El
año 2004 fue de intensa actividad y, desde luego, de enormes
satisfacciones para el Ballet Folklórico de la Universidad
Veracruzana. Puede hablarse de un balance positivo y de una serie
de éxitos concretados gracias a un desempeño que
no admite improvisaciones ni cálculos a la ligera.
Parte de lo anterior es la gira que la agrupación, encabezada
por Miguel Vélez Arceo, realizó del 11 de mayo al
10 de agosto por Francia y Bélgica, en un derrotero artístico
que consolida el sitial de privilegio que ocupa el Ballet Folklórico
de la UV entre las compañías similares de todo el
mundo.
A lo largo del itinerario se registró un total de 14 festivales,
seis desfiles, cuatro eventos especiales y un total, sumadas todas
las actividades, de 104 funciones en ciudades como Bruselas, Lille,
Meaux, Waterloo, Vignobles, Harnes, Hierges, Calais, Reims, Sullery,
Schöten, Martigues. Además, la serie de programas
presentados estuvo integrada por variadas coreografías:
“Danzas de concheros”, “Huasteca veracruzana”,
“Fiesta de las cruces en Alvarado” y “Jalisco”,
entre otras.
Cabe mencionar que la participación de la agrupación
universitaria se dio alternando con compañías de
danza procedentes de China, Serbia, Isla de Pascua, Colombia,
Polonia, Bielorrusia, Ucrania y Bolivia, lo cual habla de la internacionalización
que desde hace ya varios años conquistó el Ballet.
En la siguiente conversación, Miguel Vélez Arceo,
quien es calificado como el generador en Xalapa del arte coreográfico
inspirado en las raíces indígenas y mestizas, narra
lo sucedido en Europa durante aquellos tres meses y rememora los
antecedentes de la que ahora es una de las compañías
de danza típica más significativas en México.
¿Cómo
se dan los inicios en la carrera de Miguel Vélez Arceo?
En la década de los cuarenta comencé a involucrarme
con el movimiento dancístico del país. Estudié
en la Academia de la Danza desde 1949 y egresé de la misma
en 1958. Fue una carrera larga, difícil, sin aparente porvenir,
pues allí no se contemplaba un futuro halagüeño
por donde se le mirase. Pero yo no vivía de la danza, tenía
mi carrera de profesor de primaria, que era con lo que me sostenía.
Lo demás era una afición, algo que comenzó
como una simple curiosidad y que terminó por motivarme
a tomar las cosas con la seriedad que exigen.
¿Cuándo
se dio su participación profesional?
Cuando se integró el Ballet Folklórico de Bellas
Artes, que dirigía Marcelo Torreblanca. Aquel grupo resultó
muy purista, no tuvo una prolongada existencia. Sin embargo, en
el momento en que me integré a ese ballet, apareció
el Instituto Mexicano del Seguro Social como una potencia cultural,
ya que abrió teatros y dio un fuerte impulso al arte dramático
y a la danza. Entonces se me dio la oportunidad de ser director
coreográfico siendo muy joven, en 1962, y logré
la creación de un espectáculo folklórico
de buen nivel, no con la calidad del de Amalia Hernández
pero sí con mucha dignidad. Eso me dio la pauta para organizar
mis actividades subsiguientes.
Vamos ahora hacia Xalapa. ¿Qué le hizo fijar
su atención en este lugar?
No fue iniciativa propia. Esto fue producto de la enorme amistad
que cultivé con el maestro Ángel Hermida Ruiz. Fuimos
compañeros de trabajo en la escuela primaria Artículo
123 de Minatitlán y más adelante nos reencontramos
en la ciudad de México, cuando Hermida Ruiz se desempeñaba
para Pemex. Al asumir la gubernatura de Veracruz Fernando
López Arias, en 1962, Hermida Ruiz se hizo cargo del departamento
de Educación Popular y me invitó a crear el departamento
de Educación Estética. La prioridad artística
se centraba en la Orquesta Sinfónica de Xalapa, la Escuela
de Bellas Artes no contaba con un considerable movimiento y la
danza era un renglón prácticamente ignorado. Esa
es la razón por la que llegué a Xalapa. Y llegué
a picar piedra, porque nada había de lo que yo sabía
hacer ni infraestructura que me motivase a generar algo, y la
intención inicial de Hermida Ruiz era generar un conjunto
folklórico representativo de Veracruz. No se pensaba en
un ballet.
¿Cómo
fue posible crecer de esa forma, sobre todo si consideramos que
partió de cero absoluto?
Inicié con algunos maestros de primaria, mujeres en su
mayoría, pero no se pudo lograr algo. Después, en
1964, inicié en la Escuela Normal con mis clases de danza,
luego de una convocatoria que reunió a quienes pasarían
a integrarse al denominado Conjunto Folklórico de la Normal
Veracruzana.
La
Escuela Normal era el soporte de la actividad artística
en Xalapa y lo lógico era esperar que la danza se mantuviese
allí como un eje de creatividad. ¿Por qué
no se dio eso?
Desgraciadamente, y como es común en este país,
los programas desaparecen con las personas. Aquella época
fue de un cobro de conciencia en torno a la importancia de la
actividad artística: se practicaba el teatro de aficionados,
la danza contemporánea con Esther Juárez, la danza
folklórica bajo mi responsabilidad, los coros con Mateo
Oliva... y se generó un movimiento muy significativo pero
que adolecía de un verdadero objetivo específico.
Esa falta de especialidad era evidente en las veladas de la Normal,
donde se reunía todo un emporio de artistas natos, que
allí planeaban y trataban de encauzarse, pero allí
mismo terminaba toda aquella ilusión. Nuestra responsabilidad
era contribuir a la generación de grupos sólidos.
Comenzó, entonces, a destacar la actividad folklórica
en el estado. De esas fechas data la serie de premios que nos
otorgó el Instituto Nacional de Bellas Artes, en una época
en que la danza típica no contaba con cobijo alguno y era
incluso menospreciada.
¿Cómo
contribuyó Amalia Hernández al despegue de la danza
folklórica?
Las directrices de una política de cultura mal entendida
dictaban que lo importante en la danza eran sólo los renglones
clásico y contemporáneo. Lo demás no tenía
sentido. En esto cabe el reconocimiento a Amalia Hernández,
quien en medio de ese conflicto pudo crear la primera compañía
profesional, el Ballet Folklórico, con la que se lanzó
a conquistar el mundo con todos los pronósticos en contra
y con los más pesimistas augurios. Ella, con los premios
que obtuvo en Europa, abrió las puertas de la danza mexicana
en nuestro propio país y, con ello, el apoyo de las instituciones.
Recordemos que fue representante oficial del gobierno mexicano
en el Festival de las Naciones de París, en 1961, y antes
en los Juegos Panamericanos de Chicago, en 1959. Veracruz, con
el impulso de Fernando López Arias, fue una de esas agradables
consecuencias.
¿Qué
ocurrió después de que se retiró López
Arias?
Cuando Fernando López Arias dejó el gobierno estatal
se retiró todo recurso económico a la actividad
artística. No había presupuesto para mantener u
organizar grupos, y no nos quedó más que funcionar
con base en la buena voluntad de los protagonistas y de algunos
interesados. En medio de este doloroso paréntesis apareció
Roberto Bravo Garzón. Este fue un momento clave, pues Bravo
se abocó a organizar el área de las artes en el
interior de la Universidad Veracruzana, creó los institutos,
después las facultades... Puedo decir, con certeza, que
con Roberto la UV se convirtió en la primera institución
de estudios superiores en México que otorgó toda
la importancia a la actividad artística y las acogió
en un mismo entorno. No hubo discriminación; no hubo renglones
por encima de otros.
Dentro del concepto universal que engloba el término “universidad”,
Roberto nos hizo palpar que “arte es arte”, trátese
del género que sea. Entonces se creó el primer grupo
folklórico de la Universidad Veracruzana, es el grupo que
nació en la Normal, con 10 años de experiencia y
con una beca que nos permitió un funcionamiento decoroso
y como toda una compañía. Para esto, ya habían
surgido en la misma institución la Compañía
de Danza Contemporánea y el grupo
Tlen Huicani.
¿Qué
se hace necesario para contar con una visión como la de
Roberto Bravo Garzón? ¿Qué hay de especial
en ese hombre?
Se adelantó a su tiempo. Concibió una cultura globalizada
en un encuadre que guarda dimensiones proporcionales a la Universidad
Veracruzana y visualizó anticipadamente que el arte es
una de las formas que consolidan la imagen de una institución.
Pero no supongamos que todo aquello fue observado con buenos ojos.
Bravo Garzón fue muy criticado por quienes no admitían
que la UV incorporase artistas como parte de su plantilla laboral.
Aún ahora, no falta quienes creen que educación
y cultura son cosas radicalmente distintas.
En la integración ideada por Roberto, el profesionista
tenía el compromiso de involucrarse con el arte y conocerlo
de una mejor forma. La investigación, la ciencia, la tecnología,
la enseñanza, el arte, la difusión del mismo tanto
en el interior como en el exterior de la Universidad... todo eso
es la esencia de la universalidad de una institución educativa
de elevados alcances, de una universidad, pues. Ese fue uno de
los aciertos más grandes de Bravo Garzón, y eso
nunca se perderá de vista ni lo borrará la historia.
Roberto es, para decirlo en pocas palabras, todo un pionero.
Como
tampoco se pierde de vista el apoyo de quienes siguieron a Roberto
Bravo en la Universidad Veracruzana.
Eso es cierto, y no tan sólo en la Universidad, también
en el gobierno estatal, porque la UV fue autónoma a partir
de 1996. Sin la debida continuidad, todo pudo desintegrarse. Recordemos
que Acosta Lagunes llegó al gobierno estatal con una visión
muy distinta a la de sus antecesores, Rafael Hernández
Ochoa y Rafael Murillo Vidal. Hernández Ochoa no poseía
una gran cultura, pero era extraordinariamente aficionado al arte
popular y de él recibimos un fuerte impulso para proyectar
el Ballet Folklórico de la UV fuera del estado de Veracruz.
Siguen cambiando los nombres en el gobierno, pero la batalla es
universitaria. De todos recibimos poco o mucho y, al final, aquí
estamos.
Ha
sido, pues, una largo camino en el que han encontrado duros obstáculos,
pero también importantes apoyos. Al final los esfuerzos
han sido recompensados, pues bien sabemos que el Ballet ha recibido
numerosos reconocimientos tanto nacionales como internacionales.
Así es. Al crear nuestra compañía,
pensamos en un ballet que tuviese la calidad que exige un grupo
de primer orden, con la idea de ubicarnos en un lugar destacable
en el epicentro del ambiente dancístico internacional,
y hemos cosechado éxitos. De hecho, alguien mencionó
que el Ballet Folklórico de la UV parece concebido para
ganar concursos y primeros lugares. Por fortuna, el tiempo y las
circunstancias nos han permitido alcanzar nuestros objetivos y,
con ellos, muchas distinciones.
A
propósito de distinciones, ¿cuál fue el primer
significativo reconocimiento obtenido por usted y el Ballet de
la UV?
El del Instituto Nacional de Bellas Artes, cuando organizó
un festival en la Ciudad de México a fines de los años
setenta. Y en realidad fue una serie de reconocimientos: me otorgaron
el premio como el mejor coreógrafo y al Ballet lo premiaron
por la mejor coreografía, la mejor interpretación
y la mejor música viva.
Aquí debo decir que, desgraciadamente, en nuestro país
éramos –y seguimos siendo– muy malinchistas.
Lo que menos nos importaba era el arte generado por aquellos a
quienes el vulgo ha denominado calzonudos, a nadie llamaba la
atención la coreografía con huaraches y rebozos
o huipiles; lo que estaba en boga era la danza contemporánea
luego de la consolidación de la danza clásica a
finales de la década de los cuarenta. Sin embargo, aquel
fue uno de los primeros festivales en que el folclor comenzó
a cobrar una verdadera importancia como espectáculo.
Eso
sucede en México, ¿pero qué hay en el arte
autóctono que tanto llama la atención en Europa?
Es como cualquier público de cualquier parte del mundo.
Cuando los europeos llegan aquí, nosotros vamos a presenciar
la exposición de un arte desconocido que las compañías
extranjeras tratan de mostrar con la mayor elegancia posible.
Nos sorprenden la precisión de su ritmo coreográfico,
la belleza de sus mujeres, la sonoridad de su música. Eso
es precisamente lo que hemos logrado con el Ballet Folklórico
de la UV. Es por la entrega de cada uno de los integrantes, por
la dedicación de cada uno de los maestros asistentes, como
Alberto García, Horacio Cantero y Luis Casasco, por el
trabajo de un gran número de personas que forman parte
del equipo y sin las cuales no seríamos lo que somos: una
agrupación con un enorme sentido de la disciplina escénica
y la responsabilidad.
¿La
idea es impactar mediante una imagen pulcra y disciplinada?
El Ballet Folklórico ha roto con aquella imagen del indio
sucio e ignorante, del mexicano flojo que se la pasa durmiendo
bajo la sombra de un cacto. Veamos el atuendo de los totonacas,
sus ropajes son coloridos y elegantes, dignos de aparecer al lado
de las más sofisticadas vestimentas. A todas partes donde
vamos, los bailarines lucen con orgullo sus trajes jarochos, huastecos
y totonacos, y despiertan la admiración de quienes los
contemplan.
¿Fue audacia tratar de mostrar la belleza de los trajes
típicos? Tal vez, pero eso va de la mano con las características
naturales de un estado lleno de colorido y musicalidad. Esa riqueza
en la indumentaria y en la música es la clave para el éxito.
No somos ni los directores ni los bailarines, es el pueblo que
nos ha dotado de estos elementos y de su patrimonio. Son los indígenas
y mestizos el punto de partida, quienes aportan la fuente de inspiración
para crear los espectáculos folklóricos, y la difusión
de eso se ha convertido en nuestro modo de vida y trabajo. Muchos
pretendidamente cultos viven de explotar ese acervo pero, por
desgracia, les incomoda reconocerlo.
¿Y
la colección de trajes?
Es tan variada y abundante la vestimenta típica veracruzana
que actualmente poseo una colección de más de 50
trajes femeninos y más de 30 masculinos. A eso yo le llamo
mi segunda piel y siempre que tengo la oportunidad de exponerla,
lo hago con mucho gusto.
¿Cuáles
son las ramificaciones que han surgido de la escuela generada
por usted?
Mencionemos inicialmente al Ballet Nimbe de Misantla, cuyo director
se llama Martín Andrade Arcos y fue alumno mío.
Tenemos también al Ballet de la Universidad Pedagógica
Veracruzana, que dirige René Ramírez; el semillero
de la escuela “Adolfo Ruiz Cortines”, a cargo de Horacio
Cantero; el grupo de Coatepec; el grupo de la sec encabezado por
Gustavo Tapia... De momento, son los que recuerdo. Se trata de
ballets con méritos propios, con sus propias coreografías
y producciones, todos derivados de nuestro trabajo. Las ramificaciones
se han dado también en diversos estados de la República
Mexicana, porque cuando alguien en alguna parte necesita de recopilación
o de información, recurre a Xalapa y a Miguel Vélez
Arceo. Eso no deja de ser gratificante.
2004
inició para Vélez Arceo con el Premio a las Artes
y Humanidades otorgado por el gobierno de Veracruz, después
la participación en la Puerta de las Américas, donde
el Ballet fue ubicado como una de las compañías
más importantes en el ámbito continental. Vinieron
posteriormente las giras a Panamá, Utah, Chicago, La Habana
y la gira que ha motivado esta entrevista. La pregunta obligada
es ¿de dónde surgieron los recursos, si la permanencia
en Europa fue de tres meses?
Esto hubiese significado una erogación cuantiosa para la
UV o para el gobierno del estado. Sin embargo, y por fortuna,
los organizadores de los festivales nos pagaron los boletos de
avión, el hospedaje y los alimentos. Esto último
fue una experiencia novedosa, porque no nos atendieron en restaurantes
sino en convivios amistosos y casi familiares organizados por
los habitantes de las ciudades que visitamos.