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Dícese
que universidad es sinónimo (o un derivado) de universalidad,
y que en su seno deben tener cabida todas las manifestaciones del
saber. La Universidad Veracruzana (UV) nació con la vocación
de corresponder a esa universalidad y ha dado cabida, a lo largo
de los años (aunque con fortuna diversa en sus diferentes
épocas), a un amplio rango de expresiones y campos del conocimiento
y de la creación humana. Es indudable que la ciencia forma
parte de ese conjunto heterogéneo y diverso que llamamos
cultura, pero es claro también que hay otros aspectos que
no corresponden a lo que conocemos como ciencia. Y año tras
año, nuestra casa de estudios se ha esforzado por dar cobijo
a ambas vertientes.
Resulta lógico, entonces, que el teatro haya ocupado un lugar
destacado en ella a lo largo de su historia, aunque no desde los
primeros años. Una vez conseguido su andar, el teatro se
desarrolló en la UV como una manifestación natural,
empezando por las representaciones estudiantiles con el "Teatro
de la Universidad Veracruzana", dentro del Colegio Preparatorio,
y lo hizo más como una extensión y apoyo a la labor
educativa que como un proceso neto de creación artística.
Pero éste no tardaría en llegar: en 1953, la Universidad,
reconociendo su vocación humanística y su compromiso
con la sociedad que la cobija y la nutre, creó el primer
grupo profesional y, al año siguiente, la primera escuela
profesional de teatro fuera de la capital del país.
Con esos antecedentes, al crearse la Dirección Editorial
de la Universidad Veracruzana en 1957, el teatro tuvo el lugar que
merecía: la colección Ficción, que habría
de convertirse en una de las colecciones literarias más importantes
de nuestro país, con nombres como Gabriel García Márquez,
Tomás Segovia, Max Aub, José Revueltas, Haroldo Conti,
Juan de la Cabada, Álvaro Mutis, Vicente Leñero, José
Mancisidor, Eraclio Zepeda, Rosario Castellanos y Sergio Galindo,
entre muchos otros, incluyó obras como Los huéspedes
reales (número dos de la serie), de Luisa Josefina Hernández,
y enseguida (número 5) Un hogar sólido, de Elena Garro.
A estos nombres se sumarían poco después los de Emilio
Carballido, René Marqués, Dylan Thomas, Osvaldo Dragún,
Jorge Ibargüengoitia y Christopher Fry, quienes enriquecieron
el ya de por sí importante elenco de autores. Aquí
cabe decir que en esa colección apareció la primera
serie de diálogos de La calle de la gran ocasión,
de Luisa Josefina Hernández (1962, por muchos años,
hasta 1985, la única edición en el mercado), y una
de las primeras ediciones de la primera serie del D.F., de Carballido
(1962).
Por su parte, La Palabra y el Hombre, revista trimestral que sería
igualmente un paradigma de las publicaciones periódicas universitarias,
junto a importantes materiales de filosofía o antropología
(por citar sólo dos ramas del conocimiento), publicó
en su primer número una de las obras cortas más exitosas
hasta nuestros días de Emilio Carballido, El censo, y enseguida
Los huéspedes reales, de Luisa Josefina Hernández,
A ellas se sumaron obras firmadas por Elena Garro, Marco Antonio
Montero, Michel de Ghelderode, Alberto Dallal, Miguel Sabido, Salvador
Novo y varios más. (Como dato curioso, La señora en
su balcón, de Elena Garro, fue publicada en el número
11 y La mudanza, en el número 10, pero ninguna de las dos
se incluyó en Un hogar sólido. Aunque como justificación
habría que señalar que la edición es de 1958,
en tanto que ambos números de la revista corresponden a 1959.)
En esa tradición, ante los cambios que tanto la propia Editorial
como La Palabra… habrían de sufrir a lo largo de los
años y considerando la reestructuración de la Universidad
y la fundación o consolidación de sus carreras artísticas,
el paso obligado era dedicar una revista específica al teatro.
Fue así como en el último trimestre de 1975 apareció
Tramoya, cuaderno de Teatro. La nota editorial de su primer número
decía, más como declaración de principios que
como presentación: "Algo que sirve, mueve, hace funcionar
un teatro. No es aparente, sí servicial. Se aprecian sus
efectos… Fuente de imágenes, clave de vistosos movimientos.
Algo especializado también, algo exclusivo del teatro y al
margen de la pedantería, al servicio de los artistas y del
público, al servicio de la función".
A lo largo de 32 años y con casi 120 números, Tramoya
ha cumplido y sigue cumpliendo cabalmente con ese objetivo. Es cierto
que tuvo un tropezón en 1982, interrumpiendo su publicación
en el número 25 de esa primera época, pero logró
levantarse en 1985 y reapareció cual ave fénix con
el número 1 de una segunda época, cuyo número
91, dedicado a la dramaturgia regiomontana, recién apareció.
Fuente en la que abrevan los grupos de aficionados y de estudiantes
a lo largo y ancho de nuestro país, lectura obligada en muchos
centros de estudio especializados en literatura dramática
y teatro dentro y fuera de México, Tramoya, con su larga
existencia, es ya la decana de las publicaciones teatrales en México,
una de las más longevas revistas literarias y una de las
de mayor duración y tradición en Hispanoamérica
(rebasada, al parecer, sólo por Conjunto, la mítica
revista teatral que dirigiera, por muchos años, Manuel Galich
en la Casa de las Américas de la Habana). Y no es para menos,
a lo largo de sus cerca de 15 mil páginas se encuentran,
como señalamientos en el camino, autores de todas las edades,
de todas las épocas, de diferentes regiones del mundo y para
todos los públicos. Porque Tramoya se propuso ofrecer a sus
lectores el material primigenio, básico para el teatro, el
combustible sin el cual todo lo demás pierde su razón
de ser y sin el que toda la maquinaria a su alrededor no puede funcionar:
el texto dramático, la obra de teatro.
La lista de autores alcanza ya los 300. Enumerarlos ahora ocuparía
todo el espacio disponible; mencionaremos aquí sólo
algunos de ellos al azar; pedimos de antemano disculpas para los
omitidos. En ningún caso, la enumeración será
exhaustiva, sino sólo indicativa. Sigamos adelante. A través
de sus páginas se puede seguir la evolución de la
dramaturgia mexicana en el último cuarto de siglo, ya que
ahí han aparecido obras de los autores que fueron jóvenes
en su momento y se consolidaron con el tiempo: Jesús González
Dávila, Óscar Liera, Alejandro Licona, Enrique Mijares,
Óscar Villegas, Hugo Salcedo, Ricardo Pérez Quitt,
Tomás Espinosa, Juan Tovar, Enrique Ballesté, Luis
Mario Moncada, Sabina Berman… Y, por supuesto, también
han tenido cabida los autores consagrados: Sergio Magaña,
Luisa Josefina Hernández, Elena Garro, Vicente Leñero,
Víctor Hugo Rascón Banda, Carlos Olmos…
Pero ya que el teatro, como cualquier otra actividad humana, como
cualquier otro fenómeno histórico, no puede explicarse
sin sus antecedentes, también ha "rescatado" obras
de autores mexicanos prácticamente desconocidos para las
nuevas generaciones: José Peón Contreras, Constancio
S. Suárez, Mariano Osorno, Manuel Gutiérrez, Marcelino
Dávalos, Manuel Eduardo de Gorostiza y algunos no tan antiguos
como José F. Elizondo, José Joaquín Gamboa,
Magdalena Mondragón o María Luisa Algarra e, incluso,
Jean Cocteau o Georges Courteline.
Siendo una revista con vocación panamericana, en sus páginas
han aparecido igualmente los autores más importantes del
teatro hispanoamericano: Osvaldo Dragún y Griselda Gambado,
de Argentina; César Rengifo, Román Chalbaud e Isaac
Chocrón, de Venezuela; Enrique Buenaventura, Carlos José
Reyes y Santiago García, de Colombia; Isidora Aguirre y Sergio
Vodanovic, de Chile; Sara Joffré y Victoria Morales de Aramayo,
de Perú; Abelardo Estorino y Senel Paz, de Cuba, así
como Jorge Díaz y José Triana, entre muchos otros.
Por si no fuera suficiente, no por los conocidos olvida a los más
jóvenes, y ha cobijado además a autores noveles, abriendo
sus páginas a la primera oportunidad de publicación
de quienes empiezan, considerando que ahí se halla quizá
no una creación madura del todo, pero sí el germen
de una dramaturgia que tiene ya algo que decir y está encontrando
su propia manera. Así, han aparecido Cutberto López,
Demetrio Ávila, Gisel Amescua o Angélica Macías.
Pero la publicación se propone también ser un vehículo
de comunicación entre esas "islas flotantes" en
el océano del teatro que constituyen las dramaturgias nacionales
de otros países, del teatro escrito en otras lenguas, y así
nos ha traído una muestra del teatro belga (Maeterlink, Woultes),
del francés (DeMarigny, Lauvadant), del griego contemporáneo
(Yakovos Kampanelis y Loula Anagnoustaki), del "soviético"
más reciente (antes del colapso: Zlotnikov, Arbuzov, Slepakova),
del serbio, del brasileño (Nelson Rodrigues, Naum Alves de
Souza, Leila Assunçao), etcétera.
El teatro para niños no ha quedado fuera, y no sólo
ha dedicado varios números a ese género en particular,
sino también ha publicado, dispersas en toda la colección,
casi 30 obras de Teresa Valenzuela y otras tantas de autores tan
diversos como Nina Slepakova, Victoria Morales de Aramayo, Clementina
Otero de Barrios, Hugo Salcedo, Julia Rodríguez, Cutberto
López, Miguel Ángel Tenorio, Alexandr Moisieievch
Volodin, Juan Jiménez Izquierdo y Luisa Josefina Hernández.
De la misma manera, se propuso, desde sus principios, publicar en
el ejemplar correspondiente al último trimestre del año,
acorde con la época y la tradición, una pastorela;
suman ya más de una docena de ellas.
Dado que su interés fundamental, manifiesto desde su primer
número, es ofrecer al teatrista o teatrero el material básico
para su trabajo, no nos hemos referido al material complementario
que aparece en casi todos los volúmenes. La mayor cantidad
de páginas de cada revista se destina a las obras dramáticas
–algunos números han sido dedicados exclusivamente
a éstas–, pero casi cada uno incluye notas teóricas
o comentarios críticos: reseñas de libros publicados,
comentarios o apuntes sobre un autor, una época o un género,
memorias, análisis, etcétera, con lo cual el panorama
se enriquece y amplia aún más.
Con casi 300 autores, más de 600 obras publicadas y pertenecientes
a un espectro tan amplio como lo es el teatro universal, más
de 15 mil páginas y más de 30 años de existencia,
así como con la energía y la vitalidad, el rigor y
la pasión de Emilio Carballido, su director fundador (que
no ha soltado el timón ni en las épocas más
difíciles y a quien se debe su pervivencia), Tramoya es y
seguirá siendo un hito en la historia del teatro en México
y una lectura obligada para todos aquellos interesados en el teatro:
actores, directores, aficionados, estudiantes, estudiosos, doctores,
críticos o meros amantes de esta disciplina.
1 Profesor
de la Facultad de Teatro de la UV, actor e investigador teatral. |