Las tres estaciones de monitoreo sísmico de la UV encargadas
de registrar la actividad geológica del Pico de Orizaba registraron,
tan sólo 20 minutos después, los dos temblores que
provocaron del otro lado del mundo el tsunami que cobró
la vida de más de 200 000 personas en países del sudeste
asiático.
Gracias a la precisión, sensibilidad y amplificación
de estos instrumentos, las estaciones de monitoreo –operadas
por la UV y el Centro Nacional de Prevención de Desastres
(Cenapred)– registraron, además, los 9 grados
de magnitud de los terremotos y las sucesivas vibraciones y oscilaciones
que se presentaron en toda la tierra, en los 30 minutos posteriores
al evento sísmico. “Tener esta información,
apenas unos minutos después del terremoto, demuestra la capacidad
de nuestro registro sísmico”, dijo Ignacio Mora, director
del Centro de Ciencias de la Tierra de la UV, desde donde se coordinan
las estaciones Halcón 1, Halcón 2 y Chipe, localizadas
a más de 4 200 metros de altitud en las caras norte, sur
y este de la montaña.
Explicó que la velocidad de propagación de las ondas
sísmicas en la roca es superior a los 6 000 metros por segundo,
razón por la cual el tiempo transcurrido entre el momento
del sismo y el registro en las estaciones de control fue relativamente
corto: “Aunque no lo sentimos, graficamos este sismo como
lo hacemos con muchos otros que se presentan casi todos los días”.
No obstante, aceptó que conocer la magnitud del temblor –equivalente
a la vibración que provocaría la explosión
de un millón de bombas atómicas, según sus
propias palabras– no los alertó sobre sus consecuencias,
en primer lugar porque no todos los terremotos de esa magnitud,
aún los que se originan en el mar, provocan maremotos o pérdida
de vidas humanas, pero sobre todo, porque en ese momento no conocían
ni podían determinar el epicentro. “Sabíamos
que era fuerte, pero no dónde había sido, simplemente
porque no se puede determinar el origen de un sismo sin cálculos
matemáticos que contrasten numerosos registros entre puntos
de referencia distantes geográficamente. A escala global,
nuestras estaciones de monitoreo están prácticamente
en el mismo lugar”.
El investigador, quien forma parte del organismo federal Centro
de Información y Registro Sismológico (Cires),
reconoció que, a diferencia del clima o la actividad de la
atmósfera, los sismos son impredecibles, aunque aceptó
que la información hace posible aminorar sus efectos catastróficos.
Redes de monitoreo sísmico podrían evitar, por ejemplo,
la afectación que sufrieron países lejanos al epicentro
del maremoto asiático, donde las olas –que viajan por
el mar a menos de 300 kilómetros por hora– llegaron
mucho tiempo después de que los instrumentos de medición
registraran las señales: “Eso hace una diferencia abismal
que podríamos aprovechar”.
De haber tenido una red mundial organizada que intercambiara información
y tuviera presencia y reconocimiento global, habría sido
posible alertar, por ejemplo, a las personas de la India o de África,
que fueron alcanzadas por el tsunami horas después
de lo ocurrido en Indonesia o Sri Lanka.
En el contorno costero del Océano Pacífico, expuesto
al arribo de estos maremotos, sí existe una red de alertamiento
de tsunamis, basada en la intercomunicación de numerosas
estaciones de monitoreo sísmico que están pendientes
de los litorales americanos, asiáticos y australianos, además
del polo sur. No obstante, no cubre otros puntos de menor riesgo,
como el mar Adriático, donde se generó el terremoto
que causó el tsunami en diciembre pasado.
En nuestro país, dijo, existe la tecnología suficiente
para crear una red de alertamiento de tsunamis, pero hacerla
mucho más eficiente requeriría mucho más que
recursos humanos: “Necesitaríamos montar varias estaciones
de monitoreo en todo el litoral del Pacífico, incluso con
tecnología propia, pero estamos hablando de recursos importantes
que no sé si el gobierno estaría dispuesto a costear”.
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