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José
María Espinasa (JME): Nos hemos reunido aquí para
reflexionar sobre dos temas: educación y democracia. Nos
acompaña Francisco Gil Villegas para dialogar contigo. Los
que hemos seguido tus libros a lo largo de ya varias décadas
pensaríamos que estas palabras no estaban del todo ligadas
en tu obra. En efecto, la democracia ha sido para ti una preocupación
desde el principio, pero la educación pienso que ha surgido
posteriormente. ¿Cómo la relacionas en tu obra?
Fernando
Savater (FS): Efectivamente, con los años me he ido preocupando
más y más por el tema de la educación. Hoy
te diría que antes que cualquier cosa, antes que escritor
o filósofo, me considero educador y pienso que mi faceta
de educador es la más importante, porque creo que es lo que
más urge, lo que es más necesario en este momento.
El mundo está lleno de grandes genios y sabios, pero faltan
maestros, y me parece que la educación debe ser algo primordial
en nuestros países.
Evidentemente, la inquietud por la educación es también
una preocupación por el asentamiento de la democracia. Los
enemigos de la democracia, es decir, el mayor problema que tiene
la democracia, es la conjugación de la miseria con la ignorancia,
esa miseria que es la propia ignorancia. No puede haber una auténtica
democracia si no hay personas capacitadas para manejarla de forma
crítica, para usar sus garantías, para utilizar sus
instituciones, para exigir de los gobernantes la limpieza y la adecuación
a sus funciones que naturalmente hay que pedirles. Entonces, la
educación es aquello que permite utilizar la democracia.
Si no tenemos educación es como entregarle a un analfabeto
una enciclopedia o entregar un ordenador extraordinario lleno de
prestaciones a alguien que no sabe manejarlo.
La democracia es algo que puede servir, es una herramienta social,
una herramienta política que puede ser muy útil, pero
exige una preparación, una formación, y esa formación
es la educación. Los griegos lo entendían así.
En la época clásica, para un griego, para un ateniense
de la época de Pericles evidentemente había una unión
entre democracia y paideia (educación). Naturalmente, allí
donde no había democracia, por ejemplo en la Persia del gran
Rey, donde los ciudadanos no tenían más que obedecer
y cada uno de ellos cumplir la función social que les estaba
determinada, no hacía falta educación. Los persas
simplemente tenían adiestramiento: se adiestraba al hijo
del comerciante para que fuera comerciante; al hijo del agricultor
para que siguiera siendo labrador; el hijo del guerrero aprendía
a manejar el arco y la flecha, además de montar a caballo;
los nobles aprendían a cazar y así sucesivamente.
No había verdadera educación porque los ciudadanos
no tenían una libertad social, no podían cambiar de
rango, no podían cambiar de actividad. Pero en Grecia sí,
pues se supone que ahí todos los ciudadanos libres podían
ocupar cualquier función y todos ellos eran gobernantes,
porque lo característico de una democracia es que todos somos
gobernantes, y hay que pensar que la educación de nuestras
sociedades es importante, ya que de cada uno de los ciudadanos depende
el gobierno de todos.
Por lo tanto, tenemos que preparar a cada ciudadano para que sea
capaz de responder a los retos y a los problemas que presenta un
gobierno de una sociedad moderna, y de tener un espíritu
capaz de razonar, de comprender las razones de otros.
Todo esto no es gratuito, es decir, la democracia no es un elemento
natural, es una obra de arte social, y hay que preparar a los ciudadanos
para que sean capaces de utilizarla. Por eso yo con el tiempo me
he ido convenciendo de que la función más útil
que uno puede hacer –o por lo menos la que yo creo poder hacer
un poquito mejor o menos mal que otras– es favorecer la educación
y ayudar a educar, y eso es algo que procuro en la medida de mis
fuerzas.
JME:
La democracia como una obra de arte social… en la obra de
Savater probablemente sea Ética para Amador, el momento en
que esto se hace más evidente como una voluntad de «pedagogía»
y aparece la palabra ética. Esto nos lleva al otro participante
en este diálogo, Francisco Gil Villegas, especialista en
estudios sobre ética, particularmente de ética weberiana,
a quien le paso la palabra para que continúe esta conversación
con Fernando Savater.
Francisco
Gil Villegas (FGV): Yo tengo la siguiente observación con
respecto a la enorme importancia que puede tener la educación
para un proceso democrático. ¿Qué es lo que
ocurre cuando un electorado está experimentando, quizá
no por primera vez pero sí de una manera inicial, toda una
serie de experiencias democráticas y resulta que la democracia
no es exactamente lo que se esperaba?
Se esperaba de la democracia no sólo una forma de selección
de gobernantes, sino también una posibilidad para resolver
todos los problemas más urgentes que puede tener una sociedad,
un electorado: cuestiones de desarrollo, de crecimiento económico,
de distribución social. Y resulta que el proceso democrático
aparentemente no puede resolver todos estos conflictos y surge una
especie de desencanto, es decir, “yo creía que la democracia
iba a solucionar este tipo de problemas, pero me ha decepcionado
porque estamos igual o peor que antes”.
Peor aún. ¿Qué ocurre cuando un gobierno negligente,
un gobierno que no está a la altura de las expectativas y
del cumplimento mismo del gobierno, le echa la culpa no a su propia
negligencia, sino a la democracia?, y dice: “Las cosas no
están saliendo bien porque así es la democracia. Váyanse
educando en el sentido de que ustedes no eligieron un rey ni un
dictador, eligieron un presidente que va a actuar de acuerdo con
tales circunstancias”. Entonces, la responsabilidad del mal
gobierno se le atribuye a las características mismas de la
democracia.
Creo que, en este sentido, la educación debe de cumplir un
papel fundamental para entender que, aunque no se agota en las elecciones,
es un medio, un instrumento para elegir buenos gobernantes, y es
el medio para sancionar a aquellos malos gobernantes que no han
cumplido con las promesas políticas, con los elementos que
han ofrecido para realizar una determinada gestión. Además,
la educación sirve para decirles que los males y las deficiencias
de un mal gobierno no son atribuidos a la democracia. Hay gobernantes
buenos y malos, eficientes e ineficientes, y en un proceso democrático
es posible que se elija a un gobernante que sea ineficiente y que,
entonces, para salvarse invente la coartada de que éstos
son los costos de la democracia, que las cosas no están funcionando
bien por culpa de la democracia y no por culpa de un mal gobierno.
JME:
Francisco ha situado el debate en una realidad más concreta,
en un hecho claro. Sin embrago, desde mi perspectiva como lector
de ambos –de Fernando y de Francisco–, me gustaría
saber cómo entienden ese proceso de educación, de
enseñanza en el que la M mayúscula de maestro la quieren
volver minúscula y convertir el proceso didáctico
precisamente democrático.
FS:
Me ha interesado mucho lo que ha dicho Francisco Gil, creo que es
una cosa muy importante. Efectivamente, la democracia –por
eso yo insistía– es una herramienta, es un instrumento.
En sí misma no es una panacea, no es un aparato que automáticamente
resuelva los problemas, depende de cómo se utilice. Lo único
bueno de la democracia es que puede corregir sus errores, que es
un mecanismo que ayuda a la corrección de equivocaciones,
pero no evita cometer equivocaciones, por eso son importantes los
mecanismos de salvaguardia y de control en una democracia. Si no
se pensara de esta manera, puede ocurrir lo que en aquella obra
teatral que luego también fue una obra cinematográfica
de Peter Weiss, llamada Marat Sade, y que en un momento determinado
presentaba una pieza teatral hecha por unos alienados bajo la dirección
del Marqués de Sade, en la que representaban la Revolución
Francesa. Aquí, Sade explicaba la decepción que la
Revolución Francesa había causado entre la mayoría
de la población y decía: “Antes de la revolución,
el pescador que nunca lograba atrapar ningún pez y que sólo
pescaba botas viejas en el río esperaba a que llegara la
revolución para lograr pescar peces estupendos; el poeta
que no se le ocurría ninguna buena rima y que sólo
hacía malos ripios esperaba convertirse, a partir de la revolución,
en un extraordinario genio, y el marido que tenía una mujer
gorda y bigotuda que no le gustaba esperaba que, a partir de dicho
evento, tuviese una mujer maravillosa y atractiva”. Pero llegó
la revolución y el mal pescador siguió pescando botas
viejas; el mal poeta no logró hacer un gran poema, y el marido
se encontró con su mujer con los rulos puestos igual que
todas las mañanas, entonces, todos dijeron: “Esta revolución
no vale la pena, la revolución nos ha traicionado, etcétera”.
Creo, en efecto, que la revolución en sí misma no
es un acto mágico. La democracia en sí misma tampoco
es ningún acto mágico, es un instrumento que se puede
utilizar de una manera o de otra. Por lo tanto, la preparación
del ciudadano tiene que ser también una preparación
para exigir las garantías de la democracia, porque la democracia
debe tener mecanismos de control, es decir, no hay garantía
de que no nos podremos equivocar al utilizar la democracia, pero
tiene que haber garantía de que podremos corregir nuestro
error, de que no tendremos que soportar inevitablemente los errores
sin control de manera impune. Entonces, creo que la educación
tiene que crear ciudadanos capaces de aceptar las reglas, pero también
de utilizar los mecanismos de control para que cuando las reglas
den un mal resultado o se elija a la persona, al método o
al sistema equivocados para resolver un problema, se puedan corregir
y utilizar de una manera más adecuada.
JME:
¿Hay en la educación una vocación de control
ideológica?
FGV:
Aquí hay algo muy interesante, porque Fernando Savater ha
señalado muy pertinentemente la identificación que
hacían los griegos entre la paideia y la política
en general. La paideia es una forma de educación política
y dentro de ésta hay una educación política
para la democracia. Sin embargo, hay filósofos contemporáneos,
como Karl Popper, que han dicho que el problema de la democracia
se ha entendido mal, porque desde Platón se plantea en la
filosofía política ¿quién debe mandar?,
y esa es quizá una mala formulación de la cuestión
fundamental que se remonta a los griegos.
Más bien, la pregunta fundamental que tenemos que hacernos
es ¿cómo podemos generar un mecanismo para podernos
liberar de malos gobernantes o para poder controlar a los gobernantes
buenos, incluso, mediante procesos que nos puedan ayudar a tratar
de resolver otros problemas, además de la selección
misma del gobernante? La cuestión es, sobre todo ¿cómo
podríamos, en un momento dado, generar las reglas para poder
cambiar un gobierno que ya no nos resulta satisfactorio y tratar
de elegir otro que sea más eficiente para las aspiraciones
a las que se pueda objetivamente llegar, pero controlado con otra
serie de elementos que forman parte del gobierno mismo?
La división de poderes es fundamental en este proceso. las
formas de diferencia de niveles regionales, municipales, estatales,
nacionales o federales, todo esto forma parte de los mecanismos
de control que se pueden tener para un gobernante. Pero lo más
importante es, sobre todo, estar conscientes de que la pregunta
que debemos formular con mayor precisión no es ¿quién
debe mandar?, sino ¿cómo podemos generar las reglas
para, en un momento determinado, poder cambiar ese gobierno, y cómo
podemos controlar incluso a gobernantes eficientes, para que la
eficiencia y los buenos resultados que han conseguido en una determinada
gestión no vayan a degenerar en un abuso? Estas son, pues,
las preguntas fundamentales que, según Popper, desde los
griegos estuvieron quizá ligeramente mal planteadas, por
lo que es necesario replantearlas de otra manera.
Con respecto a lo que se puede alcanzar con la democracia, hay que
estar conscientes de que hay que defenderla, pero no de una manera
absolutamente fundamentalista. Por ejemplo, Popper en su concepción
falsacionista de la ingeniería social y de los procesos democráticos
considera que ningún valor puede defenderse a ultranza sin
posibilidad de cuestionarlo en algún momento dado, precisamente
para perfeccionarlo. Savater ha dicho con mucha precisión
también que la ventaja que puede tener la forma de organización
democrática frente a otras es su posibilidad de perfectibilidad,
precisamente mediante el cuestionamiento que pueden hacer los propios
ciudadanos a deficiencias que se presenten en el desarrollo mismo
del proceso democrático, y eso quizá no lo tienen
otras formas de gobierno.
JME:
Como se habrán dado cuenta, Fernando y Francisco se han ido
más por el lado de la democracia, por el sentido de esa obra
de arte social. Quisiera regresarlos a la relación con la
educación. Fernando Savater nos hablaba de que la democracia
es un instrumento que no nos garantiza que no nos podamos equivocar;
tampoco la educación lo hace, pero nos da una posibilidad
mayor de no hacerlo, de relacionar la voluntad popular, la voluntad
de cada individuo, en esto que antes Fernando mencionaba del gobierno
en cada uno. Ahora vuelvo a preguntarle a Fernando: ¿cómo
es tu relación directa con la docencia, con tus clases, con
los libros que has escrito deliberadamente como una manera de educar?
FS:
Efectivamente, la educación –en ese sentido coincide
con la democracia– tampoco es una solución milagrosa,
universal, por medio de la cual todo se resuelve, ni es una panacea,
pero hay que recordar que en la solución de cualquier problema
hay una dimensión de educación. Es decir, probablemente,
la educación sola no puede resolver todos los problemas sociales,
pero ningún problema social se resuelve sin una parte de
ella. En la solución de todos los problemas hay un elemento
de educación: la posibilidad de hacer que la persona pueda
intervenir razonadamente, comprensivamente, en el proceso social.
Hay una frase que me impresionó de John Kenneth Galbraith,
el economista y sociólogo canadiense que siempre ha trabajado
en Cambridge. Galbraith, en uno de sus últimos libros escritos
ya desde la ancianidad y de la experiencia de una larga vida de
lucha por las reformas sociales y por la democracia, decía:
«Todas las sociedades, todas las democracias contemporáneas,
viven bajo el temor permanente a la influencia de los ignorantes».
Es decir, la influencia de los ignorantes es el gran temor de todas
las democracias, porque si éstos son mayoría, las
soluciones políticas están condenadas, los ignorantes
apoyarán las soluciones demagógicas, apoyarán
las falsas salidas brillantes que en el fondo benefician a unos
pocos y descartarán las verdaderas soluciones democráticas.
Pero a los que se refiere Galbraith no son ignorantes en el sentido
de que ignoren datos o de que no tengan conocimientos concretos;
por ejemplo, cuál es la capital de Honduras o dónde
esta situada Groenlandia. No, no es cuestión de ese tipo
de conocimientos, pues, en el fondo, todos naturalmente ignoramos
muchísimas más cosas de las que sabemos y eso es normal,
pero para eso están las enciclopedias, la Internet y todo
lo demás.
No, la verdadera ignorancia peligrosa que creo que es a la que Galbraith
se refiere es la ignorancia de quien no sabe hacer inteligibles
a los demás sus demandas sociales, quien es incapaz de comprender
las demandas sociales inteligibles que otros le hacen, quien es
incapaz de persuadir y de ser persuadido, de argumentar y de comprender
los argumentos que otros le expresan. La persona que es ignorante
en ese sentido, es decir, que no atiende razones porque es incapaz
de comprenderlas, que no puede dar razones que puedan ser persuasivas
para otros, que no es capaz de una expresión argumentada
ni de comprender un texto que vaya más allá de la
crónica deportiva de un periódico… esa persona
realmente es difícil que sirva para funcionar dentro de una
democracia, porque las democracias –se supone– funcionan
a base de que los ciudadanos nos escuchamos unos a otros, de que
podemos persuadirnos y podemos ser persuadidos –las dos cosas
son importantes–, así como ser capaces de razonar
y de someternos a argumentos.
Yo creo que parte de la educación democrática consiste
en crear caracteres capaces de recibir argumentos y de aceptarlos
sin sentirse humillados. No hay ninguna humillación para
sentirse doblegado por un argumento racional, al contrario, creo
que una persona debería sentirse orgullosa de cambiar de
opinión si es a través de razones, porque eso de alguna
forma realza el carácter racional de cada uno de nosotros.
Por tanto, eso hay que prepararlo.
Lo que he pretendido con mis libros, a partir de Ética para
Amador, Política para Amador, Las preguntas de la vida, es
que puedan ser leídos por adolescentes, por jóvenes,
por personas que no tengan una gran experiencia como lectores de
ensayo y que puedan acercarse a esos libros sin necesidad de un
tutor que esté encima de su hombro diciéndoles: «oye,
tienes que pensar esto o tienes que reflexionar esto otro».
Lo que he intentado a través de mis libros es que los lean
aquellos muchachos que pueden leer una historia de Stephen King
o un cuento de Harry Potter sin necesidad que nadie se los explique.
A mí me hubiera gustado también haber hecho ensayos
sobre estos temas que pudieran interesar a los jóvenes sin
necesidad de que nadie se los explique, es decir, que ellos pudieran
ahí encontrar argumentos y procesos mentales sin necesidad
de que estuvieran ligados a la academia y a los procesos de academia
regulares. No sé si lo he conseguido, pero creo que es algo
que he intentado y si no se ha conseguido todavía, habrá
que intentarlo de nuevo.
JME:
Cuando Fernando habla de los gobernantes sin educación, no
se refiere a los gobernantes de México, pero los retrata
muy bien. Francisco, ¿el hecho de educar sin la figura intermedia
del profesor está latente, por lo menos como figura arquetípica
de control ideológico?
FGV:
Esto es algo que se puede hacer de muy diversas maneras, pero me
parece que, además de lo que puede hacer un profesor –una
figura intermedia para transmitir valores democráticos, para
explicar cómo funcionan distintos sistemas democráticos
en distintas partes del mundo, para demostrar que históricamente
cuando se ataca a un parlamento y se le responsabiliza de los males
que se le presentan a una determinada forma de gobierno–,
hay formas que están reflejando con esto, quizá, a
los auténticos enemigos de la democracia.
Sin embargo, desde mi perspectiva, el punto más importante
que señalaba Fernando es la cuestión referida a cómo
tendríamos que estar todos educados para estar conscientes
de que nuestros puntos de vista pueden estar equivocados y pueden
ser modificados cuando alguien nos lo señala con una serie
de argumentos. Y, en esto, tendríamos que pensar no nada
más en el ciudadano común y corriente, sino sobre
todo en los gobernantes mismos, porque, por ejemplo, cuando una
sociedad expone ante las autoridades una serie de peticiones y dice:
“democráticamente les estamos solicitando que solucionen
un problema de inseguridad que estamos sufriendo, ya que ha crecido
el número de asaltos y la policía no nos está
vigilando; hagan algo, es un clamor democrático”, y
un gobernante contesta: “esto lo estoy interpretando como
una crítica a mi gobierno, como una especie de complot que
va en contra de lo que yo considero que debe ser el buen ejercicio
del gobierno como tal”, ahí tendríamos el caso
de un gobernante que no está aceptando la posibilidad de
que su propia versión interpretativa de las cosas esté
equivocada y no está admitiendo manifestaciones de miles
de ciudadanos que están indicando que hay una insatisfacción
por la manera en como se están atendiendo dichos problemas.
Y podríamos poner otros ejemplos de gobernantes que se enojan
por lo que publican a veces los periódicos, en lugar de considerar
que esas críticas que se presentan en un medio donde ya no
hay una medicación intermedia de un profesor, sino que es
algo que nosotros podemos asumir todos los días a través
de la lectura que hacemos de la prensa o de la información
de la radio y la televisión sobre distintos acontecimientos
políticos, sociales, económicos de nuestro país
y del resto del mundo, son señales de que quizá hay
que modificar el rumbo de una forma específica de interpretar
una acción política o una política social.
En ese sentido, nuestros gobernantes son los que requieren tener
una actitud abierta ante la posibilidad de la crítica, que
les sirva como una orientación, como un radar, para cambiar
sus propias actitudes, sobre todo cuando son demandas justas, naturales,
por parte de un conglomerado muy amplio del electorado. Si tenemos
una manifestación de 25 000 personas que dicen: “queremos
un mayor grado de seguridad”, y esa manifestación no
se hace con una consigna específica en contra de un gobernante
determinado, sino simplemente como una expresión colectiva,
en lugar de interpretarlo con una intencionalidad política
específica que va en contra de mi forma de gobierno, tendría
que verlo como una señal de que tengo que modificar. Ese
es el proceso democrático, atender este tipo de demandas
y no nada más aquellas que se consideren favorables para
la forma como estoy conduciendo mi gobierno.
JME:
No recordaré aquí a Althuser, afortunadamente ya bastante
olvidado, pero los aparatos ideológicos están ahí.
Sigo sin ver la diferencia cualitativa de esa educación en
relación con la democracia.
FS:
La educación, si es verdaderamente educación para
la democracia, tiene que ser educación para la crítica,
para el intercambio de opiniones. No puede ser una simple transmisión
dogmática de unas cuantas ideas. Creo que, evidentemente,
hay una serie de ideas básicas que sí se debe defender,
es decir, hay ideas referidas a los derechos humanos, a un conjunto
de valores fundamentales, pacíficos, de tolerancia, de igualdad,
de solidaridad, etcétera, y considero que un cierto componente
de intransigencia democrática debe existir en la educación.
La educación no puede ser simplemente decir a cada cual que
todo es válido; a veces se afirma que todas las ideas son
válidas y no es verdad, no todas son válidas ni todas
pueden ser transmitidas. Educar es seleccionar de la cultura aquellos
elementos que queremos ver perpetuarse, es decir, nosotros no educamos
transmitiendo cualquier contenido cultural, no enseñamos
cualquier idea, sino aquellos pensamientos y contenidos culturales
que creemos que son dignos de ser perpetuados, que consideramos
que son necesarios para la sociedad. Entonces, en primer lugar,
hay que establecer socialmente una reflexión en torno a cuáles
son esos contenidos que quieren transmitirse. No se puede decir
cualquier cosa, no se puede transmitir cualquier idea como si todas
fueran buenas –porque, por ejemplo, la antropofagia no es
una variedad gastronómica como las demás–
y hay que ser capaz de orientar la educación, porque ésta
es una orientación y una guía, eso solamente en los
principios más básicos.
En democracia, lo que también se tiene que transmitir es
la revocabilidad de las ideas, es decir, las ideas están
argumentadas, están sostenidas, pero en su plasmación
concreta social pueden ser revocadas, transformadas, reorientadas
en una línea o en otra. Las ideas religiosas, las ideas de
la conducta familiar, de las relaciones sexuales, etcétera,
han variado mucho con la historia; entonces, la posibilidad de que,
de acuerdo con un transcurso histórico, vaya transformándose
toda una serie de ideas o vaya debatiéndose quizá
la oportunidad de modificarlas, es algo que tiene que estar también
en la democracia. No puede transmitirse un contenido aferrado, acabado,
concluido, dogmático, sino una serie de bases firmes y sólidas,
a partir de las cuales se tiene que establecer una posibilidad de
crítica, de revocación y de introducción de
novedades. Me parece que ambas cosas son fundamentales en la educación
democrática: uno, el elemento fijo, el elemento que tenemos
que defender quizá con cierta intransigencia porque la propia
democracia depende de ello; y, dos, el elemento móvil, discutible,
abierto, innovador.
JME:
En varias ocasiones, en diferentes libros, Savater ha expresado
su admiración por el siglo XVIII, por un momento clave de
eso que podríamos llamar la enseñanza a lo largo de
la historia: el enciclopedismo, Diderot, D’Alembert…
¿Cómo relacionarías esto con la visión
protestante, la visión un poco más rígida de
ese sistema educativo y los dilemas que plantea?
FGV:
Ahí hay algo muy interesante, porque George Jellinek, un
jurista contemporáneo del sociólogo alemán
Max Weber, escribió un panfleto a finales del siglo XIX muy
importante, en el cual defendía básicamente la tesis
de que la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano
en Francia debía muchísimo más a las ideas
de la Reforma protestante que a las ideas de la Ilustración.
Y uno de los ejemplos que ponía es que esa declaración
tenía muchos aspectos que estaban inspirados en el Bill of
Rights de la Constitución de los Estados Unidos, que es muy
anterior –por lo menos 20 años– a la Toma de
la Bastilla. En ese sentido, ese escrito generó una gran
polémica entre eruditos franceses, alemanes y estadounidenses
con respecto a hasta qué punto realmente la Ilustración
era algo que había nacido sin raíces concretas en
su historia inmediata anterior, y hasta dónde se habían
perdido de vista todos esos valores que se pueden retrotraer a la
Reforma protestante, para entender de qué manera se reinterpretaron
en la modernidad las cuestiones del derecho natural y de los derechos
naturales e inalienables.
No obstante, un punto muy interesante en el estudio de la ética
protestante que Max Weber realizó con particular cuidado
era que él consideraba que uno de los elementos sustanciales
que debían tener gobernantes y ciudadanos era contar con
un determinado tipo de ética para la conducción política.
No una ética fundamentada en principios inconmovibles, incuestionables,
que no estuvieran sujetos a un proceso de crítica, pues para
la acción política es necesario, a veces, cuestionar
nuestros valores más fundamentales y poder preguntarnos si
estamos en lo correcto, en una defensa a ultranza hasta sus últimas
consecuencias de un valor que consideramos adecuado para un proceso
democrático.
Max Weber, cumpliendo esa función de mediador, como una especie
de profesor ante sus estudiantes, decía: «No me vengan
a pedir línea con respecto a lo que debemos hacer o qué
deben hacer ustedes frente a la conducción política
del momento, sino que debemos estar concientes de que tanto gobernantes
como gobernados deben tener un ética de responsabilidad».
Y ésta implica que tienen que calcularse las consecuencias
posibles de una acción cuando se va en una dirección
determinada. Por ejemplo, yo puedo decir que es fundamental defender
mi concepción de democracia, de igualdad, de justicia social,
incluso, al grado de irme a una guerra mundial para defender este
tipo de valores o de hacer una revolución internacional sin
que me importe cuántos vayan a morir en el proceso, porque
la meta final va a ser la auténtica democracia, la plena
conciliación de los últimos valores de libertad, igualdad,
justicia social… y si para eso es necesario irse a un proceso
violento en el que muchas personas van a morir antes de alcanzar
la meta, pues adelante.
Una ética de responsabilidad cuestionaría una defensa
a ultranza de esa concepción de democracia, de igualdad,
de justicia, porque, por un lado, no tenemos garantía absoluta
de que aquello que nosotros estamos considerando como nuestros valores
fundamentales vayan a ser reconocidos, por ejemplo, por próximas
generaciones; entonces, por qué sacrificar una o dos generaciones
en aras de alcanzar una meta determinada, si pudiéramos muy
bien estar equivocados con respecto a cómo estamos interpretando
ese tipo de valores. Por otro lado, una ética de responsabilidad
implica decir: “Momento, antes de tomar una decisión
radical, de emprender una invasión a otro país, de
asegurar que el otro debe aprender a ser democrático –y
para lo cual se debe imponer un sistema democrático, porque
ahí están ‘mis valores, están en el Bill
of rights de la Constitución de Estados Unidos’–
hay reflexionar, pues esos actos pueden tener una serie de consecuencias
sumamente negativas en lo que se refiere a costos humanos, tanto
de ciudadanos propios como de ciudadanos de otros países”.
Entonces, la posición de Weber era que hasta los valores
aparentemente más inconmovibles, como la democracia defendida
hasta sus últimas consecuencias, hay que sujetarlos a un
proceso crítico, hay que calcular las consecuencias que puede
traer una acción determinada. Incluso, decía: “Puedo
ser un admirador de todos aquellos que defienden a ultranza ciertos
valores y que señalan ‘mis principios no los conmuevo
ante nada, estoy dispuesto a morirme, a sacrificarme a mí
y a toda una comunidad en aras de defenderlos’; puedo admirar,
por ejemplo, a los pacifistas del sermón de la montaña
que defendían firmemente este tipo de valores, pero no me
gustaría que ellos condujeran el destino de mi politeia,
el destino de mi circunscripción política; preferiría
muchísimo más a un político educado en una
tradición de ética de responsabilidad consecuencialista,
y que esté dispuesto a sujetar su interpretación de
los valores últimos y a limitarse antes de emprender una
acción que implique el sacrificio de otra serie de individuos,
en aras de la defensa de un valor que no sabe si se está
interpretando correctamente”.
JME:
Hemos ido construyendo en este diálogo un rompecabezas de
opiniones, de ideas, una visión de lo que relaciona educación
con democracia. Creo que en este diálogo es cada vez más
claro que un requisito para la democracia es la educación
del ciudadano. A esa democracia, desde luego no infalible, también
hay que darle una segunda vuelta, y si se educa para la democracia
–democratizar para la educación–, es decir,
continuar con ese proceso crítico, esto tiene que ver más
con una actitud frente al mundo, frente al gobierno, frente a los
semejantes, frente al entorno.
FS:
Sí, podríamos hablar incluso de la educación
de un carácter, de un carácter no solamente en el
sentido emotivo, sino también intelectual, es decir, es una
disposición intelectual. Efectivamente, las personas ya de
cierta edad sabemos, por desgracia, por experiencia propia, que
de lo que a uno le han enseñado en la escuela se olvida casi
todo. Había un pensador español, Unamuno, que solía
decir: “Cultura es lo que le queda a uno cuando ya se le ha
olvidado todo lo demás”. Es verdad, educación
es lo que queda cuando ya se han olvidado todos esos detalles concretos,
que son importantes porque forman la mente, porque desarrollan la
capacidad de observación, la memoria. La memoria es muy importante
–a pesar de que ha habido escuelas pedagógicas ultra
radicales que la han descartado– y es fundamental en todo
conocimiento; de hecho, el propio lenguaje nos lo aprendemos de
memoria, o sea que sin ella obviamente no habría conocimiento
de ningún tipo. Pero es verdad también que las cosas
que se pueden buscar en enciclopedias o en Internet, es decir, los
datos concretos, sepamos dónde y cómo buscarlos, que
tengamos los instrumentos de investigación para que busquemos
las respuestas a preguntas concretas.
En cambio, lo que es imprescindible y que sí se debe formar
desde la más tierna infancia es la capacidad de argumentar,
de razonar, de comprender la ligazón que existe entre los
pensamientos y, sobre todo, en nuestra relación social con
los demás. Hay una forma de utilizar la razón, podemos
decir el uso meramente racional de la razón –por decirlo
de alguna manera reiterativa–, es la forma de relacionarnos
con los objetos, es decir, lo racional es saber qué y cómo
hay que tratar a los objetos, cómo hay que utilizarlos para
que cumplan los objetivos que nos proponemos para ello, qué
hay que hacer con un cuchillo, con un pico, ante una tempestad,
qué es lo que se hace ante las cosas. Somos, pues, racionales
cuando nos la sabemos arreglar bien con los objetos y eso es parte
de la educación.
Pero, luego, tenemos que saber cómo nos las arreglamos con
los sujetos, y ahí lo que cuenta no es lo racional, sino
lo razonable. Ser razonable es saber tratar con sujetos. A los sujetos
no se les puede tratar como si fueran objetos, por tanto, no basta
sólo con conocerlos ni con utilizarlos para nuestros fines;
lo razonable es saber que a nuestros fines hay que unir los de los
otros, que tenemos que ser capaces de persuadir, pero también
de incorporar las persuasiones de los otros.
Los objetos no tienen finalidad, sino una esencia, una forma de
ser, pero nosotros ponemos los objetivos, y cuando estamos tratando
con sujetos tenemos que incorporar también los objetivos
de los otros. No se puede tratar a los otros meramente como si fueran
objetos, de modo que hay que educar para lo racional, para el manejo
de los objetos, de los aparatos, de los conocimientos positivos,
pero también hay que educar para lo razonable, para el intercambio
dialógico con los sujetos, para el intercambio de razones,
para la cooperación, para la complicidad… Pienso que
estas dimensiones, la racional y la razonable, son los dos aspectos
fundamentales de la educación. Muchas veces se hace gran
hincapié en una formación excelente en el terreno
racional, en el campo de lo meramente objetivo, en utilizar objetos,
pero se descarta o se olvida toda la dimensión razonable,
la dimensión del trato con sujetos.
JME:
A lo mejor, en estas diferencias que estás planteando sobre
el sentido de la educación, habría que recordar que
alguien que sabe usar bien los cubiertos, hacerse bien el nudo de
la corbata o ceder la entrada a un lugar a las mujeres es calificado
como una persona bien educada. Sin embargo, desde luego, eso no
tendría que ver con ese concepto de educación; de
hecho, los jerarcas nazis eran muy bien educados. ¿Cómo
verías, Francisco, este sentido de la educación como
una educación para la argumentación, para la racionalidad
y el raciocinio?
FGV:
Fernando Savater nos lo ha planteado en términos muy claros
y adecuados; de hecho, es una idea filosófica compleja, pero
él nos lo ha explicado de una manera sencilla. Es, básicamente,
esta idea que proviene del filósofo Immanuel Kant de tratar
a los seres humanos no como medios instrumentales para la consecución
de otros objetivos determinados, sino como fines en sí mismos.
Y una regla fundamental de la ética, y no nada más
en la acción política, sino también en la cotidiana,
en la acción educativa de todos los días, es tratar
a los otros seres humanos, los otros agentes sociales, como fines
en sí mismos y estando conscientes de sus objetivos. Este
es un elemento fundamental de ética en la interacción
social.
Otro ejemplo de ética es cuando un profesor trata a cada
uno de sus estudiantes como un fin en sí mismo y no como
un objeto, no como una mera estadística, no como una serie
de cifras. El buen profesor es el que tiene que distinguir, asimismo,
la individualidad de cada uno de sus estudiantes y tratarlos como
fines en sí mismos. Lo mismo ocurre en el ámbito de
la política: los gobernantes tendrían que tratar a
sus gobernados como fines en sí mismos y no únicamente
como objetos para ganar una elección o para conseguir un
apoyo. Así que un elemento fundamental del proceso educativo,
y es lo que ha señalado Fernando Savater, es tratar a los
seres humanos como sujetos, como un fin en sí mismo y no
como un instrumento para la consecución de otro tipo de objetivos.
JME:
Ese rompecabezas del que hablaba antes se va construyendo en relación
con una capacidad de elección en el sentido político,
pero también en muchos otros sentidos: elegir una manera
de vivir, de pensar e, incluso, de equivocarse. Uno de los libros
que Fernando ha escrito al respecto es El valor de educar, en el
que dice que la elección sea consecuencia, fruto, parte,
proceso de esa educación.
FS:
Considero que la elección es nuestro principio. El principio
que nos define como especie, a diferencia de los animales, entre
otros seres vivos, es que no estamos totalmente programados por
la naturaleza. Los animales se equivocan muy pocas veces, cierto,
pero también tienen poca capacidad de variar lo que la naturaleza
ha decidido para ellos, es decir, saben hacer unas cuantas cosas
y las saben hacer bien, pero solamente ésas; sin embargo,
cuando cambian las circunstancias o cuando ellos necesitan aprender
cosas nuevas, no saben hacerlo y desaparecen. En cambio, los seres
humanos, que no tenemos fines específicos, podemos hacer
muchas cosas, la mayoría de ellas mal, equivocándonos,
a trompicones, pero tenemos una enorme capacidad de variación
de conductas. Los hombres podemos vivir en el hielo, en los desiertos,
en los lugares donde hay agua y en donde no la hay; hacemos muchas
cosas porque necesitamos elegir y estar permanentemente inventándonos
a nosotros mismos.
Digamos que los animales nacen ya hechos, ya programados por completo;
en cambio, los seres humanos estamos autoinventándonos constantemente,
en ese proceso que algunos con una palabra algo chocante han llamado
autopoiético, la dimensión autopoiética, autocreadora
de los seres humanos. Los seres humanos estamos hechos en parte
por la naturaleza, pero en una gran parte nos estamos haciendo constantemente.
De hecho, la educación es una posibilidad de continuar haciéndonos
como seres humanos.
Si comparan a un niño recién nacido con un chimpancé
recién nacido, lo que sorprende es lo hábil y despejado
que es el chimpancé; casi desde que nace, tiene mucha más
viveza y capacidad de reacción, mientras que un niño
recién nacido es prácticamente inerte y depende exclusivamente
de su madre y de los demás. Es decir, el niño parece
que nace demasiado pronto, que nace como prematuramente. Eso es
así, es una dimensión que los antropólogos
llaman neotenia. Nacemos demasiado pronto porque en realidad nacemos
dos veces: primero, del útero materno y la segunda vez, del
útero social. El segundo es el nacimiento dentro de la sociedad,
y la parte biológica es nuestro nacimiento materno, pero
una vez que hemos nacido, estamos dependiendo de la sociedad precisamente
por nuestro carácter inacabado: un niño necesita ser
social, no puede prescindir de la sociedad porque no puede valerse
por sí mismo. Por lo tanto, obligadamente, los seres humanos
tenemos que ser sociales, tenemos que aprender de los otros, aprender
símbolos y maneras. Todos manejamos un lenguaje que nos sirve
para hablar y pensar, y nadie inventó su propio lenguaje;
de hecho, la primera función social que recibimos de los
demás es el lenguaje.
Ahora bien, la dimensión de ese segundo nacimiento es la
educación, y ese segundo nacimiento es el que nos capacita
para ir inventando la vida: nuestra vida no está absolutamente
determinada, estamos obligados a elegir, aunque eso nos lleve a
una serie de errores. A veces, tenemos una cierta mitificación
de la libertad, hablamos de ella como si fuera algo extraordinario,
y en realidad es una dimensión necesaria de nuestra vida.
Somos libres porque no tenemos más remedio, porque tenemos
que inventar nuestra vida. Jean Paul Sartre decía que estamos
condenados a la libertad, estamos condenados a elegir. Tal vez sería
más cómodo que la naturaleza nos hubiera programado,
aunque sí hay muchas funciones que la naturaleza nos ha programado
y no tenemos que elegirlas y funcionan bastante bien; por ejemplo,
los seres humanos respiramos automáticamente, si tuviéramos
que hacerlo voluntariamente sería un engorro, afortunadamente
es un mecanismo biológico, al igual que el bombeo de sangre
del corazón.
Pero hay muchas otras dimensiones que tenemos que inventar, pues
no contamos con esos mecanismos automáticos de la naturaleza,
y para llevar a cabo esas invenciones necesitamos a los demás,
es decir, cada ser humano cuando nace no tiene que inventar toda
la vida humana, pues afortunadamente para él puede recibir
–por medio de la educación– la experiencia, la
memoria, los conocimientos de los seres humanos que han existido
antes, de tal modo que sus elecciones ya vengan apoyadas, realzadas
por toda esa experiencia humana anterior. De ahí la importancia
de ese segundo nacimiento social que es la educación, para
las invenciones posteriores que cada uno lleva a cabo con las elecciones
de su vida.
JME: Las palabras de Savater me recordaban, y creo que ahora viene
a cuento para señalar ese segundo nacimiento, una cosa que
leí recientemente sobre el origen de Max Aub, el escritor
transterrado, a quien le cuestionaban si era judío, francés,
valenciano, español o mexicano, pues había vivido
en una sucesión de exilios, y Max Aub, con gran finura, dijo:
“Uno es de donde estudió el bachillerato”. Creo
que esto tiene que ver con ese segundo nacimiento.
Ahora quisiera poner sobre la mesa, para entrar ya a la recta final
de este diálogo, un asunto que me parece importante sobre
todo en México: la función del Estado dentro de la
educación. En nuestro país, durante muchos años,
el Estado ha tenido una presencia muy fuerte dentro del aparato
educativo, con sus ventajas y desventajas, pero para hablar de esto
le cedo la palabra a Francisco.
FGV:
Muchas gracias. José María me deja una oportunidad
fantástica para decir que yo estudié el bachillerato
en el ilustre Instituto Veracruzano del Puerto de Veracruz, y me
siento muy orgulloso de decir “yo soy de ahí”.
Sobre las funciones del Estado dentro de los procesos educativos
y de socialización política, debo decir que esto es
muy importante, porque recientemente se han criticado ciertas acciones
que realizó el Estado mexicano en una época determinada
para crear lo que se llama «La historia de la raza de bronce»,
y ahí poner a los buenos y a los malos de la historia, además
de destacar que hubo súper héroes morales que nos
daban el ejemplo de las virtudes cívicas, tal es el caso
de Benito Juárez y de algunos otros. A su vez, nos presentaban
terribles villanos, como los españoles, como Hernán
Cortés, en este tipo de interpretaciones que se hicieron
con una visión muy maniquea del proceso de valores cívicos.
Sin embargo, en los últimos años –10 o 12, aproximadamente–,
se consideró necesario revisar toda esa forma de transmitir
los valores cívicos por parte del Estado mexicano. Se empezó
a hacer notar que aquellos héroes incólumes, ejemplares,
también tuvieron sus defectos y sus flaquezas. Hubo, incluso,
discusiones sobre si era conveniente hacer pública a grandes
auditorios, a grandes sectores sujetos a la educación, una
obra como la de Vicente Leñero, El martirio de Morelos, donde
se dice que Morelos fue apresado y torturado, pero al final traicionó
bajo tortura a algunos de sus seguidores. Y había quien opinaba
que, aunque hubiera sido cierto, nunca se debía decir eso
públicamente ni en obras de teatro, menos transmitirlo masivamente,
porque los héroes son los héroes y no se debe modificar
su posición ejemplar. Pero había otros que decían:
“Vamos a plantearlo así porque quizá hay algo
cuestionable en el hecho de que nosotros nos estemos adjudicando
la manera en que los que van a escuchar este tipo de interpretaciones
de la historia tienen que interpretarla. Dejemos un margen de libertad
a la posibilidad de interpretar”.
Entonces, creo que si sabemos y entendemos las razones específicas
por las cuales Morelos traicionó a sus lugartenientes, no
va a dejar de ser menos de lo que fue ni de sus sentimientos la
nación van a tener menos valor. Encontramos también
que don Benito Juárez no tenía una actitud muy democrática,
puesto que era muy mandón y autoritario, y tomó a
veces decisiones arbitrarias, pero esa información permanecía
oculta; por ejemplo, mandó a la cárcel de San Juan
de Ulúa a los jueces que le perdonaron la vida a Antonio
López de Santa Anna.
Ese tipo de cuestiones son importantes para ir modificando nuestra
interpretación en una dirección o en otra, y empezar
a ver que Agustín de Iturbide o que Maximiliano no hicieron
tan mal algunas cosas. De hecho, el mejor trazo que hay de una avenida
en México, del Paseo de la Reforma, lo hizo Maximiliano.
Y si hurgamos en la historia resulta que ciertos valores y símbolos
patrios fundamentales –como el himno, la bandera y la historia
oficial– los promovieron e hicieron algunos de esos personajes
que son considerados villanos. Incluso, don Porfirio Díaz,
quien fue calificado como villano, comienza a verse en un momento
determinado como algo positivo.
Todo eso lo pongo simplemente como ejemplo de la enorme importancia
que puede tener un Estado en la conducción de la educación
cívica, para decirnos cuáles son los valores fundamentales,
los valores democráticos, que muchas veces son transmitidos
en forma mítica, ya que es más fácil transmitir
un mito que una verdad histórica con todas sus dificultades.
Pero una responsabilidad de un Estado democrático es dejar
abierta la posibilidad de que surjan críticas, evitar que
exista un solo tipo de historia y que se permita cuestionar la manera
en que se han transmitido ciertos valores y ciertas virtudes democráticas,
con el fin de poderlas hacer más plurales y no condicionarlas
de acuerdo con un solo esquema de interpretación, porque
este esquema a la larga puede tener intenciones manipuladoras.
JME:
Fernando, tú estudiaste el bachillerato en la España
grande y fuerte por la gracia de Dios y de Francisco Franco. ¿Cómo
ves la intervención del Estado en la educación?
FS:
Me quedé muy preocupado por lo que dijiste, que uno es de
donde estudió su bachillerato, porque yo estudié la
mitad en San Sebastián y la otra mitad en Madrid; entonces,
cuál de las dos mitades es la que cuenta más para
decidir de dónde soy.
Retomando el otro tema, considero que el Estado debe garantizar
el debate social en torno a la educación, pero no debe tener
la pretensión de manejarlo de una manera definitiva; además,
debe garantizar los medios de la educación, una buena formación
de los maestros y que los trabajadores de la educación tengan
sueldos suficientes, tengan un número de alumnos conveniente
y tengan la posibilidad de reciclar periódicamente sus conocimientos.
Así que el Estado debe asegurar esa formación del
profesorado, dotar de centros adecuados, de instrumentos, de laboratorios
necesarios, y fundamentalmente lograr que la educación llegue
a todos, porque precisamente la gente que menos posibilidades tiene
de costearse una educación es la que más lo necesita.
Quien tiene la suerte de nacer en una familia pudiente, donde hay
libros, hay conversación, hay un clima cultural, probablemente
necesita educarse –todo el mundo debe hacerlo–, pero
ya tiene gran parte del camino recorrido. Sin embargo, muchas personas
en los grandes países nacen en circunstancias familiares
nada favorables en la cultura. En familias en que no hay aprecio
por los libros, por la música, por la conversación,
pero además existe un ambiente de discusión, hay niños
que sólo tienen a la sociedad para educarse; la sociedad
es la que debe responsabilizarse de su educación. Por lo
tanto, el Estado está para garantizar educación a
quien no se la va a poder costear por sí mismo. La educación
no puede ser un asunto sólo para los que la pueden pagar,
para los poderosos, tiene que ser algo que llegue a todo el mundo,
porque cuantas más dificultades tienes en tu familia y en
tu medio social, más necesidad tienes de educarte para salir
de él.
Muchas veces he dicho que la educación es el instrumento
para luchar contra la fatalidad social, contra esa fatalidad que
hace que el hijo del pobre siempre tenga que ser pobre, que el hijo
del ignorante siempre tenga que ser ignorante. La educación,
precisamente, lucha contra esto, produce un cambio y permite que
la fatalidad social se rompa, y eso es lo que el Estado tiene que
garantizar, que la educación llegue a todo el mundo, que
los profesionales de la educación estén tratados de
una manera digna, que tengan los elementos necesarios. Ya la dirección
ideológica creo que no corresponde exclusivamente al Estado,
aunque éste sí puede suscitar un debate social en
el que intervengan personas de la academia, profesionales estudiosos,
representantes de medios sociales importantes que orienten los elementos
culturales fundamentales que queremos transmitir.
No creo que el Estado, burocráticamente, deba decir quién
es bueno o quién es malo, porque esa es una cuestión
que varía con los tiempos, varía con las modas, y
que un último término es un maniqueísmo ingenuo,
porque sabemos que todas las situaciones sociales tienen aspectos
positivos y negativos, y lo importante es que sepamos cómo
vivir hacia el futuro y no que vivamos constantemente vengando los
agravios del pasado. No hay nada más erróneo que preparar
a la población para que luche constantemente en el siglo
XXI las batallas del siglo XVI o del XVII; las batallas que hay
que librar en el siglo XXI son las de esta centuria, aunque conocer
el pasado lo más adecuadamente posible nos ayudará.
Pero no son las batallas del pasado las que tenemos que librar ni
los agravios del pasado los que tenemos que vengar, y pienso que
el Estado también está un poco para recordar esto.
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