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El
gran circo del mundo, de Nahum B. Zenil*
Teresa
del Conde
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Nahum
B. Zenil es un artista cuya fama ha trascendido nuestras fronteras.
El hecho de haber realizado a lo largo de su nutrida trayectoria algo
semejante a una biografía plástica, lo ha vinculado
de cierto modo a Frida Kahlo, personaje y pintora a quien indudablemente
admira y a quien ha dedicado varios homenajes, incluso auto-rretratándose
con su utilería. Pero no es eso lo que lo ha llevado
a ocupar un lugar preponderante en el arte mexicano de las últimas
décadas del siglo xx.
Siempre observa. Observa con los ojos, con la sensibilidad y con la
mente. En sus inicios cursó la Escuela Normal, ya entonces
sus dotes de dibujante (he visto maravillas de paisajes pequeños
realizados de su mano) lo convirtieron en maestro venerado por sus
alumnos pese a su extrema juventud. Su letra manuscrita es palmer.
Ya no nos solemos topar con frases así escritas en esta era
de las computadoras y de Internet. Tan ordenada y flexible es, que
funciona no únicamente para complementar los mensajes que sus
figuraciones transmiten, sino como motivo plástico per se.
En diversas ocasiones ha insistido en sus orígenes. Conoce
la importancia que tiene para un artista y en verdad para cualquier
ser humano, los primeros años de vida. Infancia es destino
como decía el eminente psicoanalista Santiago Ramírez.
Sí, es destino, pero sólo cuando aquellos recovecos
infantiles son capaces de transmutarse y a la vez permanecer en el
espíritu adulto. Así ha sucedido con este artista, proclive
a observar, desde su propia perspectiva, lo que le pasa a él,
lo que le sucede a quienes están en torno, lo que acontece
con las personas que comparten sus mundos y también quienes
no los comparten. Por eso en pocas ocasiones ha sido un artista de
denuncia. Su yo queda significado por su propio rostro
(que simboliza la trinchera desde la cual observa las batallas diarias
o las pelea), según le recogió en cierta ocasión
la gran entrevistadora Cristina Pacheco.
Él dice que no es un pintor provocativo, que sus actitudes
no buscan de ninguna manera eso. Así lo creemos, pero en todas
formas tanto su postura como sus obras rebasan su propia voluntad,
pues ha dicho que es capaz de develar su propio misterio.
Como maestro que ha sido, la memoria es su diosa predilecta. Al utilizarla
en forma palpable a través de sus composiciones, nos confronta
con sus recuerdos, sus creencias, sus debates, sus logros, sus aflicciones
y sus dependencias. Con motivo de una de sus exposiciones en la galería
Mary-Anne Martin Fine Art de Nueva York, Edward J. Sullivan anotó
que su obsesivo auto-escrutinio, su manipulación de su imaginería
religiosa y su obvio erotismo hacen sesgada referencia al mundo de
los retablos y no sólo a eso, a otros momentos del arte, al
finisecu-larismo del xix, pudiera ser.
Su manera de trasponer los temas se afianza en privilegiar lo lineal
sobre lo pictórico, los contornos aparecen nítidamente
definidos cercando las formas que siempre ofrecen lo que Berenson
llamaba valores táctiles a partir de delicados sombrea-dos.
Eso da al conjunto de sus obras carácter de documento, reproducen
fotográficamente en forma muy nítida y van configurando
una especie de diario inacabable que da cuenta de sus confrontaciones.
El tema de esta exposición es el circo. Pero el circo es el
mundo y es la vida. En la vida real los elementos del circo son símbolos
grotescos, crueles, graciosos que corresponden a situaciones vividas
cotidianamente.
Termino esta presentación con un párrafo que recientemente
me escribió, siempre en su hermosa caligrafía.
Mi obra recientemente es la culminación de un trabajo
iniciado profesionalmente en 1972, año en que egresé
de La Esmeralda. No es halagadora ni complaciente, sin embargo no
ha sido hecha con intención provocativa, ha surgido por necesidad
interior, más instintiva que consciente y razonada. [Mi motivo
principal] ¿Será la soledad, o mejor, la búsqueda
de comunión? Me he querido explicar a mí mismo. La vida
es un enigma.
Que sea para bien. Y que esa larga cadena que supone la dirección
del deseo, encuentre en la exposición un eslabón a partir
del cual se encadenen otros.
*Texto publicado en el catálogo El gran circo del mundo, Museo
de Arte Moderno, México, 1999. |
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