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II
En
una obra de Mijaíl Bajtín leí una aseveración
en que pocos han reparado. Dice este excepcional teórico
ruso que el más grande don que el mundo nos ofrece al nacer
es una lengua acuñada, desarrollada y perfeccionada por millares
de generaciones anteriores. Hemos, los humanos, recibido la palabra
como una herencia mágica. Uno sabe quién es solamente
por la palabra. Y nuestra actitud ante el mundo se manifiesta también
por la palabra. La palabra, tanto oral como la escrita, es el conducto
que nos comunica con los demás. Le permite salir a uno de
sí mismo y participar en el convivio social.
Y el escritor español Pedro Salinas en uno de sus ensayos
sobre lingüística declara: "El hombre hizo el lenguaje.
Pero luego, el lenguaje con su monumental complejidad de símbolos,
contribuyó a hacer al hombre; se le impone desde que nace".
La filosofía, la historia, todas las disciplinas del saber,
son productos del lenguaje. Pero hay una que establece con él
una relación especial, y ésa es la literatura; es,
desde luego, hija del lenguaje, pero también es su mayor
sostén; sin su existencia el lenguaje sería gris,
plano, reiterativo. Es la literatura la que lo alimenta, lo transforma,
lo castiga a veces, pero le otorga una luminosidad que sólo
ella es capaz de crear.
La literatura, como toda rama de la cultura, no conoce límites;
su territorio es inconmensurable, y a pesar de todos los esfuerzos
que se haga no podrá conocer más que una porción
minúscula de aquel inmenso espacio.
En la zona donde yo me muevo mejor, la novela, el lector tiene la
posibilidad de viajar por el espacio y también por el tiempo
y conocer el mundo y sus moradores por su presencia física
tanto como en su interioridad espiritual y psicológica. Leer
es conocer Troya a través de Homero, y el periodo napoleónico
por Stendhal, el surgimiento triunfal del mundo burgués en
la Francia de la primera mitad del siglo XIX, por Balzac, y todo
ese mismo siglo en España, cargado de múltiples peripecias
por Pérez Galdós, las condiciones sociales de la Inglaterra
victoriana por Dickens, la épica escocesa por Walter Scott
y el sofocado mundo colonial británico por Joseph Conrad.
Sabemos lo que sucedía en el México de Santa Anna
por Inclán y en el de la Revolución a través
de Martín Luis Guzmán, José Vasconcelos y Mariano
Azuela, y de esa manera, por la novela, podemos vislumbrar muchos,
muchísimos fragmentos del mundo, los que queramos, no sólo
las situaciones histórico-sociológicas en un país
y una época determinados, sino además las modulaciones
del lenguaje, y el acercamiento a las artes plásticas, a
la arquitectura, a la música, a los usos y costumbres, al
imaginario de ese espacio y ese tiempo que elegimos.
Leer es uno de los mayores placeres, uno de los grandes dones que
nos ha permitido el mundo, no sólo como una distracción,
sino también como una permanente construcción y rectificación
de nosotros mismos. Reitero la invitación, casi la exhortación,
de mantenerse en los libros, gozar del placer del texto, acumular
enseñanzas, trazar una red combinatoria que dé unidad
a sus emociones y conocimientos. En fin, el libro es un camino de
salvación. Una sociedad que no lee es una sociedad sorda,
ciega y muda.
III
Hace
unos años, 15 tal vez, en un simposio literario una persona
pasó a la tribuna y declaró rebosando de felicidad
que el libro era ya un objeto obsoleto, que tenía sus días
contados, que la sociedad actual podría evitar las molestias
de su frecuentación, puesto que la Internet le resolvería
cualquier necesidad de entretenimiento e información. La
Internet, nos asestó en varias ocasiones, es el vehículo
cultural del presente. Su aparición reviste la misma importancia
que el descubrimiento de Gutenberg en su época. Las bibliotecas
se transformarán en oficinas y viviendas. Los poetas no le
son ya necesarios a nadie.
Por fortuna ese ignorante se equivocó. Las ferias del libro
en México, en nuestro continente y en toda Europa han repuntado
de una manera impresionante. Las librerías se multiplican
en nuestro país. Sabemos que por largo tiempo el libro no
decaerá, no por el uso de la Internet sino por lo contrario,
ambos son susceptibles a potenciar los efectos de uno a los otros.
Parecería que el eco de Vasconcelos está volviendo
a sus orígenes.
IV
La
palabra libro está muy cercana a la palabra libre; sólo
la letra final las distancia: la o de libro y la e de libre. No
sé si ambos vocablos vienen del latín liber (libro),
pero lo cierto es que se complementan perfectamente; el libro es
uno de los instrumentos creados por el hombre para hacernos libres.
Libres de la ignorancia y de la ignominia, libres también
de los demonios, de los tiranos, de fiebres milenaristas y turbios
legionarios, del oprobio, de la trivialidad, de la pequeñez.
El libro afirma la libertad, muestra opciones y caminos distintos,
establece la individualidad, al mismo tiempo fortalece a la sociedad
y exalta la imaginación. Ha habido libros malditos en toda
la historia, libros que encarcelan la inteligencia, la congelan
y manchan a la humanidad, pero ellos quedan vencidos por otros,
los generosos y celebratorios a la vida, como El Quijote, La guerra
y la paz, de León Tolstoi, las novelas de Pérez Galdós,
todo Dickens, todo Shakespeare, La montaña mágica
de Thomas Mann, los poemas de Whitman, los ensayos de Alfonso Reyes
y la poesía de Rubén Darío, López Velarde,
Carlos Pellicer, Pablo Neruda, Octavio Paz, Antonio Machado, Luis
Cernuda y tantísimos más que continúan derrotando
a los demonios. Si el hombre no hubiese creado la escritura, no
habríamos salido de las cavernas. A través del libro
conocemos todo lo que está en nuestro pasado. Es la fotografía
y también la radiografía de los usos y costumbres
de todas las distintas civilizaciones y sus movimientos. Por los
libros hemos conocido el pensamiento sánscrito, chino, griego,
árabe, el de todos los siglos y todas las naciones.
La Biblioteca del Universitario creada por la Universidad Veracruzana
le abre al estudiante las puertas del conocimiento del mundo y también
a sí mismo. |