|
|
Sergio
Galindo, editor visionario y creador
José
Luis Martínez Suárez 1 |
El
libro es uno de los grandes símbolos de la cultura, ya que
la posesión y desarrollo de la escritura ha sido históricamente
la diferencia fundamental en el perfeccionamiento de las civilizaciones,
y aquellas que no lo lograron fueron condenadas a la desaparición
o a un régimen permanente de cultura arcaica; de ahí
que escribir sea un postulado sobre el que se han construido las
civilizaciones. Incluso antes del nacimiento de la imprenta, Occidente
optó por el libro como el medio eficaz para transmitir los
conocimientos, resguardar la memoria histórica, difundir
los valores, estimular la imaginación y establecer los principios
filosóficos de sus pueblos. Esa apuesta que Occidente hizo
a favor del libro resultó benéfica y fructífera:
civilizaciones enteras se han construido a partir del libro.
Si el anterior planteamiento no resulta desconocido para un lector
habitual, hay que reconocer que una gran cantidad de personas desconoce
la función desempeñada en el mundo del libro –donde
destacan autores y lectores– por otro elemento importantísimo
en ese universo: el editor. La labor de éste excede el limitado
marco del circuito comercial. Su papel no se reduce a poner en contacto
a un producto con un consumidor, sino que sus características
y las de los libros hacen que esta primera función deba tener
en cuenta necesidades culturales, estéticas y educativas,
mas el editor cumple en conciencia con muchas otras tareas dentro
del mundo de la cultura. En concreto, es un creador, ya que combina
el gusto y las necesidades del público.
También el editor es un empresario, pero un empresario que
cuando se compromete con la inteligencia se convierte en un elemento
esencial de la promoción cultural. Más aún:
"La función de un editor es poner en contacto gente
que tiene algo que decir con gente que quiere escuchar; es facilitar
contenidos culturales, educacionales e informativos a quien le interesa;
y nuestra obligación es hacer los contenidos lo más
dignos que sepamos hacerlos y facilitar los canales para que llegue
a cuanta más gente mejor, con la mejor calidad…",
afirma, precisamente, el editor español, José Manuel
Lara Bosch. De tal manera que el editor es, pues, un elemento fundamental
para el mundo que construye el libro.
Ahora bien, la presión ejercida contra las nuevas generaciones
de escritores, para someterse a parámetros que inhiben el
acto mismo de la escritura, es una espada de Damocles que atenta
contra la creatividad, y corre el peligro de convertirse en una
guillotina que cercenaría la cabeza misma de la literatura.
Por ello es que necesitamos editores que sepan realizar su trabajo.
Pensemos, entonces, en una posible formulación del trabajo
de un editor: éste debe ser un radar y una esponja de su
tiempo y sociedad, ver lo que es necesario para el lector potencial
y, entre otras cosas, detectar lo que existe en el marco de su tiempo
y merece ser comunicado al público, lo que sin existir debe
empezar a ser formulado en cuanto proposición de temas, textos,
personajes y valores, y lo que ha existido y debería ser
rescatado.
En definitiva, un editor tiene que proponer valores, y ello sólo
se consigue con un amplio criterio, el cual permite hacer propuestas
coherentes que amplíen el horizonte del lector. Editar implica
siempre una responsabilidad social. En el mejor de los casos, editar
es avanzar, es proponer construir mejores ciudadanos, más
autónomos, más críticos, más sensibles,
más libres; ciudadanos que piensan, que hablan, que conversan,
que discuten; ciudadanos activos, responsables, educados e ilustrados,
como diría el pensador francés Edgar Morin. El editor
debe definir qué espacio quiere ocupar, a qué tipo
de público quiere dirigirse, cuáles son sus objetivos
y deseos, para, en un acertado y algo alquímico equilibrio
entre necesidades e ilusiones, conseguir el maravilloso momento
en el que un catálogo "hable". Cuando esto sucede,
la edición es una profesión maravillosa, porque editar
es dar el máximo valor al tiempo; seducir más que
obligar.
|
La
labor editorial de Galindo
Gabriel García Márquez, Juan García Ponce, Álvaro
Mutis, Jaime Sabines, Rosario Castellanos, Rosa Chacel, José
Revueltas y Elena Garro constituyen apenas unos cuantos nombres, tomados
al azar, de escritores que conforman el catálogo de la colección
Ficción, orgullo editorial de la Universidad Veracruzana (UV)
desde hace 50 años cuando, bajo la conducción de Sergio
Galindo, editor y autor, dio inicio una etapa de especial notabilidad
para la cultura latinoamericana, al dar cobijo y difusión a
obras y autores que, con el tiempo, se convirtieron en modelo del
pensamiento, el arte y la creación literaria en el ámbito
hispanohablante. |
Sergio
Galindo no sólo fue un gran escritor, sino también
un editor inteligente, sensible y visionario.
(Foto: Archivo de la familia Galindo) |
Durante
el rectorado del Dr. Gonzalo Aguirre Beltrán (de diciembre
de 1956 a diciembre de 1959), la Imprenta Universitaria (creada en
1952) se transformó en Departamento Editorial bajo la dirección
de Sergio Galindo, e inició, en enero de 1957, la publicación
de La Palabra y el Hombre, revista oficial de la Universidad, destinada
a promover la difusión de los estudios científicos y
humanísticos. Con la aparición de La Palabra y el Hombre
comenzó, con gran éxito, la actividad editorial de nuestra
casa de estudios. En diciembre de 1962, apareció el número
24 de la primera época, y el número 25 incluía
ya la leyenda "segunda época", sin ningún
cambio en la revista: el Consejo Editorial mantuvo a sus mismos integrantes
y la publicación continuó siendo dirigida por Sergio
Galindo. La segunda época vio su fin con el número 32
(octubre-diciembre 1964), en el que Sergio Galindo terminó
sus funciones como director de la revista. Durante los ocho años
que él estuvo al frente de La Palabra..., ésta llegó,
sin exagerar, a todo el mundo: de Canadá a Chile y de España
a Pekín. La salida del fundador no menguó la calidad
de la misma ni su proyección al exterior, dado que mantuvo
su política de divulgación de las letras y el pensamiento.2
Fue también en 1958 cuando con la publicación de Polvos
de arroz, del mismo Sergio Galindo, las prensas universitarias abrieron
una importante alternativa para los entonces jóvenes escritores
de México e Hispanoamérica, la colección Ficción,
que representa encomiablemente la tarea editorial de la UV, encabezada
hace 50 años por la labor editorial de Sergio Galindo, quien
logró agrupar, bajo un mismo sello editorial, a los escritores
más representativos de la segunda mitad del siglo XX: los narradores
y poetas de la generación de medio siglo como Juan García
Ponce, Elena Garro, Sergio Pitol, Juan Vicente Melo y José
de la Colina; las voces de la disidencia intelectual, entre los que
destacan Rubén Salazar Mallén, José Revueltas,
Juan de la Cabada, Eraclio Zepeda, o que portaban la experiencia de
los grupos marginales emergentes como Rosario Castellanos, Carlo Antonio
Castro, María Lombardo de Caso; los autores españoles
antifranquistas, Max Aub, Luis Cernuda, Rosa Chacel, Tomás
Segovia; los creadores noveles en ese tiempo como Jaime Sabines, Elena
Poniatowska, Luisa Josefina Hernández y Emilio Carballido,
y los jóvenes latinoamericanos escasamente conocidos, cuya
obra estaría destinada a ocupar lugares altos en la historia
literaria continental: Gabriel García Márquez, Álvaro
Mutis, Haroldo Conti, Juan Carlos Onetti.
La importancia que reviste este proceso estriba en las repercusiones
que habrá de proyectar en la historia de la literatura hispanoamericana
de la segunda mitad del siglo XX. Esta influencia queda de manifiesto
en el hecho de la colección contiene no sólo las primeras
obras producidas por los grandes escritores de la época, sino
también textos inaugurales para la tradición literaria,
como Los funerales de la mamá grande, de García Márquez;
Dormir en tierra, de José Revueltas; La semana de colores,
de Elena Garro, y Cuentos de Ciudad Real, de Rosario Castellanos,
entre otros.3
Hablar de la Colección Ficción, a 50 años de
existencia de tan importante proyecto editorial, significa, pues,
hablar de una historia viva que fue animada por un editor verdadero:
Sergio Galindo. |
Durante
el rectorado de Gonzalo Aguirre Beltrán, la Imprenta Universitaria
se transformó en Departamento Editorial.
( Foto: Acervo de la Fototeca de la UV) |
1
Profesor de la Facultad de Letras Españolas de la Universidad
Veracruzana, traductor y crítico literario. |
|
2
Al relevo de Sergio Galindo llegó el maestro César
Rodríguez Chicharro, quien inició sus funciones como
director con el número 33 (enero-marzo 1965). Con el número
1 de la nueva época (enero-marzo 1972) volvió a iniciar
la actividad editorial. Se puso gran énfasis a las letras
mexicanas y a la investigación antropológica, línea
que habrían de seguir los futuros directores. En el primer
número de 1975 (el 13) apareció ya como nuevo director
Mario Muñoz, quien estuvo al frente de la revista durante
diez números, hasta 1977, año en que es sucedido por
Juan Vicente Melo, el cual dirigió la revista hasta el número
29, aparecido en 1979. Luego llegó a la Dirección
Editorial Luis Arturo Ramos, quien tomó a su cargo La Palabra...
hasta 1986. Con un número doble, 59-60, dedicado a Sergio
Galindo, tomó las riendas de esta publicación Raúl
Hernández Viveros, quien permaneció al frente de ella
hasta el número 96, cuando es nombrado Guillermo Villar para
ocupar la dirección. Posteriormente, el poeta Jorge Brash
dirigió la revista hasta 2006. Ahora corren tiempos nuevos.
3
Para ampliar el panorama aquí esbozado, lea la presentación
que a la edición conmemorativa del cincuentenario de la colección
Ficción escribió Efrén Ortiz en uno de los
números recientes de la colección Cuadernos de Texto
Crítico, del Instituto de Investigaciones Lingüístico
Literarias de la UV
|
|