Julio-Septiembre 2005, Nueva época No. 91-93 Xalapa • Veracruz • México
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Pensar en una educación para la democracia
Salvador Martínez Licón

Ponencia presentada en la USBI Xalapa, durante las jornadas de la Feria Internacional del Libro Universitario.
 

Introducción
Winfried Böhm, un filósofo europeo, y Ernesto Schiefelbein, un investigador educativo latinoamericano, publicaron conjuntamente el año pasado un libro en el que invitan a los docentes a que antes de hacer educación, la piensen, es decir, les proponen un conjunto de actividades para que aclaren sus ideas y sus conceptos como una vía para mejorar su propia enseñanza.(1)

Quiero, pues, compartir algunas ideas que, parafraseando a estos autores, me permitieron pensar y “repensar” sobre el tema que nos congrega, el fortalecimiento de la democracia desde la educación, durante la reciente elaboración del Programa Estratégico de Educación Cívica 2005-2010 (PEEC) del Instituto Federal Electoral (IFE), en la que participé junto con otros colegas.(2) Considero que estas “reflexiones en voz alta” pueden resultar sugerentes también a ustedes, si están trabajando en el campo de la educación para la democracia o si, por otras razones, se interesan en ella.

Como ustedes saben, la formulación de una estrategia consiste básicamente en el planteamiento articulado de un conjunto de medios que se juzgan pertinentes para alcanzar ciertos fines. En el caso del PEEC, se trataba de articular las grandes intenciones y líneas a través de las cuales el IFE va a desempeñar su acción pública en el campo de la educación cívica en el periodo mencionado.(3)
Para cumplir el objetivo que nos fue encomendado, fue necesario adentrarse, durante un buen número de sesiones, en algunos asuntos de carácter teórico, contextual, pedagógico e institucional que me movieron a pensar en las relaciones entre democracia y educación y que me gustaría comentar con ustedes.

¿Educar para qué democracia?
Si bien es cierto que en nuestros días prácticamente casi nadie discute la pertinencia de impulsar acciones educativas para fortalecer la democracia, esto no significa que haya un consenso en torno a las mismas: el horizonte político, ético y pedagógico del que parten los diferentes programas existentes difiere significativamente, tanto por la multiplicidad de enfoques teóricos como de acentos prácticos.(4)

Fernando Bárcena, un pensador español preocupado por la educación política, plantea que “(...) tanto el concepto de democracia como la noción de ciudadanía e, incluso, el término educación son conceptos esencialmente contestables”. (5) Y uno de los aspectos que me parece más “contestable” o discutible en el conjunto de los horizontes antes mencionados, lo constituye el papel que juegan los ciudadanos en la construcción de la democracia y el rol que tiene la formación de los mismos para el ejercicio de sus derechos.

Federico Mayor, secretario de la UNESCO en la década pasada, comentaba que “(....) la democracia es una práctica: se inspira en valores que se pueden transmitir, pero es esencialmente un modo de acción. Se justifica en su aplicación; se legitima utilizándola” (6).

Desde mi punto de vista, una concepción del desarrollo de la democracia que no ponga en el centro al ciudadano y los aprendizajes que éste necesita para vivirla, no necesita formular ningún proyecto educativo –en todo caso puede necesitar uno propagandístico–, porque lo que la educación hace es trabajar con las personas para suscitar de manera intencionada ciertos aprendizajes que se juzgan relevantes tanto social como individualmente. En tal sentido, me parece un acierto del PEEC haber llegado a la formulación de que “sin ciudadanos en activo no hay democracia posible”(7).

Reconocerle al ciudadano esta calidad de actor o agente central en el desarrollo y consolidación de la democracia es muy importante para organismos como el IFE, que trabajan simultáneamente en otros frentes de perfeccionamiento democrático, como las instituciones y los procedimientos electorales, porque los recursos y esfuerzos tienden a concentrarse en esos aspectos.(8)

Otro de los problemas que tiene el diseño de programas educativos para el desarrollo de la democracia es el de ‘traducir’ adecuadamente a “equivalentes educativos” (es decir, a determinados aprendizajes que se requiere suscitar) las condiciones que la ciencia política actual juzga pertinentes para tal objetivo. En este sentido, también me pareció un acierto del PEEC que, al buscar trascender la definición meramente procedimental de democracia, así como la concepción sólo política de la ciudadanía, haya planteado asuntos que son centralmente educativos. Por ejemplo, al haber incorporado la dimensión deliberativa de la democracia, planteó la consecuente necesidad de aprender el ejercicio de la razón pública; al haber considerado el papel del capital social en el desarrollo de la democracia, planteó el aprendizaje de la confianza; al haber introducido el papel de las instituciones en la consolidación de la cultura democrática, planteó el aprendizaje del apego a la legalidad, etcétera.

Por otra parte, hay que recordar que en un programa educativo estratégico no basta definir ciertos conceptos teóricos, hay que diagnosticar también el entorno en que se va a trabajar, buscando los apoyos y obstáculos que pueden incidir en los propósitos establecidos.

El análisis de la información disponible nos mostró que existen varios factores contextuales que inciden en el conocimiento y la percepción de los ciudadanos, los cuales habría que tomar particularmente en cuenta a la hora de diseñar las acciones educativas. Por ejemplo, dado que se concluyó que “(...) los mexicanos no disfrutan de las mismas oportunidades para el ejercicio de sus derechos y de la ciudadanía”, se buscó impulsar un proyecto educativo diferenciado que permitiera atender en forma privilegiada a las personas que tienen más problemas para ejercer unos y otra.(9)

Dado que se arribó a la conclusión de que “(...) los problemas que enfrenta el país en materia de pobreza, corrupción e inseguridad influyen en una percepción ciudadana negativa en torno al desempeño de la democracia y sus instituciones, lo que genera desconfianza y, por ende, desinterés ciudadano por participar en el espacio público”, se planteó desarrollar acciones en el ámbito político-electoral y articularlas al ejercicio de otros derechos ciudadanos (los civiles y los sociales).(10)

En razón de que “(...) la desconfianza en general que muestran los ciudadanos hacia las instituciones tiende a aumentar, lo que dificulta los esfuerzos de construcción de una ciudadanía democrática”, se buscó articular los esfuerzos del IFE al desarrollo de la capacidad cívico-educativa de otras instituciones(11). Esta labor de contextualización, no obstante la gran dificultad que implica por la diversidad y los vacíos de las fuentes de información, es lo que permite, a final de cuentas, hacer un programa “a la medida” del entorno externo e interno de la institución que lo promueve.

Educar, ¿con qué enfoque pedagógico?
No se puede poner vino nuevo en odres viejos, de ahí que en la elaboración del PEEC surgiera la necesidad de buscar un abordaje pedagógico consecuente con el anterior enfoque. Por esa razón, así como en el plano teórico el Programa partió de que había que articular diferentes componentes de la democracia. En el plano pedagógico expresó que la misma atañe a tres ámbitos de contenido, que han de presentarse de manera integral y no uno a uno: “(...) el saber de la democracia, o los conocimientos, conceptos y teorías que fundan y significan la democracia; el saber hacer de la democracia, constituido por las competencias para llevar a cabo las prácticas sociales congruentes con la vida democrática, y el ser y convivir democrático, constituido por las actitudes personales y cotidianas congruentes con los principios de la democracia” (12).

Si comparamos este enfoque “práctico moral” con el antiguo civismo, marcadamente cognoscitivo que muchos de nosotros aprendimos, podremos apreciar la enorme distancia que media entre ambos. Aquí se trata de que los futuros ciudadanos –los niños y jóvenes– o los actuales –los adultos– aprendan simultáneamente con los contenidos de la democracia, valores y actitudes que les faciliten descubrir el sentido ético de la vida pública y que puedan desarrollar habilidades de participación que les permitan ejercer sus derechos y practicar sus convicciones y valores personales. Un enfoque como éste conecta adecuadamente los tres núcleos duros de contenidos de aprendizaje: el ético, el racional y el legal, que caracterizan, en un sentido amplio, a las propuestas educativas para el desarrollo de una ciudadanía de tipo democrático.(13)

Otra de las bondades pedagógicas del Programa es haber introducido el enfoque de desarrollo de competencias a la educación cívica que busca brindar el IFE. Según señala Silvia Conde, en el trabajo que sirvió como referencia para incorporar el concepto de competencia al Programa, esta noción “(...) alude a un saber hacer, a una capacidad para resolver problemas que se aplica de manera flexible y pertinente, adaptándose al contexto y a las demandas que plantean situaciones adversas” (14).

Tomando como base el estudio mencionado, el PEEC incorporó 14 competencias básicas para el ejercicio de la ciudadanía democrática, que son las siguientes:
· Autoconocimiento y autorregulación.
· Perspectiva social y búsqueda del bien común.
· Respeto a la diversidad.
· Conocimiento, respeto y ejercicio de los derechos humanos.
· Manejo y resolución de conflictos.
· Convivencia democrática.
· Diálogo.
· Toma de decisiones.
· Participación democrática.
· Participación en procesos electivos y de consulta democrática.
· Comprensión crítica.
· Respeto y valoración de la justicia y la legalidad.
· Comprensión de la democracia como forma de gobierno y como forma de vida.
· Ejercicio democrático de la autoridad y control ciudadano del poder. (15)

Este enfoque me parece especialmente útil para el propósito de la formación democrática, porque la competencia es un saber eminentemente práctico, pero que no se limita “(...) a los aspectos procedimentales del conocimiento, a la mera posesión de habilidades y destrezas, sino que va acompañada necesariamente de elementos teóricos y actitudinales, por lo que permite articular los tres campos del saber democrático, anteriormente mencionados(16).

¿A quién educar y junto con quién educar democráticamente?
Un programa es fundamentalmente un instrumento de planificación que sirve para guiar las acciones. Por eso, para ser “bueno”, tiene que ir más allá de señalar “deberes” y “posibilidades”. Si no indica claramente qué hay que hacer para cumplir con esos deberes y no expresa en términos de acuerdo social los compromisos que hay que establecer entre los diferentes actores para volver realidad las posibilidades, no es un buen programa. En este sentido, hay algunos valores en el capítulo de Estrategia del PEEC, que me gustaría comentar.

De los cinco objetivos generales que incorpora el programa, sólo los dos primeros tienen como destinatario directo a los ciudadanos; los otros tres tienen como público-objetivo no a los ciudadanos, sino a las organizaciones e instituciones –el IFE incluido– que desarrollan este tipo de educación. Esta concepción de dos grandes frentes estratégicos de trabajo, que significan por una parte educar a más ciudadanos y de mejor forma y por otra, desarrollar al IFE mismo y a las otras instituciones u organizaciones como mejores educadores, me parece un acierto.

En el campo de las líneas de acción esbozadas, me parece que también son aciertos dignos de mencionarse los siguientes:

1. Haber incluido, además de la tradicional formación para niños y jóvenes (a través de la incidencia en los currículos escolares de educación básica, media y superior), la educación para los ciudadanos en ejercicio pleno de sus derechos, que en el caso de nuestro país están constituidos por un padrón que linda en los 70 millones de personas mayores de 18 años, muchos de los cuales, por otra parte, no han tenido ningún acceso a la educación formal o bien no cursaron completa la educación básica.
2. Haber abierto una línea de trabajo con los ciudadanos que pertenecen a grupos que se encuentran en situación vulnerable para el ejercicio de sus derechos, porque revela la voluntad no sólo de actuar con una mayor eficacia, sino también con principios de equidad educativa.
3. Haber planteado objetivos de trabajo conjunto con otras organizaciones e instituciones como las agrupaciones políticas nacionales, los medios de comunicación y las organizaciones cívicas y sociales que promueven la defensa de los derechos ciudadanos, a fin de fortalecer el tejido social, puesto que también son agentes legítimos –y varios de ellos muy influyentes­– de la formación ciudadana y democrática.
5. Haber pensado en que se necesita contribuir a incrementar la capacidad cívico-educativa de las otras instituciones del Estado mexicano.
6. Haber pensado en que el conocimiento actual del campo de la educación cívica es deficitario y que, por lo tanto, el IFE tendría que generar investigación sobre el estado que guarda la ciudadanía y sobre las percepciones de la calidad de la democracia, así como investigar en general los sistemas, prácticas y procesos de formación cívica que están operando en el país.
7. Por último, haber planteado políticas para fortalecer la capacidad cívico-educativa del IFE, asumiendo que no sólo la Dirección de Educación Cívica, sino todo el IFE son los organismos que tienen la obligación de actuar como educador.
Como podrá haberse notado en los diferentes señalamientos y comentarios que he manifestado en el transcurso de la exposición, diseñar un programa para educar en la democracia u operarlo es una labor compleja en la que todos los implicados en la misma podemos y debemos ayudarnos a pensar y «repensar» cómo desarrollarla cada vez mejor.

Notas

1. Winfried Böhm y Ernesto Schiefelbein. Repensar la educación: diez preguntas para mejorar la docencia, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, 2004.
2. Instituto Federal Electoral, Programa Estratégico de Educación Cívica 2005-2010, IFE, México, 2005.
3. El Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (COFIPE) señala en su artículo 69, entre otros fines del Instituto, los de contribuir al desarrollo de una vida democrática, asegurar a los ciudadanos el ejercicio de los derechos político-electorales y vigilar el cumplimiento de sus obligaciones, así como llevar a cabo la promoción del voto y coadyuvar a la difusión de la cultura democrática.
4. Ver Patricia Schurmann, et al., El estado de la práctica de la educación cívica en México, CEE-IFE, 1998.
5. Fernando Bárcena, El oficio de la ciudadanía, Paidos, Barcelona, 1997, p. 87.
6. En Patrice Meyer-Bisch (coord.), Cultura democrática: un desafío para las escuelas, Ediciones UNESCO, París, 1995, p.5.
7. IFE, op. cit., p. 20.
8. Guillermo O’Donnell expone con gran tino esta concepción del ciudadano como un agente, es decir, “... alguien que está normalmente dotado de razón práctica y de autonomía suficiente para decidir qué tipo de vida quiere vivir, que tiene capacidad cognitiva para detectar razonablemente las opciones que se encuentran a su disposición y que se siente –y es interpretado/a por los demás como– responsable por los cursos de acción que elige”. En O’Donnell et al., Democracia, desarrollo humano y ciudadanía. PNUD-Homo Sapiens, Rosario, Argentina, 2003, p. 33.
9. IFE, op. cit., p. 54.
10. Ibidem.
11. Ibidem.
12. IFE, op. cit., p.58.
13. Ver Pedro Gerardo Rodríguez, La educación ciudadana. Estado del conocimiento, CEE-IFE, México, 1998, p. 78 y ss.
14. Silvia Conde, Educar para la democracia. La educación ciudadana basada en el desarrollo de competencias cívicas y éticas, Instituto Federal Electoral, México, 2004, p.115.
15. IFE, op. cit., p.60.
16. Conde, Op. cit., p. 115.