Incorporar
el espíritu de la ciencia a la cultura nacional, meta de
la divulgación científica en México, no es
ni ha sido una tarea sencilla. Los primeros esfuerzos tienen apenas
unas décadas y no se deben –por cierto– a los
profesionales de la comunicación, sino a los científicos
apasionados de su labor, pioneros en esta disciplina, divulgadores
amateurs que decidieron robar tiempo a su tiempo para explicarle
a la sociedad la utilidad de la investigación, pero también
la belleza que revela lo descubierto y la aventura que supone
la búsqueda del conocimiento.
Entre los visionarios de aquel tiempo se encuentra Julieta Fierro
Gossman, astrónoma de profesión y escritora por
vocación; conferencista, educadora, productora y conductora
de radio y televisión; periodista y museógrafa…
divulgadora de la ciencia en toda la extensión de la palabra.
Junto con otros científicos, Julieta Fierro se ha encargado
de fortalecer esta labor y luchar por su reconocimiento, y lo
ha logrado: no sólo ha recibido premios nacionales e internacionales
de periodismo y divulgación desde 1992, sino que además
es una de las investigadoras más reputadas del país;
de hecho, sus premios destacan también sus méritos
ciudadanos, logros de género y su nivel científico
de primer nivel.
Este es sólo un ejemplo de que el trabajo de divulgación
científica de toda esa generación ha ido ganando
entre los mexicanos presupuesto y corazón, al mismo tiempo.
Por ellos hoy tenemos una Sociedad Mexicana de Divulgación
de la Ciencia y la Tecnología, más de 30 años
de publicaciones periódicas de divulgación, una
dirección en la UNAM dedicada exclusivamente a la divulgación
de la ciencia y un naciente programa de posgrado en esta área.
Luego de tres décadas, una segunda generación se
suma a la de los pioneros, una que está infiltrándose
en los periódicos, las revistas, los programas de televisión
y la radio; una que capta la atención de aquellos visionarios
de los años setenta: los jóvenes estudiantes de
la carrera en Ciencias de la Comunicación y los comunicólogos
profesionales.
Alcanzado el reconocimiento, según Julieta Fierro, el siguiente
paso es la profesionalización. Ese es hoy el reto de la
divulgación científica, trascendental en todo sentido,
pues en la medida en que se logre alcanzar, se afianzará
también el arraigo de la ciencia en la cultura nacional,
en la sociedad. Para Gaceta, Julieta Fierro expone su visión
de esta nueva etapa que, por si fuera poco, implica directamente
el rumbo de la ciencia y el desarrollo de nuestro país.
Frente
a problemas como la marginación o la pobreza que enfrenta
nuestro país, la ciencia no es prioridad, como lo demuestran
los recortes presupuestales en los últimos años.
¿Qué opina Julieta Fierro de esta situación?
Que justamente porque tiene tantos problemas que resolver, México
debería priorizar la investigación y el desarrollo
científico. Los científicos trabajamos para encontrar
soluciones, para saber más de todo lo que nos rodea, y
eso es en esencia lo que tenemos que transmitir: la razón
de ser del conocimiento. Es fácil: de invertir un poco
más en prevención e investigación podríamos
evitar tragedias brutales y pérdidas humanas y materiales
como las que provocan inundaciones, huracanes, sequías
o enfermedades, por mencionar sólo algunos ejemplos, pues
es más fácil evacuar si sabemos que algo va a pasar,
que enfrentar las tragedias después de que ocurrieron,
y ese «saber» es lo que nosotros llamamos ciencia.
Pensemos por ejemplo en la carestía de agua potable, en
la escasez de petróleo, en la contaminación; todos
estos problemas la ciencia los puede resolver, sabe cómo,
pero tenemos que vincular a los científicos con las industrias
para preverlos. Claro que no es nada sencillo porque nos hemos
dado cuenta de que los científicos hablamos un lenguaje
diferente al de los industriales, que hablan el lenguaje del dinero,
que quieren recuperar sus inversiones a corto plazo, ver ganancias
en poco tiempo, pero de que se puede, se puede.
Hay esquemas que han adoptado otros países para crear este
vínculo entre la industria y la ciencia. En Japón,
por ejemplo, las industrias contratan a los recién doctorados
y durante varios años los entrenan para que conozcan sus
problemas y así combinen los conocimientos de ambas esferas.
En Inglaterra, el Estado beca a los científicos para que
trabajen en las industrias exitosas para convencer a los industriales
de que vale la pena que los contraten, pues les están resolviendo
conflictos y mejorando sus líneas de producción
con muy buenos resultados.
Esa podría ser una solución para México,
pero antes habría que cambiar la percepción que
tiene la sociedad de la ciencia, hacerle ver que es prioritaria
e impostergable, que no puede quedarse en segundo plano, porque,
de no hacerlo, no se podrá resolver los problemas que ya
existen y sí habrá otros mayores y más graves,
en el largo plazo. Ahí es donde la divulgación tiene
un papel muy importante que jugar.
¿Qué
relación encuentra entre divulgación científica
y educación?, ¿cómo se ligan estas dos prácticas
en un país como el nuestro?
La divulgación, en estos términos, es un arma para
enfrentar el rezago educativo que existe en nuestro país,
pues hay que considerar que la forma de aprender de por vida es
a través de la educación no formal. Recordemos que,
en México, la mayoría de la población va
a la escuela sólo unos cuantos años y pasa el resto
de la vida lejos del aprendizaje formal. Para mí la divulgación
de la ciencia es parte de esa educación informal.
Por ejemplo, cuando yo fui a la escuela no había conocimientos
en torno al genoma humano, pero ahora existen y es un avance científico
que ya conozco. ¿Cómo me he enterado?, pues a través
de la divulgación, es decir, a través del trabajo
de científicos, periodistas o investigadores que se han
dedicado a mostrar esa información, a hacerla pública
para que las otras personas nos enteremos. Esa educación
informal es la que creo que permite adquirir conocimiento de por
vida.
¿Podría
la divulgación ser un detonante para desarrollar la ciencia
en México?
Tal vez, siempre y cuando sea apoyada por una sólida educación
formal que privilegie el acercamiento de los niños al quehacer
científico desde sus primeros años, que creo que
es el verdadero problema de la ciencia en el país. Se dice
que para impulsar el desarrollo en México tendríamos
que duplicar la planta de científicos, pero para lograrlo
habría que plantear primero una verdadera reforma educativa,
porque si no invertimos en la educación y los maestros
no saben enseñar ciencia será muy difícil
que a los niños les encante y que quieran dedicarse a esto
el resto de su vida. La reforma educativa es urgente si queremos
desarrollar en el futuro procesos más creativos en producción,
explotación y trasformación, y si deseamos generar
más riqueza y, al mismo tiempo, mayores recursos para el
país.
¿Cómo
debe ser esa reforma? ¿Cuál propone que sea su punto
nodal?
Hace 50 años lo importante era formar trabajadores para
las fábricas, por eso les enseñaban a leer de manera
mecánica, igual que las ciencias y las matemáticas,
pero ahora, todos hemos aprendido que el conocimiento avanza tan
rápido que tenemos que estar aprendiendo cosas nuevas todo
el tiempo. La propuesta es simple: cambiar el sistema educativo
para que los niños aprendan a pensar, a resolver problemas.
Uno no puede saberlo todo, pero puede “aprender a aprender”
lo que necesita saber. Y todo esto no es nada del otro mundo;
de hecho, ese es el paradigma actual de la educación, sólo
que no se lleva a cabo.
Creo que no es suficiente cambiar los planes de estudios y pretender
que con eso la manera de aprender ya cambió; si no formamos
a los maestros, si no tenemos libros, recursos e infraestructura,
de nada sirven los planes. La reforma debe incluir buenos sueldos
para los profesores, buenas condiciones de trabajo, menos burocracia,
cursos de actualización, materiales de apoyo… de
esta manera, una reforma integral de la educación sí
puede funcionar.
Sabemos
del éxito que ha tenido el trabajo de divulgación
que usted ha hecho sobre todo para públicos infantiles,
pero ¿cómo podemos hacer divulgación científica
para un mundo de adultos permanentemente ocupados?
Considero que en la divulgación científica entre
más diversidad, mayor éxito. Efectivamente, cada
adulto es distinto, tiene intereses y ocupaciones diferentes,
tiempos disponibles diferentes, así que si ofrecemos un
abanico amplio de informaciones con formatos distintos va a ser
más fácil que el adulto se interese también
por la ciencia. Creo que necesitamos buscar espacios para la divulgación
científica en los noticieros, en los periódicos,
en las estaciones de radio, en revistas, en videos, en la red,
en libros… es decir, nuestro mensaje tiene que entrar en
toda la sociedad por medio de la divulgación de la ciencia.
¿Cree
que los medios de comunicación le conceden a esta práctica
la importancia que merece?
Pues no puedo hacer esa evaluación, simplemente porque
no hay suficiente información al respecto. Hace como cinco
años, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología
(Conacyt) se acercó a los divulgadores para saber
cuál era el estado de la divulgación en México,
cuáles eran las mejores maneras de hacer divulgación,
a quién le llega, cómo le llega, pero nadie pudo
responder con exactitud, no hay estudios al respecto y, por lo
tanto, lo que se diga está basado en opiniones personales,
no sería científico. De hecho, el propio Conacyt
empezó a realizar un estudio de este tipo que, por cierto,
nunca terminó. Por eso no le puedo contestar la pregunta,
porque no sabemos bien cómo es la divulgación en
México. Lo que sí puedo decir es que a la gente,
si sabe uno cómo acercársele, sí le puede
interesar la ciencia.
¿Y
cómo acercársele?
Pienso que a la gente hay que hablarle de los temas que le interesan.
Los hombres adultos, por ejemplo, después de los 50 años,
quieren saber sobre su salud, sobre cómo estar fuertes
o cómo ver bien; a las amas de casa les interesa saber
cómo criar bien a sus hijos; a las adolescentes les gusta
saber el porqué se enamoran; a los jóvenes les importa
saber de cómputo y de coches. Entonces, lo que hay que
hacer es acercarse a la gente con aquello que le interesa, porque
si no, corremos el riesgo de fracasar como han fracasado cientos
de proyectos educativos. Alguna vez alguien me preguntó
que por qué en el Rincón de la lectura de los niños
no había libros de Octavio Paz, y mi respuesta fue tajante:
“no está, porque si al niño de 7 años
lo ponemos a leer a Paz y no lo entiende, va a creer toda su vida
que la poesía es horrible”, y es que no hay nada
peor que perder a un lector desde que
es niño.
¿Y eso también es ciencia?, hablar de salud,
de música y de cómo los adolescentes se enamoran…
Claro que sí. Antes de que hubiera mujeres dedicadas a
hacer ciencia, esas preguntas de por qué se enamora la
gente o cuáles son las reacciones físicas del amor,
se consideraban poco serias; claro, los sociólogos ponían
a una rata a correr hasta que se caía muerta y medían
cuanto resistía, y eso era serio, científico. Sin
embargo, cuando las mujeres empezaron a hacer ciencia y a preguntarse
cosas como las que menciono, el enfoque de la ciencia también
cambió. Las científicas hicieron un análisis
comparativo entre el amor y las drogas, por ejemplo, un paralelismo
entre los efectos de uno y otro, y encontraron coincidencias en
la estimulación, en la duración de los efectos,
y buscaron explicaciones antropológicas a este comportamiento.
Todo eso es, pues, ciencia y no se había analizado hasta
que algunas mujeres se pusieron a trabajar en esos temas, y no
sólo eso, hubo divulgadores que se encargaron de popularizar
estos conocimientos.
¿Y
cómo lo lograron?, ¿cuál es la clave para
hacer efectiva la divulgación, para que funcione: la sencillez
del lenguaje, la claridad, la imaginación, el conocimiento?
Creo que un poco de todo eso, pero además es importante
la profesionalización, aprender un poco de ciencia, un
poco de comunicación. Es lo que pretendemos ahora en el
Distrito Federal donde abrimos una maestría en Comunicación
de la Ciencia. La idea es que vengan estudiantes egresados de
las carreras de Ciencia, de Filosofía y de Comunicación
para que aprendan unos de otros y, por supuesto, también
de sus maestros, para que construyan una práctica de divulgación
sólida, para que cada egresado salga con una habilidad,
por ejemplo, de hacer entrevistas, hacer programas de televisión
y de radio o escribir artículos. El objetivo es que logren
comunicar la esencia de la ciencia y que conozcan un par de disciplinas
y puedan divulgarlas de manera sabrosa, como nos gusta a los científicos,
apasionante, pertinente.
¿Puede
un periodista hacer el trabajo de divulgación científica
con la rigurosidad que requiere un científico, pero sin
limitar su lenguaje al público especializado?
Los científicos deben aprender que en la divulgación
se conceden permisos que no tienen por qué poner en riesgo
la rigurosidad de la ciencia. No podemos pretender que quien lea
un artículo en el periódico deba tener un doctorado
en la disciplina; lo que queremos es que se enteren de que existe
el avance científico, el descubrimiento, y si el lector
quiere profundizar, tiene que acercarse al especialista y enterarse
de primera mano qué está sucediendo, de lo contrario,
si somos rigurosos al extremo, cerramos la posibilidad de que
la gente sepa por qué la ciencia es importante y por qué
nuestro trabajo vale la pena.
Es como quien diseña una exposición en un museo
de ciencia, pues al hacerlo debe utilizar y presentar elementos
e información comprensibles para el espectador, de quien
nadie espera que salga del museo con un doctorado en el tema,
sino con información general de animales, joyas, documentos
históricos… y punto. Como científico no puedes
esperar más que eso.
En octubre pasado, al igual que a Carmen Aristegui, le
entregaron a usted el trofeo “Mujer Abriendo Camino”,
¿cuál cree que es ese camino que ha abierto para
las mujeres?
He peleado por que la divulgación logre un reconocimiento.
En el Sistema Nacional de Investigadores, la divulgación
equivalía a puntos negativos porque decían que si
hacías divulgación le quitabas tiempo a la ciencia,
a lo que sí era importante.
De hecho, en el Instituto de Astronomía me decían
que no hiciera divulgación porque me hacía perder
el tiempo, “eso es para la gente que fracasa en la ciencia”,
me decían algunos, pero mi espantosa necedad finalmente
me llevó hacia ese camino, y creo que ahora –aunque
muchos no lo puedan creer– estoy en el máximo nivel
del Sistema Nacional de Investigadores con todo y la divulgación,
que ha sido el trabajo de mi vida.
¿Qué hizo para lograr el reconocimiento
de una labor tan poco valorada?
Pues hacer divulgación y hacerla bien. Pienso que hay que
tomarla en serio, así como un científico se apasiona
por su investigación y su trabajo es lo más importante
de su vida, la divulgación debe convertirse en una actividad
científica formal, con bases, preparación, metodologías…
en fin, se le debe dar el lugar que merece. Sin embargo, reconozco
que los científicos tienen razón al señalar
que los divulgadores mexicanos no hemos terminado de desarrollar
las bases teóricas para esta materia.
A pesar de que la divulgación es muy reciente como actividad
formal, tenemos que hacer los criterios de evaluación para
garantizar la calidad, porque todavía no hay formas que
nos permitan establecer esquemas y determinar cuál divulgación
es eficiente y cuál no, cuál es adecuada y cuál
no; los divulgadores siempre decimos que lo que hicimos estuvo
bien, pero debemos tener certezas, no sólo opiniones.
A
propósito de este tema, ¿en qué contexto
nació el posgrado en Divulgación Científica
que ahora imparte la UNAM?
Cuando me hicieron directora de la Dirección General de
la Divulgación de la Ciencia en la UNAM me puse tres metas
claras, pues considero que es fácil darse cuenta de que,
aunque existan todos los sueños del mundo, no es posible
realizar muchos de ellos. Tenía, entonces, que ser realista,
dado que acababa de pasar la huelga y la situación era
complicada. Mi primer planteamiento fue contratar gente capacitada;
el segundo, restaurar los edificios que se nos asignaron, y el
tercero fue hacer la maestría, aunque no se estableció
tal y como yo hubiera querido, fue un excelente primer paso.
Estoy segura de que, a mediano y largo plazos, los divulgadores
vamos a poder crear nuestros centros con nuestros criterios de
evaluación, de pertinencia académica, y a partir
de ahí podremos construir nuestra disciplina. Por ahora
tenemos ya dos generaciones de divulgadores que están aprendiendo
y ayudando a construir el conocimiento en esta área de
la ciencia, y creo que van por buen camino.
El
año 2004 fue un buen año para Julieta Fierro ¿no
es cierto?, además de los reconocimientos ahora la incluyeron
como miembro de número en la Academia Mexicana de la Lengua.
¿Cuál cree que será su aportación
ahí?
Pues no lo sé a ciencia cierta. Creo que debo pasar más
tiempo ahí para descubrir el verdadero potencial. Por ahora
me voy a dar un buen tiempo para conocer mejor la Academia de
la Lengua; de hecho, he tenido varios proyectos que no han prosperado
porque creo que estamos en diferentes sintonías. Tengo
que estudiar mejor las posibilidades y ver qué puedo aportar.