|
Cuando nace, empieza a nadar al moverse la cola. Va en búsqueda
de una superficie dura. Al encontrarla, echa raíces y ahí
se quedará toda su vida alimentándose pasivamente
de las corrientes de agua. La primera cosa que hace al encontrar
su hogar es comerse su propio cerebro, pues ya no sirve porque su
única función es mover la cola para nadar. Dice el
autor que esto nos recuerda a los académicos que llegan a
tener una plaza de tiempo completo y la primera cosa que hacen es
comerse su propio cerebro, pues ahora ¿de qué sirve?
Menciono esta anécdota no para hacer un reproche a los académicos,
pues la mayoría no son así, sino para resaltar una
posición social muy poco común, la de una plaza de
tiempo completo que ofrece una seguridad laboral de por vida. Casi
la totalidad de las entidades sociales, sea a nivel individual (un
empleado por ejemplo) u organizativo (como un negocio o una universidad,
especialmente privada), tienen que preocuparse por su existencia
a futuro. A condición de que exista la competencia, o sea,
la posibilidad de que otro negocio le gane a los clientes o que
los estudiantes se inscriban en otra universidad o, incluso, que
la esposa de uno se vaya con otro hombre, uno tiene que preocuparse
por cómo sacarle ventaja a los rivales y seguir ocupando
el espacio social que tiene. En síntesis, tiene que innovarse.
Sea la conducta de un individuo, los productos que un negocio vende
o el currículo de un programa de estudios universitarios,
estas cosas no cayeron ya hechas del cielo, sino que fueron realizadas,
implícita o explícitamente, mediante un proceso de
investigación. Las grandes compañías tienen
sus departamentos de research and development. Si todavía
estuviera vendiendo Windows 95, Microsoft ya no sería el
líder mundial que es, por lo cual la innovación en
el mundo de los negocios nos parece una necesidad obvia. Últimamente,
los investigadores mexicanos han estado insistiendo que la innovación
es también válida para las universidades. Dicen que
la investigación debería tener un papel más
prominente en la función sustantiva de las instituciones
de educación superior. En eso tienen razón, pero yo
iría más lejos aún: en la medida en que las
universidades no se conviertan en instituciones principalmente de
investigación, los pueblos a los que sirven se verán
cada vez más rezagados económica y socialmente.
La necesidad de esta reconceptualización de la universidad
se debe a la naturaleza de la sociedad en la que nos encontramos
cada vez más insertos. Estamos dejando atrás la sociedad
industrial y entrando a la sociedad o economía del conocimiento.
En esta última, el conocimiento es el producto que se genera
y se vende, y llega a caracterizar y dirigir las actividades tanto
económicas como sociales y culturales de una sociedad. En
general, en la sociedad del conocimiento, los trabajadores utilizan
más sus cabezas que sus cuerpos.
Parecería que las universidades están idóneamente
ubicadas para aprovechar esta nueva sociedad, pues con qué
tienen que ver sus bibliotecas, seminarios y clases sino con el
conocimiento. La verdad, en tanto instituciones de docencia, las
universidades no tienen mucho que ver con el conocimiento, sino
con la información y su transmisión. Pero, ¿cómo
se distingue la información del conocimiento?
La información es un conjunto de datos que describen algún
estado de cosas en el mundo. Puede codificarse en un mensaje que
es trasmitido simbólicamente, como lo hace bastante bien
el buscador de Google. El conocimiento, en cambio, es lo que surge
al relacionar la información con la experiencia. Es saber
utilizar y aplicar la información gracias al entendimiento
de cómo la información se conecta entre sí
en el mundo de la experiencia.
En un silogismo, los distintos términos serían los
datos, como “mortales” y “hombres”. Una
vez contextualizados, los datos cobran significado y nos dicen algo
acerca del mundo, nos dan información, como en la premisa
“Todos los hombres son mortales”. Pero el conocimiento
surge sólo al articularse diferentes piezas de información
en un argumento. Francis Bacon dijo que el conocimiento es poder,
y es poder precisamente porque nos permite derivar las consecuencias
de la relación entre diferentes piezas de información
en el mundo de la experiencia; vemos las cadenas causales que nos
permiten predecir el futuro y cambiarlo. La información describe,
el conocimiento explica.
Líneas arriba dije que las universidades, en tanto instituciones
de docencia, tienen más que ver con la información
que con el conocimiento. Las mentes de los estudiantes están
inundadas de información: fechas, hechos históricos,
definiciones, etcétera. Pero se enseñan también
teorías y ecuaciones. ¿No es conocimiento eso? Ciertamente
lo es. Las teorías explican nuestra realidad al aplicar leyes
generales a casos específicos, y eso, sin duda, es más
poderoso que diversos pedazos aislados de información. Pero,
como comenté al principio, lo que hace que una institución
o pueblo permanezca vital y productivo es su capacidad de innovación.
Eso no consiste en un cúmulo de conocimiento sistematizado,
sino en la capacidad de crear nuevo conocimiento.
El conocimiento sistematizado es útil, sin duda, pero en
la universidad se presenta y se trasmite como si fuera mera información,
como hechos plasmados en tablas que se bajaron de la montaña,
mas no es así. Ese conocimiento surgió en algún
momento debido a una necesidad de entender nuestro mundo. Vuelvo,
en este punto, a la relación entre experiencia y conocimiento.
A veces experimentamos un choque entre nuestro conocimiento sistematizado
y nuestra experiencia en el mundo. El primero no predice el segundo,
y esa sorpresa nos lleva a proponer una nueva hipótesis o
teoría para dar cuenta de nuestra experiencia. El proceso
de formar y probar hipótesis es, de hecho, la única
operación lógica que expande el conocimiento. C. S.
Peirce llamaba a esta operación abducción. Una vez
formada la hipótesis, deducimos la consecuencias de su aplicación
en la experiencia (deducción), luego probamos la hipótesis
en la experiencia para ver si esas consecuencias se dan (inducción).
Lo que acabo de describir es el método científico,
el proceso de investigación. El conocimiento que se presenta
y se trasmite, en forma deductiva, en las universidades es la serie
de hipótesis o innovaciones que han aguantado la prueba del
tiempo y que aún no han sido falsificadas por la experiencia.
Los alumnos reciben este conocimiento y, a veces, pueden aplicarlo
exitosamente, pero tarde o temprano ese conocimiento les va a llegar
a fallar. Generaciones de estudiantes formados de esta manera tendrán
como resultado una sociedad a la que no le queda sino consumir el
conocimiento generado por otra sociedad. Pero los alumnos formados
en universidades cuya función principal es la investigación
dispondrán no solamente del cúmulo de conocimientos,
sino también de la habilidad imaginativa de formar hipótesis
nuevas, o sea, de innovarse. Esta habilidad no se aprende de libros
como si fuera un dato más entre los millones que conforman
el edificio del conocimiento sistematizado, sino, como decía
Aristóteles, en la práctica. Si es así, entonces
está claro que la prosperidad de la sociedad empieza no en
el aula, sino en el laboratorio (laboratorio en el sentido etimológico
de un espacio donde se labora).
NOTA
1.
Doctor en Filosofía por el Boston College e investigador
del Instituto de Filosofía de la Universidad Veracruzana. |