Marzo 2003, Nueva época No. 63 Xalapa • Veracruz • México
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Una carta
Felisberto Hernández

 

Varias veces, en el camino que hago del empleo a mi casa he pensado acercarme a su carta, hostigado por la vanidad. Pero siempre tengo miedo de muchas cosas; entre ellas, que un día se descubra un error inesperado en las personas que se entregan con tan noble generosidad a lo que escribo yo, y se encuentren con que han sido estafadas. Eso sería para mí angustioso en muchos sentidos y después se volvería horrible.
Sin embargo su carta es peligrosamente tentadora: ella me ha traído de nuevo ideas que tuve cuando escribía esa narración y también me hace pensar que descubre cosas que yo no conozco en mí. Otras sí. Por ejemplo: recuerdo el esfuerzo constante por ser objetivo; mi pasión por entrar en ciertos conocimientos sin pretensiones psicológicas ni filosóficas, sino esperando los pasos que quisiera dar la curiosidad cuando es misteriosa, cuando se espera con una paciencia encantada que la curiosidad sola busque sus medios, los que quisieran ser artísticos y sobre todo, del fondo más sencillo, más antiliterario de nuestra alma. Y trabajar literariamente —favorecido por lo que pueda haber de ventaja en los pocos conocimientos— contra la literatura y las formas hechas. Bueno, su carta me trae la comprensión de ese propósito y hasta la esperanza de haberlo realizado en parte y de algún modo; “...apareciendo los fenómenos como independientes de sus juicios...”; “... al dar su imaginación formas corpóreas y concretas a lo incorpóreo abstracto, o viceversa, hace más sensibles y fáciles de comprender...”; “...palpita milagrosamente por toda la obra como la sangre por todo el cuerpo animal...”. Pero hay zonas en su carta para las cuales no tengo antecedentes: no conozco bien los clásicos, ni el idioma, ni medios gramaticales o de formas (sé bien que esto último podría despreciarse después de conocerlo). Usted tiene conocimientos adquiridos con generosidad y de la manera que no hacen mal. Se los envidio. Ud. debe sentirse muy feliz siendo tan generoso. Ya Ud. es un amigo como para decirle que soy muy egoísta, que me cuesta mucho salirme de mí mismo. Se lo digo porque no quiero agregar a mis defectos, el de temer a la verdad. Pero me hubiera gustado mucho ser de una calidad de vida como la suya: salirse de sí mismo para el bien ¡y tan generosamente! Claro que no hubiera querido ser uno de sus opuestos, los que se salen de sí para sacar y no para dar. Es eso lo que me hubiera servido para conocer mi obra. Había un filósofo que decía: “Hay quien tiene condiciones para desempeñar un empleo, y otros para conseguirlo”. Yo sería perezoso para eso y me disgustarían los medios para conseguirlo. Por eso y porque nunca abundaron los generosos como usted (y tal vez por otras cosas que no conozco) es que no se conocen mucho mis cosas aquí (más en la Argentina y sobre todo en París debido a una suerte muy particular y a otra gran generosidad). No dirá que soy impúdicamente vanidoso.
Mi querido amigo, le debo esta verdad, que a pesar de todo sigo asombrado de su carta, aunque me extraña menos si pienso en esa alma que Ud. también conoce, a María Ofelia Huertas de Olivera, no me extraña que entre ustedes se produzcan esas amistades, comprensiones y esos milagros de comunicación en que el ser humano supera la intuición de los insectos.
Mis más conmovidas gracias, mi querido amigo.