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La
Universidad y la distribución
social del conocimiento
Ruy
Pérez Tamayo /
Miembro del Colegio Nacional y de la Academia Mexicana de la Lengua
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Conferencia
presentada en el foro internacional Alternativa XXI: La distribución
social del conocimiento, que se llevó a cabo en el marco
de la Feria Internacional del Libro Universitario 2004.
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I.
La
Universidad y la distribución social del conocimiento, tema
de esta mesa redonda, supone una función que no forma parte
habitual de las que se consideran funciones de la universidad pública,
es decir, la docencia, la investigación y la difusión
de la cultura. Pero es obvio que la universidad pública tiene
otras funciones más, como su papel en la movilidad social,
en la preservación de los valores culturales, en el análisis
crítico de la sociedad y sus estructuras, y en la proyección
de mejores modelos de convivencia basados en el conocimiento, la
razón y la justicia. Por lo tanto, concluyo que una función
central de la universidad pública, quizá la más
importante, es servir de conciencia a la sociedad plural. Esta última
palabra, plural, define otra característica de la universidad
pública, también de gran trascendencia, y es que no
toma partido ni muestra preferencia de tipo alguno, sino que da
espacio a todas las tendencias y posturas académicas, culturales
y políticas, a todas las ideas y a todas las críticas,
bajo un gran paraguas de respeto y tolerancia.
La universidad pública (la UNAM, mi universidad) ha resistido,
a lo largo de sus 94 años de historia, varios intentos de
transformarla en un instrumento del Estado, o bien en estructura
dedicada a promover una ideología social y económica
socialista, y más recientemente en célula de un partido
político. La autonomía universitaria –cuyos
75 años estamos celebrando este año– es una
de las conquistas más preciosas de la sociedad mexicana en
el siglo XX, porque lo que se alcanzó fue la libertad de
conciencia. Libertad para pensar, para crear y para explorar el
mundo de lo desconocido, para concebir y proponer nuevas configuraciones
sociales, políticas, económicas y filosóficas,
para examinar críticamente las actuales, siempre dentro de
un marco de respeto y tolerancia, en el más elevado espíritu
académico. Pero la universidad pública así
concebida no es ni una biblioteca, como quería Carlyle, ni
un conjunto de sabios encerrados en su Torre de Marfil. Es todo
lo contrario, como señala el título de nuestra mesa
redonda, es un mecanismo para la distribución social del
conocimiento.
Reflexionemos un momento sobre lo que la universidad pública
distribuye, o sea, sobre el conocimiento. ¿Cuál conocimiento?
¿Qué significa conocer? El Diccionario de la Real
Academia Española (DRAE) nos dice que conocer es “Averiguar
por el ejercicio de las facultades intelectuales la naturaleza,
cualidades y relaciones de las cosas”, pero si bien esto puede
ser cierto para el conocer filosófico, histórico o
humanístico en general, resulta inadecuado para el conocer
científico, en el que participan de manera fundamental, las
perceptivas. La definición del verbo conocer del drae es
importante porque incluye a las emociones como participantes en
la generación del conocimiento, pero por otro lado es incompleta
porque no incluye a los órganos de los sentidos como indispensables
en la producción del conocimiento no sólo científico
sino también artístico. Finalmente, dicha definición
se refiere a la naturaleza, cualidades y relaciones “de las
cosas”. ¿Quiere decir que lo que no certifique como
“cosa” no puede ser sujeto de conocimiento? Dudo que
eso sea exactamente lo que quiere decir, porque “cosa”
significa: “todo lo que tiene entidad, ya sea corporal o espiritual,
natural o artificial, real o abstracta”. ¿Qué
clase de entidad es un sueño? No es ni corporal ni espiritual,
ni natural o artificial, ni real o abstracto, pero existe, lo experimento
y puedo relatarlo, y hasta se ha usado como base para más
de una teoría sobre su significado e interpretación.
Entonces, como las teorías psicoanalíticas sobre los
sueños no son sobre “cosas”, ¿no se consideran
conocimiento?
II.
Es fácil citar al drae pero es muy difícil mejorarlo.
Por fortuna, esa no es nuestra tarea, sino el examen de la Universidad
como elemento en la distribución social del conocimiento.
Aceptemos que el conocimiento es lo que sabemos sobre la realidad
por medio de nuestras facultades racionales y perceptivas, y digamos
algo sobre su distribución social. Las universidades públicas
cumplen con su función de distribución social del
conocimiento por medio de sus programas de enseñanza, tanto
de pregrado como de posgrado, y de sus actividades de difusión
cultural. Cuando por restricciones presupuestales o de ingresos
masivos de estudiantes se rebasan las capacidades de funcionamiento
óptimo, las universidades públicas disminuyen en menor
o mayor grado su eficiencia para distribuir el conocimiento.
Esta no es, por desgracia, una posibilidad teórica sino una
realidad histórica, vivida tanto en México como en
otros países del mundo occidental, a principios de la década
de los setenta del siglo pasado. En ausencia de programas vigorosos
de divulgación del conocimiento patrocinados por el Estado,
las universidades públicas han tomado la estafeta y a través
de sus actividades docentes y de divulgación de la cultura
han intentado satisfacer esa urgente necesidad social contemporánea.
III.
Finalmente, trataré de contestar la pregunta que dice:
¿por qué es buena la distribución social
del conocimiento que hace la universidad pública? La pregunta
no es ociosa, su respuesta no puede limitarse al reconocimiento
de que las universidades públicas preparan a profesionales
y técnicos que el país necesita hoy y en el futuro
para seguir funcionando. Este renglón lo cumplen, en forma
tanto suficiente como eficiente, las escuelas técnicas
y profesionales, tanto universitarias como de otras denominaciones
(tecnológicos, normales, superiores, etcétera).
Creo que la respuesta más aceptable a la pregunta que plantea
el valor de la distribución social del conocimiento debe
resaltar los usos del conocimiento por la sociedad. En otras palabras,
se trata de resolver el dilema más importante de todos,
que es ¿para qué sirve el conocimiento? Opino que
la respuesta a esta pregunta tiene las siguientes tres vertientes.
1.
Para actuar en forma racional. Esta es una función no muy
popular del conocimiento, sobre todo en nuestra cultura tradicional,
en donde la razón con frecuencia ha sido superada por la
fe. En una encuesta realizada en el año 2000, en la zona
urbana de la Ciudad de México se encontró que el
71 por ciento de la población cree en los milagros, el
60 por ciento cree en la magia negra y el 55 por ciento cree en
la existencia del diablo.
Puede cuestionarse que una vida fundada en la razón sea
preferible para la mayor parte de la sociedad mexicana que otra
basada en la fe, pero los que así opinen tienen la obligación
de documentar en forma objetiva su postura, pues de otra manera
se trata de una simple opinión, tan respetable y tan válida
como cualquier otra.
Yo postulo que el comportamiento racional permite una adaptación
más eficiente a las circunstancias y contingencias no sólo
cotidianas sino de toda la vida, y que actuar en función
del conocimiento, o sea de lo que sabemos sobre la estructura
y el funcionamiento de la realidad, conduce a menos fracasos,
decepciones y hasta tragedias, que guiarse por creencias, intuiciones,
dogmas, corazonadas o deseos.
Naturalmente, buena parte de nuestra vigilia está guiada
precisamente por esas formas de pensamiento irracional, con frecuencia
con una fuerte carga emotiva, porque el conocimiento de muchos
aspectos de la realidad es incompleto o inexistente, entonces
no se puede actuar en forma racional. Pero en aquellas circunstancias
en que se posee información suficiente sobre los distintos
elementos que contribuyen a una configuración determinada,
la experiencia demuestra que tomarla en cuenta conduce a mejores
resultados y a situaciones mejor adaptadas. En resumen, el conocimiento
sirve para actuar en forma racional.
2.
Para generar más conocimiento. En otros sitios he propuesto
la siguiente definición de ciencia: «actividad humana
creativa cuyo objetivo es la comprensión de la naturaleza
y cuyo producto es el conocimiento, obtenido por medio de un método
científico organizado en forma deductiva y que aspira al
mayor consenso entre las personas técnicamente capacitadas».
Mi objetivo al recordar esta definición es subrayar que
el único producto de la ciencia es el conocimiento científico.
Ahora bien, una de las visiones más desafortunadas de la
ciencia contemporánea la considera en dos categorías,
“básica” y “aplicada”, según
el uso que pueda dársele en un momento dado a su producto:
cuando el conocimiento sirve para resolver algún problema
práctico, como por ejemplo construir máquinas de
vapor más eficientes o almacenes para granos con mayor
capacidad, se considera como ciencia “aplicada”, mientras
que cuando el conocimiento no encuentra un uso externo inmediato,
como por ejemplo el mecanismo de la generación de especificidad
en las moléculas de anticuerpos, se habla de ciencia “básica”.
No concibo que esta clasificación de la ciencia, en “básica”
y “aplicada”, se le haya ocurrido a un científico
activo; más bien parece generada por algún economista
o hasta por un empresario. Porque los científicos sabemos
muy bien que toda la ciencia es “aplicada”, pues el
conocimiento siempre es útil, siempre sirve para algo.
A nosotros el conocimiento nos sirve para generar más conocimiento,
es un instrumento de trabajo, uno de los más importantes
de todos los que tenemos en el laboratorio o en el gabinete, porque
sirve para generar nuevas ideas, para plantear nuevas hipótesis
sobre el sector de la realidad que estamos estudiando y diseñar
nuevos experimentos y nuevas observaciones con las que lograremos
obtener más conocimiento. Eso es para los científicos,
pero para el resto de la sociedad también todo el conocimiento
es útil o aplicado, si bien no siempre para resolver problemas
tecnológicos, pero sí para comprender mejor la realidad
en que vive. En resumen, el conocimiento sirve para generar más
conocimiento.
3.
Para integrarse a la sociedad contemporánea. El mundo clásico
estuvo dominado por la filosofía, la religión fue
la columna vertebral de la Edad Media, y la fuerza que transformó
al mundo medieval en moderno fue la ciencia. Cuando se examina
a las distintas sociedades contemporáneas desde el punto
de vista de su estándar de vida, es posible distinguir
dos clases diferentes: aquellas en las que la mayor parte de la
población disfruta de los principales elementos para satisfacer
sus necesidades básicas –incluyendo la realización
de sus aspiraciones humanas– y aquellas en las que la mayoría
de los sujetos no las poseen y viven marginados y sin esperanzas.
Una de las diferencias más aparentes entre estos dos tipos
de sociedades, las desarrolladas y las llamadas “en desarrollo”,
es el papel que desempeña el conocimiento de la realidad
en su estructura.
Cuando Francis Bacon señaló “knowledge
is power”, el conocimiento es poder, no se estaba refiriendo
solamente a la generación de riqueza o de autoridad política
por medio del “know how” y a la explotación
de la naturaleza, sino también a la capacidad del conocimiento
para transformar a la sociedad, alejándola del oscurantismo
y del imperio del dogma y de la autoridad. Mientras más
primitiva sea una sociedad, mientras más aferrada esté
a sus creencias sobrenaturales y a sus tradiciones irracionales,
más alejada se encontrará del mundo contemporáneo
y menos posibilidades tendrán sus miembros de mejorar su
estándar de vida y de realizar sus aspiraciones. En resumen,
el conocimiento sirve para integrar a la sociedad contemporánea.
IV.
De estas reflexiones se desprende que la función de la
universidad pública en la distribución social del
conocimiento tiene una importancia trascendental. No sólo
es la institución más bien dotada y con la mejor
estructura para ser un faro de la diseminación del conocimiento
a toda la sociedad, sino que además es la única
que reconoce como suya esa responsabilidad, porque la universidad
pública que realmente merece ese nombre no se limita a
difundir el conocimiento; eso lo hacen también, y principalmente,
las escuelas públicas y privadas, desde la enseñanza
primaria hasta la profesional.
La verdadera universidad pública también genera
el conocimiento, trabaja para aumentar el caudal de información
que ya existe sobre el mundo real en que vivimos y sobre nosotros
mismos. Su labor no puede ser solamente repetitiva, sino que debe
ser también creativa para darle a la difusión de
la cultura el carácter de descubrimiento constante de algo
nuevo, de renovación de actitudes y de visiones, de crecimiento
y transformación del espíritu, de aventura intelectual.
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