He
decidido leer un cuento mío, no sólo para saber
si soy un buen intérprete de mis propios cuentos, sino
para saber también otra cosa: si he acertado en la materia
que elegí para hacerlos: yo los he sentido siempre como
cuentos para ser dichos por mí, esa era su condición
de materia, la condición que creí haber asimilado
naturalmente, casi sin querer; por eso quiero saber si eso es
una parte íntima o necesaria de ellos mismos, o por lo
menos si es la manera preferible de su existencia.
No sé por qué no se hacen recitales de cuentos;
pero he estado arriesgando suposiciones: debe haber pocos cuentos
escritos para ser contados en voz alta, escritos expresamente
con esa condición, o cuya materia de expresión sea
la palabra viva; cuentos en que el artista haya asimilado esa
materia, haya soñado con ella muchos años, con la
efectividad misteriosa en que se encuentran y se funden, un espíritu
y la materia que lo expresa; cuando eso se ha logrado nos encontramos
con que si esa obra artística se transporta a otra materia,
generalmente pierde mucho y parece falsificada. Aun sabiendo que
tenemos tendencia a ser fieles a la primera manera con que nos
encantó una cosa por primera vez y la queremos seguir sintiendo
sin la menor modificación (como nos decía Goethe
en el instante que Werther no decía a los niños
un cuento exactamente como lo había hecho la primera vez);
aun sabiendo que se puede producir una rara excepción en
que un cambio de materia haga una obra más extraordinaria
(como muchos opinan con respecto a la Chacona de Bach transcrita
por Busoni); aun en el caso de haber visto una obra en el cine
que a pesar de aparecer diferente al original literario también
es interesante; aun sabiendo muchas cosas más, nos encontramos
con que la mayor parte de las veces hay que respetar o preferir
una obra en su materia original.
Y antes que la obra sea conocida, no me parece excesivo pedir
que se conozca una obra en la materia en que fue sentida por el
autor, en la materia en que nació. Eso es lo que yo quisiera
pedir con respecto a mis cuentos. Ellos, sin yo saberlo al principio,
ya fueron imaginados para ser leídos por mí. Y no
sólo soy yo el que ha encontrado que cuando un cuento mío
ha sido transportado a un español literario y castizo por
los correctores, haya perdido mucho. Hasta puede haber ocurrido
que en mi mal castellano del principio (tal vez menos ahora) yo
haya profundizado mis sentimientos en esa mala materia, y al transportarla
a la buena, pierdan esa profundidad. Lo mismo ocurre cuando los
lee otra persona. Y lo diré de una vez: mis cuentos fueron
hechos para ser leídos por mí, como quien le cuenta
a alguien algo raro que recién descubre, con lenguaje sencillo
de improvisación y hasta con mi natural lenguaje lleno
de repeticiones e imperfecciones que me son propias. Y mi problema
ha sido: tratar de quitarle lo más urgentemente feo, sin
quitarle lo que le es más natural; y temo continuamente
que mis fealdades sean siempre mi manera más rica de expresión.
Digo temo porque le temo a un prejuicio cuando viene solo. Me
encanta invitar a mi cabeza o recibirlo cuando viene a la
fuerza a cuanto prejuicio anda por la calle, y después
hacerlos pelear hasta que se deshagan.
Ahora parece que están entrando los prejuicios de lo natural;
empecemos por el más popular: Hay obras que pretendiendo
ser naturales son completamente horribles. Hay obras en parte
naturales y en parte artificiales que son en parte buenas y en
parte malas, que no coinciden, constantemente, en que lo bueno
será natural y viceversa.
Yo soy un crítico natural, sé poco, pero no importa;
tengo intuición (él cree que es bergsoniana o que
la intuición bergsoniana es adivinación).
Hay obras naturales o artificiales completamente buenas del principio
hasta el final.
Hay obras que salieron a pura inspiración y enteritas:
completamente buenas o completamente malas.