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El 11 de febrero inició la Primera
Temporada de Conciertos 2005 de la Orquesta Sinfónica de
Xalapa. Con el estreno en México de una obra del compositor
peruano Edgar Valcárcel y el debut del violonchelista peruano
Jesús Castro-Balbi, el máximo organismo musical de
Veracruz ofreció su audición inaugural bajo la dirección
de Carlos Miguel Prieto.
En la audición, a la que asistieron autoridades universitarias
encabezadas por el rector Raúl Arias Lovillo, interpretaron
el Concierto indio de Valcárcel y las Variaciones sobre un
tema rococó de Chaikovski. En la segunda parte, la OSX hizo
escuchar dos obras del maestro Richard Strauss: el poema sinfónico
Don Juan y la suite de la ópera El caballero de la rosa.
Sobre la vida y obra de Valcárcel se sabe poco, pese a ser
considerado uno de los más notables compositores que ha producido
Latinoa-mérica. El Concierto indio vuelve a establecerle,
como si esto fuese necesario, como el autor de un acervo en que
los altibajos son desconocidos y que se ubica en una agradable contemporaneidad,
lejos de los chocosos ismos (atonalismo, dodecafonismo, serialismo,
neoex-presionismo…). Además, esta obra conserva la
misma frescura que le conocimos en piezas anteriores.
Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893) tuvo durante toda su vida una
verdadera veneración por Mozart y en varias obras jugó,
a su manera, con el idioma del clasicismo vienés. Entre ellas,
la más célebre es Variaciones sobre un tema rococó,
que compuso en 1877, algunos meses antes de la Cuarta Sinfonía
y la ópera Eugene Oneguin. Estas variaciones fueron escritas
sin mayores complicaciones para lucir las posibilidades del violonchelo,
y su permanencia en el repertorio de concierto quizá se deba
en buena parte a que fueron compuestas en colaboración con
un chelista, Wilhelm Fitzenhagen, quien estrenó la obra en
Moscú, en noviembre de 1877, bajo la dirección de
Nicolás Rubinstein, y después la tocó con bastante
éxito en varias ciudades europeas.
La obra comienza con una breve introducción orquestal en
la que un solo de corno conduce a la presentación del tema
por el solista. Las siete variaciones, en las cuales el violonchelo
hace gala de todas sus posibilidades de expresividad y agilidad,
van separadas por interludios de la orquesta o del solista, y la
pieza termina con una rápida y brillante coda.
La obra de Richard Strauss estuvo inspirada en uno de los personajes
más importantes generados por la literatura española,
Don Juan, quien aparece en numerosos textos desde que lo dio a conocer,
en 1615, Tirso de Molina en una de sus obras, prohibida en España
desde finales del siglo XVIII y hasta bien entrado el XIX. José
Zorrilla, con su Don Juan Tenorio, vino a rescatar del olvido a
este personaje tan famoso fuera de la península ibérica,
en 1844 y mediante una genial obra teatral. Srauss retoma esta representación
del pecador libertino y fanfarrón al que el amor puede redimir,
para insertarlo en su poema sinfónico, que pone de manifiesto
una madurez artística y en el que idealiza al personaje mediante
un tema de proporciones heroicas, enunciado por cuatro cornos.
Por lo que respecta a Der Rosenkavalier (El caballero de la rosa),
esta ópera marca el retorno hacia un lenguaje musical amable
y despojado de la crudeza estridente propia de Salomé o Elektra.
El libreto es obra de Hugo von Hof-mannsthal (1874-1929) y el estreno
tuvo lugar en Dresde, el 26 de enero de 1911, bajo la dirección
musical de Ernest von Schuch y la dirección escénica
de Alfred Roller.
La trama se centra en los deslices amorosos de la mariscala María
Teresa, princesa de Werdenberg, y en su apasionamiento por el joven
Octavio, a quien también denominan Quiquin. El pintoresco
barón Ochs de Lerchenau, primo de la mariscala, resulta un
tipo curioso que, pese a su avanzada edad, aún se supone
irresistible para las mujeres. Ochs pretende a la hija del advenedizo
Faninal, Sofía, pero ella termina por enamorarse de Quin-quin.
Ciertamente, los valses de esta ópera han cobrado tanta celebridad
que existe una suite con los mismos; cosa curiosa, porque en la
época de la historia –mediados del siglo XVIII–,
el vals era totalmente desconocido y hubo de transcurrir un siglo
para su irrupción como música bailable.
James
Paul, director invitado
Para su segundo concierto de temporada, el 18 de febrero, la OSX
contó con la presencia del maestro invitado James Paul y
con la participación de Manuel Lozano como solista. El repertorio
que se escuchó durante esa noche estuvo conformado por el
poema sinfónico La hija de Póhola de Sibelius, la
Fantasía escocesa de Max Bruch y la Cuarta sinfonía
de Johannes Brahms.
Paul es un renombrado músico que se ha convertido en uno
de los directores norteamericanos contemporáneos más
distinguidos. Actualmente se desempeña como director musical
de los principales festivales de Oregon. Ha dirigido algunas de
las más importantes orquestas del mundo, como la Orquesta
de Cleveland, la Sinfónica de Chicago y la Orchestre Symphonique
Française, y se ha presentado en diversas ciudades estadounidenses,
entre las que destacan Filadelfia, Pittsburgh, Washington, Houston,
Dallas, Seattle, San Diego, San Antonio, Nueva Jersey, Oakland y
Honolulu.
Johan Julius Christian Sibelius, mejor conocido como Jan (1865-1957),
nació en la parte central del sur de Finlandia, y su carrera
artística se desarrolló en un ambiente de agitación
política. Durante su época de estudiante, Finlandia
se encontraba bajo dominación rusa y sus obras de 1890 a
1900 expresan las aspiraciones de su pueblo por generar una cultura
propia y acorde con su identidad. Ello explica por qué los
temas centrales de su producción apuntan a un arrebatado
amor por la naturaleza y el paisaje de Finlandia, así como
a la mitología, en especial por la contenida en el poema
épico finlandés Kalevala.
La fantasía sinfónica La hija de Pohjola fue escrita
en 1906, y nos remite a las aventuras de Väi-nämöinen
en sus intentos por tratar de casarse con la hija de Lohui, meta
que obtendrá con la condición de no mirar hacia el
cielo en el transcurso del viaje. El aposento de la dama es el arcoiris,
desde donde hace girar incansablemente su rueca. Una vez frente
a frente con su enamorado, ella impone condiciones que resultan
imposibles de cumplir para el héroe. Finalmente el hombre
desiste de su propósito, en una resolución que para
algunos resulta el equivalente a la leyenda de Orfeo, en el mundo
terrenal.
Max Bruch (1838-1920), en vida, fue reconocido en Alemania y disfrutó
de celebridad tal que en algún momento llegó a ser
comparado con Brahms. Pero su fama comenzó a decaer en los
últimos años de su existencia, y su permanencia actual
en las salas de concierto se debe básicamente a tres obras:
el Primer concierto para violín y orquesta; el Kol Nidrei
opus 47, una serie de variaciones sobre un tema hebreo para violonchelo
y orquesta; y la Fantasía escocesa para violín y orquesta.
La amistad de Bruch con eminentes violinistas dio como resultado
nueve trabajos para violín y orquesta. También se
sabe que conocía muy bien las técnicas violinísticas
y que, aunque no lo tocaba, mostraba un especial aprecio por el
instrumento. Durante su desempeño como director de la Filarmónica
de Liverpool, de 1880 a 1883, escribió la Fantasía
escocesa, obra que fue estrenada por el genial violinista español
Pablo de Sarasate, en el Festival Bach de Hamburgo, en septiembre
1880.
La Cuarta sinfonía del alemán Johannes Brahms (18133-1897)
es considerada la cúspide de la creatividad sinfónica
propia del Romanticismo del siglo XIX, y comparte con sus tres compañeras
de catálogo la inclinación de Brahms por los temas
de apariencia intrascendente, que sólo cobran su verdadera
significación en medio de un complejo movimiento armónico.
Así, los tres primeros movimientos de la Cuarta se organizan
de acuerdo con la forma sonata, mientras que para el cuarto el autor
optó por una forma aparentemente arcaica y fuera de toda
funcionalidad: la chacona. Ésta consiste básicamente
en la reiteración de una melodía a la que se añaden
diversos contrapuntos.
En el Allegro energico e passio-nato, una secuencia de ocho compases
se repite casi sin modulaciones a lo largo del movimiento. El tema
inicial, de naturaleza sombría, se detecta melódicamente
y todo lo anterior resulta indicativo de la formidable pericia del
músico en la construcción y desarrollo de su obra.
Aquí se identifica, ligeramente alterado, el tema de una
chacona de Bach que aparece en la Cantata 150 y esto, en un movimiento
para cerrar una obra ambiciosa, representa un verdadero problema:
la repetición de una frase que se cierra cada ocho compases
podría arruinar la sensación de movimiento y crear
una atmósfera de pasividad. Paradójicamente, Brahms
lo evita gracias a su dominio de la forma sonata. No es de extrañar,
entonces, que esta sinfonía haya asombrado a los contemporáneos
del autor. Aquí trabajó sobre dos renglones inesperados
totalmente: el empleo de una antigua forma musical y una resolución
de atmósfera pesimista y hasta trágica, pues, después
de un tercer movimiento de optimista empuje, Brahms se niega a sí
mismo un final triunfante.
Interpretan
obras de Elgar, Scriabin y Walton
En la audición del 25 de febrero, la OSX presentó
un programa integrado por Introducción y allegro de Edward
Elgar, el Concierto para piano y orquesta de Scriabin y la Primera
sinfonía de Walton. La dirección también estuvo
a cargo del maestro James Paul, pero en esta ocasión el músico
solista fue Alejandro Corona.
La idea para escribir Introducción y allegro llegó
al compositor inglés Edward Elgar (1857-1934) a través
de August Jaeger, funcionario de una casa editora londinense a quien
dedicó el adagio del noveno fragmento –denominado Nimrod–
en las Variaciones enigma. Elgar utilizó algunos motivos
ideados tiempo atrás, y que pensaba usar precisamente en
un caso como éste, un encargo inesperado y más o menos
apremiante. Así, Introducción y allegro fue armado
tomando como punto de partida un tema que el mismo compositor definía
como “una tonada galesa” y que ideó desde 1901,
cuando asistió a un festejo en Cardiganshire, en la región
occidental de Gales. Se sabe que aquella «tonada galesa»
iba a ser empleada en una obra de fuerte sabor regional, que Elgar
nunca concretó.
El 25 de febrero marcó también el estreno en Xalapa
del Concierto para piano y orquesta del compositor ruso Alexander
Scriabin (1872-1915). Hombre solitario y artista de talento sumamente
especial, Scriabin resultó un innovador en el terreno de
la armonía y un defensor de la idea de que el arte sonoro
debía hermanarse con la teosofía y con elementos extramusicales
que aportarían una nueva dimensión a la creatividad
musical. El origen de su estilo se encuentra en Chopin y en Liszt.
Comenzó a estudiar piano a los 11 años e ingresó
al Conservatorio de Moscú en 1888. Egresó de esta
institución convertido en un pianista admirado por todos,
y se sabe que de 1893 a 1897 se la pasó haciendo giras como
concertista.
Prácticamente todas sus obras de este periodo fueron escritas
para el piano, pero a partir de 1905 se volcó hacia un estilo
lleno de audacias armónicas y dictado por sus teorías
esotéricas.
El Concierto para piano opus 20 fue la primera obra orquestal que
escribió y es una síntesis de sus impulsos e ideales
juveniles. De estilo lírico y efusivo, esta pieza no ha llamado
la atención de los grandes intérpretes, pese a su
intensidad emotiva y a su escritura pianística, sumamente
refinada y brillante. Esta obra fue ejecutada por primera ocasión
en Odessa, en octubre de 1897, con el compositor como solista.
El compositor inglés William Wal-ton (1902-1983) nació
en Oldham. Su formación musical, autodidacta en gran parte,
la inició desde pequeño, cuando formó parte
del coro de una iglesia en Oxford. Su primera composición
importante fue Façade (1923), una suite compuesta como acompañamiento
a los poemas de Edith Sitwellm, que más tarde fue convertida
en ballet. La mayor parte de la música de Walton actualmente
vigente fue escrita entre las décadas de 1920 y 1930, como
el Concierto para viola, de 1929; el oratorio El festín de
Baltasar, de 1931, o el Concierto para violín, de 1939.
Walton comenzó a trabajar sobre su Primera sinfonía
por encargo de la Orquesta de Hallé, en enero de 1932. El
proceso fue lento y sólo hasta un año después
pudo concluir los dos primeros movimientos, de modo que el estreno
previsto para ese mismo año hubo de ser pospuesto. Ya en
el concierto de estreno, que se llevó a cabo el 3 de diciembre
de 1934, con la Sinfónica de Londres, el autor sólo
presentó los tres primeros movimientos, dado que aún
no había escrito el fragmento final; no obstante, la audición
resultó un éxito que motivó dos interpretaciones
más, en abril de 1935, bajo la dirección de Malcolm
Sargent. Finalmente, el cuarto movimiento fue terminado en agosto
de 1935, y el estreno de la obra completa se ofreció el 6
de noviembre de 1935, con la misma Orquesta Sinfónica de
Londres y la dirección de Hamilton Harty.
Evocación
de historias y paisajes húngaros
Con el concierto para dos pianos, percusiones y orquesta de Béla
Bartók, y la suite Háry János de Zoltan Kodály,
más el añadido de La Valse de Ravel, la Orquesta ofreció
su cuarta audición de la temporada, junto con los pianistas
veracruzanos Edgar Dorantes y Óscar Tarragó, y los
percusionistas Alvin Krueger y Jesús Reyes López,
ambos integrantes de la OSX. Este repertorio también se presentó
el sábado 5, en el Teatro Clavijero de Veracruz, bajo la
batuta de Carlos Miguel Prieto.
El concierto de Bartók (1881-1945), que nunca antes había
sido interpretado en Veracruz, se derivó directamente de
la Sonata para dos pianos y percusiones que el compositor había
terminando en 1937. Con la expansión del nazismo, la obra
de Bartók fue ubicada dentro de lo que se denominaba Entartete
Musik o “música degenerada”, un término
acuñado para etiquetar aquella creatividad que no se ajustaba
a los lineamientos e ideales del partido que asumiría el
control de Alemania y de casi toda Europa. Durante los años
de preguerra, la música de este autor fue prohibida en Alemania
e Italia, y con este veto los nazis le cobraban haber simpatizado
abiertamente con el líder comunista húngaro Béla
Kun. Todo esto resultó terrible para el músico, quien,
para tratar de olvidar las amargas experiencias políticas,
pasaba mucho tiempo en los campos y entre los granjeros húngaros.
Su estudio sobre las tradiciones rurales le ayudó en sus
procesos creativos, ya que, de manera casi instintiva, trasladó
al papel pautado aquel mundo de leyendas y paganismo ancestral,
elementos con que nutrió su Sonata para dos pianos y percusiones.
Es esta pieza, Bartók fue capaz de generar toda la energía
partiendo del ritmo y con escaso empleo de recursos melódicos.
Fue en Estados Unidos, después de una audición en
que se interpretó la Sonata, donde el músico decidió
hacer las modificaciones para convertirla en el Concierto para dos
pianos, percusiones y orquesta, mismo que fue estrenado en enero
de 1943 por la Orquesta Filarmónica de Nueva York y la dirección
del también húngaro Fritz Reiner.
Zoltán Kodály (1882-1967) compartió con Bartók
muchas inquietudes estéticas, y una de ellas fue la pasión
por la música folklórica de su país. Desde
1905 ambos iniciarían una intensa colaboración en
la tarea de recopilación de la tradición musical húngara,
labor que hasta entonces nunca había sido sujeto de un estudio
amplio y sistemático. Esta inclinación hizo que el
compositor volteara también hacia los temas populares infantiles.
En 1926 Kodály concluyó su ópera Háry
János, que narra las peripecias de un viejo soldado fantasioso
y mitómano.
Dos años más tarde echaría mano de varios temas
de la misma ópera para dar forma a la suite, una síntesis
de los acontecimientos que Kodály nos narra en su ópera
mediante el personaje y que, además, no se aleja mucho de
la tónica de las historias que los padres acostumbraban contar
a los niños.
En su pieza de introducción, Háry János comienza
con el estornudo que, según la tradición húngara,
otorga veracidad a las historias. La segunda parte se denomina “El
reloj musical vienés”, que nos narra las experiencias
del personaje en Viena, con sus palacios imperiales y los infaltables
relojes mecánicos con figuras y música de campanas.
Sigue una tierna canción evocadora, un tema de resplandeciente
dulzura cargado de añoranzas; más adelante, se describe
al personaje como general de un regimiento que se enfrenta al ejército
de Napoleón, al cual consigue derrotar. La quinta sección
es el Intermezzo, un fragmento optimista en el que es posible detectar
de inmediato los aires típicamente húngaros que el
compositor nos presenta mediante dos temas básicos, a los
que sigue un pasaje cuyo inicio es destinado a los cornos. No parece
haber aquí alguna intención narrativa, sino que la
última sección ofrece la personal visión del
héroe sobre la corte vienés, con una marcha que marca
la entrada del emperador y su corte.
Kirill
Gerstein, sobre el escenario del Teatro del Estado
La noche del 11 de marzo subió al escenario del Teatro del
Estado el joven pianista ruso Kirill Gerstein para interpretar el
Primer concierto para piano y orquesta de Félix Mendelssohn,
en una audición que se complementó con la portentosa
Séptima Sinfonía de Mahler.
Criado en un ambiente familiar de enorme refinamiento, no resulta
extraño que Félix Mendelssohn (1809-1847) fuese a
la edad de 20 años un joven de amplia cultura y extraordinarias
dotes artísticas. Nacido en Hamburgo, fue nieto del célebre
filósofo judío Moses Men-delssohn. Como pianista y
director realizó giras por Europa, sobre todo por Inglaterra,
donde era muy admirado por la reina Victoria y el príncipe
Alberto. En 1842 colaboró en la fundación del Conservatorio
de Leipzig y falleció el 4 de noviembre de 1847, en Leipzig.
Mendelssohn no sólo era un consumado compositor y director
de orquesta, sino además uno de los mejores pianistas de
su tiempo y un brillante organista.
La facilidad para escribir le condujo a trabajar sobre piezas que
combinaron la sensibilidad roman-ticista con el equilibrio propio
del clasicismo. Muchos observadores han señalado que en su
repertorio abundan las piezas francamente superficiales, pero aun
así en su música para piano existen páginas
memorables que en nada desmerecen al lado de la música de
Schumann o Chopin. No obstante, resulta curioso que su obra maestra
en el terreno del concierto no haya sido una pieza escrita para
el piano, sino para el violín, instrumento que nunca fue
su preferido.
Mendelssohn sólo publicó dos conciertos para piano
y orquesta. El primero, en la tonalidad de sol menor, data de 1831.
Se sabe que fue escrito con rapidez, que se estrenó con el
compositor como solista, en octubre de 1831, en Munich, y que resultó
una novedad para su época, ya que su autor desechó
la acostumbrada doble exposición de apertura, esto es, la
costumbre de asignar a la orquesta la exposición de los temas
principales antes de la entrada del solista. En esta obra, la orquesta
funciona como elemento de introducción antes de que el solista
aparezca y se encargue de presentar las ideas principales del movimiento.
Otro detalle distintivo es el encadenamiento de los movimientos:
el paso del primero al segundo se efectúa por medio de una
transición iniciada con un toque de cornos y trompetas, y
este toque también inicia la transición al tercer
movimiento, en cuyo final reaparecen los dos temas principales del
primer movimiento.
Con frecuencia se cita que la obra de Gustav Mahler (1860-1911)
es descendiente directa de la Novena sinfonía de Beethoven,
del cromatismo propio de la música de Wagner y de los ciclópeos
trazos sinfónicos de Anton Bruckner. Lo anterior es cierto
en parte.
Catalogar las sinfonías de Mahler es una de las labores más
complejas en el mundo de la musicología, iniciando por el
hecho de que hoy es imposible averiguar cuántas escribió
realmente. Damos por establecido que fueron nueve concluidas y una
décima que quedó sólo en esbozos, pero son
incontables las referencias y los detalles que apuntan hacia por
lo menos cuatro más, hoy dadas por irremediablemente perdidas.
En la Séptima sinfonía, conocida como La canción
de la noche, convergen varios motivos de inspiración, entre
ellos el cuadro de Rembrandt “La ronda nocturna” y el
sonido que producen los golpes de los remos contra el agua. En el
primer movimiento, el golpe de remos al que aludió Mahler,
se hace evidente una melodía de contornos irregulares construida
sobre tres temas, uno de los cuales contiene importantes pasajes
para los cornos; vendrá después un desarrollo sobre
el que Mahler hace una turbulenta repetición del tema inicial
y el fragmento concluirá con una coda de violencia extrema.
La forma del segundo movimiento –sugerido por la observación
del cuadro de Rembrandt– es de un Rondó con variaciones,
aunque marcado por una fantasía tímbrica casi onírica.
Una vez concluida esta música nocturna, Mahler nos presenta
el Scherzo más asombroso y feroz que haya incluido en su
creatividad. Con sus impresionantes disonancias, este fragmento
es una caricatura grotesca del vals vienés. La segunda música
nocturna incorpora guitarra y mandolina, instrumentos que reciben
aquí un tratamiento especial; no hay para ellos fragmentos
sofísticos, en el epicentro de una serenata de atmósfera
ambigua. Por momentos es letárgica y en otros suena agresiva
y rebelde.
El Finale será tan desconcertante como los movimientos que
le anteceden. Hay aquí nuevas referencias al vals vienés
y, por momentos, a Los maestros cantores de Wagner. Nuevamente,
la conclusión, lejos de sonar triunfalista nos remite a las
incógnitas presentes en la totalidad de la obra de este compositor:
la titánica batalla entre la alegría y la desesperanza,
el optimismo contra la desesperación. Con todo ello, Mahler
no evita transmitirnos aquella mezcla de vulnerabilidad humana y
consumada musicalidad. La Séptima sinfonía se interpretó
por vez primera en Praga, en 1908.
Erasmo Capilla, músico virtuoso que ha trascendido las fronteras
nacionales
La audición del 18 de marzo fue un acontecimiento, dado que
el violinista Erasmo Capilla compartió nuevamente el escenario
–después de una larga ausencia– con la OSX, agrupación
con la que interpretó el Concierto para violín y orquesta
de Piotr Ilich Chaikovski, una de las obras cumbre en el concertismo
del siglo XIX. Además, esa noche la Sinfónica presentó
la suite La edad de oro de Shostakovich.
Capilla es el único artista mexicano que ha logrado obtener
tres primeros lugares en concursos internacionales europeos: el
Isidro Gyenes de España, en 1982; el Luis Coleman, también
de España, en 1984, y el Karol Szymanowski de Bélgica,
en 1987.
Por añadidura, logró toda una hazaña en el
Real Conservatorio de Música de Bruselas, al graduarse con
calificación perfecta de 100 sobre 100 puntos posibles. Nadie
lo había logrado antes.
Doctorado en Música por la Chapelle Musicale Reine Elisabeth
de Bélgica, sus maestros fueron pedagogos de altísimo
nivel como Agustín León Ara, André Gertler,
Hermann Krebbers y Henryk Szeryng. También realizó
estudios de dirección orquestal con Sylvain Cambreling. La
carrera de Erasmo Capilla se ha proyectado hacia Alemania, España,
Francia, Austria, Hungría, Bélgica y, por supuesto,
México. Cuenta con un vasto repertorio, en que se incluyen
obras que van desde el periodo barroco hasta la música de
nuestro tiempo y en el que se muestra una marcada preferencia por
las difíciles partituras para violín solo de Bach,
Paganini, Bartók y Ernst. Cuenta también, en este
mismo listado, con 43 conciertos para violín y orquesta.
En 1987, Capilla recibió la distinción de la Unión
Mexicana de Cronistas de Música y Teatro como Solista del
año, y en 1993 representó a México en el Festival
Europalia con una serie de recitales que ofreció al lado
del pianista norteamericano Daniel Blumenthal. Ha participado por
tres años consecutivos como catedrático en las clases
magistrales, en la Academia Internacional de Verano de Bélgica,
distinción reservada sólo para profesores de celebridad
internacional. Sus próximos compromisos artísticos
como solista, director y pedagogo en el ámbito internacional
se darán en Estados Unidos, México, Bélgica,
Luxemburgo, Holanda, España, Finlandia, Japón y Túnez.
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