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Sólo
cuando la mente crea se puede conformar un mundo nacido de las noches
en vela, oscuridad impenetrable que circunda la mirada alerta y
los sentidos en vigilia; y sólo en un formato en blanco es
donde esas imágenes abstractas pueden recrear lugares infinitos.
De igual manera, también en ese sitio ausente de toda forma
y color cobra vida la anatomía de un espacio personal creado
por las manos del artista: cada trazo aparece en su lugar, exacto,
inamovible; cada tono se transforma partiendo de la nada, originando
una imagen que crece a cada momento ante los ojos, la mente y los
recuerdos del espectador.
En esta colección, conformada por dibujos y óleos,
las imágenes de horizontes citadinos lejanos y tormentosos,
interiores arquitectónicos casi religiosos, cuerpos y rostros
sutilmente geométricos muestran un mundo onírico que
sobrevive en cada despertar y que está alimentado sólo
por el silencio de las horas que transcurren. Es el lugar poblado
de arcos y columnas donde las personas luchan por dominar el espacio,
vínculo ineludible que confirma su existencia.
Acercándose un poco más a estos personajes, se pueden
ver sus rostros geometrizados, desgastados y limitados por sus vivencias
cotidianas. Con cautela, ellos observan afuera de su espacio, como
si algo ocurriera más allá. En este mundo, los cuerpos
de los hombres y mujeres se fusionan en un movimiento perpetuo en
la noche devorada por el tiempo.
Los rostros hablan y se comunican mediante sus gestos o sin ellos,
gritan en silencio el dolor con la mirada, mientras en los intrincados
laberintos citadinos las tibias caricias de los cuerpos se vuelven
confusos sentimientos. A esas horas de la profunda madrugada, algunos
seres que habitan estos mundos se pierden hasta clarear el día,
caminando por el frío concreto de las calles.
NOTAS
1. Egresado de la Facultad de Artes Plásticas de la Universidad
Veracruzana. |