No
obstante la riqueza musical del estado de
Veracruz, existe poca seriedad y escaso profesionalismo en el
trabajo de investigación que sobre la música veracruzana
se ha realizado. Así lo considera Randall Kohl, etnomusicólogo
estadounidense, quien asegura no tener conocimiento de alguien
que haya realizado en Veracruz estudios sobre el tema con rigor
científico.
Existe un trabajo serio que fue elaborado con toda una metodología
minuciosa por Daniel Sheehy, quien realizó la maestría
y el doctorado en la Universidad de California en Los Ángeles.
Sus estudios, que se centraron en la música típica
de Veracruz y que se desarrollaron hace casi un cuarto de siglo,
marcaron un raro paréntesis en la investigación
musical, porque antes de Sheehy nadie había analizado de
manera tan detallada y científica las formas propias del
son jarocho. A pesar de que este trabajo estableció una
sólida base para todo lo que podría hacerse más
adelante, hoy permanece olvidado; nadie hace referencia a la investigación
de Sheehy, quien labora, según Kohl, en el Smithsonian
Institute de Washington.
Para Randall Kohl es una lástima que nadie parezca interesarse
en el estudio de la música jarocha como una manifestación
cultural que cuenta con un valor intrínseco y, por tanto,
real e histórico. Casi todo lo que se difunde se ha dado
en el ámbito de la especulación, en los terrenos
de las suposiciones. Sin embargo, es posible analizar detenida
y ampliamente este género sobre bases científicas.
Además, la investigación no debe esperar más
tiempo, ya que no es posible funcionar con lo que se supone que
ocurrió en el pasado y nutrir la información sólo
con eso.
A través de las siguientes líneas, Kohl da cuenta
de los vacíos de información que existen en la historia
del son jarocho y de los principales puntos que desarrolla en
su tesis, en la cual analiza una etapa de este género musical.
Desde el punto de vista de Randall Kohl, ¿por qué
es importante estudiar el son jarocho?
Se trata de una manifestación musical sumamente importante
por sus características. Yo hago una analogía posiblemente
no muy apropiada, pero que ilustra lo que deseo manifestar: el
son jarocho y un guiso. De este último podemos decir que
es una comida sabrosa y de buen gusto, más no se habla
de los ingredientes con los que fue preparado. De la misma forma,
es común que se discuta y escriba sobre la hermosa tradición
que rodea al son, pero no abundan quienes puedan decirnos realmente
qué tiene dentro, de qué se nutre.
Se
ha hablado y se ha escrito mucho acerca de sus orígenes
canarios, de la presencia del cante jondo, de la influencia africana...
Me parece que son muy buenas hipótesis, pero es necesario
aclarar que se trata de eso, de hipótesis, no de conclusiones.
Uno de los objetivos de mi investigación es tratar de aclarar
si realmente el son jarocho se nutre de esas vertientes. En lo
que respecta a mi investigación, no encontré ni
raíces indígenas ni africanas, pero debo advertir
a todos que se trata de un período sumamente limitado:
el son jarocho de las décadas de los cuarenta y los cincuenta.
A estas alturas y sin antecedentes históricos confiables,
yo creo que ya será muy difícil establecer deta-lladamente
los verdaderos orígenes. Mucha de esa información,
me temo, se ha perdido para siempre.
Es
necesario considerar algo importante: existen estudios de Gerónimo
Baqueiro Foster en torno a la música yucateca, de Daniel
García Blanco acerca del mariachi y de la música
citadina del Distrito Federal, así como la investigación
del norteamericano Raúl Hellmer sobre la música
campirana en diversas latitudes nacionales. ¿Podemos considerar
esos trabajos como aportaciones serias a la investigación
musical y ejemplos de lo que debería hacerse con el son
jarocho?
Hellmer, quien murió en la Ciudad de México en 1971,
no realizó una investigación propiamente dicha.
Lo suyo más bien fue una recopilación. De hecho,
algo que he utilizado mucho en la elaboración de mi tesis
son las grabaciones de campo que él hizo durante los años
cuarenta y cincuenta, así como el magnífico trabajo
de Otto Mayer-Serra denominado Panorama de la música mexicana.
Vicente T. Mendoza realizó muy buenos estudios acerca de
la letra de los corridos del altiplano, pero también me
llama la atención el estudio de Rolando Pérez Fernández,
que fue editado por la uv y que trata precisamente de la presencia
de la música afromestiza en la música mexicana,
específicamente en la melodía: estoy convencido
de que se trata de un clásico en la investigación.
El detalle extraño es que, en más de 200 páginas,
Pérez Fernández dedica sólo dos o tres al
son jarocho, y su conclusión es que este género
sí manifiesta ciertas características melódicas
africanas. Nuevamente, estamos ante un buen punto de inicio, aunque
no sea muy profundo.
¿Que
detalles interesantes encuentras en el período histórico
al que alude tu tesis?
Primeramente, debo aclarar que mi tesis estudia concretamente
el período de 1946 a 1959, que es un tramo quizá
demasiado corto en el periplo histórico del son jarocho
pero que, como debe ser en este tipo de investigaciones, se establece
en límites muy claros. He encontrado detalles interesantes
que me permiten un buen análisis de la época, y
para ello me he valido del acervo del Diario de Xalapa y El Dictamen,
entre otros documentos. Lo que descubrí fue que el son
jarocho no era muy importante para el público de Xalapa,
y el periódico hace apenas un promedio de cinco referencias
de ello en todo un año. En todas se le menciona como el
complemento de una comida, de una reunión social, del cumpleaños
de algún funcionario de alto nivel… siempre asociado
con otros acontecimientos.
¿En
ese entonces, se daba el mismo fenómeno en el puerto de
Veracruz?
Todo indica que sí. Quiero referirme al estudio que realizó
otro norteamericano, en este caso se trata de David Stigberg,
quien casi por la misma época del estudio de Sheehy analizó
detenidamente la música urbana en la ciudad de Veracruz.
Stigberg habla sobre los músicos de marimba, los guaracheros
y cultivadores del son de origen afroantillano en el Puerto. Lo
curioso es que cuando entrevistó a los nativos del lugar
y les preguntaba acerca de la música que ellos suponían
que mejor les representaba, siempre decían “el son
jarocho, ¡ésa es nuestra música!”. Pero
casi nadie lo tocaba, cantaba o bailaba. Las familias tenían
en sus hogares discos de son jarocho, pero afirmaban escucharlos
apenas una o dos veces al año. Apoyado en esta encuesta,
Stigberg fue conducido a la terrible contradicción de que
el son jarocho es la música de Veracruz por excelencia
pero, por otro lado, es la que menos se escucha.
¿Una
especie de simbolismo y nada más?
Exactamente, y mi estudio apoya esa conclusión. La tendencia
en la época de los años setenta, que es la del estudio
de Stigberg y la que analizo en mi tesis, ha sido la misma. El
son jarocho pasa a un segundo plano cuando se enfrenta al son
tropical. En Veracruz, El Dictamen casi a diario aludía
al son tropical, para uno u otro acontecimiento. En el Diario
de Xalapa sucedía algo parecido, y en este mismo medio
se comentaba acerca de las noches jarochas en la Ciudad de México,
cuando en el Casino Veracruzano la gente se concentraba en reuniones
sociales. En este último periódico se mencionaban
grupos como el de Chico Barcelata o el Tierra Blanca, pero el
plato fuerte siempre lo constituía una orquesta de baile
de salón. De esto es sencillo deducir el carácter
esencialmente simbólico del son, ya que cuando realmente
se deseaba festejar, la música tropical ocupaba el centro
del gusto popular.
¿Qué
grupos se citaban en los diarios mencionados?
El grupo Tierra Blanca y el Trío Alvaradeño, con
el que bailaban Mario y Zita Cabrera. Algo curioso y que me llama
mucho la atención es que todos sabemos que el grupo de
Andrés Huesca era importante en esa época, pero
no aparece mucho en los periódicos. Según los registros
de Raúl Hellmer, el músico que graba con mayor frecuencia
es Andrés Alfonso Vergara, el famoso arpista que aún
radica en la ciudad de Veracruz, no tanto el requintista Rutilo
Parroquín, el cual hizo un formidable dúo con don
Andrés Alfonso. Para Hellmer, don Andrés y su familia
eran otra dimensión, una dinastía aparte en la ejecución
del son jarocho.
Su
tesis se titula Ecos de La Bamba. ¿Algo quiere decir esta
denominación?
La Bamba es un caso sumamente especial; se le considera algo así
como el himno veracruzano, la representatividad de la música
jarocha y, cosa curiosa, como el himno alemanista, por Miguel
Alemán Valdés, quien al parecer la eligió
como música para sus campañas políticas.
Pero son muchas las características de La Bamba que la
hacen distinta de la generalidad. Se trata de un renglón
aparte.
¿Cuáles
son las diferencias?
El son tradicional tiene lo que yo denomino “contorno clásico”,
porque es muy simétrico; cada verso tiene dos frases y
cada frase tiene a su vez dos subfrases. La Bamba se interpreta
en un tempo muy particular, mucho más rápido que
los demás, y esto la convierte en un ejemplo atípico
respecto del resto de los sones. Se toca en dos cuartos, en lugar
de los seis octavos característicos; es nada simétrico,
contiene varias frases pero no tiene subfrases. Eso por mencionar
sólo algunos de los muchos detalles. Es curioso pero La
Bamba, que se considera el son jarocho por antonomasia, no representa
musicalmente la tradición. Incluso debe tenerse en cuenta
la hipótesis –vuelvo a la hipótesis, que de
ninguna manera es conclusión– de que posiblemente
no sea un son jarocho original. Es posible que se trate de un
canto con baile traído de otra parte e incorporado por
alguna olvidada razón.
¿El
gobierno estatal de la época depositaba alguna atención
en el atractivo de los fandangos?
Yo imaginaba que en la celebración de la fiesta de La Candelaria,
en Tlacotalpan, la promoción de los fandangos sería
importante, pero no, para nada. Se promocionaba el desfile de
barcas que conduce a la virgen por el río Papaloapan, los
partidos de beisbol, la lidia de toros por las calles, las carreras
de caballos, las peleas de gallos, la comida… y hasta el
final se mencionaba, con letras chiquitas, los fandangos de música
jarocha. El turismo era importante, al igual que hoy, y para invitar
a los visitantes el gobierno del estado difundía las bellezas
naturales, las carreteras, los buenos hoteles, los restaurantes...
en Xalapa y Coatepec se anunciaban las bondades del café,
pero nunca el son y el baile.
Era
otra época. ¿Hoy la situación ha cambiado?
Las cosas son distintas. El son jarocho parece cobrar entre la
sociedad la importancia que realmente debe tener. Se le encuentra
con mucha frecuencia como el eje central de festejos, de conciertos,
de espectáculos en centros de diversión nocturna.
Son muchos los cultivadores y variadas las tendencias en lo que
a su interpretación respecta. Los diarios conceden ahora
buenos espacios informativos para anunciar los lugares donde se
escucha son jarocho y a los grupos que lo tocan. Esto manifiesta
el cambio de actitud de la gente, de una sociedad que no nada
más lo acepta de buen grado, sino que también busca
dónde escucharlo. Hay espacios en Xalapa que ya han forjado
con esto toda una tradición, como La Tasca, en el que varias
noches de la semana se dedican íntegramente a presentaciones
de son veracruzano.
El
tango, como manifestación popular, dio un vuelco estético
que le condujo hacia las salas de conciertos desde la década
de los setenta. ¿El son jarocho es susceptible de un cambio
similar o de un viraje importante como corriente musical?
Desde los orígenes del Instituto Veracruzano de la Cultura,
la percepción del son cambió notoriamente. Claro,
mucho había hecho antes el grupo Tlen Huicani (de la Universidad
Veracruzana), pero el surgimiento de conjuntos como Mono Blanco
inyectó una nueva vitalidad. De ello han surgido jóvenes
que se interesan en su cultivo y muchos buscan nuevos horizontes;
ya escucho allí formas rítmicas y giros melódicos
propios del son cubano; Alberto de la Rosa ha hecho jazz con Orbis
Tertius y con Guillermo Cuevas. No puedo decir que ya exista un
nuevo estilo de jazz en este sentido, porque todo se ha hecho
mediante arreglos. Una cosa es arreglar sones y otra, muy distinta,
es generar jazz partiendo del mismo son jarocho como elemento
esencial.
¿Qué
grupos están desarrollando pro-puestas interesantes?
Fijar su atención en esta música y luego imaginar
qué más podemos crear con ella es lo que están
haciendo grupos como Chuchumbé, Los Cojolites, Los Utrera,
Son Luna o Son de Madera, y me detengo un poco en esta última
agrupación. Ramón Gutiérrez ha forjado un
estilo con base en su virtuosismo en el requinto que va más
allá de la interpretación de ciertos patrones estándares,
y ello sin menoscabo del trabajo de requintistas como Lino Chávez,
por ejemplo.
Lo que hace Ramón es algo nuevo, al igual que su intento
por integrar el marimbol, que es un instrumento de origen africano,
y un interesante experimento que realizó en uno de los
encuentros internacionales de jazz, cuando en el Teatro del Estado
tocó con Son de Madera al lado del vibrafonista Víctor
Mendoza y su grupo de jazz latino.
Pero, reitero, lo más notorio es la inclinación
hacia el son cubano. Es posible que por allí surja una
de las formas que habrán de distinguir a la música
jarocha. Los grupos de jóvenes que vienen del sur (del
estado de Veracruz), como Los Cojolites, se interesan en el pasado,
pero lo trágico de todo esto es lo que hablamos al inicio:
no existen estudios serios en torno a la historia de son jarocho,
por tanto ¿cómo aprender de un pasado del que desconocemos
prácticamente todo? No obstante, lo importante es tocar,
cantar y bailar para mantener viva la tradición... el son
jarocho merece vivir muchos años más.