Abril-Junio 2007, Nueva época Núm.102
Xalapa • Veracruz • México
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Tramoya es ya hito en la historia del arte teatral en México

Francisco Beverido Duhalt 1

Luego de 32 años de vida, es la decana de las publicaciones teatrales de nuestro país, una de las más longevas revistas literarias y una de las de mayor duración y tradición en Hispanoamérica


Luego de 30 años de existencia, Tramoya sigue siendo dirigida por su fundador, el dramaturgo Emilio Carballido.
(Foto: César Pisil)
 

Dícese que universidad es sinónimo (o un derivado) de universalidad, y que en su seno deben tener cabida todas las manifestaciones del saber. La Universidad Veracruzana (UV) nació con la vocación de corresponder a esa universalidad y ha dado cabida, a lo largo de los años (aunque con fortuna diversa en sus diferentes épocas), a un amplio rango de expresiones y campos del conocimiento y de la creación humana. Es indudable que la ciencia forma parte de ese conjunto heterogéneo y diverso que llamamos cultura, pero es claro también que hay otros aspectos que no corresponden a lo que conocemos como ciencia. Y año tras año, nuestra casa de estudios se ha esforzado por dar cobijo a ambas vertientes.

Resulta lógico, entonces, que el teatro haya ocupado un lugar destacado en ella a lo largo de su historia, aunque no desde los primeros años. Una vez conseguido su andar, el teatro se desarrolló en la UV como una manifestación natural, empezando por las representaciones estudiantiles con el "Teatro de la Universidad Veracruzana", dentro del Colegio Preparatorio, y lo hizo más como una extensión y apoyo a la labor educativa que como un proceso neto de creación artística. Pero éste no tardaría en llegar: en 1953, la Universidad, reconociendo su vocación humanística y su compromiso con la sociedad que la cobija y la nutre, creó el primer grupo profesional y, al año siguiente, la primera escuela profesional de teatro fuera de la capital del país.

Con esos antecedentes, al crearse la Dirección Editorial de la Universidad Veracruzana en 1957, el teatro tuvo el lugar que merecía: la colección Ficción, que habría de convertirse en una de las colecciones literarias más importantes de nuestro país, con nombres como Gabriel García Márquez, Tomás Segovia, Max Aub, José Revueltas, Haroldo Conti, Juan de la Cabada, Álvaro Mutis, Vicente Leñero, José Mancisidor, Eraclio Zepeda, Rosario Castellanos y Sergio Galindo, entre muchos otros, incluyó obras como Los huéspedes reales (número dos de la serie), de Luisa Josefina Hernández, y enseguida (número 5) Un hogar sólido, de Elena Garro. A estos nombres se sumarían poco después los de Emilio Carballido, René Marqués, Dylan Thomas, Osvaldo Dragún, Jorge Ibargüengoitia y Christopher Fry, quienes enriquecieron el ya de por sí importante elenco de autores. Aquí cabe decir que en esa colección apareció la primera serie de diálogos de La calle de la gran ocasión, de Luisa Josefina Hernández (1962, por muchos años, hasta 1985, la única edición en el mercado), y una de las primeras ediciones de la primera serie del D.F., de Carballido (1962).

Por su parte, La Palabra y el Hombre, revista trimestral que sería igualmente un paradigma de las publicaciones periódicas universitarias, junto a importantes materiales de filosofía o antropología (por citar sólo dos ramas del conocimiento), publicó en su primer número una de las obras cortas más exitosas hasta nuestros días de Emilio Carballido, El censo, y enseguida Los huéspedes reales, de Luisa Josefina Hernández, A ellas se sumaron obras firmadas por Elena Garro, Marco Antonio Montero, Michel de Ghelderode, Alberto Dallal, Miguel Sabido, Salvador Novo y varios más. (Como dato curioso, La señora en su balcón, de Elena Garro, fue publicada en el número 11 y La mudanza, en el número 10, pero ninguna de las dos se incluyó en Un hogar sólido. Aunque como justificación habría que señalar que la edición es de 1958, en tanto que ambos números de la revista corresponden a 1959.)

En esa tradición, ante los cambios que tanto la propia Editorial como La Palabra… habrían de sufrir a lo largo de los años y considerando la reestructuración de la Universidad y la fundación o consolidación de sus carreras artísticas, el paso obligado era dedicar una revista específica al teatro. Fue así como en el último trimestre de 1975 apareció Tramoya, cuaderno de Teatro. La nota editorial de su primer número decía, más como declaración de principios que como presentación: "Algo que sirve, mueve, hace funcionar un teatro. No es aparente, sí servicial. Se aprecian sus efectos… Fuente de imágenes, clave de vistosos movimientos. Algo especializado también, algo exclusivo del teatro y al margen de la pedantería, al servicio de los artistas y del público, al servicio de la función".

A lo largo de 32 años y con casi 120 números, Tramoya ha cumplido y sigue cumpliendo cabalmente con ese objetivo. Es cierto que tuvo un tropezón en 1982, interrumpiendo su publicación en el número 25 de esa primera época, pero logró levantarse en 1985 y reapareció cual ave fénix con el número 1 de una segunda época, cuyo número 91, dedicado a la dramaturgia regiomontana, recién apareció.
Fuente en la que abrevan los grupos de aficionados y de estudiantes a lo largo y ancho de nuestro país, lectura obligada en muchos centros de estudio especializados en literatura dramática y teatro dentro y fuera de México, Tramoya, con su larga existencia, es ya la decana de las publicaciones teatrales en México, una de las más longevas revistas literarias y una de las de mayor duración y tradición en Hispanoamérica (rebasada, al parecer, sólo por Conjunto, la mítica revista teatral que dirigiera, por muchos años, Manuel Galich en la Casa de las Américas de la Habana). Y no es para menos, a lo largo de sus cerca de 15 mil páginas se encuentran, como señalamientos en el camino, autores de todas las edades, de todas las épocas, de diferentes regiones del mundo y para todos los públicos. Porque Tramoya se propuso ofrecer a sus lectores el material primigenio, básico para el teatro, el combustible sin el cual todo lo demás pierde su razón de ser y sin el que toda la maquinaria a su alrededor no puede funcionar: el texto dramático, la obra de teatro.

La lista de autores alcanza ya los 300. Enumerarlos ahora ocuparía todo el espacio disponible; mencionaremos aquí sólo algunos de ellos al azar; pedimos de antemano disculpas para los omitidos. En ningún caso, la enumeración será exhaustiva, sino sólo indicativa. Sigamos adelante. A través de sus páginas se puede seguir la evolución de la dramaturgia mexicana en el último cuarto de siglo, ya que ahí han aparecido obras de los autores que fueron jóvenes en su momento y se consolidaron con el tiempo: Jesús González Dávila, Óscar Liera, Alejandro Licona, Enrique Mijares, Óscar Villegas, Hugo Salcedo, Ricardo Pérez Quitt, Tomás Espinosa, Juan Tovar, Enrique Ballesté, Luis Mario Moncada, Sabina Berman… Y, por supuesto, también han tenido cabida los autores consagrados: Sergio Magaña, Luisa Josefina Hernández, Elena Garro, Vicente Leñero, Víctor Hugo Rascón Banda, Carlos Olmos…

Pero ya que el teatro, como cualquier otra actividad humana, como cualquier otro fenómeno histórico, no puede explicarse sin sus antecedentes, también ha "rescatado" obras de autores mexicanos prácticamente desconocidos para las nuevas generaciones: José Peón Contreras, Constancio S. Suárez, Mariano Osorno, Manuel Gutiérrez, Marcelino Dávalos, Manuel Eduardo de Gorostiza y algunos no tan antiguos como José F. Elizondo, José Joaquín Gamboa, Magdalena Mondragón o María Luisa Algarra e, incluso, Jean Cocteau o Georges Courteline.

Siendo una revista con vocación panamericana, en sus páginas han aparecido igualmente los autores más importantes del teatro hispanoamericano: Osvaldo Dragún y Griselda Gambado, de Argentina; César Rengifo, Román Chalbaud e Isaac Chocrón, de Venezuela; Enrique Buenaventura, Carlos José Reyes y Santiago García, de Colombia; Isidora Aguirre y Sergio Vodanovic, de Chile; Sara Joffré y Victoria Morales de Aramayo, de Perú; Abelardo Estorino y Senel Paz, de Cuba, así como Jorge Díaz y José Triana, entre muchos otros.

Por si no fuera suficiente, no por los conocidos olvida a los más jóvenes, y ha cobijado además a autores noveles, abriendo sus páginas a la primera oportunidad de publicación de quienes empiezan, considerando que ahí se halla quizá no una creación madura del todo, pero sí el germen de una dramaturgia que tiene ya algo que decir y está encontrando su propia manera. Así, han aparecido Cutberto López, Demetrio Ávila, Gisel Amescua o Angélica Macías. Pero la publicación se propone también ser un vehículo de comunicación entre esas "islas flotantes" en el océano del teatro que constituyen las dramaturgias nacionales de otros países, del teatro escrito en otras lenguas, y así nos ha traído una muestra del teatro belga (Maeterlink, Woultes), del francés (DeMarigny, Lauvadant), del griego contemporáneo (Yakovos Kampanelis y Loula Anagnoustaki), del "soviético" más reciente (antes del colapso: Zlotnikov, Arbuzov, Slepakova), del serbio, del brasileño (Nelson Rodrigues, Naum Alves de Souza, Leila Assunçao), etcétera.

El teatro para niños no ha quedado fuera, y no sólo ha dedicado varios números a ese género en particular, sino también ha publicado, dispersas en toda la colección, casi 30 obras de Teresa Valenzuela y otras tantas de autores tan diversos como Nina Slepakova, Victoria Morales de Aramayo, Clementina Otero de Barrios, Hugo Salcedo, Julia Rodríguez, Cutberto López, Miguel Ángel Tenorio, Alexandr Moisieievch Volodin, Juan Jiménez Izquierdo y Luisa Josefina Hernández. De la misma manera, se propuso, desde sus principios, publicar en el ejemplar correspondiente al último trimestre del año, acorde con la época y la tradición, una pastorela; suman ya más de una docena de ellas.

Dado que su interés fundamental, manifiesto desde su primer número, es ofrecer al teatrista o teatrero el material básico para su trabajo, no nos hemos referido al material complementario que aparece en casi todos los volúmenes. La mayor cantidad de páginas de cada revista se destina a las obras dramáticas –algunos números han sido dedicados exclusivamente a éstas–, pero casi cada uno incluye notas teóricas o comentarios críticos: reseñas de libros publicados, comentarios o apuntes sobre un autor, una época o un género, memorias, análisis, etcétera, con lo cual el panorama se enriquece y amplia aún más.

Con casi 300 autores, más de 600 obras publicadas y pertenecientes a un espectro tan amplio como lo es el teatro universal, más de 15 mil páginas y más de 30 años de existencia, así como con la energía y la vitalidad, el rigor y la pasión de Emilio Carballido, su director fundador (que no ha soltado el timón ni en las épocas más difíciles y a quien se debe su pervivencia), Tramoya es y seguirá siendo un hito en la historia del teatro en México y una lectura obligada para todos aquellos interesados en el teatro: actores, directores, aficionados, estudiantes, estudiosos, doctores, críticos o meros amantes de esta disciplina.

1 Profesor de la Facultad de Teatro de la UV, actor e investigador teatral.


Tramoya es lectura obligada en muchos centros de estudio especializados en literatura dramática y teatro dentro y fuera de México.