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Casi
dos ciclos de labor editorial
José
Luis Rivas 1 |
La
tarea de una editorial universitaria es conservar el pensamiento
de los hombres eminentes que han creado el arte, la ciencia, la
cultura y la técnica |
Cada
cosa halla su explicación retrotrayéndola a sus orígenes,
y en el inicio de toda empresa humana hay una especie de recepción
de una estafeta de signo especial. Refiramos el paso de una de ellas,
pues –como señalaba Eugenio D’Ors– los inexhaustos
manantiales de la cultura humana "pasan perpetuamente por canales
de tradiciones, las cuales dan cuenta de beneficios trasmitidos de
generación en generación, de una continuidad en el tiempo,
de una solidaridad a despecho del tiempo".
En un discurso pronunciado en l956, siendo rector de la Universidad
Veracruzana (UV), don Fernando Salmerón señaló
los objetivos que una universidad debía cumplir: No se trata
–dijo entonces, palabras más palabras menos– de
que la institución solucione problemas prácticos del
entorno, sino que reflexione. La universidad está basada en
el supuesto de que en algún lugar del Estado debe existir una
organización cuyo propósito sea meditar a fondo sobre
los problemas intelectuales más importantes. Su finalidad debe
ser contribuir a aclarar las grandes cuestiones que se plantean los
pensadores y los hombres de acción. No basta con trasmitir,
más o menos fielmente, las experiencias pasadas.
Estas palabras recuerdan otras que, sin duda, las complementan. En
su ensayo "Misión de la Universidad", publicado en
1930, el ilustre filósofo José Ortega y Gasset, fundador
de la extraordinaria Revista de Occidente, al analizar la situación
en que se hallaba la universidad de esos tiempos, recalcaba que en
ella se privilegiaba el profesionalismo y la investigación,
y se dejaba como aspecto secundario lo que se ha llamado la cultura
general. Grave relegación que dio lugar a una sonora protesta
de Ortega, quien consideraba que antes de preparar a los estudiantes
para ejercer una profesión y para investigar en el campo científico,
se debía dar una preparación para la vida, en la que
la cultura fuera el eje fundamental. "Cultura –escribió–
es lo que salva del naufragio vital (...) es lo que permite al hombre
vivir sin que su vida sea una tragedia sin sentido o un envilecimiento
radical". Y agregó: "Al deslindarse la enseñanza
de la cultura, privilegiando el profesionalismo y la investigación
científica, se ha creado el nuevo bárbaro, retrasado
con respecto a su época, arcaico y primitivo en comparación
con la terrible actualidad. Este nuevo bárbaro es principalmente
el profesional, más sabio que nunca, pero más inculto
también: el ingeniero, el médico, el abogado, el científico".
La conclusión extraída por don José es la siguiente:
"Es ineludible crear de nuevo en la universidad la enseñanza
de la cultura o sistema de ideas vivas que el tiempo posee. Ésa
es la tarea universitaria radical. Eso tiene que ser, antes y más
que ninguna otra cosa, la Universidad."
En la actualidad, gracias a la privilegiada perspectiva que abre el
tiempo transcurrido, podemos apreciar la hondura con que calaron esas
palabras de Ortega en don Fernando, uno de los principales ideólogos
de la política cultural que ha promovido y sustentado la Universidad
Veracruzana a lo largo de los años.
Salmerón, discípulo cercano de Ortega, contribuyó
a levantar los cimientos de nuestra casa de estudios, que se ha constituido
en la gran sustentadora del espíritu en el estado de Veracruz
y que ha proyectado al mundo la literatura, las artes y las ciencias,
en gran medida a través de su formidable empresa editorial.
Y es que la universidad tiene, en efecto, también la misión
de buscar la verdad en la comunidad de docentes, investigadores, creadores
y discípulos, porque en ella
–como escribió Karl Jaspers– "se realiza el
querer saber originario, que en primer término no tiene otro
fin que el llegar a saber qué es lo que es posible conocer
y qué es lo que por medio del conocimiento resulta de nosotros.
El goce de saber halla su cumplimiento en el ver, en la metódica
del pensamiento, en la autocrítica como educación para
la objetividad. Pero, a la vez, también se hace la experiencia
de los límites, del no-saber propiamente dicho, así
como de todo aquello que espiritualmente hay que soportar en la aventura
del conocer".
Ahora bien, si de lo anterior se infiere que la verdadera tarea de
la universidad es hacer y difundir cultura, y pensar, generar e irradiar
conocimiento, la tarea de una editorial universitaria digna de ese
nombre es conservar para las generaciones posteriores el pensamiento
de los hombres eminentes que han creado el arte, la ciencia, la cultura
y la técnica.
Este año, en que celebramos el primer medio siglo de vida de
nuestra casa editora, cabe subrayar que el extenso catálogo
de publicaciones de la UV
–alimentado poderosamente por selectas corrientes externas,
pero fundado sustancialmente en el trabajo fecundo de los académicos
de las diversas facultades e institutos de nuestra alma máter
y, específicamente, en revistas del talante de La Palabra y
el Hombre, La Ciencia y el Hombre, Texto Crítico y Tramoya,
por mencionar las emblemáticas– ha venido cumpliendo
entre nosotros con una de las funciones apuntadas por los magníficos
ideales de Salmerón y de Ortega
y Gasset. |
Fernando
Salmerón, uno de los principales ideólogos de la política
cultural que ha promovido la UV.
(Foto: Acervo de la Fototeca de la UV) |
A
ese gran catálogo y fuente de conocimiento hay que agregar
que la Universidad tiene el privilegio de contar, como integrante
de su claustro, con una persona que, aparte de ser el autor de una
gran obra literaria, encarna el prototipo del hombre de gran cultura:
el maestro Sergio Pitol, en quien la avidez de conocimiento, la reflexión
y el despliegue de las capacidades creadoras constituyen propiamente
una segunda naturaleza. Ni qué decir de la presencia de otro
Sergio, el de apellido Galindo, el cual ha poseído un relieve
muy singular, pues, además de su copiosa y valiosa producción
literaria, que lo lista entre los narradores hispanoamericanos más
sobresalientes, desarrolló también una importante labor
como editor y promotor de la cultura. Su espléndido desempeño
al frente de nuestra editorial hizo posible la proyección de
una clara visión humanística que puso muy pronto al
alcance del público lector descollantes manifestaciones del
pensamiento y de la literatura hispanoamericana y de muchos otros
ámbitos. |
Las
causas de ese fenómeno han sido formuladas, con su precisión
habitual, por Agustín del Moral: "En la pequeña
universidad de provincia que en los lejanos años cincuenta
del siglo XX era la Universidad Veracruzana, en el México
empeñado en la búsqueda de una identidad nacional
y, por ello mismo, en imbuir todas sus iniciativas y todos sus proyectos
de un espíritu nacionalista, Galindo fundó una editorial
de alientos y alcances universales. Superando las tentaciones del
regionalismo y el nacionalismo, apostó por una editorial
abierta al pensamiento universal. En este sentido, Sergio Galindo
fue algo más que el fundador y director de la Editorial de
la Universidad Veracruzana.(...) Para ponerlo en otros términos,
si estuvo en condiciones de fundar y dirigir una editorial que hoy
en día es una institución nacional fue porque la asentó
sobre bases universales."
Sobra decir que dicha labor, señera en nuestro país
en el ámbito universitario de provincia, disfruta también
de un significativo reconocimiento fuera de nuestro país,
y que ese aprecio puede considerarse una consecuencia natural, pues
a su singular vocación como difusor de la cultura, el maestro
Galindo aunó en todo momento el ejercicio de una penetrante
visión crítica, bajo el signo de un resuelto y único
compromiso con la inteligencia.
*
En
adelante, voy a referirme al trabajo realizado durante el amplio
lapso –un poco más de 13 años– en el que
tuve la oportunidad de intentar prolongar la estupenda labor desarrollada
por Sergio Galindo y por quienes condujeron, después de él,
la labor editorial de la Universidad Veracruzana, entre ellos Sergio
Pitol, Juan Vicente Melo, Luis Arturo Ramos, César Rodríguez
Chicharro, Rosa María Phillips y Jaime Augusto Shelley.
Como antes apunté, históricamente la Editorial de
la UV ha difundido las obras más significativas de las tareas
docentes y de investigación de nuestra casa de estudios,
acción desplegada a lo largo del tiempo –salvo durante
algunas siempre sensibles interrupciones– y que le ha conferido
una palpable consolidación concreta. Así que, desde
el inicio de mi desempeño como editor, busqué que
la nueva época en ciernes de la editorial, cuya guía
me había sido confiada, entroncara con la noble y robusta
tradición editorial y de difusión de la cultura que
la antecedía. De esta manera, llevar adelante las huellas
del referido proyecto –seguir dando acogida en nuestro catálogo
a las obras más representativas de la esfera del conocimiento
y la cultura– fue desde un principio el objetivo que el equipo
de la Dirección Editorial tuvo a la vista en todo momento.
Cabe señalar que, si bien tuvieron lugar algunas iniciativas
y muestras de calidad en el plano de las publicaciones antes del
axial año de l957 –en especial, la aparición
de los libros Lascas, de Salvador Díaz Mirón, y Caracteres
de la Literatura Italiana, que fueron dados a la estampa gracias
a los buenos oficios del maestro Librado Basilio dentro de la incipiente
colección Biblioteca Universitaria–, el hecho capital
en el ámbito editorial, que asienta un punto culminante en
la historia de nuestra casa de estudios, se produjo durante la sesión
del Consejo Universitario del 20 de febrero de l957, en cuyo seno
se tomó el acuerdo para constituir el Departamento Editorial,
y cuyo mando fue confiado al talentoso escritor Sergio Galindo.
Así, la instauración del Departamento Editorial, por
parte de los directores de la política cultural de nuestra
universidad, satisfacía plenamente la necesidad de dotar
a la institución de un órgano que la potenciara en
los diversos dominios de su hacer, dándole la forma palpable
de libros y de publicaciones periódicas a una parte considerable
de la producción interna de los autores de la Universidad,
así como a múltiples expresiones de importancia del
ámbito cultural de ese momento, ya generadas dentro o fuera
de nuestro territorio nacional. Porque la gran empresa editorial
de la Universidad Veracruzana alcanza, desde un principio, gran
robustez gracias a la amplia concepción de la cultura de
Sergio Galindo y de su mentor Fernando Salmerón: una concepción
que podríamos llamar osmótica, es decir, de penetración
e influencia recíproca. Ellos supieron con gran lucidez que
al dar cabida en el catálogo de la UV a las obras más
relevantes de la cultura de la época estaban configurando
un acervo de excelencia que promovía de modo natural, entre
los miembros de la comunidad universitaria del país, la más
legítima de las aspiraciones: componer obras que estuviesen
a la altura de las que ostentaban el sello editorial de nuestra
casa editora. |
*
El
que presento en estas líneas es un balance somero de los
resultados obtenidos a lo largo de los l3 años y medio en
que estuve al frente de la Dirección Editorial (septiembre
de 1992-abril de 2006), un avance del trabajo desarrollado durante
el último año del lapso referido, la mención
de algunas propuestas suplementarias y de algunos documentos presentados
ante el Consejo Editorial en sus dos últimas sesiones del
año 2005.
La Editorial, entre 1957 y l992, publicó mil 34 títulos,
cantidad que arroja un promedio de 29.5 libros por año. Entre
l993 y 2005, editó 855 títulos, con una media anual
de 65. En otras palabras, atendiendo al promedio anual, en los últimos
l3 años se publicó más del doble de libros
que en los primeros 35 años, aunque cabe hacer notar que
en este último periodo hubo algunos años en que, por
decisión de algunos rectores, se suspendieron las actividades
editoriales.
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A
lo largo de 13 años, José Luis Rivas prolongó
la estupenda labor desarrollada por Sergio Galindo y por quienes
lo sucedieron.
(Foto: Manuel González) |
A
este respecto, dignas de aplauso son las gestiones de Roberto Bravo
Garzón, un rector a quien debe mucho la Universidad en cuanto
al fomento y a la reanudación, cuando han sido suspendidas,
de las actividades editoriales.
La labor editorial de la UV durante el periodo de mi desempeño
estuvo sustentada en cuatro colecciones básicas (tres de ellas
ya existentes, pero que fueron adquiriendo una nueva fisonomía
en el plano del diseño editorial): Ficción, Biblioteca,
Textos Universitarios y la Serie Especial. Se procuró, en todo
momento, que los 65 títulos anuales que en promedio se publicaron
en ese lapso fueran el reflejo de la vida interna de nuestra casa
de estudios y de su necesaria proyección más allá
de los muros que la delimitan. En ese sentido se buscó continuar
la histórica labor de la colección Ficción: difundir
textos de creación literaria, lo mismo de autores noveles que
consagrados, atendiendo exclusivamente a su calidad, certificada por
eficientes evaluadores. Esta difusión no se limitó,
desde luego, a los autores de nuestro idioma, pues cuando fue el caso
se realizaron cuidadosas traducciones.
Se consolidó también la función de la colección
Biblioteca: albergar trabajos de naturaleza ensayística sobre
múltiples temas. Además, se afianzó el alcance
de la colección Textos Universitarios, específicamente
destinada a apoyar la labor docente de nuestros académicos.
Un ejemplo del equilibrio alcanzado en esta tarea es el balance que
arroja la producción editorial del año 2005: del total
de autores que participaron en la edición de los 66 títulos
(o sea, libros y publicaciones periódicas), un 16.6 por ciento
fue de autores externos a la Universidad y el 83.4 por ciento restante
de académicos de nuestra casa de estudios. Si consideramos
el número de autores que colaboraron en compilaciones y publicaciones
periódicas, podemos destacar que 240 académicos de la
UV publicaron alguna obra (libro, ensayo o artículo) en el
año referido. Mientras que, de los 855 títulos publicados
en los últimos l3 años, el 78.6 por ciento correspondió
a académicos de nuestra institución.
En el curso de esos l3 años, se impulsó la creación
de una nueva colección, la Serie Especial –destinada
a acoger en su seno libros de arte o sujetos a un tratamiento singular–
así como el surgimiento de las colecciones Ficción Breve
y Biblioteca Breve, hijas gemelas, pero en formato menor, de las que
les dieron origen. Entre los libros de la serie especial merecen destacarse:
Tlacotalpan, de Mariana Yampolsky, con presentación de Elena
Poniatowska; Sol de plata, del gran fotógrafo veracruzano Joaquín
Santamaría; la versión española de La isla de
Bali, de Miguel Covarrubias; el guión cinematográfico
de El coronel no tiene quien le escriba, escrito por Paz Alicia Garcíadiego
y llevado a la pantalla por Arturo Ripstein; Ensayos sobre la cultura
de Veracruz, obra coordinada por Félix Báez-Jorge y
José Velasco Toro, y Veracruz-La Habana / La Habana-Veracruz,
coordinado por Bernardo García Díaz. |
En
junio de 1994, durante el rectorado de Emilio Gidi se conformó
el Consejo Editorial de la UV. El primero en presidirlo fue Luis
Arturo Ramos. |
Aunque en sentido estricto también de trata de una nueva
serie, la colección Carlos Fuentes ocupa, sin embargo, un
lugar aparte dentro del marco de nuestra producción editorial:
en primer lugar, porque está estrechamente vinculada al gran
escritor mexicano, cuyo nombre honrosamente lleva, y en segundo
lugar, porque los títulos que la componen son escogidos directamente
por el autor de Aura, en una decisión que ha permitido incorporar
a nuestro catálogo a grandes escritores universales de todos
los tiempos: Miguel de Cervantes Saavedra (El Ingenioso Hidalgo
Don Quijote de la Mancha, prologado por el propio Carlos Fuentes),
Gabriel García Márquez (Cien años de soledad,
presentado por Carlos Fuentes), Julio Cortázar (Bestiario),
Juan Rulfo (El llano en llamas), Robert Louis Stevenson (La isla
del tesoro, con prólogo de Fernando Savater), Alejandro Dumas
(Los tres mosqueteros), Nikolai V. Mogol (Cuentos de San Petersburgo),
Mark Twain (Las aventuras de Huckleberry Finn), Bram Stoker (Drácula)
y Julio Verne (Viaje al centro de la tierra).
También hay que destacar la reedición de obras representativas
de nuestro catálogo. Así, vieron la luz nuevamente
con el sello de la UV obras como Magia de la risa, de Octavio Paz
y Alfonso Medellín Zenil; Los tepehuas, de Roberto Williams
(ambas obras con un diseño editorial apegado al de su primera
aparición); Infierno de todos, de Sergio Pitol (con un nuevo
diseño de portada de Leticia Tarragó); Cruce de caminos,
de Juan García Ponce; Ese puerto existe, de Blanca Varela
(obra prologada por Octavio Paz), y El lugar donde crece la hierba,
de Luisa Josefina Hernández. Se incorporaron, asimismo, nuevos
títulos de esta última autora, así como del
gran dramaturgo veracruzano Emilio Carballido, de José de
la Colina (Personerío), de Álvaro Mutis (Reseña
de los hospitales de ultramar y otros poemas), de Fernando Savater
(Apóstatas razonables y A decir verdad), de Alberto Manguel
(El libro de los elogios, prologado por Enrique Vila Matas), de
Augusto Monterroso (Antología), de Saúl Yurkievich
(Retener sin detener) y de Vicente Leñero (¿Te acuerdas
de Rulfo, Juan José Arreola?).
Nuestro catálogo se enriqueció, además, con
grandes autores de la literatura contemporánea: Galway Kinnell
(El libro de las pesadillas), Jay Wright (Boleros) y Randall Watson
(Las delaciones del sueño), por ejemplo; y con grandes títulos
de la literatura mundial: Los negros, de Jean Genet; El jardín
de los cerezos, de Antón Chéjov; El viaje de invierno,
de George Perec; El triunfo de la belleza, de Joseph Roth; El tormento
de los saquitos de cuero, de Heimito von Doderer; Las montañas
que están toda la vida, de Tomaz Salamun; Loxandra, de Maria
Iordaniy, y las biografías de Bouffon y de Kafka, de mano
de Pierre Gascar y Claude David, respectivamente.
Pródiga como es, la producción de grandes autores
veracruzanos se vio representada por obras como Otilia Rauda, de
Sergio Galindo; La rueca de Onfalia, de Juan Vicente Melo; Lolita
toca ese vals, de Jorge López Páez; Intramuros y Este
era un gato, de Luis Arturo Ramos, y la Antología personal,
de Beatriz Espejo. Respecto a los jóvenes autores de Veracruz,
caber señalar que sus primeras obras de creación están
listadas en nuestro catálogo: Nuestra alma melancólica
en conserva y Alberto Onofre: un crack mexicano, de Agustín
del Moral Tejeda; La isla de madera, de Rafael Antúnez; La
casa de la pereza, de Juan Joaquín Pérez Tejada; Vista
envés de un cuerpo, de José Homero, y El arrebato
de las certezas, de Víctor Hugo Vázquez Rentería.
Por otra parte, se publicaron libros sobre grandes exponentes del
pensamiento y la literatura: Edgar Morin, visto por los participantes
del coloquio del Centre Culturel International de Cerisy-La-Salle
(En torno a Edgar Morin. Argumentos para un método); Michel
Foucault (Estudios sobre Foucault, de Oscar Martiarena); José
Gaos (Estancias y visiones de un transterrado, de Octavio Castro
López); Romano Guardini (un libro acerca de la vida y obra
de este personaje, que escribió Robert Krieg), y Gonzalo
Aguirre Beltrán (Homenaje nacional). A ellos hay que sumar
Los puentes de la traducción. Octavio paz y la poesía
francesa, de Fabienne Bradu, y La Babilonia de Hierro, un volumen
sobre José Juan Tablada y cuya autora es Esther Hernández
Palacios.
Mención aparte merecen dos grandes obras: El corazón
de las tinieblas, de Joseph Conrad, y Las puertas del paraíso,
de Jerzy Andrzejewzky, traducidas admirablemente por Sergio Pitol.
Asimismo, se cuidó la labor de coedición: sellos como
los de la UNAM, El Colegio de México, Smithsonian Institute,
Porrúa, Trilce, Aldus, Océano y Fondo de Cultura Económica,
entre otros, sumaron sus esfuerzos con los nuestros para dar a luz
numerosos títulos.
Esta labor tan amplia y diversa estuvo acompañada por un
espacio de difusión propio que dio cuenta, desde el verano
de 2001, de nuestra producción editorial, de nuestros autores
y de algunos aspectos del mundo editorial, me refiero al boletín
Corre, lee y dile, publicación trimestral que en el verano
de 2005 alcanzó sus números l5 y 16.
Como parte de la proyección extramuros de su labor, la Editorial
asumió la organización de la Feria del Libro Universitario,
que conoció siete ediciones nacionales (1994-2000) y que
cuenta ya con seis internacionales (2001-2006), con resultados que
la han situado muy bien en el contexto nacional e internacional
de su especialidad. Dignos de nota son su foro académico,
que se desarrolla alrededor de un eje temático, así
como la entrega de la Medalla al Mérito Universidad Veracruzana
y del Premio al Estudiante Universitario.
Finalmente, conviene destacar también el proceso de conformación,
en junio de 1994, del Consejo Editorial y su importante labor de
sostén de nuestras tareas. Este órgano colegiado,
integrado por l8 académicos de las diversas disciplinas,
normó nuestra política editorial y estableció
criterios y disposiciones para el correcto desarrollo de las tareas
editoriales.
1.
Miembro del Instituto de Investigaciones Lingüístico
Literarias de la UV y ex director de la Editorial de la UV.
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