Julio-Septiembre 2005, Nueva época No. 91-93 Xalapa • Veracruz • México
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Los medios de comunicación contribuyen a la fabricación social del miedo: Reguillo
Juan Carlos Plata

Aquel que controle los miedos y contenga las esperanzas dominará el proyecto social del siglo XXI, es la hipótesis del estudio sobre la construcción social del miedo que concluyó recientemente Rossana Reguillo, maestra en Comunicación y doctora en Estudios Latinoamericanos, quien expone de manera general este fenómeno que provoca en las sociedades latinoamericanas un atrincheramiento cotidiano cada vez más grave.
 

Con los medios de comunicación masiva –principalmente la televisión­– que exponen sistemáticamente fragmentos de la realidad que tienen que ver con violencia, narcotráfico, migración, al tiempo que niegan espacios para la reflexión crítica, las sociedades latinoamericanas se encuentran empantanadas en una lógica de fatalidad, provocada por el neoliberalismo predador que les ha sido impuesto y que ha sitiado las identidades locales a favor de una homogenización.

En este contexto, las identidades nacionales se encuentran sitiadas por una invasión ideológica apoyada por las industrias transnacionales y estigmatizadas por el ideario colectivo mundial, que identifica sistemáticamente a los países con lacras sociales: a Colombia con el narcotráfico y la violencia, a México con la corrupción, a Argentina con la pobreza.

Con el miedo social o la histeria colectiva, promovidos desde las elites de poder económico, social y religioso trabajando para revertir los procesos democráticos en los países latinoamericanos, es necesario que se busque la manera de colocar –incluso dentro de los propios intereses de esas elites– contrarrelatos que equilibren la situación mediática.

Por otro lado, la aparición oportunista del pensamiento fácil representado por los chamanes de la autoayuda, en respuesta a estos miedos, está produciendo un proceso de desocialización e inhibiendo la participación ciudadana en procesos sociales.

Rossana Reguillo, profesora investigadora del departamento de Estudios Socioculturales del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), en Guadalajara; titular de la cátedra UNESCO de Comunicación, y quien actualmente trabaja sobre juventud, culturas urbanas, comunicación y medios masivos, con especial interés en la relación cultural entre la comunicación y los derechos humanos, analiza esta situación, cuya solución sólo es posible mediante la ciudadanización de los medios y la participación más activa de la gente en los procesos sociales.

Con los países latinoamericanos prácticamente invadidos por la cultura estadounidense, además de la estigmatización que sufren varias naciones –Colombia con violencia, México con corrupción, Argentina con pobreza–, hay una idea de que en América Latina (AL) no se puede vivir. ¿Cuál podría ser la identidad cultural de Latinoamérica?
En primer lugar, para plantearla tienes que imaginarte que una identidad no es un contenido homogéneo, no es estático, siempre se está renovando y reinventando, y está hecho de muchos rasgos que tienen que ver con referentes de identificación de la gente, con un lenguaje compartido, con una memoria. Por tanto, más que pensar en términos de una identidad latinoamericana, yo hablaría de un patrimonio simbólico latinoamericano, de una memoria latinoamericana muy rica, muy diversa y, fundamentalmente, de un proyecto y un horizonte imaginado de futuro.

En ese contexto, el hecho de estereotipar y estigmatizar la América Latina ha sido un proceso de doble sentido: por un lado, se tiende a pensar que AL es una región continua y homogénea, lo cual es un absurdo (por ejemplo, cuando fui a impartir una conferencia en Europa, se me acercó un colega noruego muy bien intencionado que me dijo: “tengo un conocido en Venezuela, ¿ lo conocerás?”, y le contesté que yo vivía en México; esto me lleva a pensar que no hay ni siquiera un lugar geográfico en la cultura metropolitana); por otro lado, cuando esta generalización de estereotipos sobre América Latina no se puede sostener más, se generan los estereotipos particulares y localistas, como Colombia igual a violencia, México igual a corrupción y narcotráfico, Argentina igual a pobreza, Bolivia igual a miseria y atraso, etcétera.

En este sentido, considero que uno de los desafíos fundamentales para AL es encontrar un espacio en la conversación global, que permita afirmar dicha memoria –patrimonio simbólico– y el proyecto político de futuro de una manera más critica, más democrática, que incluya en este debate a las poblaciones y a los ciudadanos de los distintos países, porque parte del problema de la construcción de la identidad estriba en que se hace por la vía de la folclorización de nuestras identidades. Y es que uno no puede combatir la imagen de la corrupción y del México pobre a través de la música autóctona, del traje de charro o de la figura emblemática de cualquier cosa; creo que para ello debe haber un proyecto político de mucha mayor densidad y envergadura. En este sentido, pienso que están pasando cosas interesantes.

Los ciudadanos latinoamericanos sufren esa estigmatización por parte de los habitantes de otros continentes, pero además en sus propios países se dan estos fenómenos: hay racismo, hay segregación, hay exclusión. ¿Esto afecta también a la identidad?
Claro que sí, pero esto no lo puedes pensar sin vincularlo con los problemas del poder; muchas de estas construcciones imaginarias, de estas etiquetas de lo peligroso, lo marginal, lo desechable, lo terrible, lo enfermo, etcétera, han sido edificadas y codificadas de la mano de un proyecto de matriz civilizadora, eurocéntrica, blanca, masculina, y lo que ha generado en los países es una especie de efecto matruska: el proceso de estigmatización que sufren los latinoamericanos en Estados Unidos es el mismo tipo de mecanismo de poder que se fija sobre ciertos actores sociales desprotegidos, excluidos, en el interior de las sociedades nacionales. Y en esta fabricación de enemigos, o en esta construcción de coartadas para justificar la discriminación y la exclusión, cierto tipo de joven popular juega un papel fundamental de chivo expiatorio. Pero esto es un efecto de boomerang que hoy se radicaliza con los medios de comunicación.

Su estudio sobre la construcción social del miedo se basa en la hipótesis de que quien logre apropiarse de los miedos de la sociedad será quien podrá definir el proyecto para el siglo XXI. En vista de los últimos acontecimientos, parece ser que esos miedos ya tienen dueño. ¿Cuál es su opinión al respecto?
Sí, pero se están redefiniendo cosas. Cuando empecé a hacer esta investigación, que está recién concluida, no era del todo claro cómo se iba a configurar la apropiación autoritaria de los miedos sociales; sin embargo, el 11 de septiembre de 2001 fue un hito, una definición muy fuerte que indicó precisamente que este proyecto del miedo iba teniendo cada vez dueños más claros, y estamos hablando, en primer lugar, de un poder imperial que no se agota en la concepción de los Estados Unidos y George Bush, dado que es una urdimbre mucho más perversa, es un asunto, es una lógica, es una forma de configuración que está adquiriendo proporciones muy alarmantes en la región latinoamericana. Lo que está pasando en El Salvador, Guatemala y Honduras, a propósito de los Maras, utilizadas como recurso retórico, sin quitarle ni un ápice a la violencia real que estos grupos pueden estar conteniendo, es terrorismo psicológico de Estado para controlar las urnas, los procesos electorales, la economía.

Sin embargo, cuando empecé a realizar este trabajo, entre 1997 y 1998, decía que se estaba dibujando la vía del miedo, pero no había aparecido tan claramente, sino sólo de manera muy juguetona, el contrarrelato que es el de la esperanza, así que ahora reformulo: quien controle los miedos y logre contener las esperanzas, será quien domine el proyecto social del siglo XXI.

Aquí están pasando cosas muy fuertes: por un lado, este proyecto autoritario del miedo, representado por la figura del imperio, del Estado en los gobiernos nacionales, no es suficientemente poderoso para generar la alternativa de respuesta, es decir, para generar la esperanza. Entonces no pueden controlar un proyecto nada más en función del miedo, tienen que proporcionar las salidas. Por ello, el proyecto se está viendo fisurado, desbordado, bombardeado por la emergencia de los chamanes de la autoayuda –donde están los Paulo Coelho–, quienes forman parte de toda una corriente mucho más complicada que el new age y los cuales, al parecer, son sólo autores de libros, pero no, son una matriz, son parte de algo que se está gestando y está desocializando rápidamente a nuestras poblaciones, a la gente.

En segundo lugar, algo que sucede en AL, a pesar de que creíamos que ya estábamos a salvo de ello, es el retorno de lo religioso por la vía conservadora más terrible. Por eso tenemos que aquellos que están ofreciendo alternativas a estos miedos producidos son las iglesias históricas y tradicionales, pero de manera especialmente relevante las neo-iglesias, y ahí hay un tema que se está volviendo cada vez más importante.

La tercera cuestión que me parece relevante para repensar el hecho de controlar los miedos y administrar el espacio de la esperanza, es el fortalecimiento de grupos con un cierto conservadurismo, con talante autoritario, que están obligándonos a retroceder en términos de la cultura democrática; estoy hablando de empresarios y de cúpulas de poder económico. Para poner un ejemplo claro, basta pensar en la postura que estos grupos tienen respecto a los derechos humanos: cuando parecía que en América Latina ya habíamos instalado adecuadamente el discurso de los derechos humanos, emergen voces, pero no cualquier voz, no es la del señor que tiene un Stratus y va a la fábrica en calidad de gerente, sino la de los dueños del capital que opinan que el tema de los derechos humanos es para delincuentes, al tiempo que piensan que desaparezcan a los pobres, que maten a un montón de chavos banda, que deporten a todos los Maras. Esto tiene un efecto dramático para la sociedad.

En este contexto del miedo, ¿las sociedades deberían tener cuidado de la gente o de las instituciones que ofrecen la salvación?
A todo eso le llamo la atmósfera de sanación. ¿Quiénes son los portadores de la salvación hoy en día? Era claro que en el antiguo régimen, en la Edad Media, era la Iglesia católica (estoy hablando de un proyecto occidental); poco después el Estado era el garante, el gran terapeuta oficial, y hoy ese papel está repartido entre esas dos instituciones. Pero hay un tercero que me parece fundamental y que está cobrando una relevancia dramática en nuestras sociedades: el narcotráfico, y no como red de crimen delincuencial, no como negocio, sino como un espacio de esperanza, de alternativa de vida y de continuidad para amplios sectores de la población –muchos de ellos jóvenes–, que ven en las estructuras y la cultura del narco una posibilidad de incluirse en un sistema que los desecha con la mano en la cintura.

¿Podemos pensar que se aprovechan o se fabrican circunstancias para producir miedo en la sociedad, con el fin de influir, por ejemplo, en procesos electorales? En México vivimos una circunstancia que se ajusta a este patrón, la elección de 1994 y el asesinato de Luis Donaldo Colosio. ¿Este caso particular es un ejemplo de la utilización del miedo?
Sí, indudablemente. Más allá de lo conspirativo –yo no soy investigadora policíaca ni mucho menos–, es claro que lo que pasó tras la muerte de Colosio fue quizá la última expresión de un régimen aterrorizado por la inminencia de un cambio. Creo que este suceso hay pensarlo no como la acción confabuladora y maquiavélica de cinco individuos que se encierran en un castillo oscuro a la manera del cine de Hollywood, sino como el acto coordinado, pero no orquestado, de un conjunto de personas que están sobre el poder y la lógica del poder.

Lo anterior es claramente visible en Estados Unidos, pues si George Bush ganó las elecciones fue por el miedo, pero justamente lo importante del análisis empírico de estas cosas es que José María Aznar perdió en España precisamente por el miedo; entonces lo importante aquí es tratar de ver cómo repensar todo esto, cómo se está configurando este escenario y cuál es el papel que la sociedad está jugando.

Usted ha sostenido que los medios de comunicación no son buenos ni malos por sí solos, que no son capaces de condicionar definitivamente una actividad social, pero ciertamente no son inocuos y no son justos. ¿Cómo influye en la sociedad la reproducción sistemática de la violencia, del narcotráfico, de la migración que se hace en los medios, en la construcción social del miedo?

En esto los medios juegan un papel central y clave, porque actúan como cajas de resonancia del fenómeno del miedo. Aquí hay una cuestión importante. Cuando yo digo que los medios por sí mismos no son malos ni buenos, pienso en el dispositivo, no en la industria, pero cuando hablamos de los propietarios y del proyecto ideológico de los medios, entonces el asunto cobra otra característica.

Es evidente que, ante la imagen reiterativa, constante, machacona de estos terrores, de este Apocalipsis, la gente va construyendo erróneamente modos de entender lo real, modos de entender lo social, lo cual provoca un atrincheramiento cotidiano cada vez más grave. Pienso, por ejemplo, cuando los conflictos en Tepito con la entrada de la policía, en la noche más dramática del conflicto, con disparos, incendios y demás, hubo una imagen que Televisa repitió mientras se hablaba de otra cosa. En un lapso de hora y media repitieron 35 veces el mismo segmento de la policía reculando, y los malos eran morenos, chaparros, gordos como la mayoría de mexicanos –esto va generando una paranoia terrorífica–; luego a esa imagen visual se le añadió la imagen retórica. Recuerdo también a una periodista de radio y televisión que hablaba de la “intifada” en Tepito, lo que es una irresponsabilidad grandísima.

El problema es que los medios son un poder omnímodo, especialmente la televisión, que es una televisión que no está siendo pensada por los ciudadanos, quienes tendrían que estar muy preocupados no por generar censura, sino por crear espacios de debate público que permitan cuestionar estas situaciones.

¿Es necesario quitarle a los medios ese papel de jueces que tienen actualmente? Y lo más importante, ¿se puede hacer?
Yo creo que sí, con la condición de que se muevan simultáneamente muchas cosas, lo cual es sumamente complicado. Por un lado, la escuela y los maestros ya no pueden estar enseñando a sus alumnos de espaldas a los grandes medios masivos de comunicación; de alguna manera hay que prepararlos, capacitarlos para trabajar con la televisión dentro del aula, con el fin de fomentar la lectura crítica de estas realidades. Por otro lado, es fundamental presionar ciudadanamente –a través de las organizaciones– para que de una buena vez se apruebe la reforma a la Ley Federal de Radio y Televisión; es vergonzoso que no se produzca en este país. También es necesario desmitificar el poder de estos medios, porque, incluso, hay muchos académicos que les atribuyen un papel de verdad y verosimilitud que yo pondría en duda. Me aterra escuchar ponencias de académicos armadas con datos de periódicos; claro, los reporteros podrán ser muy buenos, pero su trabajo, por muy comprometido que sea, está intervenido por un proyecto editorial de los dueños de los medios.

Yo creo que se puede contrarrestar, que se pueden producir contrarrelatos. Una de mis obsesiones fundamentales es cómo colocar mediáticamente contrarrelatos, como el de los Maras –que en este momento es un tema nodal de histeria colectiva–, el de la delincuencia generalizada entre los jóvenes, o el de la apatía política. Considero que en México es necesaria una tarea de restitución del intelectual público, dado que, salvo Carlos Monsiváis, tenemos muy pocos intelectuales ocupando lugares centrales de enunciación capaces de producir un relato que por lo menos equilibre el asunto.

¿Esto tiene que ver con lo que usted ha mencionado, que en nuestras sociedades hay un “adelgazamiento del pensamiento crítico”?
Exactamente. Por un lado, hay muy pocos intelectuales reflexionando frente al público sobre los cosas que pasan; por el otro, el pensamiento crítico está sitiado por el pensamiento fácil, por los Paulo Coelho o los Carlos Cuauhtémoc Sánchez, que tienen el decálogo de cómo vivir mejor cotidianamente; por tanto, mucha gente, en estas condiciones de empobrecimiento estructural, prefiere no involucrarse en la tarea del pensamiento crítico.

El académico inglés y experto en comunicación, John B. Thompson, asegura que los bloques hegemónicos tienen fisuras y que hay algo que se puede hacer: filtrar información. ¿Éste sería el caso?
Yo pienso que sí, comparto la visión de Thompson. Efectivamente, esto es muy importante, porque es como romper la lógica de la fatalidad en la que nos ha sumido el neoliberalismo predador, ayudado en gran medida por los medios, pero hay que romper los bloques hegemónicos no es fácil, tampoco hay que caer en el voluntarismo.