El
contexto es explícito por sí mismo: entre 30 y 40
por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) del país lo
genera la economía informal; no se puede crear el número
de empleos que se requieren para absorber al contingente que año
con año se integra a la fuerza laboral: 1 250 000; 80 por
ciento de la población de México vive en condiciones
de pobreza y 60 por ciento en pobreza extrema; la banca, totalmente
dependiente de consorcios financieros transnacionales, otorga
indiscriminadamente crédito al consumo pero lo restringe
a la producción; y el sistema fiscal hace pagar más
impuestos a los que menos tienen. A pesar de ello, las instancias
gubernamentales defienden con vehemencia y presumen como logro
mayor que la economía mexicana ha crecido a un ritmo de
4 por ciento durante los dos últimos trimestres de 2004.
El proceso ha sido largo, desde principios de la década
de los ochenta, el país vio caer la máscara de la
política industrializadora y se sumió en una crisis
permanente. Aunado a ello, las nuevas políticas económicas,
dictadas desde el exterior, sólo estaban encaminadas a
salvar el capital extranjero y no se preocuparon por la conservación
del poder adquisitivo ni por la calidad de vida de las familias
mexicanas.
Dependiente tecnológica y financieramente del exterior,
México tiene poco margen de maniobra; el sistema neoliberal,
que ha hecho prácticamente insalvable la brecha entre ricos
y pobres, tiene al país completo sumido en una crisis que
el gobierno federal niega a toda costa.
Acerca del falso crecimiento económico de México,
de la crisis en el sector laboral, del papel que juega el sistema
neoliberal en este contexto y del rumbo que debe tomar nuestro
país para reactivar su economía, entre otros temas,
habla Ivonne Carrillo Dewar, académica del Instituto de
Investigaciones y Estudios Superiores Económicos y Sociales
de la Universidad Veracruzana.
¿Cuándo
inicia en el país el proceso que nos ha llevado a la incapacidad
de absorber la fuerza de trabajo?
El problema de la creciente incapacidad del mercado de trabajo
formal para absorber eficientemente la fuerza de trabajo, se empezó
a manifestar en nuestro país a partir de la segunda mitad
de la década de los sesenta, periodo en que se comenzaron
a reflejar los crecientes desequilibrios estructurales del modelo
de industrialización. Fue en esta década cuando
apareció la economía informal, en el orden del 10
por ciento de la fuerza de trabajo ocupada.
A lo largo de los años setenta comenzó a manifestarse
no sólo el agotamiento del modelo de desarrollo adoptado,
sino también la crisis estructural que se endureció
a partir de 1982, y lo que hemos vivido en los ochenta, en los
noventa y hasta la fecha es una profundización constante
de ésta.
¿Cuáles
son las causas de la crisis?
Se generó un patrón industrial y un patrón
productivo que no tuvieron las interconexiones adecuadas, los
encadenamientos productivos, pero también se crearon un
mercado interno estructuralmente estrecho y una dependencia financiera
y económica del exterior, que se tradujeron en el carácter
crónico del déficit en la cuenta corriente de la
balanza de pagos.
A pesar de que el modelo era fuertemente proteccionista de la
planta industrial nacional, hasta principios de los ochenta, en
cada una de las ramas punta de la industria en México la
empresa dominante era de capital extranjero; entonces, estamos
hablando de una serie de contradicciones del modelo de industrialización
adoptado, que se traducen en insuficiencias permanentes, en estrechez
crónica del mercado interno para permitir un crecimiento
sostenido y sostenible de la planta industrial.
En el momento en que sucedió –en los años
ochenta– el cambio de un modelo de industrialización
hacia adentro a un modelo hacia fuera y se abrieron los mercados,
se liberó la economía en todos los sentidos y se
retiró el sistema de proteccionismo. La empresa privada
estaba muy protegida por el Estado, por la vía fiscal,
por los aranceles al comercio exterior y por una serie de mecanismos
no fiscales que impedían el desarrollo tecnológico
y la eficiencia de las unidades de producción de la empresa,
en consecuencia, los costos de producción resultaban muy
altos.
Cuando se dio la apertura y entraron masivamente productos del
exterior, lo que observamos fue una quiebra masiva de empresas
y, por lo tanto, un incremento impresionante del desempleo. Al
cerrar empresas, la gente fue lanzada a la calle y obviamente
no hubo apertura de nuevas empresas que absorbieran a los desplazados,
y si consideramos que hasta la década de los noventa el
crecimiento de la población económicamente activa
estaba por el orden de los 750 000 por año, la economía
tendría que haber estado creando 750 000 empleos nuevos,
más los desplazados por el cierre de empresas, más
los desplazados por la creciente contracción del Estado.
Al desincorporarse las empresas paraestatales y los organismos
públicos, en la segunda mitad de los años ochenta
y durante los noventa, que habían sido una parte de la
política redistributiva del Estado y cuyo papel fue compensar
la incapacidad de la empresa privada para absorber los contingentes
de fuerza de trabajo que se iban incorporando al mercado, se dio
una contracción brutal del empleo público.
Entonces, el problema desencadena muchos otros: se deja de crecer,
y no sólo eso: el país vive desde la década
de los ochenta un proceso de desindustrialización y el
Estado contrae el empleo público. Entonces, la opción
es el crecimiento impresionante de la economía informal.
Y si hablamos de economía informal, cualquier dato que
nos dé el INEGI o cualquier dependencia generadora del
dato no es más que un estimado, pero se calcula que entre
el 30 y 40 por ciento del producto generado anualmente (Producto
Interno Bruto) se genera desde la economía informal. Esto
es alarmante porque, entonces, cuáles son las perspectivas
del crecimiento real de nuestra economía y, por lo tanto,
de la generación de empleos productivos. La economía
informal parece como la válvula de escape a toda la presión
terrible de la contracción del mercado de trabajo y del
aparato productivo nacional.
¿Qué
papel juega el sistema neoliberal en esta crisis?
El modelo neoliberal, implantado a partir de 1982, no es el que
causa este problema en la economía nacional –el conflicto
viene de los desequilibrios estructurales del modelo anterior–,
sin embargo, sí profundiza las causas estructurales de
la crisis, porque al agotamiento del modelo de sustitución
de importaciones y de su estrategia de desarrollo estabilizador,
tendría que haberse respondido con una política
de crecimiento que fortaleciera el aparato productivo y, en lugar
de eso, lo que se genera es una política de ajuste de la
economía, una política económica
pro-cíclica.
Lo que se vive en la economía mexicana en general es una
recesión permanente y cada vez más profunda, a pesar
de que coyunturalmente se hable de recuperación de la economía
y de tasas de crecimiento relativamente altas del Producto Interno
Bruto (PIB), como durante algunos años del régimen
de Salinas y a partir de 1996 del gobierno de Zedillo. En los
últimos dos trimestres del año pasado se habló
de un crecimiento de 4 por ciento del PIB, pero todo eso está
sostenido con alfileres: el hecho de que México sea la
séptima, octava o novena potencia mundial en el comercio
exterior está dependiendo de un número muy pequeño
de empresas.
Lo que hay que hacer es adoptar una política económica
anti-cíclica que elimine todas las deficiencias de la estructura
económica y que genere crecimiento del trabajo, que se
rompa el agotamiento del sector primario y que se genere consolidación
por tipo y tamaño de unidad de producción agropecuaria.
La crisis es general, pero la crisis en el campo es alarmante,
nosotros ya no podemos aspirar a la autosuficiencia alimentaria,
mucho menos a la soberanía en ese sentido.
Nuestros productores del campo, como buena parte de los productores
mexicanos de los que se trate, no pueden competir contra los precios
internacionales. Nuestro nivel de productividad está entre
13 y 20 por ciento abajo del nivel de nuestros socios del Tratado
de Libre Comercio de América del Norte y en general del
de cualquiera con quien comerciemos. Por ello, hay que reforzar
tecnológica y financieramente a los productores de todos
los sectores y de todas las ramas, además de promover su
inserción en el mercado.
¿Qué
tenemos que entender por políticas económicas pro-cíclicas
y anti-cíclicas?
Una política pro-cíclica es la que se sigue a partir
de 1982: hay recesión de la economía y se aplica
una política económica contraccionista, una política
monetaria que fija tanto la cantidad de dinero que va a circular
en la economía como la cantidad de créditos y de
ahí no se mueve, incluso, las baja a través de los
cortos para que la inflación no se dispare. A lo largo
de los años ochenta, la tasa de inflación fue muy
alta y se convirtió en un problema de todo tipo, que redujo
los ingresos reales de las familias y de las empresas.
En la política anti-cíclica, si hay recesión
se inyectan posibilidades de crecimiento, otorgando crédito
a las empresas, pero crédito productivo, no para el consumo
porque esto no reactivaría nada, solamente volvería
a meter a las familias en un problema como el de 1994 y 1995.
El crédito tiene que ir a la planta productiva, aquella
que va a generar productos, actividad, empleo, salarios, expansión
del mercado interno.
¿Hacia
dónde se tiene que orientar un cambio de política
económica en México para subsanar esas deficiencias?
Se trata de establecer una política económica que
programe por sector, por rama, por sub-rama, por tipo y tamaño
de empresa, por región. No es lo mismo hablar de la agricultura
del norte que de la del sur-sureste, no es lo mismo hablar del
área metropolitana de Guadalajara, de Monterrey o del Distrito
Federal que de cualquier otro lado del país. La actividad
económica está fuertemente concentrada y hay profundos
desequilibrios y disparidades regionales.
La tesis del Estado mínimo del modelo neoliberal no opera
en un país como el nuestro, no opera en Suecia, Suiza,
Inglaterra o en Estados Unidos, donde el Estado tiene entre el
40 y el 75 por ciento del PIB. A nosotros nos vendieron la receta
y el Estado mexicano no tuvo márgenes de libertad para
pelear, no los ha encontrado, pero creo que urge un cambio de
modelo, no un modelo estatista de nuevo, sino un modelo en donde
se genere las condiciones de crecimiento del mercado interno.
Hay que cambiar de un modelo hacia fuera a un modelo hacia adentro,
con inserción correcta en el mercado mundial, sin proteccionismo
ni estatismo, pero con soluciones hacia adentro, porque no hay
viabilidad. Si la economía informal está produciendo
entre el 30 y 40 por ciento del PIB, estamos mal, evidentemente.
En
todo este contexto, ¿qué papel juega la economía
informal?
En este momento, la población económicamente activa
del país está arriba de los 40 millones de personas,
de esos sólo menos del 30 por ciento tiene empleo formal
con prestaciones, empleo a largo plazo. Más del 30 por
ciento de la población ocupada no percibe ingresos o percibe
menos de un salario mínimo.
El Estado decía que la tasa de desempleo andaba alrededor
del 2 por ciento hasta el año pasado, pero precisamente
en 2004 se reconoció que había un desempleo abierto
de 4 por ciento más o menos. Para considerar población
ocupada, ellos toman en cuenta a las personas que trabajaron una
hora en la semana de referencia de la encuesta, entonces estamos
hablando de que el 70 por ciento de la población ocupada
está en condiciones de precariedad, de no formalidad del
trabajo.
¿Cómo se soluciona eso? La solución debe
ser compleja. No es una solución que busquen la manera
de cobrarle impuestos a la economía informal, porque es
la válvula de escape de toda esa gente que está
pidiendo prestado para comprar cualquier cacharrito para vender
y así sostener a la familia en los límites de la
supervivencia. Si sobre eso se carga una tasa de impuesto, lo
que se provocará será una fractura.
Me parece una vía correcta que se ha implementado –correcta
para los comerciantes ambulantes, que son lo más evidente
de la economía informal, porque hay muchos otros mecanismos
de la actividad informal– el hecho de crear las plazas comerciales,
pero con el número de puestos suficientes, con una estructura
financiera del pago del local que permita verdaderamente que sobreviva
la unidad de comercio; no obstante, esa es una opción parcial.
En los últimos años se han creado plazas en Xalapa,
pero la gente vuelve a la calle. ¿Por qué? Porque
si el mercado de trabajo está desplazando gente y, además,
hay un millón y cuarto de personas que se integran al mercado
laboral al año y que no hay manera de acomodar, estamos
hablando de un problema exponencial. Solución es revertir
la recesión permanente de la planta productiva, crear las
condiciones para consolidar las empresas y formar nuevas empresas
en todas las ramas, dependiendo del carácter económico
de cada región.
Según datos de la Cámara Nacional de la Industria
de la Transformación (Canacintra), por un lado
a las empresas les toma un plazo de un año o más
hacer todos los trámites burocráticos para establecerse
y, por otro lado, en dos o tres años quiebra la mayoría;
de hecho, el año pasado quebró un número
grande de pequeñas y medianas empresas. Desde la década
de los ochenta, el proceso de desindustrialización es permanente
y, aunque se formen nuevas empresas, el periodo de vida de la
mayoría es muy corto.
¿Cómo crear una tendencia sostenida y sostenible
que lleve al crecimiento económico y a la consolidación
de las empresas? Con programas y planes específicos, por
sector, por rama, por sub-rama, por tipo y tamaño de empresa.
No es lo mismo alguien que cuenta con cierto capital para poner
una empresa mediana con conocimiento de tecnología de su
rama, de cómo insertarse eficientemente en el mercado,
de cuáles son los mecanismos de contratación de
créditos, que alguien que simplemente empieza porque tiene
que sobrevivir. La gente que está poniendo pequeñas
empresas requiere asesoría tecnológica y de mercados,
además de un acceso verdadero al crédito.
¿Cuál
es la situación de la banca y por qué hay una falta
de crédito al sector productivo?
Desde los años ochenta se vive una contracción del
crédito productivo. Lo que hace la banca es prestar dinero
a las empresas relacionadas con el grupo financiero, como sucedió
antes del problema de 1992. Con la transnacionalización
del sector financiero ya no hay banca mexicana, está en
manos del sector transnacional y obedece a los intereses a largo
plazo del grupo financiero. A los bancos no les preocupa que haya
que recuperar planta productiva y generar condiciones de crecimiento.
Eso hay que revisarlo, hay que establecer una política
monetaria-financiera que aliente, pero lo único que les
preocupa es controlar la inflación y esa no es la única
cosa importante, aunque no se puede dejar que se dispare porque
es un problema económico serio, pero sí se puede
soltar un poco el control de la inflación para crear condiciones
estructurales de crecimiento que generen dinamismo de mercado
interno, así como capacidad de expansión de las
empresas, capacidad de supervivencia, capacidad de crecimiento
de la economía, de la producción, del empleo…
no hay de otra.
¿Cuál
ha sido el proceso de la contracción del salario y la pérdida
del poder adquisitivo en el país?
La contracción de los salarios ha sido alarmante. De los
años setenta para acá los sueldos han caído
más del 75 por ciento; más del 80 por ciento de
la población está sobreviviendo en condiciones de
pobreza y más del 60 por ciento vive en condiciones de
pobreza extrema, porque la contracción de los índices
inflacionarios se ha centrado fundamentalmente en mantener bajos
los salarios.
Antes, buena parte del sostenimiento de las familias descansaba
en un solo trabajador –varón o mujer–, pero
al ser desplazada la fuerza de trabajo, digamos el padre de familia,
las mujeres se vieron obligadas a insertarse en el mercado laboral,
ya sea formal o informal (es bueno que las mujeres se preparen,
se eduquen y puedan insertarse eficientemente en el mercado de
trabajo). Durante la época de crecimiento económico
de país, hasta los primeros años de los setenta,
se dio una creciente participación de la mujer en la población
ocupada; pero lo que se está dando, a partir de la crisis
estructural y el creciente desempleo, es que la mujer entra en
cualquier puesto de trabajo para completar el ingreso de la familia.
La calidad de vida de las familias está en detrimento;
si antes la gente trabajaba 40 horas semanales por un salario
que permitía un nivel de vida X, de acuerdo con el sector
a que se perteneciera, ahora tiene que trabajar muchas más
horas para percibir un salario menor, entre varios miembros de
una familia, no sólo uno. Se reducen los sueldos y aumentan
mucho los tiempos de trabajo.
El salario mínimo regional, que es como un referente, en
la década de los setenta se calculaba en función
de una canasta básica que contenía leche, carne,
huevos, frutas, verduras, educación, transporte, esparcimiento,
salud, vestido… ahora, esa canasta básica se calcula
con un mínimo de productos.
Hoy en día, el salario mínimo está entre
40 y 50 pesos. El último dato creíble es que, para
sobrevivir al mismo nivel de los años setenta, una familia
tendría que estar percibiendo entre 5 y 6 salarios mínimos
diarios. Esto refleja la pérdida del poder adquisitivo
y de calidad de vida, y es urgente revertir esa situación,
porque si estás hablando de pérdida creciente de
capacidad adquisitiva de las familias, estás hablando de
contracción permanente de mercado interno y de imposibilidad
de la planta productiva mexicana de crecer. Es como una trampa,
como un círculo vicioso.
Y
aun con todo esto, ¿se puede hablar de crecimiento económico?
El gobierno habla de crecimiento y le dan toda la difusión,
pero está prendido con alfileres. Son unas cuantas empresas
las que están marcando esas tasas de crecimiento del PIB,
las que están haciendo que México contribuya de
tal manera al mercado mundial que es, según el momento
y las cifras que manejen, la séptima, octava o novena economía
mundial, lo cual es completamente falso. México tiene alrededor
de 700 o 1000 empresas con capacidad exportadora y, por lo tanto
de crecimiento, con capacidad de vincularse al mercado mundial
eficientemente, pero varias de esas empresas son subsidiarias
de empresas transnacionales o están coordinadas con las
transnacionales. No hay crecimiento interno, hay una contracción
permanente de la capacidad de supervivencia de las empresas, y
quiebra de empresas es igual a una contracción del empleo.
¿Los
indicadores de la macroeconomía reflejan la realidad nacional?
La macroeconomía no refleja la realidad del país.
Los datos de los que hemos estado hablando reflejan que el nivel
agregado puede estar creciendo un 7 por ciento –como durante
los últimos años de la administración de
Zedillo– y, al mismo tiempo, puede estar creciendo la pobreza
extrema e incrementar exponencialmente la economía informal;
esto significa que hemos llegado a los extremos del capitalismo
salvaje.
Un dato agregado no refleja nada en realidad; hay que hacer el
análisis por sectores, por ramas, por tipo de empresas,
hay que ver cómo está viviendo la gente.
Ese crecimiento del 4 por ciento de los dos últimos trimestres
del año pasado es un buen indicador, pero un dato que contrasta
con esa estadística, por ejemplo, es que entre 2000 y 2003
sólo de la industria maquiladora de exportación
se perdieron entre 245 000 y 400 000 plazas de trabajo; es decir,
en lugar de generar el millón 250 000 empleos anuales nuevos,
se están perdiendo, y eso sólo en un sector.
Hablando
de ese sector, apenas años después del auge de las
maquiladoras en México vimos un éxodo masivo de
estas plantas, ¿a qué se debió?
El gobierno trató de hacer una reforma fiscal al régimen
especial que tiene la maquiladora y las empresas encontraron mejores
condiciones en el sureste asiático, mejores condiciones
fiscales y de salario; también tuvo que ver con un proceso
de contracción mundial de la inversión extrajera
directa. Ese es uno de los problemas de orientar el modelo de
desarrollo hacia el exterior y no hacia el mercado interno, cualquier
vaivén de esos nos lleva como huracán.
En México se trató de modificar el régimen
fiscal hacia la empresa maquiladora en una tasa marginal, ridícula,
pero estos empresarios están acostumbrados a que los tratamientos
a la inversión extranjera, a partir de la desregulación,
es preferencial: la conexión productiva de la inversión
extrajera directa con la planta productiva nacional es del orden
del 2 por ciento, ellos cobran por sus patentes, importan todo
y usan mecanismos preferenciales de importación, aprovechan
la calidad de la mano de obra nacional, su bajo costo, el régimen
fiscal preferencial y la proximidad del mercado más grande
del mundo.
Habría que buscar mecanismos de mayor control y regulación
de la inversión extrajera directa, eso también debería
de considerarse en un proceso de crecimiento. Para empezar, la
inversión extranjera debe articularse productivamente,
ya que nosotros siempre estamos fuera del juego del desarrollo
porque estamos pagando siempre el asunto tecnológico. El
conocimiento es poder, y ese es el poder de las empresas transnacionales.
¿Qué hacen Japón, China y la mayoría
de los países del sureste asiático? Condicionan
al capital extranjero a establecer encadenamientos productivos
con las empresas locales y las transnacionales dan las especificaciones
tecnológicas de lo que van a necesitar como insumos y éstos
se producen en el país; además, dichos países
se preocupan por incorporar nuevas tecnologías y no por
adoptar con retraso las tecnologías que dejan de ser sujetas
de patente.
¿Cómo
se puede incorporar México a esa dinámica?
Se puede hacer muchas cosas: no dejar que la empresa transnacional
entre aprovechando las ventajas del país y no insertándose
productivamente; que se genere una cadena para que las empresas
mexicanas puedan surtir insumos con las especificaciones que ellos
planteen; que den el adiestramiento tecnológico y los recursos
financieros para ello. Esa es la manera de adaptar la tecnología.
Aquí también tiene que ver una serie de políticas
específicas de investigación y desarrollo de tecnología,
que el Estado y la iniciativa privada aporten recursos para la
investigación tecnológica. Por ejemplo, en Estados
Unidos y Europa las empresas financian proyectos de universidades;
lo mismo debería hacerse aquí, como se debería
reorientar el sistema educativo y darle el peso que se requiere
a las ciencias duras.
¿A qué se refieren cuando hablan de reforma
fiscal?
Cada quien habla de una cosa diferente. El Ejecutivo federal,
al hablar de reforma fiscal, piensa en lo más fácil,
en aumentar el IVA a los productos que están exentos como
alimentos no procesados y medicinas, y piensa en una serie de
medidas que le signifiquen ingresos mayores sin complicar el asunto
de la recaudación.
Una reforma fiscal que sea efectiva tiene que romper una serie
de problemas que tiene el sistema fiscal mexicano: uno, el sistema
fiscal está atado, no tiene mucha viabilidad para echar
a andar una política económica de reactivación
de las regiones, de los sectores, y por cada tipo de empresa,
necesita dinero y tiene una carga global del 11 por ciento del
PIB, es muy pequeña en el ámbito internacional.
Los contribuyentes cautivos cubrimos más del 60 por ciento
de los ingresos tributarios y somos los que estamos en los rangos
medios para abajo en cuanto a ingresos; en cambio, hay regímenes
especiales que permiten la evasión y elusión de
impuestos a aquellos que podrían estar aportando la mayor
cantidad de los ingresos públicos porque son los que ganan
más.
Ante ello, hay que buscar la manera eficiente de evitar la evasión
y la elusión; hay que gravar las ganancias del capital
correctamente; hay que establecer un régimen fiscal progresivo
–el nuestro es absolutamente regresivo, pagamos más
los que menos ganamos; es decir, aun cuando hay una aparente progresividad
en la fijación de las tasas, la aplicación real
es regresiva–; hay que aplicar un sistema como el de Estados
Unidos o Francia de personalización del impuesto sobre
la renta que haga que se pague a nivel familiar y dependiendo
de los niveles reales de ingreso y de las necesidades familiares;
y habría que instalar mecanismos de simplificación
en el pago del impuesto.