¿Qué es la vida y cuál
es su origen?¿Existen otros tipos de inteligencia que no
tengan forma humana? ¿La creencia de un Dios creador está
a punto de derrumbarse? ¿El hombre tiene la posibilidad de
trascender su propia naturaleza? ¿El espíritu humano
es el producto de una serie de azares? En la siguiente entrevista,
publicada en la revista Prétentaine, Edgar Morin, pensador
francés y pionero en los estudios sobre el pensamiento complejo,
responde a cuestionamientos que desde tiempos remotos forman parte
de las preocupaciones del hombre.
La
Edgar Morin es uno de los pensadores más importantes del
siglo xx. Cuenta con una vasta formación en el campo de
las ciencias humanas, de ahí que no sólo se le conozca
como filósofo, sino también como sociólogo,
epistemólogo e historiador. Pero lo que pocos saben es
que este gran maestro del pensamiento bajó de la cátedra
y salió de las aulas para fungir como lugarteniente de
las fuerzas francesas combatientes durante la Segunda Guerra Mundial.
Después de tan dura experiencia comenzó a trabajar
como periodista, época en la que escribió el libro
El hombre y la muerte.
Posteriormente, inició su largo periplo por el camino de
la investigación. En 1961 se desempeñó como
investigador en el Centre National de la Recherche Scientifique
(Centro Nacional de Investigación Científica de
París, Francia), y nueve años después se
convirtió en director de investigación. En la actualidad
es director emérito de investigación en dicho centro.
A lo largo de su trayectoria ha escrito numerosas obras en cuyos
contenidos se advierte la preocupación por un conocimiento
que no esté mutilado ni dividido, que no tenga los límites
ni las carencias del pensamiento simplificante y que sea capaz
de abarcar la complejidad de lo real. La ambición
del pensamiento complejo escribió Morin es
rendir cuenta de las articulaciones entre dominios disciplinarios
quebrados por el pensamiento disgregador (uno de los principales
aspectos del pensamiento simplificador), el cual interfiere, aísla
lo que separa y oculta todo lo que religa. En este sentido, el
pensamiento complejo aspira al conocimiento multidimensional.
Debido a su trascendencia, las ideas de Edgar Morin han viajado
por varios países del mundo, en los que seguidores y estudiosos
de la corriente que el pensador francés abandera se encargan
de analizar y comprender la naturaleza de lo complejo. Incluso,
Morin dirige desde su trinchera la Association pour la Pensée
Complexe, la cual ha extendido una red por el mundo
Italia, Portugal, Japón, China y numerosos países
latinoamericanos, al tiempo que tiene conexiones con diversas
universidades.
Por su parte, la Universidad Veracruzana institución
que ya está inscrita en la Cátedra Itinerante Edgar
Morinde la unesco, cuyo titular es el pensador francés,
desea otorgarle a éste el doctorado Honoris Causa por su
aportación a las ciencias humanas y al pensamiento contemporáneo.
Para conocer con mayor profundidad las reflexiones que el autor
de El método hace en torno a temas esenciales como la vida,
el hombre y la muerte, Gaceta presenta la siguiente entrevista
que realizaron, en 2001, Jean Marie Brohm, Geraldine Noailly y
Magali Uhl, en París, Francia.
En esta conversación que fue publicada en la revista
Prétentaine y traducida por Maliyel Beverido, Morin
habla sobre el lugar que el hombre ocupa en el mundo y sobre las
relaciones que éste establece con otros seres, platica
acerca del origen de la vida, así como de la expansión
y la destrucción inexorables del universo; también
reflexiona en torno a los avances científicos y a la probabilidad
de que en el universo existan ciertos tipos de inteligencia o
de pensamiento que no tengan forma humana. Asimismo, el pensador
francés profundiza y discute acerca de lo misterioso y
lo desconocido, de la fe y la mística, de las creencias
y la religión, de la vida y la muerte
¿Qué
es un ser viviente?
Un ser viviente es un ser al mismo tiempo existente. Diría
que un existente vive de una manera aleatoria, sometido a la incertidumbre,
a los peligros, a las contingencias y, como ser viviente, dispone
de cierto número de cualidades y propiedades que se desprenden
de su organización. Las primeras cualidades tienen que
ver con la auto-eco-organización, es decir que el viviente
encuentra en sí mismo la capacidad permanente de repararse,
de regenerarse, lo que supone a su vez dos rasgos específicos.
Primero, como el viviente está siempre activo, debe extraer
la energía de su entorno. Es por ello que hablo de la auto-eco-organización,
ya que no hay autonomía sin dependencia. La auto-organización
significa entonces una relativa autonomía que, sin embargo,
depende del medio ambiente. Esto, lo cual es el segundo rasgo,
aporta cualidades emergentes que no existirían sin esta
organización, son las cualidades que llamamos vida (metabolismo,
reproducirse, estar en relación activa con el medio ambiente),
la organización viviente producida por cierto modo de conocimiento
organizador que yo llamo computación. Este modo de conocimiento
se funda en un cómputo capaz de tratar objetivamente a
la vez los elementos de los que se constituye y el mundo exterior
en función de su interés particular de viviente.
Éste concierne en primer lugar a su capacidad de reproducción,
ya sea solo o de manera sexual (los primeros seres vivos se reproducían
por desdoblamiento), y se desarrolla con la evolución de
los vegetales y animales una forma de sensibilidad al respecto
de lo que adviene.
Ahora, habría que hacer una pregunta preliminar: ¿qué
cosa es la vida? Esta pregunta es importante porque ha sido objeto
de debates seculares entre dos escuelas del pensamiento. La escuela
reduccionista, por un lado, que afirma que para comprender la
vida hay que referirse a los constituyentes físico-químicos
que la integran; la escuela vitalista, por otro, para quien la
vida está hecha de una sustancia especifica, particular,
que no se encuentra en la materia normal ordinaria.
Henri Bergson, por ejemplo, era un vitalista. Apoyándose
en múltiples pruebas, sostenía la tesis
según la cual los vivientes no subsisten de manera inmediata
y total al segundo principio de la termodinámica, el principio
de la degradación. Este debate fue saldado en los años
sesenta, con los descubrimientos de la estructura del código
genético por Watson y Crack. El descubrimiento de la inscripción
química del código genético en el adn probó,
de manera definitiva, que todos los constituyentes del ser viviente
se encuentran en su naturaleza físico-química. Pero
esta victoria del reduccionismo era de hecho, sin que lo supiera,
su derrota, ya que demostraba que hay una diferencia infranqueable
entre lo viviente y lo no viviente, que es la complejidad de su
organización, que constituye una auto-organización.
Dicho de otro modo, la diferencia fundamental entre vivo y no
vivo no se encuentra en la materia (uno u otro son elementos materiales),
sino que está en el tipo de organización, en la
complejidad de la organización de lo viviente. En la vida
de la vida.
Justamente
en La vida de la vida, en algún momento se habla de máquina
viviente. ¿Hay alguna diferencia, además de
la organización, entre una máquina mecánica
y una máquina viviente?
Sí, porque esta máquina viviente es a la vez un
ser, una existencia, una máquina. Yo agregaría además
que esta máquina es esencialmente un ser viviente. En el
primer tomo de mi Método definí el término
de máquina no a partir de la definición clásica,
la de las máquinas artificiales que fabricamos, sino a
partir de una más antigua. Jean de la Fontaine hablaba
por ejemplo de la máquina redonda; yo la definí
como una organización activa que, en algunos casos, puede
producir cierto número de efectos o productos.
Se puede decir, por ejemplo, que el sol es una máquina,
y hasta una máquina madre o una arkhe-máquina, ya
que una estrella produce a partir de lo menos organizado (núcleos
y átomos ligeros) lo más organizado, es decir átomos
pesados, como el carbono, el oxígeno y los metales. Los
soles son, pues, efectivamente seres organizadores.
Están dotados de propiedades a la vez ordenadoras, productoras,
fabricantes y creadoras. Nosotros mismos, en tanto seres vivos
organizados, somos máquinas térmicas. Es más,
funcionamos entre 36 y 40°C, lo que implica una combustión
debida a la cual nuestros órganos y nuestras células
trabajan sin cesar. Eso muestra que no somos ajenos al universo
de las máquinas.
La paradoja de lo viviente resulta de que sea una organización,
y que esta organización pueda considerarse como una máquina
muy original, porque a diferencia de las máquinas que fabricamos
y que son incapaces de auto-repararse y auto-reproducirse, el
ser viviente se auto-fabrica y se auto-repara hasta cierto punto.
Además, puesto que tenemos nervios, estamos dotados de
sensibilidad, a diferencia de las máquinas. Lo que es particularmente
evidente en los mamíferos, sobre todo en los seres humanos,
es el enorme papel que juega la afectividad en su ser.
Hay que agregar aquí algo muy importante: que todo ser
viviente es también un sujeto. Para mí, ser sujeto
es situarse en su sitio u ocupar el centro de su propio mundo
para considerarlo y considerarse a sí mismo. A partir de
allí, según la concepción hegeliana, se actúa
para sí, flir sich. En efecto, un ser viviente trabaja
sin parar para mantenerse, entretenerse y finalmente reproducirse.
El sujeto es así una noción particularmente compleja.
Ser sujeto conlleva un principio de exclusión: nadie puede
decir yo en mi lugar, yo ocupo mi sitio. Hasta mi
gemelo homocigótico, a pesar de la enorme complicidad que
pueda unirnos, no puede decir yo por mí. Pero
también tiene un principio de inclusión, es decir
que yo puedo incluir nosotros en mi yo,
o yo en un nosotros. Eso es lo que hace
que pueda consagrarme a mis hijos, a mi familia, a mi patria,
a mi partido, y hasta dar mi vida por ellos.
Hay a la vez un principio de egoísmo, que nace del egocentrismo,
y un principio de altruismo, que viene de esa solidaridad con
el nosotros. Y agregaría que no existen los
seres aislados ni el mundo bacteriano, que ya contiene una relación
de inter-subjetividad.
Ese término puede parecer extraño si se trata de
bacterias, pero en el fondo hay dos elementos que lo indican:
para empezar las bacterias se comunican entre ellas y algunas
dan incluso una porción de adn a otras (lo que mucho tiempo
se creyó una sexualidad bacteriana y que no lo es); luego
existe la hipótesis de que el mundo bacteriano, reuniendo
a las bacterias del aire, la tierra, el mar, nuestros intestinos
forma un todo, ya que las bacterias, por diversas que sean, pueden
comunicarse entre ellas.
Para las bacterias no existen las especies, no hay más
que diferencias; hay unas malas para nosotros, también
otras muy útiles, como las de nuestros intestinos, por
ejemplo. La idea es la existencia de un super-organismo bacteriano
terrestre que nos produjo en la medida en que las células
eucariotas, que son las células de vegetales y animales,
provienen de una simbiosis entre dos células bacterianas.
Lo que queda de esta simbiosis son las mitocondrias. Los vegetales
y los animales nacen entonces a partir de esas bacterias, y de
hecho nada nos indica que este organismo bacteriano no nos integre
en su conjunto.
¿Podemos
imaginarnos, como lo afirmaba Max Scheler en Natu-raleza y formas
de la simpatía, que todos los vivientes se encuentran en
simbiosis?
Se puede decir en efecto que existe esta simbiosis bacteriana
general. Hay diferentes simbiosis entre los seres vivientes, pero
también hay parasitismos múltiples, además
de fenómenos de inter-devoración: hay animales que
comen plantas y carnívoros que comen a los herbívoros,
etcétera. Dicho de otro modo, en la vida pueden constatarse
a la vez los fenómenos simbióticos de cooperación
y de inter-destrucción.
¿Puede
decirse que la vida implica la individuación? ¿Podemos
imaginar una vida que no sea individual?
No, pero hay que agregar, tomando como ejemplo a los humanos,
entre los que las cosas son bastante claras, que somos a la vez
individuos, miembros de una sociedad y formamos parte de una especie.
Y esas tres nociones son absolutamente indisociables, hasta diría
que están comprendidas unas en otras: en el seno de mi
individualidad hay un espacio en la medida en que la especie no
puede continuar sin el auxilio de dos individuos de sexos diferentes;
en el seno del individuo está la sociedad, es decir la
cultura, el lenguaje; entonces, la sociedad está en el
interior del individuo que es el interior de la sociedad. Esas
tres nociones son indisociables, pero aunque la tendencia reduccionista,
simplificadora, sea muy común en el mundo de los biólogos,
no podemos considerar que el individuo no sea sino una especie
de epifenómeno
y que la definición de la vida
es pura y simplemente la auto reproducción.
Hay que decir, en principio, que para un biólogo molecular
estricto la vida no existe. Fue lo que subrayó François
Jacob: Hoy en día ya no se interroga la vida en los
laboratorios. La tendencia reduccionista que animó
a las ciencias hasta muy reciente fecha, y que todavía
es preponderante en biología, había logrado incluso
eliminar al cosmos, porque no era más que espacio-tiempo.
El cosmos reapareció con el descubrimiento de un acontecimiento
inicial, el Big Bang y la expansión del universo, que permite
ahora decir que nuestro cosmos tiene historia. El cosmos resucitó.
El hombre, a su vez, fue radicalmente eliminado por Claude Lévi-Strauss,
quien sostuvo que el objetivo de las ciencias humanas era el de
disolver al hombre, y luego tuvimos el bourdivismo que reducía
al individuo a sus campos y a sus hábitos.
En la sociobiología de Edward O. Wilson, llevada a sus
extremos por Richard Dawkins en El gen egoísta, los verdaderos
sujetos son los genes que se pasan su tiempo tratando de maximizarse.
Esos autores afirman que las sociedades de hormigas tienen el
interés genético de que algunas de ellas se ofrezcan,
sacrificando su vida, dado que todas las hormigas tienen, por
ser parientes, los mismos genes. Así explican el don de
sí, el don patriótico, por voluntad de los genes.
Sin embargo, desde mi punto de vista, si hay sujetos es al nivel
de seres vivientes en su conjunto y no al nivel de los genes.
Los genes no son más que elementos químicos, son
portadores de una memoria y de un engrama que se transforma en
programa según las necesidades del organismo. Hay una reificación
y una deificación contemporánea del gen que permiten
ocultar el problema de la complejidad de la vida.
¿Esta
complejidad implica una perspectiva holística?
Sí.
A
propósito del origen de la vida, algunas teorías
sostienen que la vida viene de otra parte
Hay para empezar la idea, muy difundida en los años sesenta
y bien formulada por Jacques Monod, de que la vida es un acontecimiento
absolutamente inaudito, tan improbable como que un simio dactilógrafo
escribiese Hamlet. En efecto, para que se combinen las miríadas
de moléculas diversas que constituyeron el primer ser viviente,
se necesita un encuentro absolutamente improbable, un azar extremo;
y la vida que apareció sobre la Tierra, muy probablemente
no existiría en ninguna otra parte. Varios elementos confirman
esta hipótesis.
Primero, todos los seres vivos poseen exactamente el mismo lenguaje
genético, las mismas letras del alfabeto genético.
Es por ello que encontramos los mismos genes en la mosca y en
el hombre. Luego, el átomo del carbono que de manera indiferente
puede ser dextrógiro o levógiro, es decir que gira
de la derecha a la izquierda, en todos los seres vivos es levógiro.
Si hubiese diversos orígenes de la vida, el átomo
de carbono podría ser de uno u otro tipo. Y finalmente
el gigantesco salto entre la organización de moléculas,
incluso muy compleja, y la auto-organización viviente.
Ésta es la tesis de la alta improbabilidad de la vida.
Sin embargo, muchos argumentos la cuestionaron. Existe el hecho
de que se ha podido producir, en laboratorio, en probeta, en condiciones
bastante simples, moléculas, macromoléculas, moléculas
de adn, etcétera. En segundo lugar, la termodinámica
muestra que la vida pudo surgir en condiciones ciclónicas,
permitiendo que se formara una organización. Se puede comprender
muy bien, en efecto, que hace cuatro millones de años había
sobre la Tierra un considerable número de explosiones,
de descargas eléctricas, de tormentas suficientemente importantes
para crear moléculas que se asociaran en torbellinos. Según
esta idea, la vida pierde así su improbabilidad radical.
Pero difícilmente se puede imaginar que la vida en la Tierra
haya surgido de diversas maneras.
Los optimistas, aquellos que piensan que el universo se desarrolla
al volverse complejo, dicen que el impulso de la complejidad implica
inevitablemente la existencia de otras complejizaciones vivientes
entre los millones de sistemas solares, sobre todo ahora que se
han descubierto muchos exo planetas. Incluso dicen que si la vida
no está hecha con los mismos constituyentes (ácidos
nucleicos y proteínas), por qué no imaginar una
organización diferente con otros constituyentes. Es por
eso que hay optimistas, como Carl Sagan, que mandan mensajes al
universo.
En la misma perspectiva, existe la tendencia a entusiasmarse cada
vez que se encuentran huellas de agua en Marte, pero entre el
agua y la vida media un abismo. En este juego, yo estoy más
bien del lado de la versión pesimista, sin por ello cerrar
las puertas a una versión optimista, que sería la
de suponer que seres un poco mejores que nosotros podrían
existir en alguna parte y que vendrían a aportarnos un
poco de inteligencia y sabiduría
En cuanto a la hipótesis de un origen extraterrestre de
la vida, aparte de las hipótesis de ciencia-ficción,
Crack la formula desde un punto de vista científico. En
efecto, cierto número de materiales de la vida en la Tierra
podrían provenir de los asteroides que bombardearon en
algún momento la Tierra primitiva. Dicho de otro modo,
si no hubiese habido esos materiales celestes, extraterrestres,
la vida no se habría formado quizá nunca. Sin embargo,
no me puedo imaginar un germen de vida, una célula viviente,
llegando del cosmos. Podemos admitir eventualmente que los materiales
del ser viviente llegaron en esos polvos estelares, pero no más.
Es
decir, que la idea misma de seres extraterrestres, de humanoides
u homínidos extraterrestres parece fantasiosa.
Digamos que me parece muy improbable; simplemente tomemos el caso
del ser humano. Uno se da cuenta de que, dentro de la rama de
los antropoides, no representa más que una derivación
lateral de la formidable enramada montaraz de especies animales
que no obtuvieron el estado de conciencia humana. O en el caso
de otros seres, es evidente que los hormigueros o los termiteros
manifiestan una admirable organización (por ejemplo las
hormigas tienen agricultura y hasta drogas), pero incluso si un
hormi-guero comprende miríadas de hormigas que constituyen
así su propia inteligencia, en ella no hay nada de equivalente
a la forma de pensamiento de la conciencia humana.
En la Tierra hubo numerosos signos diferentes que aparecieron
en el seno de las ramas de los antropoides, pero, entre todos
los seres vivos, una sola rama, en circunstancias sin duda excepcionales,
pudo alcanzar la humanidad, es decir la cultura, el lenguaje y
una cierta forma de conciencia. Incluso, si no es posible la existencia
de formas de inteligencia equivalente o superiores a la conciencia
humana, no podemos por ahora tomarla como una suerte de certeza
estadística o matemática.
Por otra parte, lo que se ha averiguado recientemente sobre el
carácter irrevocable de la dispersión del universo
es decir, que habría una energía negra empujando
hacia la dispersión, contrariamente a la gravedad
y lo que sabemos sobre las extraordinarias fuerzas de desintegración
(los hoyos negros, las supernovas que explotan, etcétera),
eso hace difícil creer en que en algún otro lugar
diferente de la Tierra se dio la suerte, buena o mala, de llegar
a un fenómeno similar al nuestro.
Sin embargo, no excluyo que existan en el universo ciertos tipos
de inteligencia o de pensamiento que no tengan forma humana. Tampoco
excluyo lo que afirman algunos acerca de los platillos voladores,
que no se trata de artefactos venidos del cielo, sino de una fuerza
oculta de la Tierra misma. Ni siquiera excluyo que pueda existir
una especie de misterioso poder en la Tierra. No excluyo nada,
aunque me parezca improbable. Abro la puerta al misterio y a lo
desconocido.
De hecho, creo que es cierto lo que desde hace un año se
sabe acerca del universo: que la expansión no se va a detener,
que todo va a perderse, que ni siquiera habrá un Big Crash.
Todo eso conlleva consecuencias éticas absolutamente fundamentales.
La primera es ¡vivan!, ¡vivan su
vida!. La segunda es que la Tierra efectivamente es nuestro
jardín, nuestra casa común, nuestra Tierra-Patria.
Yo escribí el evangelio de la perdición. Estamos
perdidos y es por esa razón que hay que fraternizar. Eso
se inscribe bien dentro de mi concepción ética:
si hubiese extraterrestres muy malos, como súper Bin Laden,
pienso que habría que unirse y combatirlos; en la hipótesis
inversa, si hubiese extraterrestres muy amigables, pienso que
habría que recibirlos.
Paradójicamente,
esta posición es de alguna manera teológica, porque,
como en las creencias religiosas, admitimos finalmente que la
vida sólo tiene un punto de donde anclarse, la Tierra.
No, porque las creencias religiosas fundadoras lo ignoraban todo
acerca del cosmos. En las antiguas concepciones religiosas, incluido
el cristianismo, la Tierra era el centro del mundo y las estrellas
una especie de focos en el cielo. Esas concepciones eran geocéntricas,
no existía aún la idea de pluralidad de mundos,
los descubrimientos de Gaulée, las intuiciones de Fontanelle,
Cyrano de Bergerac, etcétera. No, mi concepción
es radicalmente diferente de las concepciones judeocristiana y,
quizá, la islámica, en las que Dios crea al hombre
a su imagen. En las creencias religiosas hay un Dios creador.
Yo soy más bien espinosista, veo el mundo como un proceso
de auto-creación.
Hoy en día, dado que sabemos que nuestro universo material
no representa sino de 2 a 4 por ciento de la totalidad real, estando
el resto constituido por una materia negra invisible, una energía
negra aún desconocida, pienso cada vez más que nuestro
universo (y ya lo pensaba al hablar del caos-mos en
el primer tomo de mi Método), que aparentemente surgió
del vacío, pero de un vacío muy extraño,
sigue por lo bajo apoyándose en un vacío. En ese
caso nos encontramos bastante lejos de la teología.
¿Podemos
imaginar seres vivientes invisibles? reflejo de esa materia invisible
o materia negra?
Invisibles para nosotros, sí. Nuestros sentidos son muy
limitados. Pienso que hasta existen realidades invisibles a nuestros
sentidos. Claro que cientos de esas realidades son detectables
a través de nuestros instrumentos; las lentes astronómicas
o los microscopios electrónicos, por ejemplo, nos permiten
ver cosas que nuestros ojos no perciben, lo infinitamente grande
y lo infinitamente pequeño a lo que aludía Pascal.
Ya
que estamos hablando de extraterrestres, lo cual no es epistemológicamente
muy correcto en el medio de las ciencias sociales, hablemos también
de fantasmas, ectoplasmas, entes enigmáticos y seres invisibles
que tienen un estatus ontológico diferente
.
Sí, pero en ese caso mi concepción es que nosotros
secretamos esos ectoplasmas, lo mismo que los genios, los fantasmas
o los dioses. Nuestro espíritu los secreta según
el principio de autonomía-dependencia, es decir, que esos
seres, aunque dependientes de nosotros, adquieren cierto poder.
Dicho de otro modo, ya que los dioses nacen de la fe de los hombres
y se nutren de sus temores y de sus deseos, adquieren una gran
energía, suficientemente intensa para suscitar las alucinaciones,
las visiones, los estigmas de Cristo. Pienso, incluso, que los
poderes imaginarios del espíritu son absolutamente fabulosos.
Nosotros secretamos espíritus, genios y fantasmas que son,
además, entretenidos por el hecho de que vemos muertos
en nuestros sueños. En eso sí creo. Ahora, no creo
que esos seres tengan una existencia independiente de la nuestra.
El día en que la humanidad se apague todos los dioses y
todos los fantasmas morirán con ella.
Actualmente,
las tecnociencias que pretenden dominar y transformar lo viviente
están creando quimeras a través de la clonación,
las manipulaciones genéticas, etcétera. Imaginemos,
puesto que es un sueño o una pesadilla que está
en vías de volverse realidad, que haya un segundo Edgar
Morin, idéntico al primero, sentado aquí. ¿De
qué manera considerar esto? ¿El ser humano tiene
la posibilidad de trascender su propia esencia o naturaleza
para crear un ser que se le escaparía, igual quizá
que los fantasmas
y los dioses se le escapan
de las manos?
Sí, con la salvedad de que no son fantasmas, sino seres
dotados de materialidad, es decir de cualidades humanas, sin dejar
de ser seres fabricados, un poco como los androides de la ciencia
ficción.
Efectivamente, yo creo que se ha llegado a un estadio extremadamente
importante, ya que podemos, todavía no práctica
pero sí teóricamente, modificar nuestra naturaleza
al actuar sobre nuestro patrimonio genético. Digo teóricamente
y no prácticamente porque la descodificación del
genoma no es tal en la medida en que solamente se han identificado
cuatro letras del alfabeto que se ordenan de un modo totalmente
extraño. Es decir que, incluso, si se llega a identificar
grupos de letras que correspondan a genes, se ignora totalmente
cómo funciona el conjunto. Eso significa también
que hay una evolución en la concepción de los biólogos.
A principios de los años sesenta se pensaba que un gen
tenía una función, como una especie de máquina
artificial especializada. Entonces se decía: un gen, una
proteína. Ahora se ha llegado a la idea de que varios genes
se reúnen para hacer tal o cual cosa, que un gen aislado
puede tener dos funciones diferentes y que incluso una asamblea
de genes puede tomar decisiones diferentes durante su vida. Por
ejemplo, en un momento dado los genes maternos de un individuo
pueden imponerse a sus genes paternos, y sin que se dé
cuenta eso va a cambiar muchas cosas en él.
Frente al genoma, los científicos son como aprendices de
brujo, pues todavía no han sondeado su complejidad. Entonces,
evidentemente, podemos tratar de mezclar un gen animal y un gen
vegetal para crear quimeras: teóricamente no excluyo que
en un momento dado me puedan injertar genes que van a darme alas
de cóndor y que pueda volar. Todavía no llegamos
a eso. En el fondo, la manipulación genética prueba
una cosa: el espíritu humano puede tener poderes más
grandes que los de los genes puesto que llega a manipularlos.
Se ha percibido al espíritu como una superestructura en
comparación con la infraestructura que sería el
gen; en realidad hoy en día la superestructura puede controlar
la infraestructura.
Desgraciadamente, esos aprendices de brujos son espíritus
de Homo sapiens-demens, es decir espíritus obstinados,
unos motivados por intereses mercantiles, otros por una visión
totalmente estrecha de la naturaleza y de la realidad. El espíritu
humano posee indudablemente un poder considerable a través
de la técnica, pero es este espíritu el que nos
causa un
problema.
Nos
enfrentamos a una paradoja ontológica. Atendiendo al decir
de la mayoría de los científicos, no habría
entre el Big bang y la actualidad sino una serie de azares, de
procesos materiales, de complejizaciones
Pero al menos eso
habría que explicarlo. ¿El espíritu humano
capaz de pensar su lugar en el cosmos es simplemente el producto
de una serie de azares? ¿No estará inscrita en el
corazón mismo de la realidad la pregunta teológica
fundamental, quizá una pregunta provocadora? ¿Acaso
estamos obligados, a pesar de todo, a decirnos que no hay otra
cosa que procesos, inmanencia, complejidad, casualidad, contingencia,
choques, torbellinos...? ¿Y si hubiese un plan que presidiera
todo eso? Ésa es también la pregunta del principio
antrópico que hacen algunos físicos.
Sí, Brandon Carter y algunos más formularon el principio
antrópico. Él distingue incluso un principio antrópico
duro y un principio antrópico suave. Lo que está
bien del principio antrópico suave es que, para pensar
el cosmos, se necesita concebir que había desde el inicio
la posibilidad, por mínima que sea, de la inteligencia
y de la conciencia humanas. Yo creo que es incuestionable, pero
ése es un razonamiento en forma de aro que se cierra solo.
A partir de allí se puede ir más lejos. Ahora sabemos
que nuestro universo no existiría si las grandes leyes
que lo rigen, digamos sus principios de interacción las
interacciones nucleares fuertes, las débiles, las fuerzas
electromagnéticas y las gravitacionales no estuviesen
reguladas como lo están. Es sorprendente que todo ello
funcione así y que finalmente exista un universo coherente.
Evidentemente, hay mucho desorden, pero que contribuye igual a
la organización que a la desorganización de nuestro
universo. Podemos responder que sí a ello, como lo hacen
algunos astrofísicos, pero hay sobre todo innumerables
universos que no se consolidaron, ya que de ese vacío del
que surgimos salen burbujas que no cristalizan. Sin embargo, entre
ellas hay una que pudo dar nuestro universo. Es evidente que nuestro
universo posee algo de extraordinario para poder presentar esta
organización en partículas, núcleos, átomos,
moléculas, astros. Es algo en verdad fabuloso.
Dicho de otro modo, lo que antes nos parecía normal un
universo construido por un Dios arquitecto-, hoy nos parece absolutamente
increíble. Tomando en cuenta nuestros conocimientos actuales,
definitivamente no se puede rehabilitar la idea de un Dios planificador.
Cuando mucho hay un Dios, o, decía Heráclito, un
niño jugando a los dados. Y como en todos los juegos hay
reglas y aleas, quizá finalmente son dos los dioses que
juegan ajedrez uno contra el otro. Se puede suponer
cualquier cosa.
Desde mi punto de vista, el gran misterio del universo y de la
realidad es que es inconcebible. Creo que eso demuestra los extraordinarios
alcances de la racionalidad humana para concebir una realidad
que la sobrepasa. Solamente esta racionalidad humana tiene la
capacidad de saber que la realidad la sobrepasa. Es una virtud
del espíritu humano.
Quizá
la mística es una experiencia así.
La mística es una experiencia a la vez de pérdida
y de realización de sí. En el fondo hay dos estados
místicos, el que nace del vacío, de la pacificación,
una especie de mística zen en la que uno se pierde y se
olvida el yo en una suerte de chapuzón cósmico.
La otra, por el contrario, es la de la sobreexcitación,
de la intensidad, de fusión casi erótica, como la
de Teresa de Ávila. Esos dos estados místicos son
muy importantes. El éxtasis, por ejemplo, es algo fundamental
para el ser humano y se puede alcanzar por medio del erotismo,
la mística, el trance musical, etcétera.
Algunos
místicos dicen que
experimentan una sobre-vida, una vida superior. Para ellos es
un estado de acceso a una vida diferente, a otra vida.
Si, podemos pensar eso, pero en ese caso ¿tiene el término
vida el mismo sentido? Yo no lo sé. Es un estado límite
del ser al que aspiramos, pero no pienso que ello, por sí
mismo, nos revele algo.
En
la primera edición de El hombre y la muerte, la amortalidad
es considerada como algo posible. Dos biólogos, Fréderic
Revah y André Klarsfeld, han retomado ahora la cuestión.
Sí, de hecho yo tuve contacto con Amelsen, un colega de
Klarsfeld, que me dijo que efectivamente en la época de
mi primera versión había dado en el blanco, que
luego modifiqué.
¿Cómo
es que un espíritu finito, limitado como el nuestro, puede
llegar a concebir el infinito? La pregunta ya fue formulada por
Descartes y Emmanuel Lévinas. ¿Se puede decir que
es simplemente la angustia de la muerte lo que da la idea de una
trascendencia, de un más allá o de una sobrevivencia?
¿Y si fuese una reminiscencia en el sentido en que Platón
la considera? ¿Se puede decir simplemente, a riesgo de
caer en el reduccionismo psicológico, que la idea de la
amortalidad, de la inmortalidad o de la sobrevivencia son sólo
una proyección de la angustia?
Yo no creo que esa metafísica de la vida más allá
de nuestras vidas provenga solamente de la muerte, también
viene del misterio de la existencia. Meditar acerca de la existencia
proporciona, por oposición a la idea de finitud, la casi
idea del infinito. Pero nosotros no aguantamos esta idea de finitud.
Sin embargo, es la que tendremos finalmente que soportar.