En
la advertencia a su libro Manual del distraído, el crítico
literario Alejandro Rossi, Premio Nacional de Lingüística
y Literatura en 1999, afirma que la crítica por él
desplegada a lo largo de este texto “fervorosamente cree
en los sustantivos, en los verbos y en los ritmos de las frases
(…) expresa mi gusto por el juego, por la moral, por la
amistad y sobre todo, por la literatura. Léase, si es posible,
como yo lo escribí: sin planes, sin pretensiones cósmicas,
con amor al detalle”.
Rossi se refiere a la crítica literaria antes con el placer
sosegado del esteta que con el ánimo destructor que reiteradamente
se le imputa al oficio de crítico. Menos popular que el
de abogado, por ejemplo, esta labor ha merecido lo mismo el desdén
que el ejercicio cotidiano, cuando no el beneplácito, de
gran cantidad de escritores a lo largo de la historia.
Ya el filósofo francés George Steiner se refirió
con menosprecio hacia los críticos de esta manera: “Al
mirar hacia atrás, el crítico ve la sombra de un
eunuco. ¿Quién sería crítico si pudiera
ser escritor?”; en tanto, el poeta portugués Fernando
Pessoa dijo: “La función última de la crítica
es que satisfaga la función natural de desdeñar
lo que conviene a la buena higiene del espíritu”.
El británico Oscar Wilde, más irónico y elegante,
lo explicó de esta forma: “En los mejores días
del arte no existían los críticos del arte”.
En numerosas ocasiones, los episodios entre críticos y
escritores –o cualquier protagonista del hecho criticado–
han arrojado frases de alguna manera célebres y disputas
aún recordadas, mientras el oficio de crítico continúa
revestido de un halo de iniquidad, resentimiento y mezquindad.
Acaso “por deficiencias formativas de la cultura hispanoamericana,
la gente ignora qué es la crítica literaria”,
según el crítico Christopher Domínguez Michael.
Durante una entrevista de algunos años atrás, Domínguez
Michael comentó que “este fenómeno no ocurre
en Francia ni en los países anglosajones, donde la crítica
literaria es algo común. Esta diferencia es un problema
histórico muy estudiado. Cuando nació la crítica
moderna –me refiero a la crítica política,
filosófica y moral del siglo XVIII–, el Imperio Español,
nuestro origen cultural, estaba en decadencia. La Ilustración
nació lejos de España y, a pesar de los esfuerzos
realizados por los ilustrados novohispanos, carecemos de figuras
como Kant. No hemos podido emparejarnos todavía con las
metrópolis que innovaron el uso del pensamiento crítico
como esencia del mundo moderno. Este fenómeno no está
relacionado con la pobreza económica de una sociedad: en
la Rusia del siglo XIX reinaba la miseria y, sin embargo, existieron
grandes críticos literarios”.
Jurado en el Premio Rómulo Gallegos de 1993, que se otorgó
al colombiano Fernando Vallejo por su novela El desbarrancadero,
Domínguez Michael asegura formar “parte de una escuela
que considera la crítica como un temperamento artístico”
y, al mismo tiempo, ha descartado la idea de que las letras enaltezcan
al espíritu humano: “No creo que todas las personas
tengan que leer, ni que ésta práctica garantice
que sean mejores seres humanos, esa es una mentira del humanismo.
La idea que estipula que el libro es un referente de civilización
es parcialmente falsa; pueblos cultísimos se han masacrado
utilizando libros como bandera de guerra“.
Ezra
Pound dijo que la crítica no construye ni deconstruye,
sólo proporciona puntos de partida. ¿Es precisa
la definición?
Guillermo Sheridan (GS): Como todas las peticiones de principios,
es interesante. Lo que está haciendo ahí Pound es
subrayar la naturaleza subordinada del comentario literario al
hecho literario. Pero Pound no fue muy destacado en eso. (El poeta
norteamericano Thomas Stearn) Eliot, sí. Quizá un
trabajo crítico y un ejercicio serio de la crítica
pueden ser tan pertinentes como un hecho literario creativo, como
la poesía o la novela.
Christopher Domínguez Michael (CDM): Sí, creo que
sí.
En
este sentido, Paz dijo que la traducción era una especie
de creación. ¿También vale esto para la crítica?
GS: Desde luego. Es una cosa que se entiende como una de las grandes
verdades del trabajo literario: puede haber obras literarias de
una enorme valía que tienen una respuesta crítica
que no desmerece en importancia y en relieve. Podemos pensar en
(Samuel Taylor) Coleridge. Es quizá el más grande
poeta de la lengua inglesa, pero el trabajo de (el crítico
inglés John) Livingston Lowes sobre Coleridge, su gran
libro sobre el poeta (The road to Xanadu) es uno de los grandes
monumentos de la historia de la crítica y la inteligencia
literaria, y es el caso de una mancuerna que no es tan inusitada.
En lo personal, no voy a decir que soy el gran crítico
de Octavio Paz, ni de chiste, ni mucho menos haría la tontería
de suponer que mis trabajos tienen para la crítica una
importancia similar a la que su poesía tiene para la poesía,
pero siempre intenta uno hacer las cosas bien.
CDM: Sí, desde luego, hay algunas críticas que son
tan deslumbrantes como las obras a las cuales se refieren.
¿Se
ha subestimado o sobrevalorado el papel del crítico?
CDM: Creo que el mundo hispánico tiende al déficit
de la función del crítico. Las pautas de conformación
de sociedades como la mexicana, y muchas otras del mundo en lengua
española, fueron diferentes a las de otras sociedades y
tuvieron un siglo XVIII muy pobre, y la crítica, que es
una de las grandes arenas del mundo moderno, no se desarrolló
tanto.
¿Qué perdemos al no otorgarle su peso justo?
CDM: Toda literatura, la buena literatura, requiere de la presencia
y del conflicto entre los críticos literarios, porque resulta
un conflicto creador. La pluralidad de opiniones sobre la obra
de arte enriquece a la creación.
Entonces,
¿cuál es la función de la crítica?
GS: Acompañar, cuestionar, reflejar, iluminar y, muchas
veces, también desentrañar y revelar la forma en
la que la obra literaria habla con nosotros, consigo misma, con
su autor, con la historia que la rodea.
A
Alfonso Reyes le gustaba explicar que en sus comentarios sobre
literatura, publicados en periódicos o revistas, comentaba
con sus amigos lo que leía en los libros; ¿le gusta
esa definición?
GS: Por supuesto que sí. Es cierto, la literatura no es
que más que una larga, perpetua conversación entre
el lenguaje, los poetas, los escritores y los lectores. Es una
extensa conversación que a veces obtiene intensidades y
relieves asombrosamente importantes para todos y que en otras
ocasiones adquiere un tono menor, sosegado y más discreto.
Sin embargo, siempre es una conversación que tiene como
objeto la forma en la que el lenguaje puede explorar grandes verdades,
entonar enormes alegrías, sondear profundos abismos de
miseria, estudiar la forma en que se teje la fábrica de
la historia. Pero es básicamente eso, una charla.
CDM: Sin duda. Toda persona que se dedica a la crítica
tiene ánimo de conversador. Es un medio natural de existir:
leer libros y comentarlos con otras personas, por escrito, generalmente
es de las condiciones íntimas del crítico.
En
el trabajo cotidiano, ¿cuáles son las licencias,
cuáles los límites para un crítico?
GS: No creo que se tomen licencias ni se fijen límites.
Creo que el trabajo de un crítico, esencialmente, consiste
en que su conversación y charla con una obra literaria
sean honestas y congruentes, y desde luego responsables intelectual
y moralmente, es decir, estar al tanto de las cosas, poder cruzar
esa información con datos previos, ser muy cuidadoso de
que el gusto del crítico sea correctamente educado y formado,
que son elementos que sólo se consiguen con la experiencia,
con la lectura, con una esencial honestidad. Yo no soy un crítico
de periódicos ni de revistas, más bien hago libros
y creo que los trato de hacer, hasta donde me lo permiten mis
capacidades, con la vigilancia de mí mismo y de los que
considero maestros de mi arte. Cuando escribí, por ejemplo,
este libro sobre Octavio Paz, todo el tiempo me imaginaba que
tenía sentado en el hombro derecho a Alejandro Rossi y
en el izquierdo a Alfonso Reyes, y que ellos leían cada
línea y yo los miraba para ver si estaban de acuerdo. Uno
trata, pues, de ser honesto, honorable y respetuoso de las exigencias
que ha aprendido de los demás y que uno incorpora a su
trabajo diario.
CDM: Eso ha cambiado mucho a lo largo del tiempo. Cada época
tiene su código de ética, digamos. Antes de la Segunda
Guerra Mundial, por ejemplo, los críticos franceses, los
de derecha, decían cosas horribles contra los escritores
judíos y las publicaban. Después de la Segunda Guerra
Mundial, esto se volvió imposible de hacer por las razones
que ya conocemos. De igual manera, ahora hay otras éticas
relacionadas con el respeto a la diferencia sexual, a la igualdad
de los sexos, etcétera, y los críticos, como todas
las sociedades, se van adaptando a distintos códigos. Depende
mucho de cada periodo. Ahora, si se trata de establecer una moral
unívoca, creo que el gran crítico, si es una persona
decente y éticamente educada, se impone (a los criterios
de la época); es decir, comenta lo que sea de la obra,
respetando la privacidad e integridad de la persona.
Hay
voces que rechazan o se refieren a los críticos de manera
atroz. ¿Qué opinión le merece esta serie
de actitudes frente a la crítica?
CDM: Es lógico. El crítico literario, el de arte,
se dedica a una profesión basada en la diferencia de puntos
de vista, en meter el dedo en la llaga de la vanidad. Que los
críticos tengamos mala reputación como gente frustrada,
ociosa, malvada, infértil, me parece lógico, es
parte del oficio. Un crítico que no genera en ciertos sectores
de la sociedad literaria esta animadversión es quizá
un crítico no muy bueno.
¿Se
llega a cometer excesos en la crítica, entonces?
CDM: Desde luego, como los cometen los boxeadores o los agentes
de tránsito.
Sin
que tenga que ver estrictamente con la crítica literaria,
¿en México no se da el peso justo a la tarea de
los críticos?
GS: Eso sería un asunto de sociología de la literatura,
sobre lo que realmente no me interesa decir nada. Me da igual.
Quizá
el oficio de crítico no es tan popular como el de abogado.
En el tiempo en que se ha desempeñado como crítico
literario, ¿recuerda alguna anécdota que le haya
resultado significativa en lo personal?
GS: No, creo que no.
La
pregunta viene a colación porque parece que el trabajo
del crítico tiene que ver exclusivamente con la inteligencia
y cierta sensibilidad, y podría confundirse con un oficio
hasta inhumano, que no tiene mayor anecdotario de relaciones humanas...
CDM: Siempre están los encuentros con los autores a los
que uno ha maltratado como crítico, que no siempre son
desagradables, pero son muy raros. Si uno escribe negativamente
de una novela y luego se encuentra al autor y éste nos
saluda con mucha amabilidad, uno puede sentir, aunque de manera
fugaz, cierta culpa: “¿Cómo pude hablar mal
del libro de este señor, señorita o señora
tan amable?” Pero en la sociedad mexicana, generalmente
la gente, contra lo que pueda pensarse, es bastante bien portada
e hipócrita, si se quiere, y no se presentan tantas escenas
terribles como las que uno pudiera imaginar.
¿Alguna
vez se ha acercado un escritor y le ha dicho: “Qué
buena crítica, ¿sería tan amable de abundar
sobre los fallos que cometí?”
CDM: Siempre piden que abundes. Y cuando les dices que ya no tienes
más qué decir salvo lo que publicaste, se ofenden
muchísimo, porque todos tenemos la idea de que nuestro
trabajo, bueno o malo, merece mucha atención de los otros.
Entonces, si uno dedicó dos líneas, incluso si fueron
favorables, siempre quieren más, y a veces no hay más
que decir, salvo esas dos líneas.