Las
exposiciones Básicamente lápiz, de Xavier Esqueda, y
Encáusticas, de Carlos Pellicer López fueron presentadas
en la Galería Universitaria Ramón Alva de la Canal durante
julio.
Desde los cuatro años, Xavier Esqueda encontró en la
plástica, principalmente en la pintura, un medio para expresarse.
Es la segunda ocasión que expone en Xalapa; hace dos años
expuso, en la misma galería, Del oficio del pintor, |
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muestra diferente a Básicamente lápiz que, aunque
hospeda dejos de arte abstracto, contiene dibujos coloreados con
óleo y bordados con estambre multicolor, empleado para delimitar
las figuras que en su mayoría son cuerpos humanos acompañados
de animales, dejando así el espacio restante de tela para
plasmar un marco de pintura estridente.
Según el autor, la pintura es muy clara, no pretendo
que haya mensajes ocultos, sólo es lo que se ve. Utilizo
todos los colores, experimento con todos ellos. Los títulos
a veces son fragmentos poéticos o sarcásticos, pero
no ilustran la obra ni pretenden dar una explicación.
Este artista no se circunscribe a ningún grupo ni lugar específico:
puede encontrarse en su obra una vena pop que un elemento verista.
Ha expuesto de forma individual en los museos de Arte Moderno y
del Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, en el
Museo Mexicano de San Francisco y en el Colegio Los Medanos
de Pittsburg, así como en las galerías Norma
Clark de Londres, Sloane Ra-cotta, Arte Núcleo,
y de Arte Mexicano del Distrito Federal. También ha participado
en numerosas colectivas.
Actualmente, Esqueda ocupa un lugar especial en la historia reciente
de las artes plásticas. Sus biógrafos han dicho que,
a pesar de ser un artista auto-didacta, en su producción
hay dos grandes elementos: una cultura amplísima y un dominio
técnico.
Con Encáusticas, que resulta un homenaje al color, Carlos
Pellicer López presentó una técnica que, a
diferencia de casi todas las demás, se basa en un fenómeno
físico y no químico, de ahí su gran permanencia
y belleza.
Eliseo Alberto, periodista y escritor cubano, lo afirmó:
Fogonazo a fogonazo el color resalta, al tiempo que se fija.
Tras las explosiones de los rojos iracundos, los verdes campesinos
y los amarillos fogosos se esconde una calma sabia siempre, o casi
siempre, tierna. Porque hay días seguramente tristes en los
que Carlos prende fuego a su corazón y entonces pinta, sólo
para los suyos, unas fantasmagorías tan privadas que después,
por pudor, esconde entre los tarecos del fondo. Quien ha tenido
el privilegio de ver esas angustias purificadas en el lienzo, ya
no podría olvidar con cuánta pasión arden.
Y es que, según Eliseo Alberto, en esos contrapuntos radica
el sello del trabajo de Pellicer: la paz y la tormenta, la vorágine
de una ciudad y la apacible ventolera que la aquieta, el naranja
amansando al violeta intenso o al negro que, hambriento, por poco
devora las ficciones con su mordisco de sombras. En esos contrastes
tan armónicos y sugerentes, al menos yo así lo veo,
hay la intención de proponernos apreciar la vida desde un
ángulo piadoso.
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