablos populares del siglo XIX, forman parte también
de esa bufonada. Zenil no pretende reubicar una simbología
en extremo connotada: los milagritos, las estampas, los cuadros hagiográficos
funcionan en sus cuadros de la misma manera que en el contexto original:
la intención, sin embargo, es deliberadamente, violentamente,
pro-fanatoria. Más cerca de Buñuel que de Sade, Nahum
subvierte las imágenes sagradas al revelar mediante leves modificaciones
sus poderes latentes. |
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En otra línea, más próxima quizá, Nahum
B. Zenil organiza composiciones a partir de sus recuerdos personales.
La choza, el perro, los maizales de su infancia en Chicontepec, sus
parientes, sus amigos y sus alumnos, surgen en esas imágenes
sencillas, especies de retablos conmovedores, con los que celebra
anécdotas y paisajes amados. Las contradicciones se desvanecen
en estos cuadros en los que una sorda, austera,
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melancolía,
sustituye las motivaciones sexuales.
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*Texto
publicado en el catálogo Nahum B. Zenil, Galería de
Arte Mexicano, México, 1985. |
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