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El
tema que me plantearon es uno que ahora empieza a tener fuerza en
la vida académica latinoamericana, una fuerza muy mediada
por la crítica de estudios culturales. No es el caso de Ciencias
de la Comunicación ni mucho menos. Ciencias de la Comunicación
empezó hace 30 o 35 años auspiciosamente como un intento
de darle sistema y estructura al trabajo periodístico, y
se ha ido convirtiendo, comparativamente, en la carrera de mayor
desarrollo, de lo que hizo que ya algún vidente profetizara
que en los próximos años habrá más estudiantes
de Ciencias de la Comunicación que mexicanos.
Se
acerca el momento
El país patito, las universidades patito, los egresados patito
y todo lo que tiene que ver con ese nuevo adjetivo triunfalista
lo amerita. ¿Quién con espíritu de veracidad
localiza hoy el presente?, ¿quién señala con
cierta precisión lo que es cultura?, ¿quién
distingue entre los practicantes de la teoría crítica
y los practicantes de estudios culturales?, ¿cómo
seguir utilizando los conceptos hegemonía, ideología,
sociedad?, ¿quién, ante las disciplinas de las ciencias
sociales y del humanismo, no exclama a la manera de Rubén
Darío “y pues contáis con todo, falta una cosa,
la definición?”
Casi a punto de reconocer que si yo supiera con precisión
qué son los estudios culturales, no estaría hablando
de los estudios culturales, me detengo y lanzo nombres como exorcismos
o credenciales extracurriculares: Roland Barthes, Walter Benjamin,
Stewart Hall, Edward Said, Michel Foucault, Ángel Rama, Antonio
Cándido, Pedro Henríquez Ureña, José
Martí, José Carlos Mariátegui, Octavio Paz,
Francisco Romero, Homi Baba, entre otros. También tendría
que citar temas: las migraciones culturales, la desaparición
de un gran número de fronteras –entre otras, las que
separan los temas culturales–, las definiciones de cultura
(cada libro que sale con definiciones de cultura es más voluminoso
que el anterior), el avasallamiento mediático, el género,
la clase social, la raza y un eje, la modernidad y la que no alcanza
a hacerle mella su descendiente y su proyecto de negación:
la posmodernidad.
Contextos
que vienen o no al caso
En los campos de las ciencias sociales y las humanidades, se advierte
la severidad de la crisis de la producción editorial. La
producción de las editoriales universitarias está
atada a los círculos de autoconsumo y urgida de convertir
su público cautivo en un sector de lectores voluntarios.
Hoy, la academia en el mundo entero se enfrenta a una suma de factores
hostiles que incluyen, en primer lugar, la disminución presupuestal
y la discriminación presupuestal, como en el caso de las
universidades mexicanas –todas las universidades son pobres,
pero hay unas que son más pobres que otras–; el desempleo,
y es que para los jóvenes es casi una hazaña obtener
una plaza en las universidades, ya no se diga el tiempo completo,
que ahora equivale a un título nobiliario –donde decía
Conde, ahora dice Tiempo Completo–; la rigidez de la burocracia;
la renovación caprichosa y fatigada de los planes de estudio;
la disminución salarial en términos relativos, en
el mejor de los casos.
En la zona de las humanidades, la academia latinoamericana y mexicana
se acerca a los niveles de la sobrevivencia: se editan más
libros sin garantizar más lectores; el público especializado
disminuye o tiene que leer su propio trabajo –no se pueden
hacer dos cosas al mismo tiempo–; la televisión y el
DVD acaparan el antiguo tiempo de lectura y el círculo del
autoconsumo se restringe, de ahí que un número importante
de investigaciones se escriba en beneficio casi exclusivo de los
comités de evaluación, que deben ser los más
enterados del mundo porque están leyendo casi todo.
En este panorama, un sector creciente de las ciencias sociales y
las humanidades descubre la alternativa inesperada: los estudios
culturales (muy posiblemente muchos de ustedes no hayan oído
hablar de los estudios culturales, si esperan que yo los defina
¡no! Puedo acometer hazañas, pero esa no, lo tengo
claro). No tanto la novedad extrema como la zona experimental todavía
indefinible, porque precisar los límites disminuiría
el impulso del desarrollo y la conquista de públicos, o también
porque precisar en alguna medida los límites de este campo
sería una técnica de exclusión.
Extracción
de dogma sin dolor
En la década de los sesenta, en medio de la represión
generalizada en América Latina, se acelera la difusión
de las tesis marxistas. Las dictaduras no son la única expresión
del autoritarismo y el autoritarismo es lo propio de los gobiernos
que razonan y votan por la ciudadanía, como es el caso de
México, donde si había un gran elector, para qué
existían los demás. La violencia institucional radicaliza
a muchísimos académicos que, de pronto, apoyan vías
únicas de pensamiento. El extremo: un grupo de profesores
de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, convencido
de que el estudio de dos libros El Capital y Materialismo y empiriocriticismo
de Lenin era todo lo requerido por los estudiantes. El sectarismo
sojuzga al debate académico y en las preparatorias y los
colegios de humanidades miles de jóvenes extraen su primera
visión unificada del mundo de, por ejemplo, los manuales
de Martha Harnecker.
Todo se recompone o descompone en unos años: las dictaduras
militares se derrumban con una que otra excepción; la caída
del muro de Berlín, en 1989, precipita el descrédito
de un marxismo que era dogma, mucho más que guía para
la acción; aparece la normalidad democrática –hoy
ya sin las comillas– con rasgos comunes en todos los países;
se improvisa la clase política, que es uno de los precios
que estamos pagando, es una clase política que se improvisó
porque la anterior ya no respondía a ningún criterio
de modernidad (y la nueva tampoco, pero ya no es la antigua, entonces,
es moderna); el autoritarismo persiste con un mínimo de concesiones
a la democracia o a la televisión; se intensifica la dependencia
extrema de los organismos financieros –FMI, Banco Mundial,
etcétera–; se declara la absoluta falta de alternativas
al neoliberalismo (eso es el sexenio de Salinas y el de Zedillo);
el desempleo pasa de ser estación de paso de la demasiada
gente y se vuelve zona de arraigo; la violencia transforma las urbes
y reduce el espacio real y psicológico de los habitantes;
la utopía se quiere presentar desde la derecha como sinónimo
de baile de quince años con el Imposible dream; el mercado
de trabajo para los académicos es, por lo menos en las universidades
de que tengo noticia, un bunker, y el marxismo, de acuerdo con los
criterios que rigen el mundo académico, se instala en el
museo de los sistemas demolidos por sus adeptos y recuperables o
no por los requisitos de la realidad.
Del
surgimiento de vías interpretativas
El trabajo de Stewart Hall y su grupo en Birmingham, que son los
que empiezan con los estudios culturales, es en verdad notable.
Quieren poner al día las perspectivas del marxismo, ajustando
las ediciones alejadas del mecanicismo, y ponen a prueba la jerarquía
de los temas. Entra a escena una variedad de asuntos antes impensables
y el propósito de distanciar a la teoría marxista
del enorme descrédito de sus practicantes en el poder, a
este propósito lo ayuda considerablemente la explosión
demográfica de las universidades, uno de cuyos resultados
inmediatos es el acercamiento de profesores y estudiantes.
En la academia norteamericana, los estudios culturales parecen un
relevo estimulante del estructuralismo, al principio. Pronto, la
crítica despiadada, que declara al fenómeno de los
estudios culturales una conjura de lo superficial, más bien
afirma su existencia (ahora sí es una regla casi de oro que
si quieres que algo desparezca, elógialo, porque si lo criticas,
lo afirmas). Y al ser la obtención del posgrado, en universidades
norteamericanas, una exigencia creciente de los latinoamericanos,
se produce la búsqueda profunda y apasionada de nuevos enfoques,
y ésta es la oportunidad de los estudios culturales, cuya
fuerza –que es mucho más descriptiva que interpretativa–
se ofrece al principio como alternativa intelectual de tres carreras:
Letras, Comunicación e Historia.
Los estudios culturales en América Latina se caracterizan
por el equilibrio entre la despolitización ganosa de ratificar
el prestigio de la indiferencia y la politización que ansía
modernizarse. Lo que hemos visto en estos años es cómo
la despolitización cree que ser indiferente es ser objetivo
y cómo la politización cree que ser moderno es ser
radical. Y, al principio, viene a menos la preceptiva exigida en
las carreras universitarias, y más o menos los estudios culturales
son hasta hoy lo que cada uno decide que sea. Por lo demás,
el clima neoliberal lo afecta todo: impone a la industria editorial
una lógica de mercado libre; afirma el culto al bestseller;
repite el credo “los pobres son por naturaleza ajenos a la
cultura”; deteriora a las universidades públicas sin
fortalecer la calidad educativa de las universidades privadas –el
que las primeras estén en mal momento, no quiere decir que
las segundas no padezcan de lo mismo, el nivel sí está
en crisis en ambas–, y ratifica la indiferencia ante el mundo
de las ideas.
“Los conceptos alejan de la realidad” aseguró
un dirigente empresarial de México, cuyo nombre no digo para
que no se ufane, pero lo expresó así: “los conceptos
alejan de la realidad», y declara invencibles a las industrias
del espectáculo, el único uso posible del tiempo libre.
Ante el arrasamiento, se reconoce sin mayor crítica de por
medio la muy exigua repercusión de los productos académicos
(esto es muy difícil decirlo, pero es muy fácil probarlo,
entonces prefiero que ustedes lo prueben a que yo lo diga). Muy
pocos en estos espacios vencen la indiferencia pública y
lo consiguen casi siempre con biografías, manuales y panoramas
de época (si hay algún regazo materno en México
son las bodegas de las editoriales), y se profundiza el aislamiento
de la crítica y el ensayo literario, la Sociología
y las Ciencias de Comunicación, que por lo común generan
libros sólo aptos para públicos cautivos.
En esta coyuntura, surgen los estudios culturales que se benefician
de las teorías literarias, la historia del cine, la pasión
inconfesa y confesa por la televisión, el marxismo, etcétera.
Se universalizan, desde la perspectiva norteamericana, las sensaciones
de lo contemporáneo, la puesta al día tecnológica,
el habla común, que es unisex y uniclasista (eso sí
se está logrando, ya todas las clases hablan igual, lo que
no beneficia a ninguna), y sigue muy restringido el acceso a la
tecnología de punta y al consumo (en materia del uso de Internet
las cifras son dramáticas). Asimismo, se extreman las limitaciones
de los habitantes de la pobreza y se evidencia la crisis de los
mantenedores de los usos y costumbres. Esto es llevar la crisis
a un momento brutal, en lo que significan los usos y costumbres.
Recientemente, en un pueblo del Estado de México intentaron
linchar a una persona que había robado, no que había
matado ni violado ni puesto videos con algún programa de
televisión, sino simplemente robado. Estaban a punto de matarlo,
pero llegó la policía y lo rescató, y el pueblo
mandó una carta de protesta porque no habían dejado
que lo lincharan. Esto me parece lo más inconcebible que
he visto, el derecho al crimen reivindicado como derecho constitucional.
No obstante, la sociedad civil global que surge irrefutablemente
con la protesta por la invasión de Irak ofrece otras posibilidades
de la globalización: se intensifica la tolerancia, se reconocen
los derechos de las minorías, hay informes que son experiencias
compartidas, lo que va de las redes de la Internet, cuyo valor durante
la invasión de Irak fue notable, a las respuestas éticas
a la globalidad. También la globalización no es todavía
omnímoda y acepta y exige zonas de excepción.
En América Latina persisten los grandes elementos en común:
el idioma (las variantes regionales aún no desembocan en
la incomprensión); la religión católica, ya
no la única, sí claramente la mayoritaria; el avance
simultáneo de la americanización y sus correspondientes
(no sólo estamos americanizados, sino que hemos mexicanizado
la americanización, peruanizado la americanización,
colombianizado la americanización); el canon literario de
Euclides acuña a Borges, de Rulfo a Julio Cortázar,
de José Lezama Lima a Guillermo Cabrera; el gusto musical
(la fusión de música barroca y salsa por ejemplo);
la nueva arquitectura (si parece hotel de Texas es posmoderno);
los avatares de la industria cultural y la decadencia de los partidos
políticos. Algo queda claro: la corrupción nunca es
una asignatura pendiente.
También decrece paulatinamente lo nacional como obligación,
y una de las cosas que trae consigo todo el debate es ver cómo
ahora la cultura nacional es un término que necesita redefinirse,
porque si alguien examina la cultura nacional que se ha vivido,
verá que nunca se integró ni exclusiva ni primordialmente
con autores nacionales. Por ejemplo, más cultura nacional
que Picasso no concibo: toda la primera mitad del siglo XX se explica
pictóricamente en América Latina por Picasso; en literatura,
la poesía se renueva a partir de Neruda y de Vallejo, y así
sucesivamente.
Pensar en los antiguos términos de cultura nacional es erigirle
un túmulo a la autoconsolación –lo que no tiene
ya mucho sentido–, y esto empieza ya con el Modernismo, con
Darío, Amado Nervo, José Martí, Manuel Gutiérrez
Nájera, José Asunción Silva, Ricardo Jaimes
Freyre, Salvador Díaz Mirón… que se leen y se
memorizan en toda América Latina (la muerte de Darío,
por ejemplo, provoca en Uruguay un duelo nacional, incluso, izan
las banderas a media asta, y lo mismo pasa con otros. Darío
llega a México en 1910 para las fiestas del Centenario y
arriba en Veracruz donde le hacen un gran homenaje, pero por cuestiones
de papeles no puede ir a la Ciudad de México, mas hubiese
sido recibido masivamente y competido con los dos grandes desfiles
de éxitos del siglo XX ocurridos en México: el primero,
una visita del Papa y el segundo, un desfile de los personajes de
Walt Disney; ambos tuvieron el mismo público, son las rarezas
del record Guinness). Y una minoría de lectores frecuenta
a sus autores predilectos y de alguna manera se vuelven corresponsables.
En fechas recientes, las leyes del mercado modifican la situación,
el consenso de las minorías o de las elites es desbaratado
por el criterio tiránico de la rentabilidad, «lo que
vende es lo que vale» se proclama, ante eso lo que puede hacer
la industria académica es poco y por lo general lo hace sin
energía.
Temáticas
de los estudios culturales
La participación creciente de las mujeres le añade
un público considerable a la compra de libros y –lo
que nunca es lo mismo– a la lectura. Para que un escritor
tenga éxito, tiene que llevar ya su propio público;
ya casi está desapareciendo el público instalado.
Ese público tiene sus requisitos de lectura, sus criterios
y sus injusticias profundas (no me quejo, pero Carlos Cuauhtémoc
Sánchez lleva vendidos cuatro millones de ejemplares, es
decir, cuatro millones más de los que yo he vendido. Por
fortuna, Juan Rulfo acusa baja productividad, que si no…).
Las mujeres, pues, aportan un público. En el siglo XIX, las
mujeres son las que leen. Numéricamente, las editoriales,
que son muy pocas y hacen tirajes de 500 ejemplares, se sostienen
básicamente por las mujeres. A este proceso le dedica Ignacio
Manuel Altamirano un ensayo.
En el territorio de los vislumbramientos que presagian las conductas
íntimas, la idea de que la literatura que no tiene una resonancia
en la vida cotidiana no tiene posibilidad de perdurar, en el sentido
de alcanzar un público significativo, porque lo otro es el
público estrictamente literario. A la poesía la complementan
y, de algún modo, casi la arrinconan la novela y el cine.
En cambio, a principio del siglo XX, todo lo que valía la
pena tenía que ser poético: el paisaje era poético,
la pieza musical, la sinfonía, la pintura, la peregrinación…
y luego el adjetivo va viniendo a menos de muchas maneras y la principal
es que se pierde el peso de la poesía en el habla. En la
poesía va impuesto un ritmo del habla que ustedes todavía
pueden percibir en Cantinflas o en Tin Tan, tan alejados como se
encuentran de la poesía, pero tan cercanos como están
a una idea del habla como ritmo.
El deseo de captar el ritmo de las sensaciones nuevas y la vida
de las transformaciones personales lleva, por ejemplo, a los jóvenes
de los años sesenta a leer con devoción Paradiso,
Rayuela, La ciudad y los perros, Juntacadáveres, La traición
de Rita Hayworth, Tres tristes tigres, La región más
transparente, que para ellos descodifican y codifican una convicción
prevaleciente: la realidad de la literatura sólo a ella le
pertenece. No hay tal cosa como la realidad en la literatura, sino
la realidad de la literatura, que es una zona aparte. También
eso depende mucho del nivel de comprensión de los textos.
Hoy Rayuela tendría muchos menos lectores porque ha cambiado
el nivel de información de los lectores jóvenes, y
estas encuestas de la ONU demuestran cómo se ha ido perdiendo
todo un mundo de significados debido a que ya no existe la lectura
compartida. No es que la literatura ya no signifique, pero el sustento,
el almacén, el acervo de imágenes ya no viene de la
poesía o de la narrativa, sino del cine mayoritariamente.
El acercamiento del cine se da a través de la literatura.
Son la poesía y la narrativa las vías de acceso al
film noir, al western, al melodrama, al cine épico, al costumbrismo.
Escritores como James Agee o Guillermo Cabrera Infante representan
la presencia de un idioma en otro. La interpretación de Agee
al cine de John Huston otorga las claves de las que surge la teoría
y la remodelación interpretativa del film noir. Cabrera Infante
traza el horizonte canónico del cine de Hollywood más
allá de las revistas Cahiers du cinema especializadas, y
convierte en experiencia gozosa y literaria la frecuentación
de la obra de Hitchcock, Orson Welles, Vincente Minelli, John Ford
y Douglas Sirk.
Por ejemplo, Douglas Sirk es un cineasta que hace 20 años
era importante, pero ahora se le toma como modelo para entender
el melodrama, desde el momento en que se llegó a percibir
hasta qué punto el melodrama era decisivo en la cultura familiar;
no que a la familia le guste el melodrama, sino que la familia en
buena medida es melodrama para ser familia. Por ejemplo, Manuel
Puig y escritores como él descubren que el melodrama no es
tanto un género como el idioma que evita en las familias
la repetición de la torre de Babel: el melodrama unifica
el idioma familiar y le da a las personas los elementos que califican
a sus desdichas como proyectos de hazañas. Esto se ve con
mucha claridad en la etapa entre 1920 y 1960 y tiene que ver también
con lo que era el teatro de principios del siglo XX, pero ahora
está mucho más filtrado porque hoy el melodrama se
encuentra en el thriller, en todas estas experiencias brutales:
es tan melodrama Pulp Fiction como lo pudo haber sido El derecho
de nacer, lo que pasa es que una es la catarsis que se da después
de 40 balazos y otra, después de 50 lágrimas.
También el cine es el árbitro de sacudimiento de prejuicios
y de elaboración continua de modelos de vida y, gracias al
star system, el cine genera los modelos irrefutables y cambiantes
de lo masculino y lo femenino: de Clark Gable a Marlon Brando, de
John Wayne a Montgomery Clift, de Lillian Gish a Marilyn Monroe,
de Greta Garbo a Meryl Streep, de Pedro Armendáriz a Gael
García Bernal, quienes como representan lo mismo pero con
cuerpos diferentes ya no representan lo mismo. Los mitos y las leyendas
fílmicas se ajustan a las sensaciones de éxito y fracaso,
y antes de que viniese la inmensa moda de la autoayuda –que
de hecho es la universidad alternativa de muchos sectores de la
sociedad–, el éxito o el fracaso se medía con
relación a los role models que uno tomaba del cine.
En tiempos recientes, se produce la gran ruptura que en buena medida
ha condicionado el énfasis sobre el cine en los estudios
culturales. El intérprete del cine ya no es la literatura,
sino el cine mismo; ya no se lee el cine desde la literatura, se
lee desde el cine (esto es particularmente claro en los adolescentes
y en los jóvenes). Los jóvenes se vuelven adictos
a lo que sólo pueden interpretar a la luz de otras películas.
No digo con esto que la poesía y la narrativa hayan perdido
sus facultades de encender y potenciar la imaginación y su
influjo mítico que continúa, pero luego de las filmografías
de la complejidad de Bergman, Godard, Antonioni, Pasolini, procede
la inundación mercadotécnica de Hollywood y el cine
norteamericano que controla internacionalmente cerca del 90 por
ciento de la distribución y de la exhibición, que
se decide por el cumplimiento de la frase nuevotestamentaria: “El
que no sea como niño, no entrará en el reino de los
cielos”.
A partir de la obra y las producciones de Steven Spielberg, de Star
Wars, ET y Artificial Intelligence en adelante, sobreviene el flujo
de filmes en donde la mitificación de lo infantil, el gozo
incontaminado de las visiones de la infancia como perspectiva para
enfrentarse al entretenimiento, hace de los efectos especiales el
elemento que consolida a un público Peter Pan –o con
vocación de Peter Pan– que, si ante el cine labora
una idea de complejidad, está traicionando lo que se le ofrece.
El éxito del cine comic prueba esto. El cine cambia la vida
de los espectadores y de las familias hasta cierto momento, después
lo que se prepara es el ajuste de mentalidades; la complejidad no
es un lenguaje de todos, sino un lenguaje sectorial. Cuando los
milagros dejan de trastornar la racionalidad porque se producen
los efectos especiales, a quién le preocuparía hoy
que alguien caminara por las aguas cuando sabe que hay efectos especiales.
También la puerilización de la realidad va del cine
a la política, de la política al crecimiento del esoterismo,
de la fe en la autoayuda al olvido de todo lo que no divierte al
niño que uno debe guardar intacto si quiere seguir siendo
alguien relacionado con el espectáculo. Lo de la puerilización
de la realidad es un hecho, todas las campañas políticas
parecen redactadas por niños y parecen dichas por niños
a niños. Se ha disminuido el nivel de complejidad porque
colectivamente se piensa que lo complejo aísla, crea una
categoría de edad que se sobrepone o que margina a la edad
única desde la cual contemplamos lo que sea, que es la edad
de una infancia perfecta, virginal. De hecho, la publicidad del
PRI en el Estado de México era exactamente la que se le podría
ocurrir a niños, no necesariamente aventajados, entre los
seis y los 10 años (no estoy haciendo una crítica
política, estoy tratando de ser el Pestalozzi o el Freinet).
La televisión se adueña de los hogares y causa una
irremediable adicción, pero al ser una experiencia tan fragmentada
y, sin embargo, tan imperiosa no se le considera el espejo ideal
de cada persona: «si en el mismo estanque se contemplan todos
mis vecinos, yo ya no quiero ni puedo ser Narciso», esa sería
la conclusión. La televisión no hace las veces de
la exclamación dramática en el camino a Damasco «Saulo,
Saulo, por qué no me apagas de vez en cuando», y a
sus directivos no les interesa nada que no sea ahondar en la banalidad.
Marshall McLuhan lo dijo: “el medio es el mensaje”,
y la televisión lo corrige: “el medio es la moraleja,
es el mensaje y es la oportunidad de convertir los spots comerciales
en el nuevo inconsciente colectivo”.
La ciudad también es un tema interminable de los estudios
culturales. De hábitat o albergue multitudinario ha pasado
a ser el cuerpo antropomórfico que moldea de distintas maneras
la conciencia de sus habitantes, y suele tener más presencia
o vigencia que la idea de nación afligida por las redefiniciones.
Esto se aplica sobre todo a las megalópolis Sao Paolo, Río
de Janeiro, Buenos Aires, Caracas, Bogotá, Ciudad de México,
Lima, Quito, cuyo desenvolvimiento exige el ánimo multidisciplinario
que es propio de los estudios culturales. Junto a la reconsideración
a la ciudad, se da la reconversión del público en
el coautor y en el otro personaje protagónico.
Los estudios culturales necesitan tomar muy en cuenta cómo
el monstruo de mil cabezas del siglo XIX y el aplauso cálido
de los carentes de rostro del siglo XX necesitan ser investigados
o sometidos a interrogatorios casi policíacos, revalorados
por el punto de vista que acompaña siempre a los autores,
los actores, los músicos, los escenógrafos, los productores.
La taquilla, ese dios negociable del siglo XX, participa activamente
en la creación. La hiperfamosa frase de Lope de Vega “y
pues que pague el vulgo, hay que hablarle en necio para darle gusto”
se reinterpreta: el que paga escribe y actúa, el necio es
el idioma irrefutable y es algo más, es el placer de las
mayorías de sentir suyos los estilos creativos que se le
imponen.
A la religión o más estrictamente a las religiones
se les había atendido por lo general desde la perspectiva
del clericalismo o la de su adversario o enemigo: el anticlericalismo
(ahí sí no entiendo por qué me dicen “ya
no puedes ser tan anticlerical, eso es muy antiguo”, y los
que son clericales ¿son muy modernos? Me ha parecido como
inexplicable ese rechazo). Paulatinamente, las historias de las
religiones y la sociología de la religión, bajo la
vocación de Max Weber, orientan hacia lo ignorado-subestimado
los valores culturales de los creyentes, significado de la disidencia
religiosa; el sentido de las cofradías (hay trabajos muy
buenos sobre las cofradías de San Miguel Allende, por ejemplo);
el castigo corporal de la época contemporánea; las
nuevas visiones de la santidad (¿qué es ser santo
en nuestros días?, ¿hoy es posible ser santo cuando
ya la noción de martirio ha sido sustituida por las organizaciones
no gubernamentales?); el peso de instituciones como el catecismo
del padre Ripalda, la consecuencia del uso del término sectas;
la manera en la que se nacionalizan las disidencias religiosas y
así sucesivamente.
Cada vez esta movilización de lo religioso estimula el examen
de sus rasgos culturales. Por ejemplo, en Guadalajara, en la Iglesia
de la Luz del Mundo se han hecho ya tres libros, pero son demasiado
cuantitativos y no hay el mínimo de interpretación
exigible para que yo sienta que sea el campo disciplinario de estudios
culturales o no. Ahí hay una mirada indagadora y no simplemente
una aplicación de la encuesta tan distante que da igual.
¿Qué es lo específico de la cultura católica
hoy en día?, ¿qué es hoy el esoterismo? Uno
puede estar haciendo burla del esoterismo y en ese momento su interlocutor
le regala un libro, El código Darivera, donde prueba que
hay una conjura desde los aztecas a nuestros días para quedarse
con el gobierno a favor de Salinas.
Los jóvenes son una realidad, una de las más portentosas
industrias culturales, una mitología, una teología
laica de no más de medio siglo de vida, un dispositivo psicológico
que se divide en regiones y clases sociales, un variadísimo
repertorio de música, un principio de exclusión, en
ocasiones tan tajante como el clasismo. En los estudios culturales
–revisen por ejemplo los excelentes trabajos de Rossana Reguillo
y José Manuel Valenzuela–, los jóvenes son un
tema insoslayable, inventados, construidos, reconstruidos, realmente
existentes, pretexto para mínimas atenciones gubernamentales.
Un elemento tomado muy en cuenta por los estudios culturales es
el nuevo trato de la sexualidad. A las sociedades pudibundas a la
fuerza, remplazan las obstinadas en la franqueza, que van deshaciendo
la censura de la televisión y han vencido pródigamente
en el cine, el teatro y la literatura. Así, por ejemplo,
la antigua vulgaridad muy localizada en un puñado de expresiones
se vuelve indispensable en el habla pública y cambia de signo.
La erosión del control de la hipocresía y la implantación
de la sinceridad idiomática se vuelven la ostentación
de los saberes del habla. Y si las sensibilidades negadas o aludidas
eufemísticamente acceden a la superficie, se debe entre otras
cosas a la disminución de la vigencia del idioma que las
condenaba: “le grité maricón y no cayó
un rayo del cielo”.
Entre otras cosas, se vive en América Latina una suerte de
revolución semántica, donde el habla médica
y la emergencia de las palabras clave de la oscuridad vuelven invisible
lo antes sólo aludido con insultos, choteos y en silencio
como gueto. Estos comportamientos no existen, si no se mencionan.
Ahora, términos como perspectiva de género, sexopatía
y homofobia ejemplifican el paso de lo indecible a lo asimilado
por las nuevas costumbres.
Esto en la literatura produce otra etapa de perplejidad. Al derrumbarse
la censura, su último verdugo Internet, el tratamiento literario
de la sexualidad es ya indistinguible de lo producido en todas partes,
y suele convertir algunas conquistas de la libertad de expresión
en páramos de lugar común, al avanzar en la consignación
de la sexualidad con más rapidez la sociedad y las nuevas
costumbres, que el tratamiento literario convencional: “si
nadie se escandaliza hay que mudar de escándalo”. En
el habla coloquial, las nuevas malas palabras son aquellas que obligan
a ir a un diccionario: “habló de los estípites
y le recordé que había damas presentes”. Ahora,
si alguien dice: “me van a perdonar las señoras”,
la respuesta será: “vete con tu hipocresía machista
al carajo”.
No disminuye en lo mínimo, en este mundo examinado por los
estudios culturales, el papel central de la música como clave
del comportamiento. Cientos de miles quieren vivir literalmente
al ritmo de rock o de tecno cumbia (no sé qué es pensar
ponchi ponchi –bueno sí, he oído discursos–,
pero podría darse el caso). Si algún campo artístico
atrae a las mayorías es la música popular, y por música
popular entiendo a Mozart, Beethoven, el bolero, el hip hop o Philip
Glass. Con la disciplina tan basada en lo interdisciplinario, no
se puede improvisar porque el costo sería excesivo, se improvisa
el conocimiento de las disciplinas. Las ediciones exógenas
se dan en formaciones a medias que, al insistir en una sola vía
formativa, califican de exógeno todo lo no ahí presente.
Es lo que le ha pasado a muchas disciplinas, creo que muy particularmente
a la sociología; lo exógeno resultó demasiado
mal situado.
No se sabe ya bien a bien qué es la tradición, entre
otras cosas porque el control de la tradición ya no existe
como antes y cuando se amplía, no se sabe si se está
o no frente a la tradición. Aquí lo otro comienza
porque ya no se sabe bien qué es lo uno. Se modifica, pues,
de modo incesante el mapa de la psicología social y se desploman
un conjunto de inhibiciones y los dos tótems antes omnipresentes:
el miedo al qué dirán y el temor al ridículo.
Todo el siglo XIX y la primera mitad del XX se explican socialmente
por el miedo al qué dirán y el temor al ridículo.
Un ejemplo son los reality shows y los talk shows, cuyo poder de
convocatoria, al margen de la opinión que de ellos se tenga,
es notable. No es tanto lo que se dice de los 15 minutos de fama,
sino más bien cada persona propone su vida para telenovela,
cada uno sabe que su vida sería una gran telenovela, y el
género se vuelve fundamental para explicar un comportamiento
social más amplio. La telenovela como tal puede decaer, pero
el hecho de que cada quien sienta que su vida es material para una
telenovela va en ascenso.
Algunos de los temas que me han entusiasmado son el de la mujer
que engaña al marido y dice: “lo he engañado
porque no me he acostado con nadie”, ¿pero no se supone
que engañarlo es acostarse con alguien?, su respuesta es:
“eso es lo que él cree que voy a hacer, pero lo engaño”;
la madre apenada con sus vecinos porque de sus nueve hijos ninguno
es homosexual; el stripper que fue monaguillo y que por sentimiento
de culpa duerme con el abrigo puesto. Todos ellos se sienten en
rigor telenovelas a la espera de patrocinadores.
Todo se redefine y el primer examen a fondo se da en las fronteras
entre un género y otro y entre una disciplina y otra –estoy
hablando de los campos de humanidades y ciencias sociales–,
y se revisan también los grandes términos, nunca más
pasiones del comportamiento y obligaciones de la definición:
el nacionalismo; la identidad nacional, que ahora es uno de los
términos más sujetos a revisión; la pureza
del idioma (el lenguaje puro no existe a menos de que se trate de
un modelo de la autofagia verbal, un lenguaje que es tan puro que
se va devorando a sí mismo hasta que sólo queda una
palabra y el que la habla tiene que saber cuál es).
Si lo nuevo se acepta con rapidez y sumisión, ¿qué
es entonces lo nuevo? El tradicionalismo es siempre el círculo
donde se alojan las resistencias terminales. Diré una de
las frases más citadas y más difíciles de entender
con justeza, voy a citar a alguien sin el cual esta ponencia no
tendría nada que ver con estudios culturales, a Walter Benjamín,
quien afirma “todo documento de civilización es también
un documento de barbarie”. Esta sentencia debería estar
presente más para asimilarse que para comprenderse en el
frontispicio de los estudios culturales, sean estos lo que sean,
pues indican la frivolidad de aceptar sumisamente el estado de cosas,
porque a) está aceptado y b) es por naturaleza provisional.
El culto a lo efímero participa agudamente de la civilización
y de la barbarie. Son dos usos distintos, opuestos y complementarios
del término en las realidades de la globalización,
sin los usos distintos de la globalización. No se entienden
los estudios culturales ni como moda (entre una muerte y otra) ni
como sistema de iluminación de los parques temáticos
aún no reconocidos. Todo es mezcla, fusión, alianza
morganática entre la alta cultura y la cultura popular: Tonantzin
es el antecedente y la cómplice de Guadalupe.
La identidad nacional homogénea debió ser estudiada
en la Samoa por antropólogos clásicos como Franz Boas.
El discurso público que se dirige al auditorio de hace una
década, y que no ha tomado en cuenta lo diverso, se niega
a poner al día sus bases teóricas. Quedan siempre
los cánones sujetos a debates, modificaciones, subastas,
negociaciones, dinamitaciones verbales, homenajes que los embalsaman,
como si con frecuencia eso hiciera falta. Y un mérito, o
una zona muerta de los estudios culturales, es el énfasis
depositado en los nuevos cánones, en especial, los situados
cerca de las fronteras hoy tan móviles y mudables entre lo
público y lo privado.
La migración, otro gran espacio de los estudios culturales
(de hecho, estamos viviendo años donde la migración
y lo migratorio son fenómenos de primer orden, y no sólo
en el sentido de las remesas, que es la otra Secretaría de
Hacienda) y las mediaciones electrónicas son hoy dos fuerzas
notables en la producción de los cánones culturales
y en la determinación de la cultura y la educación
en esta etapa del siglo XXI. Si no se entiende lo que está
pasando con las comunidades hispanas en Estados Unidos, no se va
a entender lo que está pasando aquí, hay una integración
a la que todavía es muy difícil asomarse pero que
tiene una fuerza impresionante. Si en América Latina tiene
mucho más sentido hablar de la diversidad y del multiculturalismo,
la disolución cotidiana de las fronteras entre lo público
y lo privado le imprime a la investigación y a la reflexión
de las ciencias sociales y de las disciplinas del humanismo una
reorientación aún no vislumbrada en sus alcances.
Y repito, sean lo que sean los estudios culturales, definir es arrepentirse
a corto plazo. Una pregunta básica al respecto es la siguiente:
¿su objeto de estudio son las estructuras de poder o las
estructuras de la falta de poder? Las respuestas deberán
darse en público y en privado, si ahora es posible la localización
de estos espacios.
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