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La
Editorial de la UV allanó el camino a escritores en ciernes,
ahora universales
Dunia
Salas Rivera |
Sergio
Galindo, su fundador, fue rara avis en un medio mezquino, hipócrita,
mercantilizado y conflictivo: Luis Arturo Ramos |
Tres
ex directores de la Editorial de la UV: Juan Vicente Melo, Sergio
Galindo y Luis Arturo Ramos.
(Foto:
Héctor Vicario)
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Sin
duda, una figura importante para la labor editorial que la Universidad
Veracruzana (UV) ha desarrollado desde 1957, año en que surgió
su principal publicación, La Palabra y el Hombre, ha sido Luis
Arturo Ramos. Este narrador y ensayista veracruzano, después
de haber estudiado la carrera de Letras Españolas, regresó
como funcionario a esta casa de estudios para desempeñarse
como jefe de Publicaciones bajo la gestión de Sergio Galindo.
De esta relación, caracterizada por la fe y confianza de uno,
así como la admiración del otro y el respeto de ambos,
surgió una sólida y entrañable amistad que, años
más tarde, beneficiaría enormemente la tarea de la Editorial
de la Universidad Veracruzana, que este 2007 celebra su 50 aniversario.
En esta entrevista, el ganador del Premio Colima en dos ocasiones
habla tanto de su llegada a la Universidad –la cual estuvo enmarcada
por una etapa de grandes transformaciones históricas: el crecimiento
de la UV, la competencia editorial, el movimiento estudiantil de 1968
y sus repercusiones en el campo editorial– como de las dificultades
que conlleva el trabajo editorial y de la gran experiencia que le
dejó el hecho de trabajar al lado del fundador de la Editorial
de la UV y de la revista La Palabra y el Hombre.
Asimismo, en este número especial de Gaceta, dedicado a los
50 años de la Dirección General Editorial de la UV,
Luis Arturo Ramos muestra la faceta más humana de dicho escritor
destacable en la historia de la literatura veracruzana, nacional e,
incluso, latinoamericana: Sergio Galindo, quien tuvo el acierto de
abrir las puertas a autores universales cuando iniciaban sus carreras:
Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, Luisa Josefina
Hernández, Emilio Carballido, José Revueltas, Elena
Garro, Eraclio Zepeda, Sergio Pitol, Juan Carlos Onetti, Elena Poniatowska,
José de la Colina y al mismo Luis Arturo Ramos, entre muchos
otros. Además, el autor de Violeta-Perú nos hace testigos
de cómo la Editorial de la UV ha sido el espacio donde la obra
de escritores de diversas partes del mundo ha convergido y acrecentado
el pensamiento y la cultura de los veracruzanos. Luis
Arturo Ramos llega a la Universidad Veracruzana en un momento histórico
fundamental. ¿Cuál era el contexto político
y económico que enmarcó su llegada a la Editorial
de la UV como funcionario?
En 1969, llegué a la Universidad a estudiar en la Facultad
de Letras Españolas en un momento en que la institución
comenzó a crecer de una manera muy acelerada; además,
tenía que ser eco de lo que estaba sucediendo en el país.
La UV era muy señalada en las facultades y áreas de
Humanidades: Música, Antropología, Letras. En ese
contexto se crearon las carreras de Sociología e Historia.
Fue una etapa de crecimiento de las universidades públicas
que correspondía también a una nueva dinámica
dentro del país: el movimiento del 68, el arribo de los nuevos
partidos, la reforma política que promovió Jesús
Reyes Heroles.
A raíz de los acontecimientos que envolvieron al Movimiento
Estudiantil de 1968 se canceló prácticamente toda
la producción editorial de la Universidad Veracruzana, y
en 1979, a instancias de Sergio Galindo y siendo ya rector Gonzalo
Aguirre Beltrán, se replanteó la necesidad y la obligación
de rescatar a la Editorial de la UV. De esta manera, Sergio fue
designado como director editorial y él, a su vez, me nombró
jefe de publicaciones y director de La Palabra y el Hombre.
En ese entonces, México ya era otro y había una gran
competencia entre las editoriales privadas, que ya eran muchas,
a diferencia de la primera época, cuando había acaso
cinco editoriales en todo el país y, por supuesto, las editoriales
universitarias, como la de Puebla, Sinaloa y Zacatecas, por citar
algunas. Por lo tanto, era lógico que nosotros tuviéramos
que enfrentar esa nueva dinámica política y económica;
así que cuando Sergio Galindo refundó la Dirección
Editorial de la UV, ubicó las oficinas en la Ciudad de México,
porque ahí estaba el 50 por ciento de todas las librerías
del país (y esa es la razón por la cual la oficina
de distribución y ventas sigue estando ahí). Ya eran
los años setenta y había mucha actividad política
en el ámbito nacional: la guerrilla, la guerra sucia y otros
hechos que obligaron a que todo se recompusiera… y de alguna
manera la UV no podía
quedarse atrás.
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A
raíz del Movimiento del 68 se canceló casi toda la
producción editorial de la UV, y en 1979, a instancias de
Galindo y siendo ya rector Gonzalo Aguirre, se replanteó
la necesidad de rescatar a la Editorial. Sergio fue nombrado director
editorial. Él ubicó las oficinas en el DF, porque
ahí estaba el 50 por ciento de todas las librerías
del país. Eran los años setenta, había mucha
actividad política y económica en el país (…)
y la UV no podía quedarse atrás |
En
1972, también a instancias de Sergio Galindo, que entonces
era jefe del Departamento Editorial de Bellas Artes en la Ciudad
de México, se reinauguró la nueva época de
La Palabra y el Hombre, por eso digo que participé en esta
refundación. En 1979, cuando trabajaba como profesor visitante
en la Universidad de Texas, regresé a Xalapa para fungir
como jefe editorial; Sergio Galindo era el director editorial. La
Dirección Editorial tenía tres departamentos: el de
Impresos, a cargo de Rosaura Romero, quien había trabajado
con Galindo desde la fundación; el de Distribución
y Ventas, que estaba en la Ciudad de México, y el de Publicaciones,
cuyo titular era yo.
En 1988, Salvador Valencia fundó la Dirección General
Editorial, y yo fui nombrado director general editorial. Me tocó,
entonces, establecer ciertas políticas editoriales y llenar
algunos vacíos que existían. Se fundó, por
ejemplo, la revista La Ciencia y el Hombre, hermana de La Palabra
y el Hombre. Esta última estaba orientada hacia el Área
de Humanidades, y en los primeros números se publicaba literatura,
filosofía, antropología, arqueología, textos
sobre música y arte. Pero no había ese equivalente
en las otras áreas, y la UV no sólo había crecido,
sino que también se había descentralizado: se crearon
las Vicerrectorías y hubo un auge de la ciencia, de las carreras
técnicas. Por ello, se fundó La Ciencia y el Hombre,
que se convirtió en otra de las figuras señeras, un
espacio dedicado a la ciencia y a la tecnología. Luego, tratamos
de fundar también algo que tuviera que ver con las ciencias
administrativas, pero no se pudo, a pesar de los intentos. La idea
era que hubiera tres publicaciones que fueran las puntas de lanza
de las disciplinas que conforman las áreas académicas
de la UV. |
Luis
Arturo Ramos, Silvia Molina y Federico Patán, durante el
Congreso Nacional de Novela Mexicana, organizado por la UV, entre
otras instituciones. |
Usted
fue una de las personas más cercanas a Sergio Galindo, no sólo
en el aspecto laboral, sino también en el personal, lo cual,
acaso sin pretenderlo, benefició enormemente a la Editorial
de la UV y a su principal publicación, La Palabra y el Hombre.
¿Cómo se dio y cómo definiría esta amistad?
Cuando estaba estudiando Letras y me dijeron que fuera a México
para ver si podían publicar un libro mío, yo sabía
quién era Sergio Galindo. Al llegar, le dije a la secretaria:
"Soy de Xalapa", y ella me dijo que no me fuera, que sí
me iba a recibir, pero que tenía que esperar. Luego, Sergio
salió y no me atendió, sólo me pidió que
lo acompañara al aeropuerto a recibir a su hija. El no haberme
recibido en su oficina –lo cual me hubiera impresionado mucho–
fue muy relajado. Así, en 1972, mis cuentos fueron publicados
en el número dos de la nueva época de La Palabra y el
Hombre. Posteriormente, mandé mi primer libro de cuentos, El
tiempo y otros lugares, al Premio de Cuento San Luis Potosí,
en el que Galindo fue jurado, y donde resultó con mención
honorífica. Luego, un amigo le dio mi novela Violeta-Perú;
Galindo me llamó, me invitó a comer a su casa y me dijo:
"Necesito un jefe de publicaciones. Dime en este momento si vienes
a trabajar conmigo".
Inmediatamente le dije que sí y viajé de Estados Unidos
a Xalapa. Violeta-Perú apareció en los primeros cinco
títulos de la refundación de la Editorial de la UV. |
Para
mí, Galindo fue un amigo, un consejero y un maestro. Siempre
mostró un respeto absoluto hacia mi concepto de lo que era
la labor editorial (…) Cuando había cosas de mi trabajo
que no le gustaban me decía que tenía derecho a cometer
errores, y cuando algo le gustaba lo expresaba. Le tuve un gran
respeto no sólo por su trabajo como editor, sino también
como escritor que estuvo más allá de la mercadotecnia |
Con
este antecedente fue más fácil publicar Intramuros,
novela que le di a Luis Mario Schneider, dueño de la Editorial
Oasis, quien la aprobó. Sergio se enteró y me reclamó
por no habérsela dado para la UV; le expliqué que al
ser yo de casa no me parecía prudente, pero él no pensaba
así, y habló con Schneider y éste se la dio.
Otro de los privilegios que tuve es haber ido a su casa de la colonia
Nueva Anzures. Me invitaba a comer y me leía sus textos. Yo
le oí Otilia Rauda antes de leerla, al igual que muchos de
sus cuentos. Además, era un magnífico lector: se sentaba
con su cigarro en la mano –lo que desgraciadamente le cobró
la vida prematuramente– y leía con volumen alto entonando
la voz narrativa, los diálogos, las voces de los personajes
masculinos, femeninos, de niños; y en ese momento se daba cuenta
de que el texto necesitaba otra palabra. Esta prerrogativa de ver
cómo trabaja el escritor no sucede siempre.
Para mí, Galindo fue un amigo, un consejero y un maestro. Cuando
yo era director de La Palabra y el Hombre siempre mostró un
respeto absoluto hacia mi concepto de lo que era la labor editorial,
incluso hacia lo que debía ser la personalidad del director
de la revista. Cuando había cosas de mi trabajo que no le gustaban
me decía que tenía derecho a cometer mis propios errores,
y cuando algo le gustaba lo expresaba. Le tuve un gran respeto no
sólo por su trabajo como editor, sino también como escritor
que estuvo más allá de la mercadotecnia. Siempre me
llamó la atención el hecho de que otros autores con
tanta calidad como la de él, y a veces hasta un poquito menos,
tuvieran tanto cartel. Sergio era un gran escritor; además
destacaba su gran generosidad, principalmente con los escritores jóvenes,
en especial con aquellos en quienes creía. Galindo fue rara
avis en un medio tan mezquino, hipócrita, mercantilizado y
conflictivo. Por eso, en todos los sentidos, me parece una figura
emblemática, un modelo a seguir en cuanto a dignidad literaria. |
En
1994, se instauró el Consejo Editorial de la UV, y Luis Arturo
Ramos fue nombrado presidente del mismo |
Y
como editor ¿qué se le debe reconocer a Galindo?
Como editor hay que destacar su visión de apertura, su gran
generosidad, su apuesta a favor de la literatura, más que
a los grupos políticos o a intereses ajenos. Era un enamorado
de la literatura, un excelso escritor y un gran lector, y eso lo
demostró en la primera época de La Palabra y el Hombre.
Y aunque tenía un estilo muy particular y reconocible, no
le daba la espalda a otro tipo de propuestas literarias, precisamente
por su gusto tan pulido como lector. También hay que destacar
que esta labor editorial tuvo un apoyo irrestricto en las administraciones
de Alberto Aguirre Beltrán y de Roberto Bravo Garzón.
Uno
de los grandes aciertos que tuvo el autor de Otilia Rauda fue publicar
obras de escritores desconocidos, quienes, después de aparecer
bajo el sello de la UV, iniciaron una carrera en ascenso que los
llevó a ser los autores consagrados de hoy: Sergio Pitol,
Juan Vicente Melo, José de la Colina, Elena Poniatowska,
José Revueltas, Gabriel García Márquez…
Si digo que Sergio Galindo es una figura fundamental, no sólo
me refiero a su calidad humana o a su generosidad sin distinciones,
sino también a su apuesta por la literatura joven. Muchos
escritores ahora consagrados son muestra de ello. Y gracias a esa
visión se publicaron libros fundamentales para la literatura.
Esta idea de expandirse al mundo se dio en la Xalapa de los años
cincuenta. La capital dejó de ser provincia, entre otras
cosas, por su Editorial que se abrió al mundo, y aunque todavía
tenía ciertas cosas de carácter provinciano, éramos
universales en las publicaciones. Y es que no hay que perder de
vista que la Editorial de la Universidad Veracruzana subsiste con
los impuestos de los veracruzanos, de ahí que se desprenda
una obligación para con su comunidad, el pensamiento y la
creación de conocimiento en general. Quien la dirija no se
puede manejar como si se tuviera una empresa, donde el valor fundamental
son las utilidades; no se le puede dar la espalda a la sociedad,
mucho menos a la comunidad universitaria. Esto lo entendió
muy bien Sergio, quien se atrevió a publicar obras de autores
inéditos, a diferencia de otras editoriales que publicaban
libros de gente ya conocida, porque de alguna manera esto representaba
un éxito.
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Sergio
era un gran escritor; además destacaba su gran generosidad,
principalmente con los escritores jóvenes, en especial con
aquellos en quienes creía. Galindo fue rara avis en un medio
tan mezquino, hipócrita, mercantilizado y conflictivo. Por
eso, en todos los sentidos, me parece una figura emblemática,
un modelo a seguir en cuanto a dignidad literaria |
Por
otra parte, hay que reconocer que no había muchas editoriales
y que a la UV llegaron autores de gran calidad, entre ellos Juan
Vicente Melo, José de la Colina, Tomás Segovia, Vicente
Leñero, Rosario Castellanos, Elena Garro, Juan García
Ponce, Jorge Ibargüengoitia, Gabriel García Márquez,
Álvaro Mutis, Luisa Josefina Hernández, Emilio Carballido,
José Revueltas, Eraclio Zepeda, Sergio Pitol, Juan Carlos
Onetti, Elena Poniatowska… aparte de los locales como Ramón
Rodríguez, Carlo Antonio Castro, Dagoberto Guillaumín
o Francisco Beverido, todos importantes para la literatura veracruzana
e, incluso, nacional.
Sin embargo, ahora son más importantes las ventas, por ello
se sacrifica la calidad (aunque no se trata de que las editoriales
vayan automáticamente en números rojos). Pero, en
aquella época, los libros, además de tener una gran
calidad, se distribuían y se vendían. Esta visión
de dejar de lado lo mercantil y las famas espurias fue lo que caracterizó
a la Editorial de la UV durante la gestión de Galindo. Ésta
fue la modernidad bien entendida de Galindo, el cual tuvo un gran
respeto por la calidad y el servicio social que una universidad
pública como la UV tiene que dar a la comunidad, pero gracias
también a Aguirre Beltrán, rector que permitió
esa apertura universal.
Otro
de los grandes aportes que la Editorial de la UV ha dado al conocimiento
ha sido la traducción de libros fundamentales para la literatura…
Y no sólo para la literatura, pues se han traducido importantes
libros de diversas disciplinas humanísticas, textos antropológicos,
de ciencias jurídicas; se incorporaron autores fundamentales
como José Gaos, María Zambrano, Ryszard Kapuœciñski…
Aquí cabe destacar la labor importantísima que, por
una parte, hizo Sergio Pitol en La Palabra y el Hombre, donde se
editaron a muchos autores, principalmente de Europa del Este, y
por otro, Mario Muñoz, cuyas traducciones sirvieron para
conocer, incluso en el ámbito nacional, a muchos escritores
polacos desconocidos hasta entonces, como Jaroslaw Iwaszkiewicz,
Jerzy Andrzejewski, Kazimierz Brandys y Ryszard Kapuœciñski.
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Si
digo que Galindo es una figura fundamental, no sólo me refiero
a su calidad humana, sino también a su apuesta por la literatura
joven. Muchos escritores ahora consagrados son muestra de ello.
Y gracias a esa visión se publicaron libros fundamentales
para la literatura. Esta idea de expandirse al mundo se dio en la
Xalapa de los años cincuenta. La capital dejó de ser
provincia, entre otras cosas, por su Editorial que se abrió
al mundo, ¡éramos universales en las publicaciones! |
¿Qué
significó haber publicado en la Editorial que tú mismo
impulsaste?
Cuando Sergio Galindo me invitó a ser el responsable de las
publicaciones de la UV, también lo hizo porque le interesaba
que yo publicara, y lo hice con el libro Violeta-Perú, que
posteriormente ganó el Premio de Narrativa Colima para Obra
Publicada. Esta edición, que se agotó (ya se han tirado
tres ediciones más en otras editoriales), fue muy importante
para mí, así como entrar al medio literario con el
respaldo de la Universidad Veracruzana y, especialmente, de Sergio
Galindo.
Además, publicar en la UV me dio un sentido de pertenencia.
Soy muy regionalista, siempre digo que soy de Veracruz, me refiero
a la UV como mi universidad porque me siento parte de ella. Y así
fue con los cinco grandes autores de esa época: Jorge López
Páez, Emilio Carballido, Juan Vicente Melo, Sergio Galindo
y Sergio Pitol (el más joven de ellos); todos regresaron
a Veracruz, todos publicaron en la Editorial de la UV y, salvo López
Páez, todos tuvieron que ver con ella de una forma u otra
como funcionarios. Tanto a ellos como a mí nos ha importado
mucho que se sepa que somos escritores veracruzanos. No sé
qué tienen estas tierras que nos hacen regresar: hay un cordón
umbilical que nos une a Veracruz.
Desde
que, en 1948, la UV inició su labor editorial, sus colecciones
–como Ficción, Biblioteca, Textos Universitarios, Tesitura–
han sido el vehículo idóneo para la difusión
del trabajo docente, de investigación, estudiantil y artístico.
¿Cuáles fueron el contexto y los motivos bajo los
cuales iniciaron las colecciones creadas bajo su gestión?
Con la colección Textos Universitarios pretendimos apoyar
a la docencia. La intención era elaborar textos manuales
para que fueran consumidos por los estudiantes y apoyaran ciertos
cursos, la currícula académica de la Universidad Veracruzana.
Eran libros dignos, bien hechos, pero relativamente de bajo precio
para que el estudiante tuviera la oportunidad de adquirirlos. Algunos
de estos libros ya tienen hasta cuatro ediciones.
Tesitura surgió porque, a pesar de que los músicos
podían publicar textos ensayísticos en La Palabra
y el Hombre, no había un espacio para las creaciones de los
compositores.
Así fue como se creó esta colección. En ella
se editaron libros de técnicas musicales, composiciones,
ejercicios musicales y muchas propuestas novedosas.
Luna Hiena fue una colección creada por Ángel José
Fernández, para los jóvenes poetas. Tenía un
formato de corte artesanal muy bonito. También hay que mencionar
los números monográficos sobre historia y literatura,
que ahora están totalmente agotados. Ahí se publicaron
unas traducciones de Carlo Antonio Castro sobre poesía japonesa,
un libro que incluía la grafía de ese idioma, su transliteración
a la fonética castellana y la traducción. Estos fueron
textos monográficos bellos que interesaron a públicos
muy definidos.
Además, seguimos apoyando las colecciones fundamentales:
Ficción, mediante la cual se ha llevado lo mejor de la literatura
al país y al mundo; Biblioteca, para los textos de Humanidades,
y Divulgación, con la que pretendíamos publicar textos
relacionados con otras áreas, como administración,
contaduría, economía, entre otras. Tanto Ficción
como Biblioteca fueron colecciones fundamentales en el pensamiento
mexicano creador de la literatura mexicana y latinoamericana.
Jóvenes autores, mexicanos y extranjeros, publicaron ahí:
Álvaro Mutis, Gabriel García Márquez, María
Zambrano, José Revueltas, Juan Carlos Onetti, José
Gaos, Eraclio Zepeda, Emilio Carballido… Grandes filósofos,
antropólogos, arqueólogos, historiadores y creadores
han publicado en Ficción y en Biblioteca. Grandes títulos
como Diario de Lecumberri, Dormir en Tierra, Benzulul, La calle
de Valverde, Los funerales de la mamá grande, El Norte y
Polvos de arroz, entre muchos otros, fueron ediciones austeras,
pero sólidas y robustas.
Ahora los tiempos son distintos, ha entrado un afán mercantilista
excesivo. Por ejemplo, el librero –que es un comerciante que
vive de vender sus libros– es muy renuente a recibir el libro
universitario; y es cierto que no está obligado a poner lo
que uno le lleve, más bien pone lo que cree que se va vender.
Por otra parte, las grandes editoriales transnacionales llegan a
corromper este circuito ofreciendo a los libreros el 70 por ciento
de las ganancias, algo imposible para las editoriales universitarias.
Por ello, hay que ver que ésta no es una circunstancia fácil
para el libro universitario.
Además, el mercado del libro privado está completamente
mercantilizado. Se privilegian obras que son de fácil venta,
por eso ahora el gran juez es el mercado. Pero el que se vendan
más de 50 mil ejemplares de un libro no lo hace bueno.
En
La Palabra y el Hombre han participado personalidades asociadas
a los movimientos más avanzados del pensamiento humanista
en Latinoamérica, y se ha distribuido en todo el mundo: de
Canadá a Chile y de España a Pekín. Esto la
convierte –entre otros motivos– en la principal publicación
periódica de la UV, la cual tiene ya con más de 140
números editados. ¿Cómo ha cumplido con el
objetivo de ser un órgano cultural para la expresión
de la diversidad y la creación humanas?
Cuando la fundó Sergio Galindo, en 1957, era la única
revista de su género publicada en provincia, y no había
muchas en la Ciudad de México. Por eso fue un hecho insólito
el que una publicación de este tipo saliera del Distrito
Federal y que tuviera esta tendencia de apertura hacia las humanidades
y hacia aquellos que eran los nuevos antropólogos, sociólogos,
filósofos.
Es la única revista que, desde su inicio y a pesar de sus
altibajos, se ha sostenido y ha sido muy bien recibida, en gran
parte gracias al esfuerzo de cada uno de los directores, desde Sergio
Galindo, en sus dos épocas; posteriormente, con César
Rodríguez Chicharro, quien inició sus funciones como
director en 1965; después con Mario Muñoz, Juan Vicente
Melo y un servidor; hasta Raúl Hernández Viveros,
Guillermo Villar y Jorge Brash. Y es que publicar en La Palabra
y el Hombre era una garantía de la calidad de lo que se publicaba.
Además de una revista en toda la extensión de la palabra,
porque revisa lo que ocurre, ofrece y propone, fue un escaparate
para los estudios, las tendencias, los nuevos criterios.
De 1968 a 1972 no se publicó nada, pero en este año
Galindo rescató la revista. En 1986, cuando llegué
a dirigir la nueva época de La Palabra…, me di cuenta
de que todos los investigadores, especialmente los de Humanidades,
eran nuevos y estaban jóvenes: Carmen Blázquez, Soledad
Morales, Ricardo Corzo y otros; no obstante, los invitamos a colaborar
porque estaban impulsando un trabajo fundamental. Y en Letras sucedía
lo mismo, así como con los artistas plásticos. En
este sentido, tratamos de incorporar a los pintores, fotógrafos,
grabadores, fotógrafos, etcétera, para que ilustraran
nuestras publicaciones y, con ello, rebasar el concepto de ilustración.
Por otra parte, vimos que había la necesidad de publicar
números monográficos, que precisamente son los que
están agotados. Hicimos uno fundamental sobre los estridentistas
–que ya no se puede encontrar por ningún lado–,
otros que coordinaron los historiadores, un número dedicado
a Sergio Galindo por sus 60 años de edad y otro sobre Flaubert.
Queríamos abrir las posibilidades, y hasta pagábamos
las colaboraciones, claro, en la medida de nuestras posibilidades.
Habíamos conquistado ese terreno y esos espacios: el trabajo
académico en revista se pagaba.
¿Cuáles
son las dificultades a las que se enfrentan las editoriales universitarias
actualmente?
Principalmente, a las grandes editoriales transnacionales, sobre
todo las españolas, que son dueñas de todas la editoriales
y que están imponiendo mercados, criterios.
Y es obvio que no podemos competir contra ellas. La UV no puede
pagar un anuncio en la televisión, tampoco comprar a un locutor
para que diga: "Ya leí este libro y es muy bonito",
y al otro día la clase media, que cree que la obra ya está
sancionada, va y lo compra. Otro gran problema es el de la distribución,
aunado al poco hábito de la lectura, que es un lugar común
pero cierto, y a la obligación que tienen las universidades
de publicar determinados libros que no son fácilmente vendibles. |
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