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La
palpitación del lenguaje: entrevista a José Kozer
Edgar
Aguilar |
José
Kozer (La Habana, 1940) es hoy en día uno de los máximos
exponentes de la lírica castellana dentro del llamado neobarroco.
Con motivo de la reedición de El carillón de los muertos,
publicada por la Editorial de la Universidad Veracruzana (UV) (versión
definitiva), y la visita que hiciera el poeta cubano a nuestra casa
de estudios para presentar dicha obra en el marco de la Feria Internacional
del Libro Universitario (FILU) 2006, tuvimos la oportunidad de conversar
con él y conocer más de cerca las motivaciones de su
quehacer poético: la gestación de El carillón,
el mecanismo que “actúa” en el proceso creativo,
la “necesidad de expresar la búsqueda de una espiritualidad”
a través de la poesía, las tendencias poéticas
que conforman el mapa de la poesía actual, así como
la vitalidad que representa el acto de escribir, donde su trabajo
es muestra de una obra cargada de reminiscencias, conjuraciones y
conjugaciones poéticas, y, a su vez, muestra implacable e impecable
de un profundo y depurado sentido del lenguaje.
Tengo entendido que El carillón de los muertos apareció
publicado por vez primera en Estados Unidos… No. Éste
es un libro que se editó por primera vez en Buenos Aires en
una editorial llamada Último Reino, que casi ha desaparecido,
a pesar de que era excelente porque acogía a la nueva poesía
hispanoamericana.
Salió allá, creo que en 1983, realmente no estoy seguro
de la fecha ni tiene mayor trascendencia. Entonces yo, que tengo en
este momento 66 años, me jubilé del sistema universitario
estadounidense –donde trabajé 32 años– en
1997 y me fui a vivir a España con mi esposa, con Guadalupe,
y ahí decidí hacer una cosa fundamental para mí:
corregir todos mis poemas, porque los fui escribiendo un tanto precipitadamente,
dadas mis circunstancias económica, cultural, política,
social, etcétera. Los poemas se habían acumulado y era
fundamental corregirlos. Lo hice sistemáticamente, pues soy
una persona muy organizada, quizá un poco neurótica
en ese sentido, me gustan mis cosas en orden.
¿Metódica?
Muy metódica, hasta el extremo de que mi método es escribir
un poema todos los días; hoy he escrito uno aquí en
Xalapa.
Entonces decidí corregir cinco poemas diarios más el
que escribiese empezando de atrás hacia delante, lo cual hice
durante varios años. En aquel entonces corregí cuatro
mil y tantos poemas que tenía acumulados (hoy tengo seis mil
quinientos, más o menos). |
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Al
hacer eso, también me vi precisado –digamos– a
republicar mis libros. De hecho, la primera versión del Carillón…
–para darle un ejemplo– no es igual a la publicada por
la Editorial de la Universidad Veracruzana, pues esta segunda versión,
que aquí aparece como primera versión mexicana, contiene
los mismos poemas que el original, pero corregidos en lo que yo considero
su versión definitiva.
La corrección suele ser a veces no de carácter estructural,
sino de la inteligencia del poema, de quitar o poner una palabra,
de anular algo que me parecía un estropicio poético;
pero nunca de carácter emocional ni del tono poético.
Éste ha permanecido en ambas versiones, al igual que la estructura;
sin embargo, si se me pregunta cuál de las dos versiones es
para mí la fundamental y la definitiva, diría que ésta,
la de la Veracruzana, porque es la que quiero que rija si es que hay
una posteridad. |
Creo
que es importante tomar en cuenta esta afirmación.
Claro. Y ésa es la génesis o, mejor dicho, ésa
es la situación de este libro. Su génesis es un poco
curiosa. Yo soy judío de origen, cubano de nacimiento, y “mucho
muy” –como dicen ustedes– ambas cosas, y para mí
el Carillón... es una especie de evocación de mis antepasados
judíos que son de origen checo. Este Carillón…
se refiere al bellísimo carillón de Praga –el
cual está ubicado en una plaza– que da las horas y salen
unos santos, del santoral cristiano por supuesto, que dan la vuelta.
Para mí esa vuelta es una especie de noria donde los judíos
ancestrales están siempre dando vueltas alrededor de Dios,
cantando alrededor de Dios, y los cubanos, en nuestra diáspora
del siglo anterior y de la centuria que corre, también estamos
dándole lo que en Cuba llamamos “la vuelta al cuadro”,
que es un término beisbolístico que simplemente implica
estar siempre en
las mismas.
Esa confluencia me llevó a este título, donde la evocación
del carillón de Praga y la idea de todos mis muertos que son
de familia ancestral judía, mis muertos que emigraron a Cuba,
casi todos a edades muy tempranas (mi padre llegó a la isla
a los 20 años, mi madre, a los 11 años, y se integraron
bien; yo, ni qué decir), constituyen como esta doble vertiente
de mortandad recogida en la circularidad del carillón que aparece
en este título.
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Tengo
66 años, y para mí es fundamental estar en contacto
con la poesía joven, sobre todo en nuestro idioma, porque
es lo que me ayuda a no anquilosarme, porque los jóvenes
son los que llevan la batuta, la rienda, y ven las cosas de otra
manera, tienen otros registros, otros módulos de escritura,
y por allí es por donde puedo aprender y crecer, si es que
soy capaz todavía de seguir creciendo. |
¿A
qué edad publicó su primer libro?
Tardíamente para un poeta. Yo salí de Cuba ya habiendo
publicado
–esto me lo dijo luego Cabrera Infante, quien me había
publicado en Lunas de Revolución– y habiendo escrito
mis primeros pinitos, poemas torpes, tontísimos. Salí
de la isla en 1960 con 20 años de edad y una necesidad atroz,
diría, de escribir y de leer. Me encontraba, claro, en una
situación económica deplorable. Tenía que ganarme
la vida en una forma inmediata y dejé de escribir durante diez
años. Incluso, perdí el idioma castellano, sólo
utilizaba la lengua inglesa que la aprendí muy rápidamente,
y el inglés sustituyó al castellano. Por ello, cuando
quise tratar de escribir en español no pude, porque ya el lenguaje
se me había deteriorado muchísimo: no tenía vocabulario,
no leía en español, no lo hablaba, no tenía amistades
que hablaran el idioma (mi primera mujer era norteamericana y yo vivía
en Nueva York, ciudad en la que no había inmigrantes hispanohablantes
en aquel entonces). En esa situación, a mis 30 años,
después de una serie de desastres matrimoniales, emocionales,
económicos, etcétera, y dada mi voracidad y mi capacidad
de estar generando palabras constantemente, volví a la escritura
en lengua castellana.
¿Cómo
se reintegró al castellano?
A través del alcoholismo (ríe). Parece que todo estaba
embotado en mi sistema circulatorio y el alcohol hizo que volviera
a brotar. Pero no fue sólo eso, sino que también empecé
a acceder al sistema universitario, a dar clases en español,
y eso me obligó a leer en español, a leer en bibliotecas
porque no se conseguían libros en las librerías. Entonces
fui recuperando el castellano con una cierta inmediatez porque es
mi idioma natural y, con ello, volví a la escritura en español.
Escribía mucho y vinieron las primeras oportunidades de publicar,
repito, ya algo tardíamente.
Mi primer libro, que se llama Padres y otras profesiones, fue un libro
casero, hecho a mano por una editora de Argentina que estaba radicada
en Nueva York (ahí publicó Paz, por ejemplo, y también
Nicanor Parra, curiosamente; son libros que hoy tienen un valor crematístico,
yo diría importante). Ahí publiqué mi primera
cosilla que, incluso, me la tuve que costear yo; creo que tenía
31 o 32 años de edad, que para un poeta es una edad tardía.
Y es que los poetas suelen hacer escritura desde muy jóvenes,
casi adolescentes. Yo me alegro de haber publicado tardíamente.
No me hizo ningún daño, creo que más bien me
hizo mucho bien. De allí en adelante las cosas se fueron precipitando
a mi favor.
En 1983, en este país, empecé a publicar y, curiosamente,
para mi poesía México se volvió mi país,
porque yo no tenía dónde publicar, sólo en México;
le agradezco mucho a este país la acogida que le ha dado a
mi poesía. En realidad, siendo la mía una poesía
tan distinta a la que se hace en México, nunca he entendido
muy bien por qué aquí se me ha recibido con un cierto
interés. Éste ha sido el país que me ha servido
de cauce para ir dando a conocer poco a poco mi trabajo. Retomando
la publicación del Carillón de los muertos, me llama
mucho la atención la rapidez con que narra, digamos, las
imágenes poéticas. ¿Hay alguna sensación
al escribir un poema, hay un pensamiento en particular o son muchas
cosas a la vez?
Me llama la atención que lo diga porque tiene usted toda
la razón. Es algo que rige en mi sistema poético:
esta inmediatez. Por ejemplo, escribí un poema esta mañana.
Lo escribí (es uno complicadísimo, en el cual un caballo
y yo estamos orinando en un baldío) cuando inmediatamente
surgió ese verso que fue el que me vino con toda naturalidad.
Lo apunté y luego surgió un segundo verso interminable,
muy largo, donde el caballo y yo estamos en una especie de competencia
a ver quién orina más fuerte, quién orina más
(todo esto está implícito y dicho explícito
en el texto). El poema se va bifurcando donde el caballo y yo vamos
siendo unidades separadas que van convergiendo hasta convertirse
al final del poema en una sola unidad, donde el caballo no reencarna,
pero yo sí reencarno en muchas cosas y al final reencarno
en caballo.
Todo aquello sucedió, le aseguro a usted, en menos de 15
minutos. ¿Por qué, cómo? Para mí es
un misterio, es decir, un señor que ha escrito seis mil 500
poemas todavía no sabe ni por qué escribe ni por qué
ha escrito esta mañana ni por qué le ha sucedido esta
experiencia emocional, de imágenes, que se han sucedido,
que se han bifurcado, que se han golpeado entre sí y han
tomado caminos distintos, pero al mismo tiempo lo han hecho dentro
de una gran armonía, dentro de un límite sistematizado
por algo misterioso que desemboca en un final y allí termina
todo. |
El
poema se escribió en 15 minutos. Mañana, si yo estuviera
en mi casa, lo corregiría en mi computadora, labor que me llevaría
quizá una hora, una hora y media, o sea, para corregir cuadriplicaría
o quintuplicaría el tiempo que tardé en gestar el poema.
Punto en el cual lo archivo en una carpeta y lo olvido por completo,
es decir, hay una tabula rasa de olvido, que es lo que yo creo que
emocionalmente me permite escribir otro poema al día siguiente. |
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Una
vez, estaba con un amigo, un crítico español que se
llama Jorge Rodríguez Padrón, entrando a Barcelona.
Teníamos que pagar un peaje y había siete casillas por
las que podíamos pasar. Estábamos hablando. Él
me preguntaba como crítico sobre mi poesía y le dije:
“mi poesía es una cosa que la puedes entender perfectamente
bien. Mira estas siete casillas. Vamos ahora a entrar por una de ellas.
Mi poesía entra por las siete al mismo tiempo, es decir, hay
una simultaneidad que, desde el punto de vista de la secuencia de
la escritura, es imposible que suceda como cosa única, porque
la escritura es secuencial, uno tiene que escribir palabra tras palabra.
Pero desde el punto de vista emocional, la totalidad del poema es
sólo una cosa, bifurcada y ramificada, pero sólo una
unidad”.
¿Se
refiere a una idea?
Yo diría que se refiere a una multiplicidad de cosas. Es decir,
sí, hay una idea, hay una sensación, hay una música,
hay un oído, hay una tonalidad, hay una estructura. Todos estos
fundamentos están mágicamente redondeándose en
el poema. Es como un “arroz con mango”, que decimos los
cubanos, donde las cosas están visiblemente reunidas; uno mira
el plato y dice: "ah, mira, arroz con frijoles", y ve el
plato de arroz con frijoles, pero debajo de aquello hay especias,
condimentos, sales, miles de asuntos. Y ese frijol que llegó
a mi mesa lo ha cultivado un campesino –el cual puede estar
en México– y me lo han traído a mí, a mi
casa de la Florida, y yo lo he comprado en un supermercado de la Florida,
etcétera. Es decir, esa multiplicidad de registros es lo que
mi poesía abarca, porque creo que lo que está acogiendo
es, por un lado, el espíritu humano y, por otro lado, la necesidad
de vivir espiritualmente. Y la poesía es eso: una necesidad
de expresar la búsqueda de una espiritualidad. |
Los
poetas neobarrocos contamos con pocos lectores, pero muy buenos
lectores. Y es que es una poesía que no se presta para el
mundo actual, porque necesita una devoción y una paciencia
que este mundo no nos facilita. Esto requiere algo que se acerca
a lo sagrado, es decir, a lo atónito, a lo visionario, a
lo profético. |
De
sus poemas, llama mucho la atención algunas frases. Por ejemplo:
“estamos, absortos” e inmediatamente después vienen
frases más largas. ¿Hay alguna intencionalidad?
No hay intencionalidad. Hay necesidad oscura, última, que me
hace expresarme de esta manera. Si yo digo “estamos, absortos,
y en ese “estamos” hay un “yo”, lo que estoy
simplemente diciendo es que estoy atónito ante todo: ¿Dios?,
¿muerte?, ¿trascendencia?, ¿resurrección
de la carne?, ¿escritura?, ¿yo voy a escribir un poema?,
¿quién soy yo para escribir un poema?, ¿por qué
escribo un poema?, ¿por qué empiezo este poema diciendo
“estamos, absortos”?, ¿qué me hizo escribir
esas palabras? Yo no lo sé. Vivo en un estado de absorción
y de reabsorción continua, estado que en el momento poético
se recrudece. Escribo sin darme cuenta, como un poco vivo sin darme
cuenta. Estoy abstraído. Mi poesía puede permanecer
sí o no, nunca lo sabré, qué más me da.
Lo que sí quisiera es que fuera una poesía amorosa que
le diese a los demás, que tuviese una utilidad para nuestra
sociedad, para nuestro futuro, y que fuera útil para seres
humanos lectores, más allá de mi vida y más allá
de mi presencia o de mi muerte.
¿Qué
piensa de la poesía joven?
Tengo 66 años, o sea que tengo ya una cierta edad, y para mí
es fundamental estar en contacto con la poesía joven, sobre
todo en nuestro idioma, porque es lo que me ayuda a no anquilosarme
o a no anquilosarme demasiado, porque ustedes los jóvenes son
los que, claro, llevan la batuta, la rienda, y ven las cosas de otra
manera, tienen otros registros, otros módulos de escritura,
y por allí es por donde puedo aprender y crecer, si es que
soy capaz todavía de seguir creciendo.
¿Cuáles son las corrientes poéticas en la actualidad?
Es fascinante lo que está sucediendo, porque hay dos grandes
corrientes: la más conversacional y lineal, que es por donde
yo empecé, y otra que es mucho más tensa, más
compleja, que es la neobarroca. Hay, incluso, la idea de que nosotros
los llamados poetas neobarrocos somos como una mafia, porque no tenemos
poder, pero tenemos prestigio. Somos pobres, pero somos riquísimos
por el tipo de trabajo que hacemos. Creo que hasta se nos tiene un
poco de miedo. Sin embargo, le aseguro a usted que no somos una mafia,
pues ni siquiera estamos en contacto cotidiano. Para ser una mafia
uno tiene que reunirse a ejercer de mafioso.
Nosotros vivimos en países distintos, tenemos circunstancias
distintas, pero conformamos un mapa, si no una familia íntima,
por lo menos una familia de amigos que tienen mucho en común.
Todos somos traductores. Yo he traducido mucha literatura japonesa
al castellano. Todos tenemos una relación, por ejemplo, con
el budismo zen, y si no todos, muchos de nosotros; también
con el barroco español, Góngora, el Siglo de Oro, Quevedo,
etcétera. Éstas son las dos grandes vertientes dentro
del mapa de nuestra poesía en este momento. No tenemos que
ser excluyentes los unos de los otros. Yo respeto mucho la poesía
conversacional.
Deberíamos, simplemente, estrechar lazos y abrir puentes de
auténtica comunicación entre los poetas lineales y los
poetas neobarrocos por el bien de la poesía, que después
de todo es la que importa. |
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¿Considera
que esta tendencia del neobarroco tenga que ver con la interpretación
que del lenguaje hace cada escritor, cada poeta?
Sí, sin duda. Es puro lenguaje. Es cómo uno trabaja
el lenguaje, es decir, yo miro una silla y puedo percibir la silla
sólo de dos maneras: en cuanto “silla”, o sea,
en cuanto a totalidad o en cuanto a elementos que componen y conforman
la figura de la silla. Entonces, si yo miro este objeto desde la segunda
perspectiva, tengo que ver que ahí hay un travesaño,
un asiento, un respaldo, un brazo, que el material del que está
compuesto puede ser abc, que puede ser una silla de rejilla, de respaldo
alto, de respaldo bajo… Hay miles de formas de silla. Yo debo
tener un conocimiento del concepto “silla” muy complejo,
muy arduo, y que a veces va más allá del diccionario.
Eso me lleva a una proliferación del lenguaje, la cual se va
incrustando en la poesía que nosotros hacemos. Por eso, claro,
es mucho más difícil de leer, mucho más ardua.
En efecto, contamos con pocos lectores, pero muy buenos lectores.
Y es que es una poesía que no se presta para el mundo actual,
porque necesita una devoción y una paciencia que este mundo
no nos facilita. Esto requiere algo que se acerca a lo sagrado, es
decir, a lo atónito, a lo visionario, a lo profético;
se acerca al sentarse (hoy corremos, hoy no nos sentamos), al meditar
(hoy no meditamos, hoy malamente pensamos), al saber qué es
conocimiento y sabiduría (que son dos cosas distintas). Esa
búsqueda es la que el autor tiene que exigirle al lector. Yo
soy responsable de lo que escribo, no soy responsable de que se me
lea o no se me lea. |
Vivo de palabras, segrego palabras, y las segrego de un modo muy
peculiar, por eso es poesía y no es habla cotidiana. Me refiero
al momento poético. Esa conjuración me lleva a decir
que también es una conjugación, no sólo gramatical,
sino también espiritual. Y en el espacio de la página
en blanco, que diría Mallarmé, se conjugan y conjuran
situaciones que van de lo evocativo a lo inventivo. |
En
una nota periodística que leí sobre su poesía,
hay una frase que me llamó la atención: “Conjuro
de palabras”. ¿Define esta expresión su trabajo
poético, por lo menos el del Carillón de los muertos?
Sí, sí la define. Es una buena síntesis de lo
que yo hago. La única salvedad que yo haría es la siguiente:
si es conjuro, yo no soy el conjurador, es decir, yo soy el conjurado.
Y sí, de palabras, sin duda. Yo vivo de palabras, segrego palabras,
y las segrego de un modo muy peculiar, por eso es poesía y
no es habla cotidiana. Me refiero al momento poético.
Esa conjuración me lleva a decir que también es una
conjugación, no sólo gramatical, sino también
espiritual. Y en el espacio de la página en blanco, que diría
Mallarmé, se conjugan y conjuran situaciones que van de lo
evocativo a lo inventivo. Y si se analiza mi poesía con cuidado,
y la de todos los amigos del neobarroco, se verá que hay mucha
linearidad en esa poesía, lo que pasa es que es una linearidad
que está constantemente fracturada, fraccionada, y es la diferencia.
Yo creo que es un problema de necesidad. Es un problema de cómo
funciona la cabeza, la interioridad de un ser humano. La mía
funciona parentéticamente, a nivel de bifurcaciones continuas.
Vea usted la rapidez con que hablo. Una de mis luchas interiores es
tratar de meditar y esto exige una detención en un “algo”
que puede ser palabra o imagen. A mí eso se me dificulta mucho,
porque cuando en mí surge una imagen, ya están surgiendo
diez, o cuando en mí surge una palabra ya están surgiendo
veinte.
Esa proliferación es fuente de amistad en el momento de expresarme
y es fuente de enemistad porque tengo que estar siempre controlando
el exceso. Yo, como le pasaba a Lezama Lima, estoy en el exceso. Y
en la poesía neobarroca y en la barroca también todo
es excesivo, pero dentro de ese exceso hay austeridad, hay algo parco,
hay algo también detenido en ese exceso, dado que somos poetas
contemplativos, somos poetas meditativos. Quizá esas numerosas
confluencias son las que hacen de este tipo de poesía una riqueza
dentro de nuestro idioma. |
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¿Qué
es lo que más disfruta al escribir un poema?
En efecto, me divierto mucho. Por ejemplo, hago una serie que se llama
“Divertimento”, que son poemas musicales. El divertimento
en música es una cosa muy menor, yo la he convertido para mí
en una cosa muy mayor. Son poemas donde toda mi cubanidad, de relajo,
de divertirme, de pasarla bien, de emborracharme, de estar con los
amigos, de ser un canalla, de ser un pícaro, aparece allí,
pero al mismo tiempo contrapunteado con la dificultad que es tener
que morir. |
Y
son poemas muy desgarradores, donde la osamenta, el polvo, la ceniza,
la cosa quevediana… están siempre presentes. Son como
danzas macabras, danzas medievales, y a la vez son como risotadas,
carcajadas rabelesianas, que constantemente se suceden en el texto.
En esos poemas la paso muy bien.
¿Se
siente, entonces, mejor cuando escribe un poema?
Sin duda, para mí escribir es un alivio, es mi salud. Soy un
hombre muy frágil de salud y hoy tengo 66 años, pero
estoy “cañón”, de lo mejor. Esto se debe,
en parte, a que llevo una vida muy frugal y, en parte, a la escritura.
A mí la escritura me da vida, me da longevidad, me acelera,
pero me desacelera. Si tuviese tendencia al colesterol, creo que la
escritura me bajaría los niveles de colesterol, o si tuviese
tendencia a la presión arterial alta, me la nivelaría.
Es salud para mí.
Yo hago una defensa de la poesía contra el romanticismo, contra
el decadentismo, dado que la poesía es salud y no autodestrucción,
ni suicidio, ni alcoholismo, ni droga, ni nada de eso. Sin salud no
hay proliferación de escritura. Por ejemplo, Nerval, Rimbaud,
Baudelaire… fueron grandes poetas, enormes, pero no fueron creadores
prolíficos porque no tenían la salud de cuerpo para
poder sostener esa continuidad. Se puede ser un gran poeta sin ser
un romántico loco. No hay que morir joven, como Rimbaud, con
el cuerpo descomponiéndose en un hospital de mala muerte en
Marsella; se puede morir en la cama, tranquilamente, como un TS.
Eliot, sí, y también hacer una gran poesía. Creo
que la modernidad ha roto con el mito de la perversión, ha
roto con el mito de lo orgiástico.
Vivo en un estado de absorción y de reabsorción continua,
estado que en el momento poético se recrudece. Escribo sin
darme cuenta. Estoy abstraído. Mi poesía puede permanecer
sí o no, nunca lo sabré. Lo que sí quisiera es
que fuera una poesía amorosa que tuviese una utilidad para
nuestra sociedad, para nuestro futuro, para seres humanos lectores,
más allá de mi vida y más allá de mi muerte. |
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