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Como
alumnos de la maestría y doctorado de Neuroetología
en la Universidad Veracruzana –programas que por su calidad
y excelencia académica reciben el apoyo financiero y el aval
del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt)–,
Jazmín y Emilio son un ejemplo de que la vinculación
entre la investigación y la docencia no sólo fortalece
la formación profesional de los jóvenes, sino que
arraiga en muchos de ellos la vocación científica
desde la aulas.
Para ambos, el interés que aún comparten por los reptiles
se convirtió en el eje de su trabajo desde que eran estudiantes
de Biología en la UV, cuando tuvieron los primeros contactos
con investigadores que se dedicaban a estudiar la distribución,
el hábitat, la biología, la sistemática o algún
aspecto de la vida de las especies de Veracruz, en proyectos reales,
enfocados a problemáticas regionales.
Y es que durante años, la investigación y la docencia
fueron mundos separados en la UV. La gran mayoría de los
maestros se dedicaba únicamente a las aulas y los investigadores,
a sus laboratorios, centros científicos o trabajos de campo;
de hecho, las formas de contratación laboral así lo
establecían. Fue hasta finales de los noventa cuando, como
parte de un nuevo modelo educativo, se planteó una política
institucional para tender un puente entre ambas, y se empezaron
las gestiones para hacer los cambios en la legislación y
en la práctica.
Cuando Jazmín Enríquez Roa estudió el quinto
semestre de la carrera, en el 2002, algunos investigadores ya formaban
parte de la planta docente de su facultad. Ella recuerda que en
una de las conferencias que tuvieron como parte de la clase de Modelos
Matemáticos conoció a su tutor actual, Jorge E. Morales
Mávil, y la exposición de su trabajo de ecología
de vertebrados le dio una perspectiva diferente de lo que significa
hacer investigación.
– ¿Sí hay una diferencia entre las clases que
imparten los académicos que sólo son docentes y las
que dan los investigadores?
– Yo creo que sí. Los investigadores tienen una visión
amplia, porque relacionan la investigación con las clases.
Ellos no sólo nos hablan de lo que dicen los libros, a veces
cuestionan lo que éstos dicen, nos platican sus experiencias,
nos ponen ejemplos de los proyectos que están realizando,
desarrollan temas que son más próximos a nuestra realidad,
con problemas, incluso, de nuestra región. Para mí,
eso significa más calidad en las clases, y nos pone en condiciones
ideales para vincularnos.
Además, ese cambio de perspectiva también implica
para los estudiantes entender que la investigación requiere
de propuestas mucho más específicas y de una actitud
mucho menos relajada. Al principio, yo quería estudiar cocodrilos
–dice mientras sonríe–, pero hacerlo por mi cuenta
y sin un proyecto real era mucho más complicado; entonces,
entendí que la investigación es más sólida
si se hace en equipo, y también que requiere disciplina,
constancia, compromiso, leer mucho, mejorar los hábitos,
llegar temprano, trabajar por objetivos, ser organizado. Para hacer
investigación, uno debe entender que además de un
buen promedio se necesita muchísima dedicación.
El contacto con Morales Mávil y la inquietud científica
de Jazmín dieron como resultado que ella se titulara al terminar
el octavo semestre con un trabajo de investigación en torno
a la diversidad y distribución de anfibios y reptiles (incluso
en categorías de riesgo) en una de las Áreas Naturales
Protegidas (ANP) de Veracruz, y que este trabajo, al mismo tiempo,
formara parte de un proyecto financiado por Conacyt con más
de 3 millones de pesos que coordinó durante dos años
Morales Mávil.
Para el investigador del Instituto de Neuroetología, el contacto
con Jazmín y otros de sus compañeros (en total, se
titularon cinco estudiantes de licenciatura) fue definitivo para
llevar a cabo este proyecto: “Todos salimos ganando. Ella,
por ejemplo, hizo su tesis y empezó su formación científica
becada por Conacyt; apoyó un trabajo de enorme pertinencia
social que yo coordiné, es cierto, pero que llevaba implícito
el prestigio de la UV, y, además, aportó nuevos conocimientos
que servirán de base para toma de decisiones y acciones de
gobierno para la conservación y gestión de ANP en
Veracruz”.
Emilio Suárez Domínguez coincide con Jazmín
en que, durante años, la docencia estuvo estancada en la
Facultad de Biología de Xalapa, donde los dos estudiaron.
Sin embargo, las condiciones de él fueron aún más
complicadas, pues los alumnos de entonces (mediados de los noventa)
que tuvieron interés por la investigación debieron
buscar tutores fuera de su escuela, porque en esos años los
investigadores no daban clases en licenciatura. “El 70 por
ciento de mis maestros repetían la misma información
que habían venido trabajando durante años, no estaban
actualizados, no leían libros ni publicaciones científicas
recientes, no daban información suficiente, no nos asesoraban
para saber cómo elegir líneas de investigación”,
recuerda.
– ¿Crees que esa desinformación contribuye a
que muchos alumnos desistan de la idea de hacer investigación?
– Creo que si tienes verdadera vocación eso no te afecta,
porque si te interesa tú buscas por tu cuenta. Antes de conocer
al doctor Morales Mávil, yo leí los artículos
que publicaba, lo ubiqué en la bibliografía y por
eso supe que estaba en la UV; después lo busqué en
el instituto y le pedí que asesorara como tutor externo mi
tesis de licenciatura, porque como no era maestro no podía
ser mi asesor principal. Lo que sí sé es que mucha
gente ingresa a los posgrados no porque quiera hacer investigación,
sino porque ven una beca de estudios como una oportunidad de trabajo,
como un salario, como una posibilidad de tener un ingreso constante,
y hacen de “ser estudiante” una profesión, y
creo que ese también es un grave problema.
Emilio pide que remarque que en la planta docente hay excepciones
que los estudiantes identifican fácilmente, maestros que
son mucho más comprometidos y guían a los alumnos
dentro y fuera de las aulas; uno de ellos es Salvador Guzmán,
coordinador del Herpetario de la Facultad en aquel entonces. “Él
era uno de los pocos que siempre se preocupaba por apoyarnos y no
se conformaba con cumplir en la clase, y era sólo un docente,
cierto, pero procuraba estar actualizado, leer artículos
de investigación, compartir lo que sabía con nosotros
y orientarnos para saber dónde buscar la información
que necesitábamos”, comenta.
Con el apoyo inicial de Guzmán y el posterior de Morales
Mávil, Emilio se tituló de la licenciatura con un
proyecto de investigación en torno a la incubación
de huevos de iguana verde bajo condiciones seminatural y artificial.
El investigador también lo orientó durante su maestría
en el Instituto de Ecología AC, en la que estudió
el tamaño del ámbito hogareño y el uso del
hábitat de la iguana negra en la región de La Mancha,
Veracruz, y lo integró –como a Jazmín–
en proyectos de investigación para el rescate de fauna en
zonas petroleras y en otras investigaciones de impacto ambiental
que fueron financiadas por Petróleos Mexicanos y otras instancias.
Para Morales Mávil, la política de la UV que implica
vincular la investigación a la docencia genera tantos retos
para los profesores como para los investigadores, porque los impulsa
a trabajar en equipo y a combinar sus fortalezas, pues “si
bien es cierto que hay docentes que no saben hacer investigación,
también hay investigadores que no saben enseñar”,
reconoce.
“Al final, lo que todos buscamos es apoyarnos mutuamente y
hacer coincidir nuestros objetivos individuales y colectivos: preparar
mejor a los muchachos, tener más apoyos para nuestros proyectos
de investigación, obtener más recursos externos, pero
al mismo tiempo formar mejores científicos, contribuir a
resolver problemas de nuestro entorno, aportar nuevos conocimientos
e impulsar así el desarrollo del país”, señala.
Las acciones de la UV para mejorar la formación de científicos
son especialmente valiosas si se considera que, según cifras
de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico (OCDE), en México se gradúan, cada
año, alrededor de mil 500 doctores, potencial mínimo
si se compara con la producción de países como Brasil
o España, que titulan más de 10 mil, o Estados Unidos,
que logra cerca de cien mil anualmente.
Como lo ha dicho ya René Drucker, ex director del CONACYT
y de la Academia Mexicana de Ciencias, cada vez son menos los jóvenes
que se interesan en la ciencia, porque para ellos, la investigación
no es una forma de vida. Por eso, los esfuerzos locales para dar
las condiciones que hagan crecer a este sector son dignos de reconocimiento. |