Después de un excelente inicio en la Primera Temporada 2005,
la Orquesta Sinfónica de Xalapa dio continuidad a su trabajo
artístico con una serie de conciertos en la sala grande del
Teatro del Estado.
Comencemos por considerar lo ocurrido en la primera semana de abril,
cuando el viernes 8 se programaron el Concierto de Aranjuez de Joaquín
Rodrigo y la Cuarta sinfonía en mi bemol mayor de Anton Bruckner.
Esta audición marcó el regreso de Alfonso Moreno como
solista de la OSX y la reaparición en Xalapa del director español
José Luis Castillo, quien realizó sus estudios musicales
en Valencia, así como en Salzburgo, La Haya, Luxemburgo y París.
Debido a su condición de director-compositor, Castillo dirige
mayoritariamente las obras del siglo XX, aunque su repertorio abarca
hasta la producción instrumental del alto Barroco. Ha sido
director artístico del Festival Música d’Estiu
de Jávea (España), director principal de la Camerata
de las Américas y director titular de la Orquesta Sinfónica
de la Universidad de Guanajuato (México).
Alfonso Moreno es uno de los más grandes intérpretes
mexicanos de la guitarra clásica. Por todo el mundo se ha reconocido
su prodigiosa técnica, su fuerza interpretativa y su formidable
capacidad artística. Inició sus estudios musicales a
la edad de cuatro años y cursó las carreras de violín,
composición, dirección de orquesta y guitarra. Fue alumno
del maestro y guitarrista argentino Manuel López Ramos y egresó
del Estudio de Arte Guitarrístico de la Ciudad de México.
La carrera de este músico que ganó el primer premio
del Concurso Internacional de París, en 1968, lo ha llevado
a salas tan prestigiadas como la Chaikovski de Moscú, de la
Filarmónica de San Petersburgo, de la Filarmónica de
Kiev, el Carnegie Hall de Nueva York, la Hollywood Bowl de Los Ángeles,
el Concert Hall de Beijing, el Yamaha Hall de Tokio, el Wigmore Hall
y Royal Festival Hall de Londres, el Palacio de Bellas Artes de Bruselas,
el San Peter Kirche de Zurich, el Theatre de Ville de París,
el Teatro Rampa de Varsovia y el Gran Teatro de Estambul, entre otros.
El Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo (1901-1999) es
una de las escasas partituras que no requieren presentación
ni mayores comentarios. Casi no existe ser humano que no haya escuchado
alguna vez el célebre Adagio de una obra que ha tenido una
difusión extraordinaria y diversos arreglos. Músicos
e intérpretes como Frank Purcel, Gilbert Becaud, Massimo Ranieri,
Michel Legrand y Miles Davis encontraron en esta obra excelente materia
sonora para llevarla a su creatividad en esta obra.
Fue en 1939, en París, durante un almuerzo con el guitarrista
Regino Sainz de la Maza y el marqués de Bolarque, cuando surgió
la idea de que Rodrigo escribiese un concierto para guitarra. Rodrigo
retornó a España el 1 de septiembre de 1939, dos días
antes de estallar la Segunda Guerra Mundial, llevando consigo el manuscrito
terminado del Concierto de Aranjuez.
La Cuarta sinfonía de Bruckner es una obra luminosa, de amplios
y ambiciosos trazos sinfónicos para los que el compositor no
necesita del gigantismo orquestal. La instru-mentación es de
maderas a dos (dos flautas, dos oboes, dos clarinetes y dos fagotes)
con cuatro cornos, tres trompetas, tres trombones y tuba con timbales
y la sección de cuerdas normal. Si el primer movimiento contiene
algunos pasajes cromáticos que para muchos evocan a Wagner,
el Andante siguiente es un movimiento que apunta hacia el genio musical
de Schubert. El Scherzo es una escena de cacería que contiene
incluso apuntes descriptivos en el manuscrito, mientras que el cuarto
movimiento reproduce un tema del primero. El autor inició esta
pieza a principios de 1874 y la concluyó en diciembre del mismo
año. Música
de Finlandia y Hungría
El 15 de abril se presentaron, bajo la dirección de Carlos
Miguel Prieto, dos obras del maestro finlandés Jan Sibelius,
el poema sinfónico El cisne de Tuonela y el Concierto para
violín y orquesta, y una pieza de Béla Bartók,
Concierto para orquesta. Los solistas fueron Laura Baker en el corno
inglés para la primera obra de Sibelius, y el violinista
Elmar Oliveira para la segunda.
Sibelius (1865-1957) se inspiró en el poema épico
Kalevala y en las hazañas del héroe Lemminkäinen
que allí se registran, para crear El cisne de Tuonela, la
segunda de las cuatro creaciones que integran el ciclo denominado
Cuatro leyendas del Kalevala, opus 22. Los otros son Lemminkäinen
y las doncellas de la isla, Lemminkäinen en Tuonela y El retorno
de Lemminkäinen, todos escritos entre 1895 y 1897, con algunas
revisiones posteriores. Se trata de una breve pieza que contiene
melodías de intensa belleza evocadora asignadas al corno
inglés, en las que el compositor parece tratar de describir,
mediante amplios recursos melódicos y armónicos, el
fascinante canto del ave mágica y su majestuosa figura al
surcar el espejo de agua. Este poema sinfónico, una de las
partituras de mayor belleza expresiva en el catálogo de Sibelius,
fue estrenado en abril de 1896.
Después de un estreno y reestreno fallidos y de algunas revisiones
y modificaciones, el Concierto para violín y orquesta de
Sibelius logró el triunfo y la aceptación en 1935,
cuando Jascha Heifetz lo tomó e hizo de él una especialidad
personal. Hoy es el concierto para violín del siglo XX más
interpretado por los solistas, y existen del mismo casi tantos registros
fonográficos como del Concierto en sol menor de Bruch o el
de Brahms.
Algunos analistas consideran que esta obra perdió fuerza
y expresividad con la revisión de 1905, por lo que se piensa
que la versión original contiene una resolución final
de mejor factura, de ahí que algunos virtuosos hayan volteado
su atención a esta versión, cuyo manuscrito reposaba
en la biblioteca de la Universidad de Helsinki.
A mediados de 1943, el compositor húngaro Béla Bartók
se encontraba en Estados Unidos sin recursos y afectado severamente
por la leucemia. A pesar de estas penosas circunstancias, Serguei
Kussevitzki le pidió crear una obra para la Orquesta Sinfónica
de Boston, de la que Kussevitzki era director. En un lapso de siete
semanas, Bartók finalizó su pieza a la que denominó
Concierto para orquesta.
Después de su estreno, en diciembre de 1944, la obra obtuvo
un favorable reconocimiento por parte de la crítica y del
público, lo que atrajo la atención de todos hacia
Bartók y abrió una especie de redescubrimiento que
propició varios encargos y proyectos más, pero su
salud se hallaba dañada irremedia-blemente. El autor murió
diez meses más tarde, en septiembre de 1945; por ello, el
Concierto para orquesta resulta una suerte de testamento artístico.
La
Pasión según san Mateo, una de las obras más
grandes del Barroco
Bajo la dirección del holandés Gerard Oskamp, la OSX
ejecutó el 29 de abril una de las obras más grandes
del período Barroco: La Pasión según san
Mateo de Johann Sebastian Bach. Además de la orquesta,
se presentó un elenco que estuvo integrado por Daniel Zorzano
en la viola da gamba, la soprano Ana Luisa Méndez, la mezzosoprano
Carla López-Speziale, el tenor Leonardo Villeda, el barítono
Armando Mora, el bajo-barítono Carlos Arturo Mendoza, el
tenor Hernán del Riego, el Coro de la UV y el coro infantil
La Pequeña Cantoría.
Gerard Oskamp, nacido en los Países Bajos en 1950, realizó
sus estudios artísticos en Ámsterdam, Viena, Zurcí
y Salzburgo. Ha participado en diversos concursos internacionales,
en los que ha obtenido galardones como el Premio Hans Harring de
la ORF de Salzburgo (1974), el primer lugar en el Concurso de Directores
John Player de Bournemouth (1976) y el primer sitio en el Concurso
Internacional de Directores de la Televisón Húngara,
en Budapest (1980). A lo largo de su trayectoria ha dirigido más
de 80 orquestas en todo el mundo, y su experiencia en la ópera
lo ha llevado a importantes teatros del mundo. Desde 2002 es el
director musical del Schleswig-Holstein Landestheater y de la Orquesta
Sinfónica de Flensburg.
La pasión según san Mateo de Bach (1685-1750)
es una obra que se debe escuchar y sentir antes de comentarla. Basta
apenas una lectura al texto bíblico que refiere el martirio
y sacrificio de Jesucristo, en los capítulos 26 y 27 del
evangelio redactado por el discípulo y apóstol Mateo,
para conocer la historia.
Concebida para voces solistas, doble coro y dos grupos orquestales,
La pasión… es considerada no sólo la pieza
más ambiciosa y grandiosa del compositor originario de Eisenach,
sino también una de las máximas creaciones vocales
de la cultura musical de todos los tiempos. En ella, el genio alemán
imprimió una grandiosa y rara belleza, con la representación
musical del drama de El Redentor, en un crudo claroscuro
de expresiva fuerza.
Para crearla, el autor trabajó sobre un texto asignado a
Picander –seudónimo del poeta alemán Christian
Friedrich Henrici (1700-1764)–, que algunos consideran de
mediocre valía literaria, pero en el que Bach encontró
un lenguaje por demás inteligible. La primera audición
de esta obra, que consta de 68 números y se divide en dos
partes, tuvo lugar en la Thomaskirche de Leipzig, el 15 de abril
de 1729.
El
aporte de México a la historia internacional de la música
La Balada del venado y la luna de Carlos Jiménez
Mabarak, el Concierto para piano de Samuel Zyman y la Cuarta
sinfonía de Beethoven conformaron el programa que presentó
la Sinfónica de Xalapa el 6 de mayo, bajo la dirección
de José Guadalupe Flores, titular de la Filarmónica
de Querétaro, y en el que participó la pianista Claudia
Corona como solista
Claudia Corona nació en la Ciudad de México, en 1976.
Se graduó, con mención honorífica, como pianista
en la Facultad de Música de la Universidad Veracruzana.
En 1996 obtuvo el grado de Maestría en la Escuela Superior
de Música de Friburgo, Alemania. Ha recibido clases de reconocidos
maestros, entre ellos Alejandro Corona, Néstor Castañeda,
Edith Picht-Axenfeld, Robert Levin, Michel Béroff y Pascal
Rogé. Se ha presentado como solista con las principales orquestas
de México y con la Orquesta Académica de Friburgo.
Ha impartido clases maestras en las Universidades de Baylor, Texas,
y Emory, Atlanta, (Estados Unidos), así como en Xalapa, y
ha sido ganadora de varios premios y concursos en México
y Estados Unidos.
Carlos Jiménez Mabarak (1916-1994) es uno de los compositores
mexicanos que más música para ballet ha escrito. De
1942 a 1966 compuso 14 partituras de esta naturaleza, entre las
que se encuentra la Balada del venado y la luna (terminada en 1948),
cuyo colorido orquestal, la reciedumbre de sus temas y un sabor
marcadamente mexicano la han convertido en una de las obras favoritas
de la escena coreografiada. Los elementos escenográficos
originales fueron diseñados y elaborados por Rufino Tamayo,
y con los mismos se estrenó el 7 de diciembre de 1949, aunque
los que actualmente se identifican con este ballet son los que posteriormente
realizó Leonora Carrington.
El Concierto para piano de Samuel Zyman, a pesar de haber
sido escrito por un compositor joven nacido en la Ciudad de México,
en 1956, es tan tradicionalista que guarda los tres movimientos
que marca la tradición, además de que es posible detectar
en su escritura algunas influencias procedentes del Romanticismo.
Se ha dicho que la escritura empleada por Zyman para su obra recuerda
el estilo percutido y rítmico de Prokofiev, sobre todo en
el primer movimiento, mientras que en el segundo se logra un particular
énfasis en los pasajes asignados a diversos instrumentos
que funcionan como complemento del solista. El tercero es un episodio
brillante y enérgico que parte del tema principal del segundo
movimiento. Esta pieza fue estrenada en Nueva York, en 1988, con
la pianista Miriam Conti y el grupo orquestal dirigido por el autor.
Zyman estudió en el Conservatorio Nacional de Música
de México. Después se trasladó a Nueva York
para ingresar a la Juilliard School, donde obtuvo los grados
de maestría y doctorado en Música antes de incorporarse
a la planta docente.
Recibió un reconocimiento de la Sociedad Mexicana de Cronistas
de Teatro y Música en 1992, y la Medalla Mozart en 1998.
Entre sus creaciones se cuentan dos sinfonías, cinco conciertos,
ciclos de canciones, sonatas para guitarra y obras de música
de cámara.
Es autor de la música para el filme La otra conquista,
grabada por Plácido Domingo y la Academy of Saint Martin
in the Fields.
En la Cuarta sinfonía de Beethoven (1770-1827) no
encontramos más que frases plenas de serenidad, y la parte
enérgica no pasa de ser un amable juego tan ligero como optimista.
Los esbozos surgieron casi al mismo tiempo que la Quinta y la ópera
Fidelio, pero el compositor abandonó temporalmente todo para
terminarla en 1806. Beethoven pasó aquel verano en Martonvásár,
en la región húngara de Fejér, en compañía
de la familia del conde Brunswick.
Para algunos biógrafos, los sentimientos del compositor hacia
Therese von Brunswick alimentaron el espíritu tierno y amable
de la obra. A esta época pertenecen también la sonata
Appassionata, el Cuarto concierto para piano y los cuartetos.
Obras
de Franck, Milhaud y Saint-Saëns
El debut del director Bartholomeus Van de Velde en un concierto
con la OSX y la participación como solista de la violonchelista
Inna Nassidze marcaron la jornada del 13 de mayo, en la que tocaron
el poema sinfónico El cazador maldito de César
Franck, el Primer concierto para violonchelo y orquesta
de Darius Milhaud y la Tercera sinfonía de Camille
Saint-Saëns.
Van de Velde ha actuado con orquestas importantes y con solistas
como Mstislav Rostropovitch y Nobuko Imai. Es director artístico
de la Orquesta Charlemagne en Bruselas, Bélgica.
El cazador maldito fue escrita en 1882 y ejecutada por
primera vez en París, en mayo de 1883, bajo la dirección
del propio compositor, César Franck (1822-1890).
Para su obra, el autor se inspiró en un texto de Gottfried
August Bürger, poeta alemán del siglo XVIII, cuya temática
preferida fue la relacionada con asuntos medievales y viejas leyendas
europeas. El texto cuenta la historia de un conde germano que tiene
la infeliz ocurrencia de planear una jornada de cacería en
domingo, acompañado de sus sirvientes. Al sonar las campanas
de una iglesia cercana anunciando el inicio de un oficio religioso,
el noble hace sonar su cuerno de caza sin importarle los cánticos
eclesiásticos. De repente, su caballo se queda inmóvil,
sus criados desaparecen y, al tratar de llamarlos, su cuerno no
emite sonido alguno. En esos momentos una voz le maldice y anuncia
que su castigo será cabalgar por siempre. El conde trata
de huir pero no puede escapar de la condena, será perseguido
día y noche por una turba de demonios.
Darius Milhaud (1892-1974) nació en Aix-en-Provence y estudió
en el Conservatorio de París. Después de su estancia
en Brasil y su regreso a Europa, en 1940 se trasladó a Estados
Unidos donde trabajó como profesor de composición
en el Mills College de Oakland, California. Allí fue maestro
de varios distinguidos músicos, entre ellos al jazzista Dave
Brubeck. En 1947 regresa a Francia a desempeñarse como profesor
honorario de composición en el Conservatorio de París.
Su Primer concierto para chelo corresponde a la época en
que se permitió incrustar las formas de la música
latinoa-mericana en su obra. Fue terminado en 1934 y la partitura
está dedicada al gran violonchelista francés Maurice
Maréchal (1892-1964).
La Tercera sinfonía de Camille Saint-Saëns
(1835-1921) es un caso poco usual en la literatura sinfónica.
Por principio, la instrumentación exige piano y un órgano
de gran potencia.
Otro detalle interesante es su estructura, presentada en dos grandes
fragmentos, cada uno de los cuales contiene varios cambios de tiempo
que fueron organizados en forma cíclica y con la evidente
intención de respetar la tradición romanticista en
cuatro movimientos. Esta obra confirma el elegante oficio de su
autor, así como una evidente precisión en el detalle
y la forma.
Aunque denota la influencia de maestros romanticistas como Franz
Liszt, su espíritu encontró un excelente punto de
equilibrio entre las formas de los grandes clásicos y las
tendencias de su tiempo. Es, al lado de la Sinfonía en re
de Franck, la obra sinfónica francesa más distinguida
de su época.
Ida Kavafian y Andrés Díaz en el mismo escenario
El 20 de mayo en Xalapa y el 21 en Veracruz fueron fechas destinadas
a presentar un programa interesante con dos verdaderos virtuosos
en sus respectivos instrumentos: la violinista y violista Ida Kavafian,
y el violon-chelista Andrés Díaz, quienes iniciaron
su participación con el Doble concierto en la menor para
violín, violonchelo y orquesta de Brahms, para
continuar con Don Quijote, el poema sinfónico de
Richard Strauss. La dirección estuvo a cargo de Carlos Miguel
Prieto.
Kavafian es originaria de Estambul, Turquía, pero fue llevada
por su familia a Estados Unidos cuando tenía apenas tres
años. Su repertorio y versatilidad la han hecho merecedora
de una posición única en el mundo musical. Aclamada
como una de las pocas artistas especializadas tanto en el violín
como en la viola, esta intérprete se ha presentado con diversas
orquestas y en numerosos recitales y conciertos de música
de cámara.
Por su parte, Andrés Díaz nació en Santiago
de Chile, en 1964, y empezó a estudiar el violonchelo a la
edad de cinco años. Se graduó en el Conservatorio
de Nueva Inglaterra y durante cinco años fungió como
Profesor Asociado de Violonchelo en la Universidad de Boston y codirector
del Instituto de Tanglewood de Boston.
Actualmente toca un violonchelo Matteo Gofriller manufacturado en
el año 1698, vive en la ciudad de Filadelfia.
El compositor Johannes Brahms (1806-1872) se propuso elaborar un
trabajo a la manera de la antigua forma italiana de concerto grosso,
en la cual los tutti de la orquesta se contraponen a uno o varios
solistas. Brahms supo adaptar esta forma a la musicalidad de su
época y situó los dos instrumentos solistas en una
relación admira-blemente coordinada y con apenas un ligero
predominio del violonchelo.
Este concepto resultó del agrado del público, tanto
por su belleza intrínseca como por el magistral manejo de
algunos pasajes polifónicos, a lo que es necesario sumar
la participación como solistas de dos grandes músicos:
el violinista Joseph Joachim y el chelista Robert Hausmann, quienes
estrenaron la obra en el otoño de 1887, en Colonia.
Varias de las creaciones de Strauss contienen detalles autobiográficos,
y el ejemplo más ilustrativo es Ein Heldenleben (Una vida
de héroe), el último de sus poemas sinfónicos,
escrito en 1898, que resulta una apología del músico
nacido en Munich. Don Quijote no es la excepción, y parece
que el compositor se identificaba de muchas formas con el curioso
personaje. Si la novela de Cervantes es una sátira en torno
a la agónica tradición caballeresca española
en el siglo XVII, la partitura de Strauss es en parte crítica
social, pero también autorretrato. En esta obra, descriptiva
por completo, el caballero de la triste figura está representado
por el violonchelo solista; Sancho Panza es descrito en el inicio
por el clarinete bajo y la tuba tenor. Más adelante, la viola
será la responsable de describir al escudero. Don Quijote
fue estrenado en Colonia, el 8 de marzo de 1898, con la orquesta
dirigida por Franz Wüllner.
Cierre de temporada
El cierre de la Primera Temporada de Conciertos 2005 se realizó
el 27 de mayo en el Teatro del Estado de Xalapa y el 28 en el Teatro
Clavijero de Veracruz. El repertorio estuvo conformado por obras
del soviético Serguei Prokofiev: el Segundo concierto
para violín y orquesta en sol menor, opus 63, y la Quinta
sinfonía en si bemol mayor, opus 100. El solista fue
Vadim Gluzman y la dirección, de Carlos Miguel Prieto.
Gluzman es ucraniano y se le ha considerado uno de los más
inspirados y dinámicos artistas de su generación.
Ha realizado presentaciones en Estados Unidos, Europa, Rusia, Japón,
Australia y Canadá. En 1990, se trasladó a Israel
para estudiar en la Academia Rubin de Música, en Tel-Aviv,
y más tarde en Estados Unidos.
Serguei Prokofiev fue un talento precoz que comenzó a generar
obras musicales desde la edad de cinco años. Nacido el 23
de abril de 1891 en Sontzovka, Ucrania, sus primeras creaciones
fueron algunas piezas sueltas para piano. Después de estudiar
en el Conservatorio de San Petersburgo con Gliére, Rimski-Korsakov,
Miaskovski y Liadov, se graduó en 1909.
En 1918, abandonó su patria porque le resultaba imposible
trabajar en un país en plena revolución, pero en 1936
se estableció definitivamente en Moscú. Al dar continuidad
a su personal lenguaje musical, demostró una extraordinaria
integridad ante la presión impuesta por el sistema que impulsaba
aquella estética socialista relacionada con la idea del arte
para el pueblo.
La trayectoria de Prokofiev en la Unión Soviética
no fue distinta a la de Shostakovich: ambos compositores fueron
reiteradamente censurados por el supuesto empleo de “excesivo
formalismo” y por su uso de “armonías cacofónicas”.
Y aunque trataba de congraciarse con los burócratas comu-nistas,
cuyos ataques sólo mostraban su ignorancia, inevitablemente
volvía a perder el favor del gobierno. Murió a los
72 años, el 5 de marzo de 1953 en Moscú, el mismo
día en que falleció José Stalin.
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