La objetividad informativa no proviene
de los medios, sino del contraste de fuentes que busque el público
mediático, afirma Antolín Granados, doctor en Sociología
por la Universidad de Granada, para quien los beneficios que se
pueden obtener a través de la prensa, la televisión,
la radio o la Internet motivan a los medios a modificar la realidad
y presentarla con el rostro que les conviene a ellos, a los gobiernos,
a los grandes capitales y a todos los que tienen poder económico.
Prohibido usar el yo, las palabras coloquiales y,
por supuesto, la opinión personal. En su lugar, serán
de rigor el lenguaje neutro, impersonal, las citas de fuentes
y la descripción de los hechos en directo, el apoyo en
citas de testigos cercanos y de representantes de la autoridad,
el manejo de cifras y porcentajes, edades, fechas, hora de los
hechos
así y sólo así lograrán
la objetividad.
Durante décadas, estudiantes de todas las escuelas de periodismo
y comunicación aprendieron con esta receta las bases de
la objetividad informativa que, decían, tenía el
propósito de reflejar la realidad social a
través de los medios de comunicación. Aunque una
sencilla aplicación de sentido común habría
bastado para cuestionar esa pretensión, para empezar a
quitarle el disfraz de objetivas a las noticias fueron necesarios
años de estudio e investigación para, incluso conseguir
los primeros matices en los clásicos axiomas del trabajo
periodístico, por lo menos, en la academia.
Pareciera que un poeta español hubiera logrado con una
sencilla fórmula lo que teóricos de la comunicación,
editores, directores de medios y periodistas se negaron a reconocer:
En este mundo traidor nada es verdad ni es mentira; todo
es según el color del cristal con que se mira decía
Ramón de Campoamor en el siglo xix, cuatro versos que adquirieron
una categoría casi científica. Con ellos se demostró
que si los colores son muchos, es prudente reconocer que los medios
construyen también muchas versiones de la realidad.
Y tal vez si así hubiera sido, el público mediático
hubiera tenido plena conciencia de que los medios no pueden separarse
de sí y reflejar la realidad social como espejos
tecnológicos, y que la recurrencia a esas muchas versiones
era lo único que podía aproximarnos más o
menos al concepto casi utópico de la objetividad informativa,
pero, como todas las grandes soluciones, no fue así, porque
justo cuando este reconocimiento empezaba a ganar terreno, el
mundo conoció un nuevo concepto tan engañoso como
el primero, tan polisémico y a la vez tan inasequible que
terminó por significar lo que no es, el concepto globalización.
Algunos teóricos creen que globalización es un término
que traiciona su significado, pues por un lado nos promete posibilidades
de interconexión con lugares remotos, de conocer sociedades,
instituciones y sobre todo personas, y por otro
sin embargo, nos limita a un único pensamiento
global (o planetario) del discurso de la racionalidad occidental,
empapado de presunta objetividad y etnocentrismo.
Claro, ésta es sólo una versión, pero algunos
hechos la confirman, y nos dan indicios de que la globalización
no es más que la colonización mundial tan pretendida
(y alcanzada) por los discursos de los países dominantes.
Un ejemplo. Cada vez es más evidente que la búsqueda
de los medios de comunicación se dirige a la versión
única de los hechos, porque, pese a las enormes posibilidades
tecnológicas y la variedad de formatos, los contenidos
emitidos son (contrariamente) cada vez más uniformes, equivalentes
y cerrados.
¿Qué motiva estas semejanzas?, ¿quién
se ha convertido en el rector informativo del mundo? Tal vez el
problema no es la parcialidad que los medios presentan, sino que
el propio uso del término objetivo les otorga
cierto poder sobre la audiencia, los lectores, radioescuchas,
usuarios o televidentes, un poder que está basado en un
mito.
Antolín Granados Martínez, investigador y catedrático
de la Universidad de Granada, España, quien estudia el
racialismo y el etnocentrismo en los medios de comunicación
y en los libros de texto escolares, además de las distintas
formas de exclusión de la diversidad cultural y de las
diferencias sociales, compartió con Gaceta sus opiniones
en torno a la objetividad informativa y las realidades que los
medios ayudan a construir.
En un mundo global donde la información transita sin fronteras,
es evidente que el poder de los medios de comunicación
es enorme. ¿Cómo se analizan sus alcances desde
la academia?
Los grandes teóricos y conocedores del tema declaran sin
demasiados tapujos que los medios de comunicación se han
convertido en un segundo poder, sólo superado por el poder
económico. Efectivamente, el poder que tienen los medios
de comunicación para configurar y manipular la realidad
es inmenso, manifiesto y evidente; de hecho, ese poder reside
en la capacidad de imponer la realidad de acuerdo con el modo
en que los medios la definen.
En la guerra contra Irak, por ejemplo, y ya que estamos en el
ámbito de la globalización, se vio cómo la
opinión pública se fue acomodando a una posible
guerra. Es decir, mediante un efecto polifónico orquestado
por los medios de comunicación más influyentes del
mundo, se fue configurando y conformando una opinión en
torno a una guerra que se pretendió inevitable. Esto ya
ha ocurrido en otras épocas; sucedió en la guerra
del Golfo Pérsico hace 12 años y pasó recientemente
en Afganistán.
Las grandes compañías y corporaciones que manejan
los medios de comunicación configuran una versión
de la realidad y definen un contexto en torno a sus propios intereses,
salvo en algunos casos, en los que una parte de los medios se
alinea del lado de quienes tienen el poder de definir realidades
desde ópticas o perspectivas distintas.
Ése sería el caso, y también la novedad,
en relación con la guerra de Irak: la falta de sintonía
y de acuerdos entre las grandes potencias que tienen intereses
encontrados y contrapuestos en el Oriente Cercano obligó
a los medios que cada una de ellas controla a mostrar versiones
distintas de una realidad sumamente compleja que, de otro modo,
de haber consenso, sería presentada de forma simplista.
¿Está
el poder de los medios claramente supeditado al poder económico?
Yo parto de la base de que los medios de comunicación no
son buenos ni malos; son instrumentos que permiten dar a conocer
realidades que, de otro modo, probablemente, no podríamos
llegar a conocer nunca.
No considero a los medios de comunicación como positivos
o como negativos, pero en
la medida en que son instrumentos pueden ser fácilmente
utilizados, en un sentido o en otro. Respondiendo a tu pregunta,
creo que sí: los grandes grupos mediáticos tienen
fuertes intereses en importantes sectores punteros de la producción,
lo que les vincula irremediablemente al poder económico;
eso parece relativamente claro.
¿Debemos
dejar de creer en la objetividad entonces?
Creo que no. Hay medios y hay periodistas que desarrollan su profesión
con una cierta ética profesional, como en cualquier otro
quehacer. Quizá no sea justo, o no se corresponde con la
realidad decir que todos los medios manipulan o no son objetivos.
Lo que sí creo es que quienes realmente tienen poder para
decir qué tipo de información sale a la luz y cómo
son los que saben de su capacidad de llegar al gran público;
en este sentido, las investigaciones sobre los medios demuestran
de manera muy clara que se está sacrificando cualquier
atisbo de objetividad en beneficio de resultados económicos,
políticos, ideológicos o de cualquier otro tipo.
Pero
eso excluye a la gran mayoría; si recordamos que la tendencia
de las grandes cadenas y servicios informativos es concentrar
a los medios pequeños o independientes, hablar de objetividad
informativa sería una utopía.
Yo creo que en los grandes medios de comunicación la objetividad
es un mito. Es una luz en el horizonte que parece como si cada
vez estuviera más lejana y que ya no preocupa a mucha gente,
o por lo menos eso parece. Un caso muy concreto: a poco que se
analice el organigrama que representa a quienes controlan los
medios de comunicación, en cualquier país, se verá
que los grandes poseedores de esos medios tienen intereses muy
diversos; por ejemplo, tienen que ver con la industria del armamento
o empresas editoriales de libros de texto están ligadas
a las grandes firmas comerciales.
Desgraciadamente, los medios de comunicación no sólo
se nutren de sus lectores, o de lo que los lectores aportan económicamente,
sino que se sustentan fundamentalmente sobre la publicidad, que
es la que manda, y quienes la piden y la pagan son las grandes
industrias del automóvil, de la cosmética, de la
moda
o de la política
Creo
que como lectores, espectadores o radioescuchas lo sabemos, pero
el problema es que los medios no se asumen como un negocio.
Pues yo creo que lo hacen cada vez más. Tan sólo
con analizar la obsesión que tienen los medios, por ejemplo
en el caso de la televisión, con los índices de
audiencia, veremos que les preocupa más el número
de personas que pueden ver un programa de televisión que
la calidad o la objetividad de ese programa. Insisto, independientemente
del valor ético o estético, el interés que
hay detrás es fundamentalmente económico, los ranking
de audiencia son los que marcan la pauta, y una noticia generalmente
se diseña a la medida del público al que se pretende
llegar para tener impacto y ventas.
Entiendo
que es difícil medir claramente el impacto de los medios
de comunicación, incluso en el ámbito local, pero
en problemáticas como el racismo, en la que usted es un
experto, ¿cómo influye en la opinión pública
la información que ellos difunden?
Yo conozco sobre todo el caso de la prensa escrita. La televisión
y la radio son otra cosa, digamos que los niveles de análisis
son distintos. La prensa, y en un caso muy concreto la prensa
española, la imagen que da del otro, especialmente el representado
por el inmigrante, es bastante negativa. La prensa ofrece una
imagen creada de todas las piezas: una especie de guión
diseñado que lleva al lector a asociar inmediatamente a
un individuo, o a un grupo de individuos, con ciertas características
negativas que proceden básicamente de los medios de comunicación.
Son ellos los que se han encargado de perfilar esa imagen y de
indicarle al lector del periódico cuál es el universo
que define al inmigrante y, por extensión, a minorías
que están estigmatizadas o marginadas por alguna razón.
Yo estoy convencido de que los medios de comunicación son,
en una parte considerable, responsables si no de comportamientos
racistas, sí de presentar una imagen conflictiva de individuos
o de grupos estigmatizados por su color de piel, por su actividad
económica, por el sitio en el que viven, por su manera
de expresarse, o por otras cosas. Por lo demás, eso ocurre
no sólo en relación con las minorías étnicas
sino también con grupos muy significados como son los homosexuales
o las personas que la cultura dominante discrimina o estigmatiza.
Pero
no lo hacen abiertamente
No, salvo excepciones, salvo un tipo de prensa considerada como
prensa amarilla, los famosos tabloides británicos que sí
suelen hacerlo de una manera más o menos abierta. Pero
la prensa bienpensante, la prensa de elite y la prensa mayoritaria
en un país como España lo hace de una manera oculta
y da una de cal y otra de arena, como decimos en España.
En los editoriales es probable que se dé una visión
muy medida del fenómeno, que esa visión sea acorde
con los valores dominantes de respeto, de pluralidad, de tolerancia,
pero luego, el modo en que los mismos periódicos notician
las informaciones relacionadas con esas minorías, el modo
en que construyen la noticia induce fácilmente a una percepción
del otro que podría ser fácilmente calificada como
racista.
Quienes
como usted, desde la academia, tienen otra percepción del
problema y de las necesidades de traer a la práctica un
discurso multicultural, ¿creen que exista un contrapeso
para los medios de comunicación cuando sus posturas e intereses
influyen de manera negativa en la opinión pública?
Digamos que la sociedad civil en su conjunto no siempre participa
de estas opiniones, y esto puede ser contradictorio en la medida
en que los medios de comunicación son los que informan
a esta sociedad civil, pero sí hay síntomas en esa
dirección. Es cierto que los académicos tenemos
una audiencia minoritaria, nos dedicamos a plantear, en térmi-nos
que aspiran a ser contrastados y demostrados, la forma en que
se manifiestan estos comportamientos, pero no siempre sabemos
transmitir ese conocimiento de manera clara y precisa. Son fundamentalmente
las organizaciones no gubernamentales las que realizan, en ese
sentido, una actividad importante que puede servir de contrapeso
al efecto que producen las noticias en los medios de comunicación,
aunque el impacto que tienen no siempre sirve para contrarrestar
los efectos negativos que producen los medios.
Como ya he dicho, el caso que mejor conozco es el de la prensa
escrita y a él me remito. Pero es obvio que no puedo negar
el impacto de la televisión sobre la opinión pública:
en España como en cualquier otro país es impresionante,
hecho que se ve reflejado en los niveles de audiencia de los informativos;
tanto es así que se puede decir que una proporción
muy alta de la información que recibe el ciudadano medio
llega a través de la televisión. Lo lamentable es
que una gran parte de las imágenes que recibe son imágenes
de violencia, tanto física como simbólica. Los desastres,
las miserias de colectivos, de pueblos o de grupos son imágenes
muy impac-tantes y que venden. Se diseña una imagen muy
sesgada de esos grupos y de esos países, porque si bien
los desastres y las miserias que muestran no son inventados sino
reales, su rei-teración les convierte en fenómenos
naturales propios de dichas naciones.
Entonces,
¿hay forma de evitar los estigmas que crean los medios
de comunicación?
Es ya común decir que la educación es uno de los
pilares sobre los que se asienta un modo de comprender la diversidad,
el espacio más indicado para resolver estas cuestiones;
de hecho, a la escuela se le cargan todas las responsabilidades.
Pero también hay que considerar el lugar que ocupa la familia,
sobre todo en las sociedades donde la educación formal
no está lo suficientemente extendida. No obstante, son
los propios medios de comunicación los que deben dotarse
de principios mínimos reconocidos y amparados por organismos
internacionales, basados en los derechos humanos de cualquier
ciudadano, porque son ellos los que pueden llegar a un público
importante.
Estos principios tendrían que condicionar el modo en que
los medios actúan, pero condicionar a los medios es una
tarea compleja, porque en sociedades que supuestamente son libres
cualquier intervención parecería una intrusión
del Estado para controlarlos, y porque el principio de libre expresión
impide que los medios de comunicación adopten una actitud
distinta a la que tienen ahora. Y es que los medios de comunicación
sostienen que dan al público lo que el público pide
y, aunque a mí me parece una falacia, es una cuestión
que los propios medios tienen que resolver y revisar. Pero insisto,
los periodistas no siempre son los culpables de esa situación,
ya que están al servicio del medio, de un redactor, de
un editor y de los propietarios de los consorcios informativos.
En
casos como el racismo, ¿cuál es el riesgo que se
corre cuando los medios de comunicación pueden dirigir
la opinión pública?
Cuando la información se convierte en propaganda los riesgos
son muy grandes. Es necesario recordar que en 1916, en el ecuador
de la Primera Guerra Mundial, el presidente Wilson que si
recuerdo bien llegó al cargo al proponer, entre otras cosas,
un programa que se basaba en la paz consiguió volcar
la opinión pública americana a favor de la intervención
en Europa, gracias a la ayuda de los medios de comunicación,
la prensa sobre todo, que desarrollaron una estrategia perfectamente
orquestada. Esto en relación con la guerra o el terrorismo,
pero también vale para cualquier fenómeno social
como el racismo.
Obviamente, sería absurdo pensar que hay una clase de estrategia
orquestada que favorece actitudes racistas en países europeos
o en Estados Unidos, pero sí creo que, en aquellas naciones
en las que hay presencia de población inmigrante numéricamente
importante, los medios contribuyen de forma involuntaria
en muchos casos a generar actitudes racistas hacia estas
poblaciones.
¿Cree
que en Europa exista un resurgimiento preocupante del racismo
a partir de movimientos de ultraderecha como el que encabeza Le
Pen en Francia?
Si, aunque en el caso de Le Pen confluyen múltiples factores
que tienen que ver evidentemente con el racismo, pero también
con una situación social y política muy conflictiva,
con el paro generalizado, con el asedio y los intentos de desmantelar
el Estado de Bienestar que ya no procura los mismos servicios
sociales que construyó en los años cincuenta. Digamos
que Le Pen triunfó en Francia porque supo manejar un discurso
que culpabilizaba de todos los males a la población inmigrante.
Pero eso ocurrió también en Austria y en Holanda,
y hablar de resurgimiento, no sé
yo creo que el discurso
por otra parte no es nuevo, no podemos hablar de resurgimiento
porque finalmente el chivo expiatorio ha sido una constante a
lo largo de la historia de la humanidad.
La diferencia en la época que vivimos es que los medios
de comunicación son, de algún modo, los portavoces
de los políticos que los utilizan en su favor, y en favor
de crear un clima que oculte y haga olvidar los verdaderos problemas
que afectan la vida cotidiana de los ciudadanos. Esto es lo que
sucede con Bush, con sus problemas políticos y con los
problemas económicos de Estados Unidos: el terrorismo y
el ataque a las Torres Gemelas le proporcionaron una inestimable
ayuda a la administración de Bush que hizo olvidar pronto
el modo en el que electoralmente llegó a la presidencia.
¿Te das cuenta? Primero el ataque a las Torres Gemelas,
luego la guerra y la invasión de Afganistán y finalmente
el conflicto con Irak permiten ocultar cuestiones que deberían
preocupar más a los ciudadanos.
Entonces qué lectura debemos dar al discurso de los medios
de comunicación: ¿invariablemente la información
que ellos presentan es tendenciosa?
Creo que es una cuestión de fuentes, de contrastar las
fuentes. No podemos juzgar la veracidad o la objetividad de una
información mientras no podamos contrastarla con otra versión,
con otras fuentes. Para mí la objetividad informativa no
proviene de los medios de comunicación, sino de las lecturas
que el público mediático haga a las diferentes versiones
de la información, del contraste de fuentes informativas.
La contrariedad radica en que una parte substancial de la información
que recibe el ciudadano proviene de grandes agencias informativas,
que son las que filtran no sólo la pertinencia de que esa
información pueda ser enviada a distintos medios, sino
el modo en que llega a ellos. En el caso de la guerra del Golfo
Pérsico, por ejemplo, la única fuente que había
era la cnn, una cadena de televisión norteamericana.
¿Quiere
decir, en los términos que ustedes utilizan, que no escuchaban
la versión del otro?
Claro, y no sólo eso: no había manera de tener una
versión del otro. En Afganistán, sin embargo, el
contrapunto fue la cadena de televisión de Qatar, Al Yasira,
que mostró que había otra realidad en la guerra,
otro punto de vista. No quiero decir con esto que estoy a favor
o en contra de sus contenidos, simplemente quiero dejar claro
que las versiones parciales no ayudan a acercarnos a la objetividad,
y eso es evidente.
Además, hay serias imprecisiones en el trabajo de los medios
de comunicación. Después del ataque terrorista del
11 de septiembre el objetivo era perseguir al fundamentalista
hasta el último rincón del mundo, como si todos
los afganos o todos los musulmanes por extensión fueran
terroristas o árabes, confundiendo muchas veces los términos
(lo cual dice muy poco en favor de los periodistas); yo diría
que es más ignorancia que otra cosa, pero igual que la
parcialidad, la ignorancia está al servicio de una determinada
imagen del otro modelada a partir de intereses particulares.
¿Hay alguna coordinación entre la academia de estudios
interculturales de Granada y los medios de comunicación?
El gobierno que preside la Junta de Andalucía, que es la
comunidad autónoma donde tiene su sede la Universidad de
Granada, está articulando una serie de medidas que tratan
de frenar esta imagen unívoca de la inmigración.
En ese proyecto yo mismo he asumido la responsabilidad de desarrollar
un Observatorio de la inmigración, que trata de establecer
relación entre el conocimiento académico que se
tiene del fenómeno y el conocimiento que tienen los periodistas,
de manera que se está pensando en introducir en las facultades
de periodismo materias que tengan que ver con la antropología
y con el modo en que se puede gestionar la diferencia o la diversidad.
El problema de los periodistas, como el de cualquier mortal, es
que no pueden saber de todo. Por eso nuestra propuesta es que
la formación del periodista sea mucho más específica
en determinados ámbitos. Parece claro que no se le puede
pedir a un periodista que tenga conocimiento experto de economía,
de geografía, de derecho, de religiones, de ecología
es imposible, pero sí se le puede exigir, para cubrir y
tratar un determinado tipo de información, que tenga una
preparación, si no muy profunda, por lo menos sensible
a este tipo de fenómenos. Sin embargo, esto no deja de
ser un mito, porque los periódicos lo que buscan son personas
polivalentes que estén disponibles para cualquier reportaje,
para cubrir cualquier noticia, además, porque en última
instancia quien decide qué información se va a difundir
y cómo, es la redacción del periódico. Paradójicamente,
el periodista puede dar una información relativamente aproximada
a la realidad, pero los intereses del medio van a determinar si
tal nota se estructura de modo distinto para atraer más
lectores.
Pero
ése es un cambio que se plantea en el seno de la academia
para las universidades de periodismo, es decir, desde la academia
hacia la academia, pero ¿han tenido contacto directo con
los medios de comunicación?
Ha habido encuentros con distintos medios de radio, televisión
y prensa sobre el tratamiento de la información acerca
de los inmigrantes en España, pero todavía no han
desembocado en ninguna estrategia de trabajo.
¿Y ellos muestran disposición?
Generalmente, sí. Se ha conseguido que se identifique por
ejemplo a los inmigrantes de manera distinta. La población
mayoritaria en su conjunto es de origen marroquí, pero
el término nacional no es más que un término
entre otros; hasta ahora se utilizaban frecuentemente expresiones
que por otra parte no tienen ninguna solidez en términos
jurídicos o culturales. Por ejemplo, ya no se utiliza tanto
la palabra moro, y cada vez menos la palabra ilegal;
en su lugar se utiliza más indocumentados o
sin papeles.
Tampoco se utilizan ya términos raciales que han sido reemplazados
por otros más aceptables desde un lenguaje políticamente
correcto: en lugar de moros se habla de magrebíes
(originarios de la zona del Magreb), y en lugar de negros
se habla de subsaharianos.
A pesar del esfuerzo no siempre se alcanza lo que se persigue;
en última instancia se ofrece otra versión ficticia
de la realidad: al querer evitar el término negro
se utiliza el de subsahariano, reduciendo una realidad
compleja a un absurdo, por simplista, como si por encima de la
línea del Sahara o del Trópico de Cáncer
no hubiera negros. Ése es un trabajo de mucha constancia,
muy lento y que esperamos que ofrezca pronto buenos resultados.
¿Cuánta
responsabilidad hay en las universidades para impulsar este movimiento
de reconocimiento multicultural?
No es nada fácil. Voy a poner un ejemplo. En el actual
curso de doctorado que he impartido he comprobado que los estudiantes
frecuentemente refieren el término hombre como
sinónimo de humanidad. A mí me llama la atención
porque todos sabemos que es un genérico, pero se puede
utilizar perfectamente la expresión seres humanos
o humanidad, que incluye también a la mujer,
sobre todo en un doctorado donde determinados términos
deberían estar muy cuidados
A veces es difícil
de entender. A nivel de las declaraciones de principio todos estamos
de acuerdo en que hay que tener sumo cuidado con determinadas
expresiones y con ciertos talantes, pero el hecho cierto es que
en el mundo académico hay muchas personas que dan lecciones
de todo y en su comportamiento cotidiano son auténticos
dictadores. Yo soy pesimista por naturaleza, pero me da la impresión
de que en muchísimos casos la investigación va por
un lado y los talantes van por otro y eso permite poco lugar para
el optimismo.