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Desarrollo
e innovación
Juan
María Alponte
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Conferencia
presentada durante la inauguración del seminario Pensar el
Desarrollo, realizado en la Universidad Veracruzana en octubre de
2004.
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Duisiera
comenzar, ante ustedes, con una hipótesis del filósofo
alemán Karl Jasper. Dice que la comunicación, como
forma superior de la convivencia, se realiza sobre la verdad. Entiendo
que esa proposición jasperiana significa, por encima de otra
cuestión, el reconocimiento pleno del otro. La eliminación,
por tanto, del Pacto de Simulación conforma, por ello, una
premisa cultural ineludible para la salud de la vida convivencial.
Acaso convendría recordar, ahora, que los sofistas griegos,
propagandistas de la retórica y del doble discurso, es decir,
del dissoi logoi, fueron sepultados por hombres como Sócrates
que dialogaron con la vida real. Es inútil decir en qué
medida esta reflexión tiene que ver con modos políticos
y culturales, en México, que paralizan el desarrollo. El
doble discurso es, de un lado, un fenómeno de corrupción
objetiva y, del otro, un enorme y pesado arcaísmo psicológico
y sociológico de consecuencias múltiples para la realidad
real, dura, obstinada, de cada día.
Desde ese punto de vista el doble discurso cotidiano, hecho común
en nuestra vida colectiva, aumenta la confusión, casi permanente,
entre crecimiento económico y desarrollo. Se trata, sin duda,
de un atropello epistémico que posibilita el enmascaramiento
de la palabra. Dicho de otra forma: el crecimiento de las variables
económicas en términos estadísticos, por ejemplo,
del crecimiento del PIB, no implica mecánicamente el desarrollo.
El desarrollo es el crecimiento de las variables estadísticas
más el cambio social, el cambio cultural y el cambio político
con la plena participación de la Sociedad. México
no lo ha hecho. Ha tenido periodos de crecimiento, sin duda, de
las variables estadísticas, pero no siempre han estado vinculadas
al desarrollo y sí, al revés, a la concentración
del Ingreso en una minoría y, por tanto, el crecimiento entre
nosotros ha significado siempre la desigualdad y no el desarrollo;
sí, en muchos casos el subdesarrollo.
Entre 1950 y 1975 México creció, digo: crecieron sus
variables estadísticas, por encima del 6 por ciento y casi
sin inflación. Al final de esa etapa, el 50 por ciento de
la población más pobre controlaba una parte del ingreso
inferior a la de 1950. Habíamos aprendido ya a crecer, pero
no a redistribuir. No supimos establecer la dinámica del
desarrollo. Creamos, como figura ancestral, el poder sin la legitimidad
y, por la inercia de los procesos políticos, la concentración
de la riqueza para un mercado interno minoritario. El desarrollo
espera aún a la Nación.
El 1 de marzo de 1999, el presidente del Banco Mundial firmó
un documento sobre la situación de México –“for
oficial use only”–, donde se señalaban los
tres dilemas del país. El primero era la pobreza. A la letra
dice: “la pobreza en México permanece como un muy formidable
desafío”. Es lo mismo que nos digan que la pobreza
representa el 53 o 54 por ciento de nuestra población. Es
un hecho, a todas luces, intolerable. Mata el desarrollo, pero matar
el desarrollo es matar antes la conciencia; de igual manera que
para torturar a un hombre o violar a una mujer es preciso desposeerla
antes de su dignidad humana.
Lo esencial permanece. Según el Informe del Consejo Mexicano
de Comercio Exterior, Inversión y Tecnología, considerando
la inflación acumulada, el salario mensual, el salario mínimo
y el aumento de la población, el nivel de vida de un mexicano
en el año 2003 representaba el 75.06 por ciento de 1953 y
el 26.10 por ciento de 1975. El ingreso del 20 por ciento de los
hogares es equivalente al 80 por ciento de los hogares y, según
el Coeficiente Gini de Desigualdad, el de México¹ es
de 51.9 por ciento, el de España 32.5 y el de Canadá
31.5. En suma, un índice plenamente separado del concepto
social del desarrollo.
La segunda premisa del documento del Banco Mundial era, en 1999,
la educación: “Construir el capital humano de los pobres
permanece el objetivo del gobierno mexicano”. Añadía:
“Los desafíos en educación de calidad al que
hacen frente las autoridades mexicanas son formidables”. Según
el inegi la población de 15 años y más con
“rezago educativo” (definición del inegi que
quiere decir que no tienen instrucción básica completa)
representaba, en el 2000, el 52.5 por ciento de la población.
En el último Informe de Educación de la OECD (OECD
Education at a Balance Indicators 2004) en el cuadro dedicado
a definir las esperanzas de educación para los adultos, de
entre 25 y 64 años, México aparece en el último
lugar: el 30 de 30. Quiere ello decir que un estrato poblacional
muy importante para el futuro del desarrollo del país no
ha sido preparado para la gigantesca movilización de innovaciones
de todo tipo, que arroja sobre el planeta la Revolución Científica
y Tecnológica, que hoy implica no la revolución, sino
la mutación biogenética.
Si consideramos que la desigualdad mundial, en términos económicos,
se expresa en el hecho de que de los 6 300 millones de habitantes,
el 80 por ciento controla sólo el 20 por ciento de los recursos
y el 20 por ciento de la población el 80 por ciento, ello
no elude lo esencial: que sólo el 8 por ciento de la población
del mundo controla el 90 por ciento de la acumulación científica.
Añadamos que, entre 2000 y 2004, los cambios en la medicina,
por ejemplo, han sido más grandes que en el periodo de Hipócrates
a nuestros días. El genoma, los embriones, las células
madres, la transferencia de los óvulos, la posibilidad de
la transformación total de la farmacología y la biogenética
plantean enormes problemas no sólo de desigualdad científica,
sino también respecto a la interpretación ética
de la innovación. El hombre puede clonar en el laboratorio
al hombre. Sólo podremos participar en esa revolución
ética si transformamos antes nuestra visión, nuestra
weltanschauung, nuestra interpretación del mundo, sin el
doble discurso, sin el dissoi logoi, de los sofistas.
El presidente del Banco Mundial, en 1999, nos hablaba de un muy
formidable desafío para alcanzar una educación de
calidad. Yo le diría que es cierto; también que los
escándalos de Enron y las corporaciones alistadas en Wall
Strett y, por ende, bajo la inspección de las mayores
y mejores auditorías del mundo, han revelado que el capitalismo
desarrollado tiene comportamientos éticos no separables del
subdesarrollo y la corrupción. No es menester hacer otra
cosa que leer el libro de Michael Lind, Made in Texas, para establecerlo.
Lind nos dice que no se sabe bien si Enron ha creado la dinastía
Bush o la dinastía Bush ha creado Enron. La misma dinastía
ha hecho la guerra del Irak sobre una vasta acumulación de
mentiras, acumulación que afrenta al pueblo estadounidense
sin que su clase dirigente pueda ofrecer, mientras esté en
el poder, una variable de renovación del mundo porque esa
variable es indisociable de una nueva visión del desarrollo
y de la ética.
No obstante, el problema de la educación de calidad, en un
mundo que se auto modifica permanentemente y que convierte el desarrollo
–no el crecimiento unilateral de las variables estadísticas–
en la mayor encrucijada histórica que pueda pensarse, nos
obliga a vincular, dialécticamente, sistema y episteme: sistema
y ciencia.
El Informe de Davos² que examina a 102 países –los
que tienen una cierta posibilidad estadística y hay 203 en
la ONU– coloca la calidad del Sistema Educativo Mexicano en
el lugar 74; la calidad de sus Escuelas Públicas en el 69;
la calidad de sus Matemáticas y Ciencias de la Educación
en el 80; la calidad de las Instituciones Científicas y de
Investigación en el 52; la colaboración entre la Universidad
y las Industrias para la Investigación en el 45; la disponibilidad
de Científicos e Ingenieros en el 82; el Índice Global
de Competitividad en el 47. La investigación no es tema prioritario
–y eso se paga y se pagará en el futuro–, pues
ésta representa, en México, sólo el 0.33 por
ciento del pib y en América Latina, en conjunto, el 0.30
por ciento. En Estados Unidos el promedio es el 2.8 por ciento y
en la Unión Europea el 1.9 por ciento con un proyecto para
llegar al 3 por ciento en el 2010. La investigación se ha
convertido en el paradigma básico de la innovación.
La desigualdad plantea, en ese aspecto, un enorme dilema ético
y material que es preciso elevar a categoría. Sobremanera
en la Edad de la información y la Computación.
Justamente por todo ello resultan inadmisibles las palabras del
secretario del Trabajo de México, quien afirma, sin más,
que el Estado “no tiene que crear empleos”. El Estado,
en México, no es ya el Estado Patrón (aunque todo
Estado crea empleos directos en la enseñanza o la salud)
que tenga que generar empleos, pero es el que establece, en gran
medida, las prioridades en educación, investigación,
infraestructuras y, con su papel decisivo en el establecimiento
de las metas fiscales, puede reordenar racionalmente la dirección
de las magnitudes macro y mini de la economía sin ser un
Estado totalitario, sino un Estado de derecho cuyo fundamento ético
es el bienestar de su sociedad en el cuadro del mundo.
Tema capital en el caso de México, cuyas variables macro
han diseñado un país exportador que vive una paradoja
económica absolutamente contraria a su desarrollo e independencia:
que cuanto más exporta más importa insumos para la
exportación. Peor aún: estamos haciendo un país
dependiente de un solo espacio económico. En efecto, el 90.04
por ciento de las exportaciones en 2003 se dirigieron hacia Estados
Unidos y Canadá: el 88.78 por ciento para Estados Unidos
y el 1.17 para Canadá.
Las exportaciones de México, en 2003 (165 455 millones de
dólares), revelan otra grave crisis: el descenso del valor
agregado de las exportaciones. Con ello, la posibilidad real del
desarrollo se hace inviable aunque los niveles macro se mantengan
sin explosiones. La economía, hoy, no es economía
si no se habla de valor añadido o de valor agregado.
La generación de valor agregado en la exportación
mexicana, por el porcentaje de insumos importados temporalmente
para ser transformados o ensamblados para la exportación,
se reduce. Según el Consejo Mexicano de Comercio Exterior,
Inversión y Tecnología, “en el año 1993
nuestra exportación estaba constituida en un 41.2 por ciento
por insumos extranjeros; en el año 2003 esta proporción
se elevó al 51.4 por ciento”. Así –añade
el documento– en el periodo de referencia, el total de la
exportación mexicana condicionada a la importación
de insumos pasó de 67.7 por ciento a 77.4; y, de acuerdo
con el documento, el porcentaje pasó del 77.3 al 87.2, sin
incluir el petróleo. “En esencia, México se
está volviendo un país cada día más
maquilador y la proporción de valor agregado es de sólo
29.3 por ciento”.
De esa evaluación del Consejo Mexicano, bajo la presentación
de Arnulfo R. Gómez, nos queda sólo un elemento racional
para el análisis: que un país que renuncia a la generación
de valor agregado, renuncia, por un lado, a la innovación
de su planta productiva y, por ende, a la creación de empleos,
más aún de empleos con alto valor de creación
y de transformación de la propia realidad socioeconómica.
Renuncia, pues, al desarrollo. Sin embargo, México posee
una inmensa posibilidad de auto transformación de la estructura
del empleo y, sin duda, de la innovación creadora. Los hechos
duros lo revelan. Una clase dominante se niega a aceptarlos; es
dueña, eso sí, del discurso hipernacionalista.
El Estado de derecho no puede dimitir esta innovación. Dijérase
que es su destino como problema puesto que la innovación
en nuestros días plantea una inexorable premisa ética.
La revolución biotecnológica, biogenética,
presupone una nueva medicina, pero la salud pública no es
una mercancía transnacional, sino un bien público.
Ahí no se puede ceder el paso a las hamburguesas.
La educación, hoy, es la preparación de los hombres
y las mujeres para un inmenso desafío sistémico y
epistémico. Ello supone que la radiografía de un país
es ya la radiografía de su gasto público en la investigación
y en las Infraestructuras que hacen posible el desarrollo. No es
ocioso decir que, en Europa, la rebelión de los científicos
frente al sistema político no es contra el Estado, sino ante
la dimisión del Estado frente a la revolución del
saber y la enseñanza del saber hacer. El éxodo impresionante
de cerebros hacia Estados Unidos no expresa nada más que
la concentración de la producción científica
mundial mensurada en Premios Nobel, revistas científicas,
laboratorios, etcétera. Según el Consejo Científico
del Gobierno Británico, ocho países acaparan el 84.5
por ciento de la producción científica. Entre 1997
y el año 2001 –según la revista Nature–,
Estados Unidos controló el 49.3 por ciento de las publicaciones
científicas, Inglaterra el 11.39, Alemania el 10.02, Japón
el 8.44, Francia el 6.89 y Canadá el 5.30 por ciento.
Debajo de esa cima están los desiertos del saber. Todavía
800 millones de personas no saben leer, pero el concepto mismo de
la enfermedad está cambiando aceleradamente. Thomas Hudson,
director del Genoma en Québec, dijo recientemente: “el
problema consiste en identificar los genes asociados a las enfermedades.
Cada vez estamos más cerca. Tenemos ya la secuencia del genoma
humano, la del ratón y de otros organismos modelo...”
Justamente por ello, y reiniciando el tema esencial, una sociedad
que renuncia a crear una cadena productiva que haga frente a las
demandas de su exportación y que dimite a crear un gran mercado
interno, integrador, es una sociedad cuya clase política
ha renunciado al desarrollo, aunque pronuncie como los sofistas
su satisfacción y, desde luego, sea propietaria del máximo
discurso patriótico.
En ese aspecto, cabe pensar, como correlato, en el papel de la corrupción,
en una cadena económica de ineficiencias y en el papel de
los grupos transnacionales dominantes. No se olvide que México
–décima economía, en tamaño, del mundo–
es la única nación, entre las 15 primeras, que no
controla su sistema bancario y que carece de un proyecto real de
acceso de la sociedad al crédito. Sin una política
crediticia es imposible el desarrollo. El único crédito
vivo, a 24 meses, es el del automóvil, crédito externo
que, sin una paralela planeación de las ciudades, las ha
convertido en ciudades colapsadas, sobre todo al Distrito Federal.
Según el World Economic Forum o Foro de Davos, en su informe
ya citado del 2003-2004, el Costo del Crimen y la Violencia³
coloca a México, entre los 102 países evaluados, en
el lugar 89; en orden al Crimen Organizado4, en el lugar 88; respecto
al Sector Informal, irresponsable fiscalmente, en el sitio 73, y
en el rubro de Seguridad de sus Servicios Policíacos aparece
en el puesto 82. Para la ocde, a su vez, México está
incapacitado para cumplir sus metas socioeconómicas, infraestructurales
y culturales, por la ineficiencia de su sistema fiscal. Sus ingresos
son los más bajos de la ocde, incluyendo Turquía,
que tiene la mitad del ingreso per capita que México y es
un país mayoritariamente islámico.
Hace no muchos días participé como ponente en el Congreso
Agropecuario, celebrado en Mérida, con varios centenares
de productores y empresarios. Escuché, con dolor, que muchos
productores de alimentos para el ganado estaban en trance de cerrar
sus industrias y convertirse en comercializadores de los productos
importados. Eran jóvenes o de mediana edad quienes eso afirmaban.
Esa tragedia tocó mi corazón y mi conciencia cívica.
Me sentí enfermo, y entonces comprendí, después
de la solemnidad de la inauguración del congreso, aquella
terrible y temible proposición china: “cuando se acaban
las virtudes comienzan las ceremonias”. Y bien sabemos que
somos un país ceremonial.
Dada la importancia, en el desarrollo de la ética rogaría
que se atendiera mi demanda para diferenciar el sentido de la moral
tradicional y la ética y, por tanto, el papel de la ética
en la política. Distinción tan necesaria como el esclarecimiento
entre crecimiento económico y desarrollo.
La palabra ética procede del griego y la moral del latín.
La moral es una norma de conducta fundada sobre la distinción,
a veces primaria, por fundamental que parezca, entre el Bien y el
Mal. Por ello se habla de Mores o Costumbres. El concepto ética
procede etimológicamente de dos voces griegas admirables:
ithos, que significa “firmeza del alma”; y
ethos, que se traduce como “conjunto de normas”.
Al vincular los dos vocablos, ithos y ethos, nos
encontramos con una formidable proposición: un proyecto racional
propio del hombre y, en este caso, del ciudadano. Mientras la moral,
en casos, se vincula a la tradición o las costumbres –como
el velo de la musulmana–, la ética, al revés,
supone reflexionar, decidir, argumentar y, sobre todo, asumir, con
todas sus consecuencias contradictorias, cada elección humana.
En suma, la moral obedece a una tradición; la ética
duda siempre en obedecer y cuando se obedece se está obligado
a razonar, con todas sus consecuencias, la opción adoptada.
Esa explicitación sobre la firmeza del alma en la política,
y en su dimensión filosófica y cultural, alumbra las
causas por las cuales todos los sistemas autoritarios, totalitarios
y todas las dictaduras han sido, significativamente, moralistas
o super moralizadoras con una censura y una policía midiendo
las minifaldas, pero prohibiendo las conciencias.
Quiero advertir, como final, que México es un país
de potencial extraordinario que requiere un proyecto de desarrollo
que convierta la transformación de las prioridades en el
marco (conceptual) de una indisputable reforma del Estado, y que
ponga a la cabeza de las prioridades los problemas y no los escándalos
cotidianos, la verdad y no la disputa envenenada de personalidades
que no siempre son personas. La revolución democrática
no es poner las cosas “patas arriba”; consiste en crear
instituciones confiables que hagan convivenciales la Política
y la Ética. La innovación, base fundamental de toda
visión de futuro, es indisociable, por tanto, de una revolución
educativa y ciudadana, indisociable de la transformación
del gasto público y privado –con la ponderación
adecuada al cambio– hacia la investigación y el desarrollo.
Ser un desierto del saber, con un discurso hipernacionalista, ilustra
el desencuentro, patético y dramático, ante la provocación
jasperiana de considerar la verdad como el corazón mismo
de la convivencia, la tolerancia, la libertad y el laicismo como
actitudes convivenciales ante la vida.
NOTAS
¹ Informe sobre Desarrollo Humano, 2003. ONU.
² The Global Competitiveness Report 2003-2004. World
Economic Forum.
3 Bussiness Cost of Crime and Violence, página
483.
4 Organized Crime, página 406.
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