Abril-Junio 2007, Nueva época Núm.102
Xalapa • Veracruz • México
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Un silencio de sonidos:
conversación con Sergio Galindo


Nedda G. de Anhalt

Uno de los críticos literarios que más conoce la obra de Sergio Galindo es la escritora y traductora Nedda G. de Anhalt, a quien se acude inmediatamente cuando se trata de hablar sobre la ficción galindiana. Basta recordar la selección de relatos y la nota introductoria que hizo para el libro Cuentos, de Galindo (impreso por el Fondo de Cultura Económica-FCE); su ensayo "El Bordo: Un ramillete de imágenes", que aparece en el volumen colectivo Miradas a la obra de Sergio Galindo (editado por el Instituto de Investigaciones Lingüístico Literarias de la Universidad Veracruzana-IILL UV); la selección y prólogo al libro Juego de soledades, también de Galindo (publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México-UNAM); Allá donde ves la neblina.

Un acercamiento a la obra de Sergio Galindo (editado primero por la UNAM y posteriormente por la UV); o las entrevistas que le hicieron a la escritora de origen cubano Luis Enrique Ramírez (para La Jornada) y Miguel Angel Flores (para Proceso): "Sergio Galindo se fue sin el Nacional de Literatura" y "Nedda G. de Anhalt, autora del único ensayo amplio y documentado sobre Sergio Galindo", respectivamente.

En efecto, son pocos los que, como Nedda G. de Anhalt, han podido acercarse de manera acuciosa al universo literario del autor de Polvos de arroz y, con ello, analizar sus temas, sus personajes, sus recursos narrativos. Y es que para la ensayista, "El mejor escritor, el más expresivo de su generación, es Sergio Galindo (…) Cuento tras cuento, novela tras novela, Galindo se ha construido una sólida reputación literaria, porque él es un contador de historias antes de ser un moralista, un escritor antes que un filósofo. Estamos ante un clásico, aunque romántico en su inspiración, adepto de la escritura artística, con un estilo, carácter y cultura propios" .

De Anhalt también tuvo la oportunidad de aproximarse al mundo personal de Galindo, lo cual le permitió conocer no sólo aquello que tiene relación con su narrativa, sino además con todo lo que hubo antes del acto creativo: la niñez, la familia, el entorno, los miedos, el gusto por expresiones artísticas como la música y la pintura, las influencias literarias, las ayudas no literarias, etcétera. Un ejemplo de ello es la siguiente conversación entre ambos, la cual se llevó a cabo el 26 de febrero de 1987, en la Ciudad de México. Esta entrevista –que se incluye en Gaceta con la autorización de la autora– fue publicada, originalmente, en cinco partes en el Unomásuno (México, 29 de junio a 3 de julio de 1989). Posteriormente, apareció completa con el título "Un silencio de sonidos" en el libro Allá donde ves la neblina. Un acercamiento a la obra de Sergio Galindo (UNAM, México, 1992, pp. 105-118); también en Allá donde ves la neblina. Un acercamiento a la obra de Sergio Galindo (Col. Biblioteca, Universidad Veracruzana, Xalapa, México, 2003, pp.185-200).

Sergio, se te considera un gran hacedor de personajes. Me gustaría saber cómo los concibes.
En la novela Otilia Rauda, el personaje que más pensé, pero a la vez el que más me costaba detener fue Rubén Lazcano. Me di cuenta de ello y usé un subterfugio, no adentrarme en él. Es decir, desde la primera página se le nombra y está ahí frente al lector, como un enfermo que casi no habla, y se llega a la página ciento y tantos sin que realmente el lector sepa cómo es Rubén Lazcano. Todo el tiempo este problema estaba en mi cabeza, aunque a él no le tocaba aparecer a fondo en esta primera parte, sino en la segunda. Me causaba un gran desconcierto, como un amago de peligro porque yo no iba a poder dar el personaje. Había hablado tanto de él, que a la hora de la verdad no me iba a salir.

En la "ayuda no literaria", en primer término colocaría a mis padres, ya que fue su amor a la lectura la brecha que me llevó a ser escritor… Escuchar historias me hizo más tarde escribirlas… El mar también ayudó. Años más adelante, la influencia o ayuda fue de mi hermana Berta, casi diría yo: la fe. Creía en mí, creía que alguna vez sería escritor.

¿Esto quiere decir que casi hasta la página 200 tenías duda de algún atributo o defecto de Lazcano?
No, no, para mí él estaba completamente dado, física y psicológicamente, pero el lector no estaba "en el ajo", no conocía el interior de Lazcano y yo debía darlo: ése era el riesgo. Pero al empezar la segunda parte, o sea su vida, sus padres, sus hermanos, su viaje a Veracruz, su regreso, la boda de su hermana, todo se dio con naturalidad. Fue lo que escribí con mayor fluidez, con una facilidad que no era más que el resultado de sí conocer perfectamente a mi personaje.

Claro, lo que sucede es que no empecé a trabajar a Rubén Lazcano cuando comencé a escribir el libro. Yo lo había trabajado, no sé, quizá desde los 18 o 20 años de edad. No sé decir exactamente cuándo, pero a los 18 surgió en mi mente junto con Otilia y tal vez reaparecieron a los 20; así, un día se presentó solo a los 24 y así siguió apareciendo. Yo sabía que él llegaría a estar en un libro mío. Lo que quiero decir es que fabrico mis personajes con mucha anticipación.

Pero en ese proceso fragmentado en que reaparece el personaje a tus 18, 20, 24 y demás años, ¿ya sabías que era Rubén Lazcano?
Los nombres de Rubén y Otilia siempre los supe. Así me vinieron, así se iban a llamar.


El haber formado parte de una familia numerosa, le permitió a Sergio Galindo aislarse y pensar e imaginar con mayor libertad.
(Foto: Archivo de la familia Galindo)

En tu narrativa hay muchísimos paisajes: El Bordo, Las Vigas, la neblina, los cerros, y esto forma parte de una visión que recreas. Pero ¿estás inventando o no a tus personajes?
Los personajes sí, pero el paisaje no. Es decir, yo he vivido en ellos, he tenido mañanas de niebla, de sol espléndido… Una vez, en Cuernavaca, estaba viendo desde un ventanal hacia un jardín muy hermoso. Me habían invitado a pasar el fin de semana con unos amigos, y algunos de los invitados jugaban por allá. Me dije: "Este jardín no se me va a olvidar nunca y va a ser parte de mi novela". En efecto, quedó con esa exactitud.

Por supuesto, no iba a llevar al texto a esas personas que en esos momentos se movían en ese espacio –y es más, ni recuerdo quiénes eran–, pero albergaron a Esther, la esposa de Hugo, en la casa-hotel de su madre en El Bordo. Después vi en ese mismo paisaje a Esther que se desplazaba y yo ya no tenía que inventar nada. El recuerdo lo había conservado desde 12 años atrás.

Las heroínas en la literatura mexicana son más bien dóciles o esfumadas. No es común que una mujer posea las agallas de tu Otilia Rauda. ¿Cómo surgió tan audaz, atrevida, y a la vez con tal sentido del humor?
Sencillamente, Otilia era así. Pero no es sólo Otilia, yo tengo varios ejemplares de mujeres de mucha personalidad, como doña Joaquina y Lorenza. Mujeres fuertes he tenido hasta en mi propia familia.

En esa parte de la novela en que Otilia está con los senos descubiertos, inmóvil, casi como una estatua de mármol, tentando al padre Juvencio, recordé a Sadie en "Lluvia" de Maugham. ¿Hay relación?
No, pero sí leí ese cuento y muchos otros de Maugham, como el del collar de perlas del sabelotodo. Maugham fue compañía de unos cuantos años, pero nunca una influencia.

Pero tengo influencia de mi madre de otro modo. Veo mi casa (…) No sé por qué pero avanzo por el corredor con ella y, de pronto, le digo que voy a ser escritor. No es confesión, pues esto ya lo hemos discutido antes (…) Y la influencia o el hecho concreto al que me quiero referir es su mirada. Ella me contempla y no duda: lo veo en sus ojos. Aprueba, sonríe
Has declarado tus influencias literarias: Galdós, Leopoldo Alas (Clarín), Hernández, Baroja, Rilke, y también cierta literatura inglesa y rusa. Pero ¿cuáles han sido tus influencias "no literarias"?
Me gusta esa pregunta porque nadie me la había hecho antes. Aunque yo no la llamaría influencia, sino "ayuda no literaria". Y en primer término colocaría a mis padres, ya que fue su amor a la lectura la brecha que me llevó a ser escritor… Escuchar historias me hizo más tarde escribirlas… El mar también ayudó; o fue cierto o lo soñé, pero desde que lo vi por primera vez me dijo: "Escribe, escribe…" Años más adelante, la influencia o ayuda fue de mi hermana Berta, casi diría yo: la fe. Creía en mí, creía que alguna vez sería escritor. Amigos también, principalmente Alfredo Beltrán, mi condiscípulo desde la primaria. Otros hermanos, Gustavo, Julieta… Algunos maestros… Después Ángela –mi esposa– los hijos… Y así con los años la lista crece; en este momento tú misma formas parte de ella.

Acabo de recordar otro tipo de ayuda: a veces me ha sucedido que estoy escribiendo y de pronto el texto se interrumpe porque la palabra que quiero usar se ha extraviado. La busco desesperadamente, largo rato. Es decir, no pierdo la idea, sino la palabra, una única y determinada palabra. Entonces pierdo tiempo, no puedo avanzar y sé que debo dejar el trabajo, resignarme a que regrese sola. A veces lo hace dentro de la misma hora o en el mismo día. Otras veces, no. Total, suspendo la escritura y hago cualquier otra cosa. Por ejemplo, tomo un libro, digamos una novela que en ese momento esté leyendo, y en ella, de pronto, agazapada, aparece y brilla para mí la palabra perdida. Entonces ya sé cómo proseguir, pues con ella es como si abriera una compuerta y el texto fluye otra vez: recupero mi novela.

Sergio Galindo con su madre, quien, como él reconoció, fue el origen de sus lecturas.
(Foto: Archivo de la familia Galindo)

Esa búsqueda de la única palabra me lleva a preguntarte: ¿alguna vez intentaste escribir poemas?
Leo poesía de vez en cuando, y casi siempre a Miguel Hernández, pero nunca fue mi interés escribir poesía. Habré hecho unos versos en la secundaria, y después en la universidad escribí unos romances que se pueden considerar corridos. Se me ocurrió hacerlo, pero yo sabía que no iba a incursionar en ese camino.

Sin embargo, esa palabra que pierdes y luego buscas sigue siendo una "ayuda" eminentemente literaria. Cuando te hice la pregunta pensaba en la pintura, la música…
¡Ah!, la música me ayuda enormemente, para escribir necesito crear un silencio alrededor mío a base de sonidos. Un silencio de sonidos.

¿Qué escuchas mientras escribes?
En Nudo escuchaba el fondo musical de una película que estaba de moda por aquel entonces, Un hombre y una mujer, lo oí hasta la saciedad. Para Los dos ángeles escuché un concierto de Katchaturian. Con Declive y Otilia Rauda fueron piezas de Debussy y las sonatas cuatro y cinco de Beethoven. Pero, curiosamente, cuando escribí La comparsa yo imaginé la música. Dentro de mi cabeza brotaban muchos sonidos simultáneos de tamboras, guitarras, marimbas, huapangos. Todas estas diferentes texturas musicales se daban en forma caótica mientras sucedía el carnaval.

Con toda esa música que llevas por dentro, quiero saber, después de las muertes en masa que acontecen en El hombre de los hongos, ¿qué música te alentó?
¡Vivaldi! Si hasta lo cito cuatro veces en el texto.

Claro, para la seducción y el crimen nadie ofrece un registro de posibilidades sonoras tan vital como Vivaldi. Eso sucede casi al final, cuando Emma y Gaspar concertan su diabólica alianza. ¿Y qué sucedió con La justicia, Polvos…, El Bordo?
Hace tantos años que los escribí que no lo recuerdo. Pero, regresando a El Hombre de los hongos, algunas personas estuvieron de acuerdo con que aquello fue un exceso de crueldad de mi parte, en que me sobrepasé, y que eso fue una auténtica masacre digna de repudio. En cambio, otros lectores me felicitaron por la sangrienta belleza.

Pero precisamente ése es el hechizo de ese texto que, sin duda, puede llamarse mágico. Es más, y corrígeme si me equivoco: cuando leía El hombre de los hongos sentí que gozabas con todas esas muertes.
Plenamente.

Como diría el Rilke de los Cuadernos de Malte Laurids Brigge, tú sí le concedes importancia a una muerte bien acabada. En tu narrativa hay muchos ejemplos, y todos son bellos (literariamente hablando). Si con esas muertes gozaste, ¿con cuáles no?, si es que has sufrido con algunas.
Por supuesto que he sufrido. Creo que la de Iñaqui fue una de las muertes que más dolor me ha causado. Hasta tuve que dejar de escribir, estaba como de luto. Su muerte me afectó durante un tiempo. Cuando la escribí fue con tristeza, pero no había remedio. Así tenía que ser, era inevitable.

¡Inevitable! Como autor omnisciente no otorgas a tus personajes la gracia en el tribunal unamuniano para que se defiendan o regateen treguas, como hizo Augusto en Niebla (que por cierto de nada le valió).
No, te equivocas en lo de "omnisciente", porque cuando escribo, yo soy el relator no el inventor. Créeme cuando te lo digo: son ellos los que me manejan a mí.

Una vez que vine a verte y Sebastián, el menor de tus hijos, entró a pedirte algo, me llamó la atención el comentario que me hiciste: "Debo ser cuidadoso y fijarme en lo que respondo porque ya me han reclamado que accedo en algo y después lo niego. Y es que no se dan cuenta de que digo "sí" o "no" sin pensarlo, porque estoy siempre dialogando con mis personajes".
También me río cuando escribo. Ellos existen con tal fuerza que Ángela y mis hijos pueden estar conmigo, pero yo en realidad estoy dialogando con mis personajes. Aunque te aseguro que en estos momentos no sucede eso.

Regreso a otras muertes dolorosas. Con lo que me dijiste de la de Iñaqui y con el antecedente de Flaubert que cayó enfermo cuando el suicidio de Emma Bovary… ¿Sentiste exaltación o remordimiento con la muerte de Otilia?
La de Otilia no me dolió tanto porque ella muere con gran realización. En cambio, en ese libro, la muerte de Rubén me afectó.

¿Y la de Tomás?
Ésa no me dolió en lo absoluto. La consideré una justa venganza.

Sí he sufrido con las muertes de mis personajes. Creo que la de Iñaqui fue una de las que más dolor me ha causado. Tuve que dejar de escribir, estaba como de luto. Su muerte me afectó durante un tiempo. Cuando la escribí fue con tristeza, pero no había remedio. Así tenía que ser, era inevitable… Y es que mis personajes existen con tal fuerza que Ángela y mis hijos pueden estar conmigo, pero en realidad yo estoy dialogando con aquéllos

¿De qué manera influyeron tus padres en tu formación literaria?
Mi madre, definitivamente, es el origen de mis lecturas. Ella y mi padre acostumbraban leerse; cuando uno se cansaba, el otro proseguía. Era mi madre la que más leía. Creo que desde entonces surgió mi interés por la lectura de novelas, porque me acercaba a escucharlos. ¿La edad? Seis o siete años. Más tarde, ellos me dieron muchos libros a leer, y otros los leí simplemente porque cayeron en mis manos. En general, novelas sin trascendencia, pero que causaban placer y sobre todo hábito.

Pero tengo influencia de mi madre de otro modo. Déjame recordar. Veo mi casa, tal vez en marzo, abril o mayo. Son las dos de la tarde y el tiempo es espléndido. No sé por qué pero avanzo por el corredor con ella y, de pronto, le digo que voy a ser escritor. No es confesión, pues esto ya lo hemos discutido antes. Pero esa tarde en la que los dos viajábamos por ese corredor y yo le platico de todo, invento y le digo: "Voy a escribir historias de pasiones, de odios…" Y la influencia o el hecho concreto al que me quiero referir es su mirada. Ella me contempla y no duda: lo veo en sus ojos. Aprueba, sonríe.

Además, tener una familia tan numerosa como la mía –por ser el número once de los hijos– me facilitó aislarme. Éramos tantos: uno más, unos menos, no importaba, y eso me daba libertad para pensar e imaginar miles de cosas, porque yo preferí siempre mis propios juegos.

¿No jugabas con tus hermanos?
Sí, pero no me gustaban sus juegos porque siempre perdía.

¿Qué tipo de juegos eran?
El salto de altura les encantaba, era su favorito. Yo incluso trataba de huir porque en ese salto mi hermana Alicia, que era un año mayor que yo, me ganaba siempre. Pero también me ganaba mi hermano Héctor, y él es un año menor que yo. Recuerdo esa etapa como el reino de Salgari, y no era Xalapa donde me movía. Estaba en medio de una tormenta marítima y nos rodeaban muchos piratas. Nada correspondía con la realidad, y mi imaginación me ayudó a disfrazar muchas cosas.


Ángela y Sergio Galindo, en una recepción en el Palacio de Bellas Artes.
(Foto: Archivo de la familia Galindo)
¿Disfrazabas también tus miedos, tus terrores?
No creo. Por ejemplo, dicen que yo decía: "no tengo miedo a los leones ni a los tigres de bengala, pero a las gallinas sí". (Parece que algún día, en mi primera infancia, un guajolote me aleteó en la cara). De niño –a los dos o tres años– jugué con un leño que estaba cubierto de hormigas y, de repente, aterrorizado porque las hormigas me cubrieron, grité. Desde luego, esto me lo han contado, y lo menciono porque no he sacado en ningún libro esas obsesiones.

Talvez ésas no, pero otras sí que voy a recordarte de la serie A destiempo, pues ahí aparecen claves sobre el tema de la autodestrucción y el suicidio en tu obra. A: "cada vida es una forma de suicidio". B: "Si el doctor te ordena no fumar, escucha su consejo y haz exactamente lo contrario.

Igualmente absurdo es que te pida que no respires o transpires o ames o eyacules". C: "Es difícil morir, no se atreve uno". D: "me es ajeno el deseo de vivir… Si tuviese valor me mataría esta noche". E: "Padre ¡hazme el favor! Regresa un rato y habla conmigo". F: "Hoy quisiera convertir a las mujeres en estatuas". G: "Soy una especie de edificio (digamos un condominio) vendido casi en su totalidad. No soy mi dueño. Me construyeron, me hicieron grato, habitable, cobijador. Resulté atractivo, convencí a los compradores. Y mientras más grato y amoroso me volvía –sin percatarme de ello– más me aniquilaba".
Esa serie tuvo un triste significado para mí, y durante los años en que escribí esas líneas –que fueron autobiográficas– me fueron muy dolorosas. Publiqué lo que contenía menos amargura y destruí el resto.

¿Cuál sería tu libro favorito?
Es una pregunta que muchas veces me han hecho y siempre respondo diferente. En resumen…, sí podrían quedar como favoritos Los dos ángeles y Otilia Rauda. Sin embargo, eso no sería justo porque no puedo olvidar Polvos de arroz ni La justicia de enero, y sería una aberración omitir Declive.

Me gustó el preciso control de esa novela. Hallé que estabas en tu punto en ese texto austero, casi seco. ¿Declive es autobiográfica?
No, no lo es. Aunque indiscutiblemente recoge experiencias personales. Como comprenderás, no hubiera podido escribir Declive sin haber tenido una propia y rica experiencia alcohólica por muchos años y con bastante fortuna. Me gustó mucho disfrutar la bebida, fue encantador. Pero llegó el momento de dejarla y la dejé. No obstante, te digo algo, sí me hubiera gustado ser mi personaje. Imagínate, ese señor no tiene el menor apuro económico.

¿Tienes alguna fascinación por la desnudez?
Desde luego: si el cuerpo es hermoso, absoluta fascinación.

¿Visualizabas a Otilia bajando así, desnuda, y disfrutabas de esta imagen?
Sí y a Anabella también, nada más que con Anabella era un poco amargo. Aunque todavía no estuviera totalmente destruida, su cuerpo ya estaba en descomposición.

Hay quien dice que todos estamos en estado de descomposición.
¡Otilia no lo está! Otilia es fruta madura.

Y con todas esas quejas o elogios que se mencionaron antes, ¿cómo reaccionó la gente en "Retrato de Anabella", cuando la tía se avienta con el sobrino?
La gente es chistosa, ¿verdad? Me han llegado a decir que no quiero a Camerina y que Anabella es una vieja obscena.

Anabella, por supuesto, arriesga mucho más porque lo de Otilia es un desafío, y uno con gran sentido del humor. ¿Te identificaste con Otilia o con Anabella?
No, no, no es que me identificara ni con una ni con otra.

Lo que me interesa averiguar es por qué un escritor mexicano, y por añadidura jalapeño, pueda meterse tan bien bajo la piel del alma de una mujer. ¿De dónde surge a Sergio Galindo esa sensibilidad no sólo hacia las mujeres, sino también hacia los hombres?
Volvemos a la gran familia. Fui un poco el paño de lágrimas de muchos que me han contado sus historias. Esto empezó cuando yo tenía… 14 años o 16 años, y así siguieron.

¿Mi libro favorito? Es una pregunta que muchas veces me han hecho y siempre respondo diferente. En resumen…, sí podrían quedar como favoritos Los dos ángeles y Otilia Rauda. Sin embargo, eso no sería justo porque no puedo olvidar Polvos de arroz ni La justicia de enero, y sería una aberración omitir Declive.

¿Secretos de mujeres o de hombres?
Ambos, porque siempre fui un buen confidente.

¿Fuiste almacenando todas esas intimidades, quizá para transformarlas más tarde en materia narrativa?
No, no fue exactamente eso, porque vendría a ser como si me hubiera nutrido de lo ajeno, y no, no. Lo que pasa es que me habitué a saber muchas cosas y a no juzgarlas jamás. Creo que ésa fue la razón por la que acudían a mí.

Dicen que a Laclos las mujeres le contaban sus confidencias. ¿Sabes cómo se considera a los seres-cofres? Como personas que no representan ningún peligro.
Pues no seré peligroso, pero te puedo decir que yo sabía escuchar. Es más, soy todo oídos.

De la parte de Otilia Rauda que corresponde a Melquiades, una vez que ella ha muerto, ¿que comentarios has tenido?
Nada. Silencio absoluto.

Me parece raro que un acto de necrofilia –por cierto muy bien trabajado–, que quizá aparezca por vez primera en la literatura mexicana, no haya recibido algún tipo de crítica, incluso de protesta por las feministas… Pero en fin. Si hago un deslinde arbitrario, en tu obra encuentro que para las descripciones de paisajes eres exuberante, pero para lo erótico eres parco y a veces críptico. Pienso en Nudo y en cómo ahí juegas tanto con el tiempo cronológico y el subjetivo de tus personajes. No sabemos si Tom Hardley entra al ménaje a trois esa noche, antes o después de haberse metido Daniel en la alberca. Recuerdo que discutimos ese libro en clase. Alguien pensó que fue antes de la natación y hasta aventuró que ese baño era una suerte de bautismo, pero la ambigüedad es tan deliberada que otros sostuvieron que fue después. El argumento que se expuso –con una lógica que no me sonó a prestada– era que el tiempo real antes de la zambullida era de diez minutos, y ese lapso tan limitado no alcanzaba para hacer mucho.
Trataré de contestarte. En las descripciones de paisajes no es que me dé vuelo, pero sí existe un placer por las palabras. En las partes eróticas no hay necesidad de alargar innecesariamente una escena a tal grado que resulte monótona o vulgar. Procuro en ambos casos decir lo sustancial. En cuanto a Tom Hardley, no te voy a dejar con la duda, pues recuerdo que cuando nos conocimos me hiciste esa pregunta.

Y como respuesta me obsequiaste una espléndida carcajada.
Es que con Tom Hardley no pasa nada.

¿Cómo puedes decir que no pasa nada?
En ningún momento. Es decir, ni antes ni después de la natación. Más bien, Daniel está esperando la visita de Toro, pero ésta no se lleva a cabo porque Tom va al cuarto de Ivonne esa noche.

Aprovecho que estamos en el terreno de las declaraciones para que esclarezcas el porqué en tus ficciones es necesario para los personajes enamorarse una y otra vez, si de todas maneras les va como en feria. Ahí tienes a Tom, Ivonne, Daniel y a todos los de Nudo hechos bola. Anabella, Cecilia, Emma, Augusta, Camerina…
Pero estas tres últimas sólo se enamoraron una vez, y Camerina realmente ya tarde.

De acuerdo. Emma y Augusta una vez, y mal. Otilia dos veces.
¡Y se enamoró bien!

¿Eso es "bien"? ¿Y Melquíades?
Digamos que su amor por Otilia fue el de toda su vida y siguió así. Él se dio a la lujuria después de la muerte de ella.

Entonces ¿para Sergio Galindo el amor es el encuentro único de dos almas o el encuentro que hay que multiplicar?
En realidad, uno debe enamorarse una sola vez, pero no siempre ocurre así. Para consolarse uno puede enamorarse muchas veces.

O sea que para ti en la vida real el pasto debe ser verde, pero en el campo literario pude ser violeta, azul…
Más bien, en la vida real y en la literatura, el pasto puede y debe ser de colores.

Cuando antes hablaste de música, yo esperaba que también mencionaras la pintura. Tu casa está llena de cuadros y, en cierto modo, veo así la construcción misma de tus novelas, se acerca a la pintura y también al cine. Tu obra es sumamente visual; todos tus libros son filmables. Me atrevería a decir que casi los escribiste con esa intención.
No, porque en ese caso hubiera escrito simplemente un guión. Pero tal vez en el fondo haya cierto deseo mío de que algún día mis textos se hagan películas.

¿Hay algún proyecto?
He recibido ofertas para tres de mis cuentos: "Carta de un sobrino", "Retrato de Anabella" y "El tío Quintín".

En ese último se presenta una ruptura con tu línea de héroes y heroínas trágicos, porque como en ningún otro cuento exhibes un gran sentido del humor.
Pero el sentido del humor se encuentra también en La Comparsa, en "Carta de un sobrino" y prácticamente en toda mi obra.

Sí, pero se trata de ironías y sarcasmos contenidos, dosificados. Como que con "El tío Quintín" te "soltaste el moño" por vez primera.
No, porque lo primero que escribí eran puras cosas de humor. Aparecieron en el colegio en una especie de periódico de tres o cuatro hojitas, donde me dedicaba a burlarme de compañeros y maestros. Yo mismo se los pasaba para que los leyeran y se divertían mucho. Inventaba historias donde ellos eran los personajes. Eran tonterías, pero gustaban.


Sergio Galindo, Juan Vicente Melo y Nedda G. de Anhalt.
(Foto: Archivo de la familia Galindo)

¿Por qué no continuaste en esa línea?
Aquello me era muy fácil. Temí que era una veta que si la seguía no me iba a conducir a ningún lado, resultaba demasiado superficial.

Es la mala fama que siempre persigue al sentido del humor. ¿Guardaste algo de esa etapa?
No, y ahora pienso que debí haber rescatado alguna de esas cosas.

¿Cuando terminas de leer un libro lo relees?
Hay libros que acabo de leer y tengo que regresar a ellos porque son tan extraordinarios que no puedo dejar ese platillo. Así me ha pasado con Conrad. Hay un libro de Ford Maddox Ford, El buen soldado, que terminando de leerlo instantáneamente lo volví a leer varias veces. Lo que pasó es que estaba enfermo y mi ejemplar tenía páginas en blanco.

¿Inventaste lo que faltaba?
No, pero cuando me levanté lo primero que hice fue hacerme de un ejemplar completo y, claro, me di cuenta de que si no leía las páginas que en mi primer ejemplar estaban en blanco, no le iba a encontrar sentido. Así que lo leí otra vez y muchas más.

Y en cuanto a tus propios libros, ¿vuelves a ellos?
Sí, después de escritos los releo muchas veces, muchas procuro hacerlo en voz alta.

Mencionaste el libro como "platillo", y eso me recuerda los menús en tu obra. Serían la delicia de Brillat Savarin o la desgracia de cualquiera que esté a dieta. Hasta en un cuento que acontece en la cárcel, con un ambiente atroz de asesinatos y robos, hay una cantina, Los Berros, donde se comen "ostiones y manos de cangrejo, un chilpachole de jaibas, ¡y no sé cuántas cosas más!" ¿Quién confecciona esos menús? ¿Tú cocinas?
No, pero con los menús me ayuda Ángela, quien tiene una sazón magnífica.

Cuando recibiste el Premio Mariano Azuela y te hicieron el homenaje en la Universidad Autónoma Metropolitana, leíste un texto que me parece se publicó, una nota donde decías que no fue tu meta ser escritor.
No, ésa fue una equivocación. Yo dije que no me propuse ser escritor, que lo fui siempre. Eso lo supe desde hace mucho tiempo. Mi padre quiso hacer de mí otra persona, y no lo logró, quiso que tuviera un título y yo siempre le decía: "Para ser escritor no necesito título". Yo nunca dudé de eso. Fue un error de alguien que no entendió mis palabras.

Han existido escritores a quienes si se les hubiera dado a elegir –como en el caso de Lino Novás Calvo– habrían tomado otro oficio.

El mismo Akutagawa, quien decide suicidarse en una fecha dada pero escribe antes un libro, lo termina, ve que tiene tiempo para hacer otro, lo hace y después se suicida.
Ésas son personas que se proponen algo de verdad. Recuerdo el caso del inglés Joyce Cary, que ha escrito numerosos libros. El más famoso de ellos, Mr. Johnson, es una novela sobre África que se leyó mucho en México por los años cuarenta. Tiene también La boca del caballo, que se llevó al cine. Cary también desempeñó muchos oficios y a los cuarenta años decidió convertirse en escritor. Al llegar el momento, tuvo que demostrarlo. En mi caso, no. Yo no me propuse ser escritor porque lo era. Además, no podría haber sido otra cosa.

El interés de Galindo por la lectura surgió en su infancia, pues sus padres acostumbraban leerse y él se acercaba a escucharlos.
(Foto: Archivo de la familia Galindo)