Ella,
la autora, no lo dice, pero el espectador de inmediato se percata
sólo le basta estar frente a alguna de sus piezas, para
darse cuenta de que no se trata de la simple manipulación
de una materia inerte, porque en las manos de la artista el barro
adquiere vida, es decir, se está en presencia de un diálogo,
una perfecta comunicación, entre la creadora y la materia
plástica que le sirve de medio para expresarse.
Únicamente es necesario el toque mágico de las manos
de Mariana Velázquez, para que el material se transforme
y un aparente simple trozo de arcilla se transmute en un objeto
bello que nos emociona. Mariana es una artista que forma parte
de una interesante generación de ceramistas –mujeres
y hombres– que con su arte han dado renombre nacional e
internacional a Xalapa y a Veracruz en su conjunto, porque, al
sumar la destreza de sus manos y una exquisita sensibilidad plástica,
nos regalan una obra artística de elevada calidad y hermosura.
Mariana Velázquez, no cabe duda, tiene un sello especial.
La impronta de su sencillez, combinada con un gusto distinguido
y una habilidad fuera de serie, nos entrega un trabajo plástico
integral –donde las piezas mantienen idéntico rigor
creativo e igual valor artístico–, que lo hace digno
de ser exhibido en las mejores galerías o en los más
afamados museos de arte contemporáneo.
Las estructuras artísticas de la ceramista nos muestran
la delicadeza de su contacto con la arcilla; casi imaginamos a
la firme, pero tierna, mano que la moldea, que la conduce hacia
una forma diseñada con antelación, pero al mismo
tiempo tratada con dulzura, con calidez y con un nada extraño
dejo de sensualidad. Lo rotundo de algunos de sus objetos artísticos
nos recuerda a aquellas plantas del desierto llamadas suculentas
que, sólo al nombrarlas, nos hacen imaginar un apetitoso
bocado.
Buena parte de la obra de nuestra artista nos remite, sin titubeos,
a la naturaleza, porque percibimos su clara alusión, pero
no se trata de una representación lineal, sino que Mariana
recompone, reinterpreta, recrea –en el sentido de volver
a crear–, sin que esto quiera decir que se propone competir
con la naturaleza, sólo se vale de ella para lograr el
objeto artístico, mediante una representación plástica.
Sin embargo, nos engañaríamos si llegamos a asumir
que el trabajo de Mariana Velázquez sólo alude a
elementos de la naturaleza, pues la artista acude a otros llamados
y nos sorprende con formas geométricas de estupenda manufactura:
cuerpos que guardan exacto equilibrio, así como objetos
de la vida cotidiana de muchos de nuestros pueblos indígenas,
tratados con respeto y sobrada calidad artística.
La ceramista, con las alas de la imaginación y del buen
gusto, nos invita a pasear por algunos de los ríos de su
Veracruz nativo y casi sentimos el suave bamboleo de los cayucos
que surcan las aguas ribereñas; asimismo, nos conduce hasta
nuestra niñez, cuando armados de hojas de papel periódico,
construíamos pequeños barquichuelos que hacíamos
navegar por las inocentes aguas que corrían por las calles
de nuestros pueblos después de un estruendoso aguacero.
El mundo plástico de la ceramista es inconmensurable, tanto
como su emoción, su valor artístico, el toque mágico
de sus manos, su amor por lo nuestro, su calidez, su sencillez
y su respeto a ese humilde material que es su medio de expresión:
el barro.