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Un
silencio de sonidos:
conversación con Sergio Galindo
Nedda
G. de Anhalt |
Uno
de los críticos literarios que más conoce la obra de
Sergio Galindo es la escritora y traductora Nedda G. de Anhalt, a
quien se acude inmediatamente cuando se trata de hablar sobre la ficción
galindiana. Basta recordar la selección de relatos y la nota
introductoria que hizo para el libro Cuentos, de Galindo (impreso
por el Fondo de Cultura Económica-FCE); su ensayo "El
Bordo: Un ramillete de imágenes", que aparece en el volumen
colectivo Miradas a la obra de Sergio Galindo (editado por el Instituto
de Investigaciones Lingüístico Literarias de la Universidad
Veracruzana-IILL UV); la selección y prólogo al libro
Juego de soledades, también de Galindo (publicado por la Universidad
Nacional Autónoma de México-UNAM); Allá donde
ves la neblina.
Un acercamiento a la obra de Sergio Galindo (editado primero por la
UNAM y posteriormente por la UV); o las entrevistas que le hicieron
a la escritora de origen cubano Luis Enrique Ramírez (para
La Jornada) y Miguel Angel Flores (para Proceso): "Sergio Galindo
se fue sin el Nacional de Literatura" y "Nedda G. de Anhalt,
autora del único ensayo amplio y documentado sobre Sergio Galindo",
respectivamente.
En efecto, son pocos los que, como Nedda G. de Anhalt, han podido
acercarse de manera acuciosa al universo literario del autor de Polvos
de arroz y, con ello, analizar sus temas, sus personajes, sus recursos
narrativos. Y es que para la ensayista, "El mejor escritor, el
más expresivo de su generación, es Sergio Galindo (…)
Cuento tras cuento, novela tras novela, Galindo se ha construido una
sólida reputación literaria, porque él es un
contador de historias antes de ser un moralista, un escritor antes
que un filósofo. Estamos ante un clásico, aunque romántico
en su inspiración, adepto de la escritura artística,
con un estilo, carácter y cultura propios" .
De Anhalt también tuvo la oportunidad de aproximarse al mundo
personal de Galindo, lo cual le permitió conocer no sólo
aquello que tiene relación con su narrativa, sino además
con todo lo que hubo antes del acto creativo: la niñez, la
familia, el entorno, los miedos, el gusto por expresiones artísticas
como la música y la pintura, las influencias literarias, las
ayudas no literarias, etcétera. Un ejemplo de ello es la siguiente
conversación entre ambos, la cual se llevó a cabo el
26 de febrero de 1987, en la Ciudad de México. Esta entrevista
–que se incluye en Gaceta con la autorización de la autora–
fue publicada, originalmente, en cinco partes en el Unomásuno
(México, 29 de junio a 3 de julio de 1989). Posteriormente,
apareció completa con el título "Un silencio de
sonidos" en el libro Allá donde ves la neblina. Un acercamiento
a la obra de Sergio Galindo (UNAM, México, 1992, pp. 105-118);
también en Allá donde ves la neblina. Un acercamiento
a la obra de Sergio Galindo (Col. Biblioteca, Universidad Veracruzana,
Xalapa, México, 2003, pp.185-200). Sergio,
se te considera un gran hacedor de personajes. Me gustaría
saber cómo los concibes.
En la novela Otilia Rauda, el personaje que más pensé,
pero a la vez el que más me costaba detener fue Rubén
Lazcano. Me di cuenta de ello y usé un subterfugio, no adentrarme
en él. Es decir, desde la primera página se le nombra
y está ahí frente al lector, como un enfermo que casi
no habla, y se llega a la página ciento y tantos sin que
realmente el lector sepa cómo es Rubén Lazcano. Todo
el tiempo este problema estaba en mi cabeza, aunque a él
no le tocaba aparecer a fondo en esta primera parte, sino en la
segunda. Me causaba un gran desconcierto, como un amago de peligro
porque yo no iba a poder dar el personaje. Había hablado
tanto de él, que a la hora de la verdad no me iba a salir. |
En
la "ayuda no literaria", en primer término colocaría
a mis padres, ya que fue su amor a la lectura la brecha que me llevó
a ser escritor… Escuchar historias me hizo más tarde
escribirlas… El mar también ayudó. Años
más adelante, la influencia o ayuda fue de mi hermana Berta,
casi diría yo: la fe. Creía en mí, creía
que alguna vez sería escritor. |
¿Esto
quiere decir que casi hasta la página 200 tenías duda
de algún atributo o defecto de Lazcano?
No, no, para mí él estaba completamente dado, física
y psicológicamente, pero el lector no estaba "en el
ajo", no conocía el interior de Lazcano y yo debía
darlo: ése era el riesgo. Pero al empezar la segunda parte,
o sea su vida, sus padres, sus hermanos, su viaje a Veracruz, su
regreso, la boda de su hermana, todo se dio con naturalidad. Fue
lo que escribí con mayor fluidez, con una facilidad que no
era más que el resultado de sí conocer perfectamente
a mi personaje.
Claro, lo que sucede es que no empecé a trabajar a Rubén
Lazcano cuando comencé a escribir el libro. Yo lo había
trabajado, no sé, quizá desde los 18 o 20 años
de edad. No sé decir exactamente cuándo, pero a los
18 surgió en mi mente junto con Otilia y tal vez reaparecieron
a los 20; así, un día se presentó solo a los
24 y así siguió apareciendo. Yo sabía que él
llegaría a estar en un libro mío. Lo que quiero decir
es que fabrico mis personajes con mucha anticipación.
Pero
en ese proceso fragmentado en que reaparece el personaje a tus 18,
20, 24 y demás años, ¿ya sabías que
era Rubén Lazcano?
Los nombres de Rubén y Otilia siempre los supe. Así
me vinieron, así se iban a llamar. |
El
haber formado parte de una familia numerosa, le permitió
a Sergio Galindo aislarse y pensar e imaginar con mayor libertad.
(Foto:
Archivo de la familia Galindo)
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En
tu narrativa hay muchísimos paisajes: El Bordo, Las Vigas,
la neblina, los cerros, y esto forma parte de una visión
que recreas. Pero ¿estás inventando o no a tus personajes?
Los personajes sí, pero el paisaje no. Es decir, yo he vivido
en ellos, he tenido mañanas de niebla, de sol espléndido…
Una vez, en Cuernavaca, estaba viendo desde un ventanal hacia un
jardín muy hermoso. Me habían invitado a pasar el
fin de semana con unos amigos, y algunos de los invitados jugaban
por allá. Me dije: "Este jardín no se me va a
olvidar nunca y va a ser parte de mi novela". En efecto, quedó
con esa exactitud.
Por supuesto, no iba a llevar al texto a esas personas que en esos
momentos se movían en ese espacio –y es más,
ni recuerdo quiénes eran–, pero albergaron a Esther,
la esposa de Hugo, en la casa-hotel de su madre en El Bordo. Después
vi en ese mismo paisaje a Esther que se desplazaba y yo ya no tenía
que inventar nada. El recuerdo lo había conservado desde
12 años atrás.
Las
heroínas en la literatura mexicana son más bien dóciles
o esfumadas. No es común que una mujer posea las agallas
de tu Otilia Rauda. ¿Cómo surgió tan audaz,
atrevida, y a la vez con tal sentido del humor?
Sencillamente, Otilia era así. Pero no es sólo Otilia,
yo tengo varios ejemplares de mujeres de mucha personalidad, como
doña Joaquina y Lorenza. Mujeres fuertes he tenido hasta
en mi propia familia.
En
esa parte de la novela en que Otilia está con los senos descubiertos,
inmóvil, casi como una estatua de mármol, tentando
al padre Juvencio, recordé a Sadie en "Lluvia"
de Maugham. ¿Hay relación?
No, pero sí leí ese cuento y muchos otros de Maugham,
como el del collar de perlas del sabelotodo. Maugham fue compañía
de unos cuantos años, pero nunca una influencia. |
Pero tengo influencia de mi madre de otro modo. Veo mi casa (…)
No sé por qué pero avanzo por el corredor con ella
y, de pronto, le digo que voy a ser escritor. No es confesión,
pues esto ya lo hemos discutido antes (…) Y la influencia
o el hecho concreto al que me quiero referir es su mirada. Ella
me contempla y no duda: lo veo en sus ojos. Aprueba, sonríe |
Has
declarado tus influencias literarias: Galdós, Leopoldo Alas
(Clarín), Hernández, Baroja, Rilke, y también
cierta literatura inglesa y rusa. Pero ¿cuáles han sido
tus influencias "no literarias"?
Me gusta esa pregunta porque nadie me la había hecho antes.
Aunque yo no la llamaría influencia, sino "ayuda no literaria".
Y en primer término colocaría a mis padres, ya que fue
su amor a la lectura la brecha que me llevó a ser escritor…
Escuchar historias me hizo más tarde escribirlas… El
mar también ayudó; o fue cierto o lo soñé,
pero desde que lo vi por primera vez me dijo: "Escribe, escribe…"
Años más adelante, la influencia o ayuda fue de mi hermana
Berta, casi diría yo: la fe. Creía en mí, creía
que alguna vez sería escritor. Amigos también, principalmente
Alfredo Beltrán, mi condiscípulo desde la primaria.
Otros hermanos, Gustavo, Julieta… Algunos maestros… Después
Ángela –mi esposa– los hijos… Y así
con los años la lista crece; en este momento tú misma
formas parte de ella.
Acabo de recordar otro tipo de ayuda: a veces me ha sucedido que estoy
escribiendo y de pronto el texto se interrumpe porque la palabra que
quiero usar se ha extraviado. La busco desesperadamente, largo rato.
Es decir, no pierdo la idea, sino la palabra, una única y determinada
palabra. Entonces pierdo tiempo, no puedo avanzar y sé que
debo dejar el trabajo, resignarme a que regrese sola. A veces lo hace
dentro de la misma hora o en el mismo día. Otras veces, no.
Total, suspendo la escritura y hago cualquier otra cosa. Por ejemplo,
tomo un libro, digamos una novela que en ese momento esté leyendo,
y en ella, de pronto, agazapada, aparece y brilla para mí la
palabra perdida. Entonces ya sé cómo proseguir, pues
con ella es como si abriera una compuerta y el texto fluye otra vez:
recupero mi novela. |
Sergio
Galindo con su madre, quien, como él reconoció, fue
el origen de sus lecturas.
(Foto: Archivo de la familia Galindo) |
Esa
búsqueda de la única palabra me lleva a preguntarte:
¿alguna vez intentaste escribir poemas?
Leo poesía de vez en cuando, y casi siempre a Miguel Hernández,
pero nunca fue mi interés escribir poesía. Habré
hecho unos versos en la secundaria, y después en la universidad
escribí unos romances que se pueden considerar corridos.
Se me ocurrió hacerlo, pero yo sabía que no iba a
incursionar en ese camino.
Sin embargo, esa palabra que pierdes y luego buscas sigue
siendo una "ayuda" eminentemente literaria. Cuando te
hice la pregunta pensaba en la pintura, la música…
¡Ah!, la música me ayuda enormemente, para escribir
necesito crear un silencio alrededor mío a base de sonidos.
Un silencio de sonidos.
¿Qué
escuchas mientras escribes?
En Nudo escuchaba el fondo musical de una película que estaba
de moda por aquel entonces, Un hombre y una mujer, lo oí
hasta la saciedad. Para Los dos ángeles escuché un
concierto de Katchaturian. Con Declive y Otilia Rauda fueron piezas
de Debussy y las sonatas cuatro y cinco de Beethoven. Pero, curiosamente,
cuando escribí La comparsa yo imaginé la música.
Dentro de mi cabeza brotaban muchos sonidos simultáneos de
tamboras, guitarras, marimbas, huapangos. Todas estas diferentes
texturas musicales se daban en forma caótica mientras sucedía
el carnaval.
Con
toda esa música que llevas por dentro, quiero saber, después
de las muertes en masa que acontecen en El hombre de los hongos,
¿qué música te alentó?
¡Vivaldi! Si hasta lo cito cuatro veces en el texto.
Claro,
para la seducción y el crimen nadie ofrece un registro de
posibilidades sonoras tan vital como Vivaldi. Eso sucede casi al
final, cuando Emma y Gaspar concertan su diabólica alianza.
¿Y qué sucedió con La justicia, Polvos…,
El Bordo?
Hace tantos años que los escribí que no lo recuerdo.
Pero, regresando a El Hombre de los hongos, algunas personas estuvieron
de acuerdo con que aquello fue un exceso de crueldad de mi parte,
en que me sobrepasé, y que eso fue una auténtica masacre
digna de repudio. En cambio, otros lectores me felicitaron por la
sangrienta belleza.
Pero precisamente ése es el hechizo de ese texto
que, sin duda, puede llamarse mágico. Es más, y corrígeme
si me equivoco: cuando leía El hombre de los hongos sentí
que gozabas con todas esas muertes.
Plenamente.
Como
diría el Rilke de los Cuadernos de Malte Laurids Brigge,
tú sí le concedes importancia a una muerte bien acabada.
En tu narrativa hay muchos ejemplos, y todos son bellos (literariamente
hablando). Si con esas muertes gozaste, ¿con cuáles
no?, si es que has sufrido con algunas.
Por supuesto que he sufrido. Creo que la de Iñaqui fue una
de las muertes que más dolor me ha causado. Hasta tuve que
dejar de escribir, estaba como de luto. Su muerte me afectó
durante un tiempo. Cuando la escribí fue con tristeza, pero
no había remedio. Así tenía que ser, era inevitable.
¡Inevitable!
Como autor omnisciente no otorgas a tus personajes la gracia en
el tribunal unamuniano para que se defiendan o regateen treguas,
como hizo Augusto en Niebla (que por cierto de nada le valió).
No, te equivocas en lo de "omnisciente", porque cuando
escribo, yo soy el relator no el inventor. Créeme cuando
te lo digo: son ellos los que me manejan a mí.
Una
vez que vine a verte y Sebastián, el menor de tus hijos,
entró a pedirte algo, me llamó la atención
el comentario que me hiciste: "Debo ser cuidadoso y fijarme
en lo que respondo porque ya me han reclamado que accedo en algo
y después lo niego. Y es que no se dan cuenta de que digo
"sí" o "no" sin pensarlo, porque estoy
siempre dialogando con mis personajes".
También me río cuando escribo. Ellos existen con tal
fuerza que Ángela y mis hijos pueden estar conmigo, pero
yo en realidad estoy dialogando con mis personajes. Aunque te aseguro
que en estos momentos no sucede eso.
Regreso
a otras muertes dolorosas. Con lo que me dijiste de la de Iñaqui
y con el antecedente de Flaubert que cayó enfermo cuando
el suicidio de Emma Bovary… ¿Sentiste exaltación
o remordimiento con la muerte de Otilia?
La de Otilia no me dolió tanto porque ella muere con gran
realización. En cambio, en ese libro, la muerte de Rubén
me afectó.
¿Y
la de Tomás?
Ésa no me dolió en lo absoluto. La consideré
una justa venganza. |
Sí
he sufrido con las muertes de mis personajes. Creo que la de Iñaqui
fue una de las que más dolor me ha causado. Tuve que dejar
de escribir, estaba como de luto. Su muerte me afectó durante
un tiempo. Cuando la escribí fue con tristeza, pero no había
remedio. Así tenía que ser, era inevitable…
Y es que mis personajes existen con tal fuerza que Ángela
y mis hijos pueden estar conmigo, pero en realidad yo estoy dialogando
con aquéllos |
¿De
qué manera influyeron tus padres en tu formación literaria?
Mi madre, definitivamente, es el origen de mis lecturas. Ella y
mi padre acostumbraban leerse; cuando uno se cansaba, el otro proseguía.
Era mi madre la que más leía. Creo que desde entonces
surgió mi interés por la lectura de novelas, porque
me acercaba a escucharlos. ¿La edad? Seis o siete años.
Más tarde, ellos me dieron muchos libros a leer, y otros
los leí simplemente porque cayeron en mis manos. En general,
novelas sin trascendencia, pero que causaban placer y sobre todo
hábito.
Pero tengo influencia de mi madre de otro modo. Déjame recordar.
Veo mi casa, tal vez en marzo, abril o mayo. Son las dos de la tarde
y el tiempo es espléndido. No sé por qué pero
avanzo por el corredor con ella y, de pronto, le digo que voy a
ser escritor. No es confesión, pues esto ya lo hemos discutido
antes. Pero esa tarde en la que los dos viajábamos por ese
corredor y yo le platico de todo, invento y le digo: "Voy a
escribir historias de pasiones, de odios…" Y la influencia
o el hecho concreto al que me quiero referir es su mirada. Ella
me contempla y no duda: lo veo en sus ojos. Aprueba, sonríe.
Además, tener una familia tan numerosa como la mía
–por ser el número once de los hijos– me facilitó
aislarme. Éramos tantos: uno más, unos menos, no importaba,
y eso me daba libertad para pensar e imaginar miles de cosas, porque
yo preferí siempre mis propios juegos.
¿No
jugabas con tus hermanos?
Sí, pero no me gustaban sus juegos porque siempre perdía.
¿Qué
tipo de juegos eran?
El salto de altura les encantaba, era su favorito. Yo incluso trataba
de huir porque en ese salto mi hermana Alicia, que era un año
mayor que yo, me ganaba siempre. Pero también me ganaba mi
hermano Héctor, y él es un año menor que yo.
Recuerdo esa etapa como el reino de Salgari, y no era Xalapa donde
me movía. Estaba en medio de una tormenta marítima
y nos rodeaban muchos piratas. Nada correspondía con la realidad,
y mi imaginación me ayudó a disfrazar muchas cosas. |
Ángela
y Sergio Galindo, en una recepción en el Palacio de Bellas
Artes.
(Foto: Archivo de la familia Galindo)
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¿Disfrazabas
también tus miedos, tus terrores?
No creo. Por ejemplo, dicen que yo decía: "no tengo miedo
a los leones ni a los tigres de bengala, pero a las gallinas sí".
(Parece que algún día, en mi primera infancia, un guajolote
me aleteó en la cara). De niño –a los dos o tres
años– jugué con un leño que estaba cubierto
de hormigas y, de repente, aterrorizado porque las hormigas me cubrieron,
grité. Desde luego, esto me lo han contado, y lo menciono porque
no he sacado en ningún libro esas obsesiones.
Talvez ésas no, pero otras sí que voy a recordarte
de la serie A destiempo, pues ahí aparecen claves sobre el
tema de la autodestrucción y el suicidio en tu obra. A: "cada
vida es una forma de suicidio". B: "Si el doctor te ordena
no fumar, escucha su consejo y haz exactamente lo contrario. |
Igualmente
absurdo es que te pida que no respires o transpires o ames o eyacules".
C: "Es difícil morir, no se atreve uno". D: "me
es ajeno el deseo de vivir… Si tuviese valor me mataría
esta noche". E: "Padre ¡hazme el favor! Regresa
un rato y habla conmigo". F: "Hoy quisiera convertir a
las mujeres en estatuas". G: "Soy una especie de edificio
(digamos un condominio) vendido casi en su totalidad. No soy mi
dueño. Me construyeron, me hicieron grato, habitable, cobijador.
Resulté atractivo, convencí a los compradores. Y mientras
más grato y amoroso me volvía –sin percatarme
de ello– más me aniquilaba".
Esa serie tuvo un triste significado para mí, y durante los
años en que escribí esas líneas –que
fueron autobiográficas– me fueron muy dolorosas. Publiqué
lo que contenía menos amargura y destruí el resto.
¿Cuál
sería tu libro favorito?
Es una pregunta que muchas veces me han hecho y siempre respondo
diferente. En resumen…, sí podrían quedar como
favoritos Los dos ángeles y Otilia Rauda. Sin embargo, eso
no sería justo porque no puedo olvidar Polvos de arroz ni
La justicia de enero, y sería una aberración omitir
Declive.
Me
gustó el preciso control de esa novela. Hallé que
estabas en tu punto en ese texto austero, casi seco. ¿Declive
es autobiográfica?
No, no lo es. Aunque indiscutiblemente recoge experiencias personales.
Como comprenderás, no hubiera podido escribir Declive sin
haber tenido una propia y rica experiencia alcohólica por
muchos años y con bastante fortuna. Me gustó mucho
disfrutar la bebida, fue encantador. Pero llegó el momento
de dejarla y la dejé. No obstante, te digo algo, sí
me hubiera gustado ser mi personaje. Imagínate, ese señor
no tiene el menor apuro económico.
¿Tienes
alguna fascinación por la desnudez?
Desde luego: si el cuerpo es hermoso, absoluta fascinación.
¿Visualizabas
a Otilia bajando así, desnuda, y disfrutabas de esta imagen?
Sí y a Anabella también, nada más que con Anabella
era un poco amargo. Aunque todavía no estuviera totalmente
destruida, su cuerpo ya estaba en descomposición.
Hay
quien dice que todos estamos en estado de descomposición.
¡Otilia no lo está! Otilia es fruta madura.
Y
con todas esas quejas o elogios que se mencionaron antes, ¿cómo
reaccionó la gente en "Retrato de Anabella", cuando
la tía se avienta con el sobrino?
La gente es chistosa, ¿verdad? Me han llegado a decir que
no quiero a Camerina y que Anabella es una vieja obscena.
Anabella,
por supuesto, arriesga mucho más porque lo de Otilia es un
desafío, y uno con gran sentido del humor. ¿Te identificaste
con Otilia o con Anabella?
No, no, no es que me identificara ni con una ni con otra.
Lo
que me interesa averiguar es por qué un escritor mexicano,
y por añadidura jalapeño, pueda meterse tan bien bajo
la piel del alma de una mujer. ¿De dónde surge a Sergio
Galindo esa sensibilidad no sólo hacia las mujeres, sino
también hacia los hombres?
Volvemos a la gran familia. Fui un poco el paño de lágrimas
de muchos que me han contado sus historias. Esto empezó cuando
yo tenía… 14 años o 16 años, y así
siguieron. |
¿Mi libro favorito? Es una pregunta que muchas veces me han
hecho y siempre respondo diferente. En resumen…, sí
podrían quedar como favoritos Los dos ángeles y Otilia
Rauda. Sin embargo, eso no sería justo porque no puedo olvidar
Polvos de arroz ni La justicia de enero, y sería una aberración
omitir Declive. |
¿Secretos
de mujeres o de hombres?
Ambos, porque siempre fui un buen confidente.
¿Fuiste
almacenando todas esas intimidades, quizá para transformarlas
más tarde en materia narrativa?
No, no fue exactamente eso, porque vendría a ser como si
me hubiera nutrido de lo ajeno, y no, no. Lo que pasa es que me
habitué a saber muchas cosas y a no juzgarlas jamás.
Creo que ésa fue la razón por la que acudían
a mí.
Dicen
que a Laclos las mujeres le contaban sus confidencias. ¿Sabes
cómo se considera a los seres-cofres? Como personas que no
representan ningún peligro.
Pues no seré peligroso, pero te puedo decir que yo sabía
escuchar. Es más, soy todo oídos.
De
la parte de Otilia Rauda que corresponde a Melquiades, una vez que
ella ha muerto, ¿que comentarios has tenido?
Nada. Silencio absoluto.
Me
parece raro que un acto de necrofilia –por cierto muy bien
trabajado–, que quizá aparezca por vez primera en la
literatura mexicana, no haya recibido algún tipo de crítica,
incluso de protesta por las feministas… Pero en fin. Si hago
un deslinde arbitrario, en tu obra encuentro que para las descripciones
de paisajes eres exuberante, pero para lo erótico eres parco
y a veces críptico. Pienso en Nudo y en cómo ahí
juegas tanto con el tiempo cronológico y el subjetivo de
tus personajes. No sabemos si Tom Hardley entra al ménaje
a trois esa noche, antes o después de haberse metido Daniel
en la alberca. Recuerdo que discutimos ese libro en clase. Alguien
pensó que fue antes de la natación y hasta aventuró
que ese baño era una suerte de bautismo, pero la ambigüedad
es tan deliberada que otros sostuvieron que fue después.
El argumento que se expuso –con una lógica que no me
sonó a prestada– era que el tiempo real antes de la
zambullida era de diez minutos, y ese lapso tan limitado no alcanzaba
para hacer mucho.
Trataré de contestarte. En las descripciones de paisajes
no es que me dé vuelo, pero sí existe un placer por
las palabras. En las partes eróticas no hay necesidad de
alargar innecesariamente una escena a tal grado que resulte monótona
o vulgar. Procuro en ambos casos decir lo sustancial. En cuanto
a Tom Hardley, no te voy a dejar con la duda, pues recuerdo que
cuando nos conocimos me hiciste esa pregunta.
Y
como respuesta me obsequiaste una espléndida carcajada.
Es que con Tom Hardley no pasa nada.
¿Cómo
puedes decir que no pasa nada?
En ningún momento. Es decir, ni antes ni después de
la natación. Más bien, Daniel está esperando
la visita de Toro, pero ésta no se lleva a cabo porque Tom
va al cuarto de Ivonne esa noche.
Aprovecho que estamos en el terreno de las declaraciones
para que esclarezcas el porqué en tus ficciones es necesario
para los personajes enamorarse una y otra vez, si de todas maneras
les va como en feria. Ahí tienes a Tom, Ivonne, Daniel y
a todos los de Nudo hechos bola. Anabella, Cecilia, Emma, Augusta,
Camerina…
Pero estas tres últimas sólo se enamoraron
una vez, y Camerina realmente ya tarde.
De acuerdo. Emma y Augusta una vez, y mal. Otilia dos veces.
¡Y se enamoró bien!
¿Eso
es "bien"? ¿Y Melquíades?
Digamos que su amor por Otilia fue el de toda su vida y siguió
así. Él se dio a la lujuria después de la muerte
de ella.
Entonces
¿para Sergio Galindo el amor es el encuentro único
de dos almas o el encuentro que hay que multiplicar?
En realidad, uno debe enamorarse una sola vez, pero no siempre ocurre
así. Para consolarse uno puede enamorarse muchas veces.
O
sea que para ti en la vida real el pasto debe ser verde, pero en
el campo literario pude ser violeta, azul…
Más bien, en la vida real y en la literatura, el pasto puede
y debe ser de colores.
Cuando
antes hablaste de música, yo esperaba que también
mencionaras la pintura. Tu casa está llena de cuadros y,
en cierto modo, veo así la construcción misma de tus
novelas, se acerca a la pintura y también al cine. Tu obra
es sumamente visual; todos tus libros son filmables. Me atrevería
a decir que casi los escribiste con esa intención.
No, porque en ese caso hubiera escrito simplemente un guión.
Pero tal vez en el fondo haya cierto deseo mío de que algún
día mis textos se hagan películas.
¿Hay algún proyecto?
He recibido ofertas para tres de mis cuentos: "Carta de un
sobrino", "Retrato de Anabella" y "El tío
Quintín".
En
ese último se presenta una ruptura con tu línea de
héroes y heroínas trágicos, porque como en
ningún otro cuento exhibes un gran sentido del humor.
Pero el sentido del humor se encuentra también en La Comparsa,
en "Carta de un sobrino" y prácticamente en toda
mi obra.
Sí,
pero se trata de ironías y sarcasmos contenidos, dosificados.
Como que con "El tío Quintín" te "soltaste
el moño" por vez primera.
No, porque lo primero que escribí eran puras cosas de humor.
Aparecieron en el colegio en una especie de periódico de
tres o cuatro hojitas, donde me dedicaba a burlarme de compañeros
y maestros. Yo mismo se los pasaba para que los leyeran y se divertían
mucho. Inventaba historias donde ellos eran los personajes. Eran
tonterías, pero gustaban. |
Sergio
Galindo, Juan Vicente Melo y Nedda G. de Anhalt.
(Foto:
Archivo de la familia Galindo)
|
¿Por
qué no continuaste en esa línea?
Aquello me era muy fácil. Temí que era una veta que
si la seguía no me iba a conducir a ningún lado, resultaba
demasiado superficial.
Es la mala fama que siempre persigue al sentido del humor.
¿Guardaste algo de esa etapa?
No, y ahora pienso que debí haber rescatado alguna de esas
cosas.
¿Cuando
terminas de leer un libro lo relees?
Hay libros que acabo de leer y tengo que regresar a ellos porque
son tan extraordinarios que no puedo dejar ese platillo. Así
me ha pasado con Conrad. Hay un libro de Ford Maddox Ford, El buen
soldado, que terminando de leerlo instantáneamente lo volví
a leer varias veces. Lo que pasó es que estaba enfermo y
mi ejemplar tenía páginas en blanco.
¿Inventaste
lo que faltaba?
No, pero cuando me levanté lo primero que hice fue hacerme
de un ejemplar completo y, claro, me di cuenta de que si no leía
las páginas que en mi primer ejemplar estaban en blanco,
no le iba a encontrar sentido. Así que lo leí otra
vez y muchas más.
Y
en cuanto a tus propios libros, ¿vuelves a ellos?
Sí, después de escritos los releo muchas veces, muchas
procuro hacerlo en voz alta.
Mencionaste
el libro como "platillo", y eso me recuerda los menús
en tu obra. Serían la delicia de Brillat Savarin o la desgracia
de cualquiera que esté a dieta. Hasta en un cuento que acontece
en la cárcel, con un ambiente atroz de asesinatos y robos,
hay una cantina, Los Berros, donde se comen "ostiones y manos
de cangrejo, un chilpachole de jaibas, ¡y no sé cuántas
cosas más!" ¿Quién confecciona esos menús?
¿Tú cocinas?
No, pero con los menús me ayuda Ángela, quien tiene
una sazón magnífica.
Cuando
recibiste el Premio Mariano Azuela y te hicieron el homenaje en
la Universidad Autónoma Metropolitana, leíste un texto
que me parece se publicó, una nota donde decías que
no fue tu meta ser escritor.
No, ésa fue una equivocación. Yo dije que no me propuse
ser escritor, que lo fui siempre. Eso lo supe desde hace mucho tiempo.
Mi padre quiso hacer de mí otra persona, y no lo logró,
quiso que tuviera un título y yo siempre le decía:
"Para ser escritor no necesito título". Yo nunca
dudé de eso. Fue un error de alguien que no entendió
mis palabras.
Han
existido escritores a quienes si se les hubiera dado a elegir –como
en el caso de Lino Novás Calvo– habrían tomado
otro oficio.
|
El mismo Akutagawa, quien decide suicidarse en una fecha dada pero
escribe antes un libro, lo termina, ve que tiene tiempo para hacer
otro, lo hace y después se suicida.
Ésas son personas que se proponen algo de verdad. Recuerdo
el caso del inglés Joyce Cary, que ha escrito numerosos libros.
El más famoso de ellos, Mr. Johnson, es una novela sobre África
que se leyó mucho en México por los años cuarenta.
Tiene también La boca del caballo, que se llevó al cine.
Cary también desempeñó muchos oficios y a los
cuarenta años decidió convertirse en escritor. Al llegar
el momento, tuvo que demostrarlo. En mi caso, no. Yo no me propuse
ser escritor porque lo era. Además, no podría haber
sido otra cosa. |
El
interés de Galindo por la lectura surgió en su infancia,
pues sus padres acostumbraban leerse y él se acercaba a escucharlos.
(Foto: Archivo de la familia Galindo)
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