Varias veces, en el camino que hago del empleo a mi casa he pensado
acercarme a su carta, hostigado por la vanidad. Pero siempre tengo
miedo de muchas cosas; entre ellas, que un día se descubra
un error inesperado en las personas que se entregan con tan noble
generosidad a lo que escribo yo, y se encuentren con que han sido
estafadas. Eso sería para mí angustioso en muchos
sentidos y después se volvería horrible.
Sin embargo su carta es peligrosamente tentadora: ella me ha traído
de nuevo ideas que tuve cuando escribía esa narración
y también me hace pensar que descubre cosas que yo no conozco
en mí. Otras sí. Por ejemplo: recuerdo el esfuerzo
constante por ser objetivo; mi pasión por entrar en ciertos
conocimientos sin pretensiones psicológicas ni filosóficas,
sino esperando los pasos que quisiera dar la curiosidad cuando
es misteriosa, cuando se espera con una paciencia encantada que
la curiosidad sola busque sus medios, los que quisieran ser artísticos
y sobre todo, del fondo más sencillo, más antiliterario
de nuestra alma. Y trabajar literariamente favorecido por
lo que pueda haber de ventaja en los pocos conocimientos
contra la literatura y las formas hechas. Bueno, su carta me trae
la comprensión de ese propósito y hasta la esperanza
de haberlo realizado en parte y de algún modo; ...apareciendo
los fenómenos como independientes de sus juicios...;
... al dar su imaginación formas corpóreas
y concretas a lo incorpóreo abstracto, o viceversa, hace
más sensibles y fáciles de comprender...;
...palpita milagrosamente por toda la obra como la sangre
por todo el cuerpo animal.... Pero hay zonas en su carta
para las cuales no tengo antecedentes: no conozco bien los clásicos,
ni el idioma, ni medios gramaticales o de formas (sé bien
que esto último podría despreciarse después
de conocerlo). Usted tiene conocimientos adquiridos con generosidad
y de la manera que no hacen mal. Se los envidio. Ud. debe sentirse
muy feliz siendo tan generoso. Ya Ud. es un amigo como para decirle
que soy muy egoísta, que me cuesta mucho salirme de mí
mismo. Se lo digo porque no quiero agregar a mis defectos, el
de temer a la verdad. Pero me hubiera gustado mucho ser de una
calidad de vida como la suya: salirse de sí mismo para
el bien ¡y tan generosamente! Claro que no hubiera querido
ser uno de sus opuestos, los que se salen de sí para sacar
y no para dar. Es eso lo que me hubiera servido para conocer mi
obra. Había un filósofo que decía: Hay
quien tiene condiciones para desempeñar un empleo, y otros
para conseguirlo. Yo sería perezoso para eso y me
disgustarían los medios para conseguirlo. Por eso y porque
nunca abundaron los generosos como usted (y tal vez por otras
cosas que no conozco) es que no se conocen mucho mis cosas aquí
(más en la Argentina y sobre todo en París debido
a una suerte muy particular y a otra gran generosidad). No dirá
que soy impúdicamente vanidoso.
Mi querido amigo, le debo esta verdad, que a pesar de todo sigo
asombrado de su carta, aunque me extraña menos si pienso
en esa alma que Ud. también conoce, a María Ofelia
Huertas de Olivera, no me extraña que entre ustedes se
produzcan esas amistades, comprensiones y esos milagros de comunicación
en que el ser humano supera la intuición de los insectos.
Mis más conmovidas gracias, mi querido amigo.