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La
obra de Marcel Proust —esta amplia Búsqueda del Tiempo
Perdido, cuya primera parte pasó inadvertida en 1913 y cuyos
últimos tomos en 1927 llevan a la cúspide la gloria
póstuma del novelista— es una de las más altas
de toda la literatura francesa.
De las grandes obras tiene el ímpetu y la autoridad misteriosa,
la coherencia secreta y el infinito poder de sugestión. Auténtica
Suma es, al mismo tiempo, epopeya de una sensibilidad individual
y retablo de la sociedad francesa de comienzos del siglo XX, confesión
y encuesta, psicología y magia, un estudio de las pasiones
del hombre y una interrogación de su destino.
Es también el espacio cerrado de una visión que colorea
todo lo que roza de una incomparable irisación. Junto a la
obra de Balzac —con la que puede compararse en más
de un título— es en nuestra literatura la sola creación
novelesca que ha sido capaz de encerrar, en el contorno de una estilización
soberana, todo lo que en un cierto momento de su historia fue capaz
de comprender el espíritu humano.
Una luz, alternativamente mágica y cruel, baña el
universo extraño e inhumano que atesora y ahonda ante nuestros
ojos un insecto tenaz, una ciudad de arena gigantesca y minúscula,
con sus galerías, su agitación incesante, sus derrumbamientos
imperceptibles, sus erosiones, pero pronto reconocemos que se trata
del mismo hombre y que la obra es una Odisea donde el Tiempo sustituye
al Mar, la Muerte a los escollos, la Eternidad al puerto natal.
Con mucha más fuerza que en otra parte circula aquí
la savia misma de lo novelesco, el acontecimiento tiene su ritmo
y su elocuencia, lo duradero gravita y se aquieta, el tiempo del
relato se impone como la misma vida y una complicidad profunda con
todas las formas de lo humano permite que aparezcan los más
diversos personajes.
Pero esta forma de novela lleva a la novela ¡más allá
de sí misma, la distiende al tiempo que la rompe y por primera
vez lo poético pasa a ser la esencia misma de lo novelesco,
por primera vez la novela es el modo de expresión de una
encuesta, de una investigación espiritual que se confunde
con la búsqueda de una vida —tanto para Proust como
para Mallarmé, por la obra precisamente deben resolverse
los problemas personales del destino.
Obra crítica, saturada de inteligencia como pocas, lleva
el peso de una conciencia tan alerta, tan escrupulosa que parece
someterse y repentinamente liberarse; obra lúcida en extremo,
en exceso trabada por su desdoblamiento y sin embargo, fuerte en
su delicadeza, animada de un soplo creador tan profundo que la hace
obra instintiva, animal, provista de antenas, en la que se cree
oír escarbar un insecto nictálopo avanzando y ahondando
siempre, infalible y ciego, hacia la roca.
Obra diversa y dúctil, tan dócil al menor soplo, a
la mínima distracción, que parece inorgánica
como agua dispuesta a adoptar todas las formas. Maravilla de estructura
ordenada, ramificada como venas o nervios, construida como una catedral,
medida como una sinfonía, con sus melodías y sus retornos
que son, a la vez, motivos y símbolos, mitos y número
áureo.
Obra de impasibilidad, de testimonio irónico, obra única
de naturalista; obra de empeño, búsqueda llameante
de salvación. Obra de confines, de dominios prohibidos, de
paréntesis de vida.
Obra particular, si las hay, no viendo el mundo más que a
través de la reja de los complejos, de lo anormal, de lo
neurótico y más cargada de universal y de esencial
que cualquier otra: un niño anciano maneja la linterna mágica
y surge el hombre; la habitación negra de un enfermo tapizada
de corcho en la que se desarrollan todas las imágenes del
mundo; un homosexual analiza el amor y su análisis es uno
de los más profundos y lúcidos que se hayan hecho.
Es necesario poseer la gracia de las grandes obras para lograr que
ardan aquí, en un mismo fuego, la inteligencia y la fuerza
creadora, la lucidez y la magia, la experiencia de lo excepcional
y el sentido de lo fundamental.
* * *
Proust
nació en 1871 como Valéry, pero su muerte prematura,
en 1922, lo ha a1ejado de nosotros desde hace un cuarto de siglo.
Su obra ha rebasado desde hace tiempo este período de imitación
apasionada en la que está debatiéndose aun la de Gide.
Tal distancia nos permite verla en su grandeza inconciliable, pero
también en su historicidad. En muchos aspectos parece más
bien una apoteosis magnífica del XIX que el comienzo del
siglo XX.
Este mundo de la reclusión individual nos enfrenta más
que a una experiencia personal, a las libertades de una sociedad
desaparecida y a la mitología surgida del romanticismo. Esta
acentuación en lo individual, lo moviente, lo afectivo, lo
intermitente, la identidad de lo esencial y lo subjetivo, la oposición
entre la incomunicabilidad de la sensación y las categorías
del lenguaje, el uso del símbolo, todo ello, se refiere a
un clima de la sensibilidad, y a un sentido de la expresión
que del Romanticismo al Impresionismo y al Simbolismo; de Chauteaubriand
a Mallarmé, Bergson, Debussy, Monet, Rilke, define el siglo
XIX.
Al abrirse al sentido de lo social y de la acción, la literatura
viril del año treinta se separará de Proust. Pero
más allá del romanticismo es precisamente al clasicismo,
donde por otros vínculos se liga La Búsqueda del Tiempo
Perdido. A través del naturalismo y Balzac el documento de
lo social que interrumpe constantemente la crónica poética
nos hace pensar en Molière y en Saint Simon.
Si el hombre, en Proust, aparece en muchos aspectos como hombre
moderno, el análisis lo identifica conforme a las perspectivas
clásicas. Quiere decirse con ello que Proust ha guardado
del siglo XVII la idea de los tipos psicológicos y la creencia
en una motivación del acto, por pasional o contradictorio
que sea. M. de Norpois es el Embajador como Harpagon es el Avaro
y Swann en un instante se reduce a la Envidia. En cuanto a la sutileza
analítica de lo que se conoce, el incansable movimiento está
orientado continuamente por la búsqueda de una casualidad,
sostenida por la certeza de una inteligibilidad de la conducta en
el seno mismo de lo contradictorio y lo moviente.
Galería de tipos psicológicos, repertorio de sentencias
y leyes, se ve claramente qué vínculos unen esta obra
a los dramaturgos y a los moralistas clásicos, obra por otra
parte tan nueva y tan moderna (particularmente por la preferencia
que da a los dominios prohibidos, por ejemplo la escena que transcurre
en los primeros capítulos entre Mademoiselle Vinteuil y su
amiga, levanta un telón que aún no ha bajado).
Todo ello es suficiente para comprender que el surrealismo en nombre
de una concepción muy distinta de la poesía y el existencialismo
defendiendo una concepción totalmente opuesta a la conducta
humana, nada han asimilado de Proust. Pero este ejemplo nos permite,
mejor que cualquier otro, demostrar que la distancia entre una obra
y la creación literaria de un tiempo no es un juicio de valor.
Lo que impide a Proust tener influencia en la literatura actual
no le priva de la admiración del lector. Aquellas obras que
no se pueden continuar no son siempre las que han equivocado su
camino, sino muchas veces —y este es eminentemente el caso
de la obra proustiana— aquellas que habiendo ido más
allá de lo posible nos obligan a explorar otros caminos.
Traducción
de Juan Gich
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