Abril-Junio 2007, Nueva época Núm.102
Xalapa • Veracruz • México
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Sin prejuicios, Galindo condujo al éxito a la Editorial de la UV: Luisa J. Hernández

Edith Escalón

Galindo tenía una de las mentes más limpias que he conocido en relación con su trabajo; no tenía prejuicios, ni siquiera los más normales. Siempre supo tomar lo mejor de las personas, lo cual es una cualidad espiritual mayor que conduce al éxito; más meritorio en su caso porque era un gran novelista y artista, y es frecuente que los artistas de excepción sean personas centradas en sí mismas y no proyectadas a profesiones tan exigentes como es la de editar
Luisa Josefina Hernández es la dramaturga más reconocida dentro de la generación de los años cincuenta. La crítica especializada resalta sus cualidades: mujer inteligente, talentosa y perspicaz, con el don de la originalidad. No sólo se dedicó a la escritura teatral, sino que también formuló una teoría dramática. La cátedra que daba en la Universidad Nacional Autónoma de México es recordada por generaciones de dramaturgos como una de las más aleccionadoras de su tiempo.
A finales de la década de los cincuenta, su necesidad de escribir textos en prosa coincidió con la fundación de la Editorial de la Universidad Veracruzana (UV). La suma de su amistad con Sergio Galindo, director y fundador, más la apertura que la casa de estudios tuvo desde entonces para proyectar a nuevos escritores dieron como resultado una serie de textos que fueron el punto de partida para diversificar su obra literaria.

Con la publicación en la UV de El lugar donde crece la hierba, en 1959, Luisa Josefina se estrenó como novelista. En 1982, la UV publicó la segunda, Apocalipsis cum figuris, con la que ganó ese año el Premio "Xavier Villaurrutia". En el 2000, editó las piezas de teatro intituladas El galán de ultramar y reeditó, al mismo tiempo, su primera novela. Recientemente, en 2006, publicó Una lectura de yerma de Federico García Lorca. Además, muchas obras entraron al mundo de habla hispana a través de sus traducciones, entre ellas las de los escritores de lengua inglesa E.M. Forster, Dylan Thomas y Christopher Frye.

Es Luisa Josefina Hernández quien, a propósito del 50 aniversario de la Editorial de la Universidad Veracruzana, comenta para Gaceta lo que significó para esa generación de literatos, hoy consagrados, encontrar en Veracruz un amigo que, desde una institución como la UV, les diera la oportunidad de proyectarse al mundo de las letras.

Sergio Galindo fue un imán de jóvenes escritores en los primeros años de la Editorial de la Universidad Veracruzana, usted entre ellos. ¿Cómo lograba sumar talentos a ese gran proyecto de la UV?
Con un infalible buen gusto, diría yo. Sergio Galindo tenía una de las mentes más limpias que he conocido en relación con su trabajo; no tenía prejuicios, ni siquiera los más normales. Reunía a su alrededor a personas valiosas, les brindaba hospitalidad, les prodigaba paciencia y buen trato... para mi asombro muchas veces, porque yo soy exigente, crítica e impaciente.

Sergio se reía de mis exabruptos, y siempre supo tomar lo mejor de las personas, lo cual es una cualidad espiritual mayor y que, indudablemente, conduce al éxito; más meritorio en su caso porque era un espléndido novelista, un gran artista, y es frecuente que los artistas de excepción sean personas centradas en sí mismas y no proyectadas a profesiones tan exigentes como es la de editar.

¿Dónde inició esa relación que terminó por convencerla de tener un contacto permanente con la Editorial de la UV?
En la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde él frecuentaba a un grupo de amigos veracruzanos que yo trataba: Fernando Salmerón y Emilio Carballido, entre otros. Por esas fechas ocurrió que Sergio publicó un libro de cuentos, Barcos de papel, al cual le hice una reseña entusiasta, publicada en la revista de la UNAM. Él me lo agradeció y establecimos una relación cordial. Posteriormente, en 1955, nos encontramos en el Centro Mexicano de Escritores, en donde, después de haber sido becada dos años, estuve trabajando otros dos. A él le fue concedida esa beca por la Justicia de Enero, su primera novela grande no publicada todavía.

Entonces, me lo encontraba en el Centro dos o tres veces por semana. Ése fue el principio de una amistad que duró muchos años, mientras él fue funcionario de la Universidad Veracruzana y luego Director del Instituto de Bellas Artes, en la Ciudad de México. Luego, cuando se retiró a Veracruz, ya enfermo, dejé de verlos, a él, a su esposa Ángela y a sus hijos.

Pienso, además, que aunque mientras vivió fue reconocido, sus novelas, grandes novelas como La Comparsa o El Bordo, no ocupan el lugar que debieran en el panorama de la literatura mexicana actual, el cual no es brillante, pero no lo es precisamente por esto: una valoración errática de los escritores que ya le pertenecen.

Mientras otras editoriales se negaban a arriesgarse con escritores sin trayectoria, Galindo convirtió a la de la UV en tierra fértil para los nuevos talentos. ¿Qué significó para Luisa Josefina Hernández esta apertura?
Para mí fue fundamental. A partir de 1951, durante cinco o seis años, estuve escribiendo teatro, me ofrecieron puestas en escena importantes, dirigidas y actuadas por los profesionales del momento.

También traduje teatro en abundancia y fui invitada a publicar en antologías como las del Fondo de Cultura Económica y la Editorial Aguilar, también en revistas o en suplementos dominicales como el del periódico El Nacional, de manera que no había probado la necesidad de publicar con regularidad en alguna editorial. Sin embargo, en 1956, sentí la urgencia de escribir novelas. Llevé El lugar donde crece la hierba al Fondo de Cultura Económica, donde fue obstaculizada por algún lector, quien también se interpuso frente a la Justicia de Enero, de Sergio Galindo, y a Balúm Canám, de Rosario Castellanos. Seguramente, quería diezmar "la generación de los cincuenta". Yo retiré mi novela, los otros persistieron, con la ventaja de hacer relaciones con Joaquín Diez Cañedo, el cual ocupaba un puesto alto en el Fondo.
Diez Cañedo nos apoyó y luego nos hizo autores de Joaquín Mortiz, su propia editorial. Yo publiqué en el Fondo otro libro: Plaza de Puertosanto.

Así, pues, cuando la Universidad Veracruzana fundó esa Editorial magnífica con varias colecciones tan brillantes que dan la imagen de la cultura de la segunda mitad del siglo XX, Sergio Galindo nos invitó, a sus amigos y compañeros escritores, a publicar, y su iniciativa fue agradecida y aceptada.

La colección Ficción albergó varias obras de Luisa Josefina Hernández, entre ellas La cólera secreta.
Para mí, la Universidad Veracruzana fue siempre el lugar que sabía aprovechar un libro o proponer una traducción de interés, que yo festejaba y realizaba: Christopher Frye, Dylan Thomas, Shakespeare… ¡qué sé yo!
conduce al éxito; más meritorio en su caso porque era un gran novelista y artista, y es frecuente que los artistas de excepción sean p

¿Fue un parteaguas en su carrera literaria?
Definitivamente. La fundación de la Editorial de la Universidad Veracruzana coincide para mí con la libertad de publicar textos en prosa, o sea, un apoyo profesional muy fuerte, así como lo fue en su momento la editorial Joaquín Mortiz. Fue mi punto de partida para llegar a otras editoriales donde también publiqué novelas: Era, Siglo XXI, Jus, UNAM, Editores Mexicanos Unidos, Planeta y Alfaguara, entre otras.

En esos años, las editoriales y la apertura escaseaban, pero aún ahora es difícil para los jóvenes sin trayectoria…
Francamente sí. Para los nuevos escritores y para los ya establecidos. Las editoriales en la Ciudad de México tienen problemas de presupuesto y las publicaciones son lentas: un libro puede esperar tres o cuatro años para su publicación cuando hace 20 años esperaba seis o siete meses. Es importante que por esto mismo se prefiera publicar libros técnicos. Creo que estos detalles dan la medida de la situación editorial actual.

En otro aspecto, recuerdo que en la misma época, cuando todavía daba clases en la UNAM, los alumnos no podían comprar los libros requeridos y los ejemplares de las bibliotecas no eran suficientes. Las bibliografías se distorsionaban con frecuencia para evitar mayores gastos. Ahora ya puede notarse que los alumnos de estas generaciones saben mucho de Ibsen, O’Neill y Shakespeare, porque se entrenan en obras completas de un volumen para evitar gastos. Así influye la economía sobre la cultura.

Para usted, ¿en qué radica el éxito que la Universidad Veracruzana tuvo en su proyección literaria?
La Universidad Veracruzana surgió como una institución mayor de la cultura mexicana, incluyendo teatro, pintura y música, porque contó con los intelectuales que México tenía en aquella época y que eran de primera línea. No se limitó a aquellos que estaban a su disposición en Veracruz, sino que borró las fronteras provincia-capital que, en forma tan torpe, son el orgullo de tantas provincias y el motivo de su atraso. La Universidad Veracruzana, en términos editoriales y académicos, se planteó no a nivel de Veracruz, sino de México entero y del mundo a través de los extranjeros disponibles. No se puso límites, atrajo escritores y maestros, medida inteligente que la coloca entre los primeros centros culturales del país, antes y ahora.


El fundador de la Editorial era un espléndido novelista y un gran artista con una incuestionable calidad humana. (Foto: Archivo de la familia Galindo)
La Editorial de la UV celebra este 2007 su 50 aniversario. Frente a otras casas editoriales, ¿cuál es su potencial como foro de expresión literaria, científica y cultural?
Incalculable. En este preciso momento, la cultura que aporta la Universidad Veracruzana, académica, artística y editorial, constituye una fuerza poderosísima en un panorama que no cuenta con la seriedad y la honestidad que garanticen un cumplimiento. Son muchos los presupuestos que en México se desvían hacia metas no culturales.

La Universidad Veracruzana ha seguido por el camino de la selección y el cumplimiento en una institución ejemplar.