Gilberto Guevara Niebla, uno de los principales líderes del
movimiento estudiantil de 1968 y de los más prestigiados
expertos en educación del país, aclaró que
“la democracia no se hereda, se requiere de una educación
democrática y de una cultura política democrática
para aspirar a ella”.
Boaventura de Sousa, principal reformador de las ciencias sociales
y pionero del Foro Mundial Social, se refirió a su tesis
sobre la crisis que viven las ciencias sociales, las que han resultado
demasiado disciplinarias frente a problemas sociales más
bien integrales y han sido construidas con base en la noción
occidental del mundo, lo que las haría inútiles para
explicar la realidad del Tercer Mundo.
Durante su intervención también señaló
que es posible construir lo que denominó una etimología
del Sur que recupere los sistemas de organización y el conocimiento
denominados populares, los cuales han sido despreciados por la ciencia
porque se imaginan poco rigurosos, “lo que constituye un empobrecimiento
epistemológico del mundo”.
La democracia como la conocemos, comentó, es un concepto
hegemónico que no soluciona los problemas de los pueblos,
sino que más bien forma parte de sus problemas. No obstante,
aceptó que dentro del concepto de democracia existen valores
que vale la pena rescatar para hacer frente a sociedades que denominó
fascistas.
A debate, educación, política y democracia
Porfirio Muñoz Ledo, uno de los políticos clave en
la transición de nuestro país hacia la democracia,
señaló que, en términos de política,
México siempre ha creído en providencialismos y, dado
que heredó formas caudillistas del ejercicio del poder público,
la ciudadanía desatiende sus propios problemas y los deja
en manos del poder.
Dijo que después de 12 años de transición política
en el país, la alternancia en el poder no es del todo real;
se ha tratado de un proceso que explicó con la popular locución
“quítate tú pa’ ponerme yo”. Al
existir demasiados niveles de representación en las estructuras
de Gobierno, a lo que se refirió como una comitocracia o
el mandato de los comités, “la representatividad se
ha convertido en un gran laberinto donde se pierde la presencia
ciudadana”.
América Latina, dijo, padece de una ciudadanía de
muy baja intensidad, tanto en términos políticos y
civiles como económicos. “La ciudadanía vota,
se va y se le vuelve a ver hasta la próxima elección.
Se odia al presidente que se va con una intensidad que sólo
corresponde a la fe que se le tiene al nuevo candidato, y eso es
síntoma de una sociedad primitiva. No se exigen los derechos
ni se cumplen las obligaciones, además de que la ciudadanía
participa escasamente en el desarrollo de sus comunidades, y la
desigualdad que se origina crea un sentimiento de no pertenencia
a la sociedad”.
No obstante, propuso claves para aumentar la participación
ciudadana en un régimen democrático: modificar el
régimen político, cambiar el sistema de representatividad,
lo que implica democratizar los partidos y transformar el sistema
electoral; establecer esquemas de democracia directa e indirecta
mediante plebiscitos y referendos, que permitan a la sociedad intervenir
en la toma de decisiones; ciudadanizar las instituciones, fortalecer
los poderes municipales y enfocar las reformas del Estado desde
una perspectiva local; revisar profundamente el esquema educativo
del país, y regular a los medios, a los que calificó
como «la calamidad pública”.
Felipe Hevia, investigador del Centro de Investigaciones y Estudios
Superiores en Antropología Social, habló sobre los
mecanismos de democracia directa que están considerados en
el 90 por ciento de las constituciones de América Latina
–exceptuando la de México–, como el referéndum,
el plebiscito, la revocación de mandato, entre otros, mecanismos
que están claramente subutilizados y que surgen en los países
no como una consecuencia de estabilidad política, sino más
bien como una reacción ante la falta de estabilidad y la
necesidad de involucrar de alguna manera a la sociedad en el ámbito
político.
Para Mauricio Merino Huerta, ex consejero del IFE, la participación
ciudadana y las políticas públicas deben estar claramente
conectadas para poder consolidar los procesos democráticos
de los países latinoamericanos. “Está más
que claro que los gobiernos no pueden resolver todos los problemas
y que la agenda pública no puede ser decisión unilateral
de la autoridad; las soluciones deben partir de definiciones de
los problemas y éstas deben ser hechas de acuerdo con sus
causas y planteadas como cursos de acción que buscan resultados,
y todo este proceso debe, en el peor de los casos, ser vigilado
o supervisado por la sociedad”.
Ernesto Isunza Vera ofreció cuatro argumentos que hacen prácticamente
irrebatible la conveniencia de que la participación ciudadana
sea permanente: hace eficientes las políticas públicas,
exige la transparencia de lo público, controla a los servidores
públicos y complementa al sistema político representativo.
Y es que “la añeja pregunta socrática de quién
debe ejercer el poder, tiene dos respuestas posibles: quienes sepan
mejor y quienes experimenten sus efectos, por lo que en las sociedades
complejas, como en las que vivimos, la decisión de a qué
puerto debe dirigirse la nave debe ser de los pasajeros, no del
capitán ni de la tripulación”.
Aldo Panfichi, profesor de la Universidad Católica de Perú.,
dio cuenta de la desconfianza que despiertan los partidos y líderes
políticos de AL, hecho que ha desatado un divorcio entre
los ciudadanos comunes y las redes partidarias de representación
política, al tiempo que debilita la democracia. En una sociedad
civil fragmentada por la violencia política y el autoritarismo
neoliberal, la gente ha visto que poco a poco se van debilitando
sus formas tradicionales de organización y ha formado otras
nuevas, con intereses y demandas sectoriales que, hasta el momento,
no han podido ser representadas políticamente por los partidos
y el Estado de manera regular. La crisis ocurre, precisamente, cuando
las redes de representación de los partidos no pueden canalizar
políticamente estas nuevas organizaciones de intereses sectoriales.
Según Raúl Trejo Delarbre, quien envió el texto
de su conferencia, ni la Internet ni cualquier otro desarrollo tecnológico
cambiarán solos los rezagos que padece la sociedad, por mucho
que se quiera ubicar a la sociedad de la información como
sustento de aspiraciones relacionadas con la equidad y la justicia
social. Y es que referirse a la sociedad de la información
implica el reconocimiento de las numerosas desigualdades que existen
no sólo en el acceso, sino además en la calidad de
los contenidos que la gente, de acuerdo con sus circunstancias,
puede contemplar, gestionar o colocar en la red de redes.
Para el autor de Mediocracia sin mediaciones, la sociedad de la
información existe gracias al desarrollo tecnológico
en el cual se sustenta, pero, además, se le confieren connotaciones
libertarias e igualitarias. No podría ser de otra manera
si a la Internet se le relaciona con la democracia –aunque
la red no sea una garantía para lograrla–, y de esa
identificación entre Internet y causas sociales y políticamente
reivindicables resultan puntualizaciones como las que sugieren que
no se puede concebir una sociedad de la información sin libertad
de expresión.
Esteban Krotz aseguró que humanizar las sociedades, como
respuesta a los mercados fuera de control que rigen la vida social,
así como confrontar el discurso que anunció el fin
de las utopías, las ideologías, los metarrelatos y
la historia son los retos de las ciencias sociales en las universidades.
La historia reciente se refiere a las utopías como contrarias
a la razón e, incluso, se ha registrado un cambio en el vocabulario:
“Donde antes se decía pueblo hoy se dice sociedad civil,
dominación se cambió por exclusión, desigualdad
por diferencia, lucha de clases por diversidad, revolución
por democracia, y a este nuevo imperialismo se le llama globalización”.
Sin embargo, en las universidades, “las ciencias sociales
podrían descubrir de nuevo las utopías, y que la razón
utópica refuerza la noción de que nada está
terminado del todo”.
Alberto Olvera señaló que, en muchos casos, las universidades
públicas y el sistema educativo han fallado en la aportación
a la democracia, “porque no están generando el conocimiento
necesario para garantizar que los ciudadanos participen y controlen
el poder”, y que procesos de simulación han afectado
el desempeño de las ciencias sociales en las instituciones
de educación superior.
Fortalecimiento de la democracia desde la educación
Los mayores problemas que enfrenta la democracia son la ignorancia
y la miseria, sus peores enemigos, pues no es posible la democracia
sin ciudadanos capaces de entender y valerse de sus instituciones,
derechos y obligaciones, aseveró el filósofo y escritor
español Fernando Savater durante el diálogo Fortalecimiento
de la democracia desde la educación, que sostuvo en una videoconferencia
desde Madrid con Francisco Gil Villegas, especialista en Ética
de El Colegio de México.
Sólo la educación permite conformar la democracia.
“La democracia exige preparación. En ella todos somos
gobernantes, de cada uno de los ciudadanos depende el gobierno de
todos. Se necesita, pues, de la educación porque la democracia
no es algo natural, sino una obra de arte social”. Advirtió
que la democracia es apenas una herramienta para la convivencia
social y no la panacea que resuelve automáticamente todos
los problemas. “Tampoco la educación es la solución
milagrosa, no todos nuestros problemas se resuelven con ella, aunque
en la solución de cualquier problema hay un elemento de educación”.
El mayor miedo de la democracia, agregó, es la influencia
de los ignorantes. “Pero la ignorancia peligrosa es la de
las personas incapaces de hacer inteligibles sus demandas, de argumentar,
de comprender a los demás. Las democracias funcionan cuando
los ciudadanos se escuchan unos a otros y entonces la educación
lo que debe generar son personas capaces de aceptar las razones
de los demás, sin sentirse humillados frente a la razón
del otro”.
Francisco Gil Villegas llamó a no defender la democracia
de manera fundamentalista, sino a educar para comprender que la
democracia supone derechos, pero también obligaciones, y
señaló que gobernantes y gobernados deben tener una
“ética de la responsabilidad”. La educación
debe enseñar a tratar a los seres humanos no como un medio,
sino como un fin en sí mismos, y a ejercer la ética
de manera cotidiana y en todos los ámbitos, no sólo
en el político.
Teresa González Luna Corvera, consejera del IFE, se refirió
a la educación como un hecho político que puede contribuir
a la transformación social y cultural y que, como proceso
dinámico, desborda los límites de los aprendizajes
formales para vincularse con la realidad social y política,
con una intencionalidad transformadora. Es indispensable impulsar
estrategias de educación cívica basadas en el desarrollo
de competencias y de capacidades de los ciudadanos, para actuar
en el contexto de una esfera pública plural. Por lo menos,
una de las estrategias debe estar enfocada a promover y construir
condiciones que alienten y favorezcan una participación ciudadana
intensa, responsable, informada y crítica en torno a los
asuntos de interés público.
Reflexiones sobre la cultura en México
Ante la imposibilidad de definir la cultura como un objeto de estudio,
es en los productos que genera su análisis donde radica el
valor de los estudios culturales, aseguró Carlos Monsiváis,
al abrir los trabajos del coloquio Reflexiones sobre la cultura
en México. El autor de Los rituales del caos conversó
sobre la necesidad de partir, para este tipo de estudios, de una
intuición compartida acerca de lo que es la cultura, porque
de otra manera «sería imposible salir de una espiral
donde la búsqueda de definiciones anula las experiencias
concretas». Y es que “¿quién, con espíritu
de veracidad, localiza hoy el presente?, ¿quién señala
con cierta precisión lo que es cultura?, ¿quién
distingue entre los practicantes de la teoría crítica
y los practicantes de estudios culturales?..”
Ante la necesidad de hacer una reflexión académica
en torno a la cultura, Monsiváis señaló que
el tema planteado empieza a tener fuerza en la vida académica
latinoamericana, aunque una fuerza mediada por la crítica
de estudios culturales. “Hasta hoy, los estudios culturales
son lo que cada uno decide que sean”, y en este escenario
hay una serie de temas obligados, como las migraciones culturales,
la desaparición de un gran número de fronteras, las
definiciones de cultura, el avasallamiento mediático, el
género, la clase social y la raza; la modernidad y la posmodernidad.
Manuel Valenzuela, investigador de El Colegio de la Frontera Norte,
destacó los problemas que provocan los desplazamientos que
han marcado al siglo XXI. Frente a escenarios de pobreza y falta
de opciones de trabajo, un alto número de personas deja sus
lugares de origen y busca mejores condiciones de vida en otros,
pues en esos sitios existen posibilidades de alcanzar, cuando menos,
un ingreso suficiente para mantener a la familia.
Sin embargo, estos despla-zamientos generan una de las formas más
extremas de vulnerabilidad social: “Los inmigrantes son sobreexplotados
en Estados Unidos o en Europa, reciben pagos inferiores a los que
perciben otros trabajadores, viven en condiciones de indefensión
social y riesgo de deportación, pagan impuestos sin recibir
servicios sociales y están expuestos al racismo o la discriminación”.
Valenzuela agregó que si las propias condiciones de pobreza
están definiendo la expulsión de los ciudadanos, los
estados latinoamericanos deben replantearse sus proyectos de nación,
que no evadan los desplazamientos trasnacionales restándoles
importancia como fenómenos socioculturales, sino incorporando
sus necesidades a las del resto de los países.
Rossana Reguillo Cruz, investigadora del Instituto Tecnológico
de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), dio cuenta de tres
temas fundamentales en las sociedades latinoamericanas: la pobreza
extrema, la cual arroja a 210 millones de personas que podrían
ser un ejército inagotable para el narcotráfico y
la delincuencia organizada; la pérdida de sentido social,
provocada por el evidente declive de instituciones en América
Latina como la familia, la escuela, los partidos políticos
y el Gobierno, que ya no pueden garantizar el acceso a servicios
de salud, de educación y de seguridad; y la violencia, fenómeno
funda-mentalmente apoyado por los medios de comunicación
y en torno al cual giran tres ideas fundamentales: la violencia
es externa y artificial; el paramilitarismo o la idea de la defensa
de la violencia con más violencia, y la idea de una utopía,
un lugar en el que vamos a estar a salvo de la violencia.
Las letras y los libros
Numerosos fueron los temas y los estudios incluidos en las diversas
publicaciones presentadas durante la FILU. Disciplinas y ciencias
como la educación, la política, la democracia, la
historia, la economía, la sociología, la filosofía,
la literatura y otras artes fueron tratadas por escritores y especialistas,
quienes acompañaron a los autores de los libros que se dieron
a conocer a lo largo del evento.
La Editorial de la UV presentó: Cuentos, de Heimito von Dorer,
autor alemán que fue dado a conocer en nuestro país
gracias a la traducción de Javier García-Galiano;
Decir la verdad sobre el imperialismo, conversación con Noam
Chomsky, de David Barsamian; La pena de prisión (teoría
y prevención), de Ana Gamboa Trejo; Personería, de
José de la Colina; Discanto, serie recopilada por Ricardo
Miranda; El marimbol, de Octavio Rebolledo; Brújulario, de
Godofredo Olivares, y Éste era un gato, de Luis Arturo Ramos.
Además, Evaluación de la calidad y cantidad del desempeño
de los docentes de la UV, de Marco Wilfredo Salas; Los desafíos
de la globalización en México, de Rey Acosta Barradas;
Imagen y pensamiento en El Tajín, de Sara Ladrón de
Guevara; Comunicación y relaciones humanas, de Roberto de
Gasperín, y Ejido, caña y café. Política
y cultura campesina en el centro de Veracruz, de Cristina Núñez.
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