Universidad Veracruzana

Skip to main content

Lecciones para nuestro cerebro

Genaro A. Coria-Avila

El cerebro es el mejor sensor que existe. Por las mañanas, cuando los niveles de glucosa bajan, el cerebro nos indica a través de la sensación de hambre que debemos comer, pero si ya hemos ingerido suficiente comida entonces no dudará en señalar, a partir de la saciedad, que es momento de detenernos.

No hay nada que deseemos o rechacemos sin que haya sido procesado previamente por el cerebro. Las personas y los animales dependemos absolutamente de las órdenes de este complejo órgano, estamos sometidos a su dominio.

El cerebro dicta cuando es momento de descansar, de correr y quemar energía, de jugar o abrazar a los seres que amamos. A veces el cerebro decreta que es ocasión de llorar, de extrañar, de enfadarnos o de estar solos.

Un cerebro sano siempre es generoso con su propietario, a través de las señales que diariamente envía y que nos hacen sentir repudio o apetencia por ciertas actividades, personas o cosas, se asegura de nuestra supervivencia y, si lo sabemos atender, también de nuestro bienestar.

Él es quien indica si contamos con energía suficiente o es preciso repararla a través del descanso; se encarga de que socialicemos de acuerdo a nuestra edad; de provocar dolor cuando algo no anda bien en nuestro cuerpo y de emitir todos los indicadores que garanticen que exista el balance perfecto entre nuestro cuerpo y el ambiente en que vivimos.

De hecho, enamorarnos de alguien locamente, con intensa pasión y euforia, es la mejor manera que el cerebro tiene para indicarnos que estamos frente a alguien potencialmente adecuado para aparearnos. ¡Y pensar que lo logra a partir de sus dos únicos lenguajes: el químico y el eléctrico!.

Los deseos intensos que siente un amante por su pareja corresponden a un incremento químico de dopamina mesolímbica en un 250% por arriba del nivel basal. ¡Qué mejor señal que esa! Con razón se sienten mariposas en el estómago y se hacen tantas locuras cuando se está enamorado.

No obstante la fuerza del enamoramiento, es triste pensar que ni éste puede competir contra el 600% de dopamina que se incrementa con drogas artificiales como la cocaína. No es fortuito lo que pasa con los deseos y con la voluntad cuando la gente se droga. Están jugando con un potente lenguaje cerebral de manera artificial y peligrosa.

 drogas_phixr

Drogas como la cocaína interfieren en el proceso normal de comunicación entre células, provocando que haya una acumulación de dopamina en el cerebro y los circuitos del placer sean estimulados una y otra vez, produciendo euforia (Imagen tomada de Brain Facts).

Si todos entendieran la fragilidad de la química del cerebro es probable que nadie se atrevería a alterarla. Es increíble, por ejemplo, cómo seis cervezas cambian tanto la manera de procesar información del cerebro. La corteza prefrontal ˗situada exactamente detrás de la frente˗ es la responsable de darnos juicios de las situaciones en que nos encontramos y de las personas con quienes estamos. Seis cervezas, o quizá menos dependiendo del individuo, disminuyen tanto la actividad eléctrica de la corteza prefrontal que hacen la diferencia entre estar sentado en la mesa o pararte a bailar reggaeton con la corbata en la frente; o entre ser tímido y declarar tu amor a alguien (para luego descubrir que no es tu tipo).

Quizá el secreto está en aprender a medirse, y llegar solo a ese punto en que se disfruta un sabor y una plática, pero donde sigas siendo tú mismo, con virtudes y defectos. Ahora bien, hay que estar alerta, porque a veces el cerebro se reusará a obedecernos. Por ejemplo, a quienes dejan el café drásticamente, después de años consecutivos de tomarlo diariamente, su cerebro les suplicara con dolores de cabeza que le regresen la cafeína, pero esto no significa que sea adecuado o necesario complacerlo, al final, se aplicará si sustituyen el hábito por 600 ml de agua y 4 km de carrera ( y si no lo creen, consúltenlo conmigo).

No es inusual que muchos de nosotros recordemos con nitidez los juegos de la infancia, los nombres de nuestros amigos del preescolar o nuestras primeras mascotas ¿Cómo es posible recordar esos detalles que ocurrieron hace décadas y olvidar qué comimos el jueves de la semana pasada? No es extraño, los eventos asociados con emociones se recuerdan mucho mejor y se guardan de manera estratégica en toda la corteza del cerebro y cerebelo. Quizá por eso nunca olvidaremos que el 17 de noviembre de 1987 fue martes o cómo andar en bicleta, a pesar de que pasen años sin que se practique.

Aunque hay otras cosas que se recuerdan porque las repetimos ¡tantas veces!, como el número de placa de nuestro primer carro o el nombre del niño o niña que nos gustaba en primero de primaria. Los enfermos de Alzheimer olvidan muchas cosas, pero solo son cosas de la memoria de corto plazo guardadas en el hipocampo. Al igual que nosotros, son capaces de recordar cosas de varias décadas atrás, guardadas en la corteza.

El problema (o la ventaja) del cerebro es que todo lo aprende y se convence de cosas que a veces no son reales, aunque para él lo son, porque se acompañan de una emoción, o porque lo escucha una y otra vez. Que lance la primera piedra quien no haya creído en La Llorona. No porque la hayamos visto alguna vez, sino porque se hablaba de ella en todas partes y producía ¡tanto miedo! La solución para combatir ese susto perpetuo podría haber sido andar solo de noche para que el cerebro aprendiera que, de cada mil noches caminadas, la posibilidad de encontrar a La Llorona era nula.

Aunque a veces no se necesitan tantas repeticiones para aprender. Cuando una madre le dice a su hijo que no sirve para nada, él suele creerlo, su cerebro actúa en conscuencia y quizá hasta llegue a parecer tonto. Pero un día, en la escuela, responde correctamente todas las respuestas de un examen y saca diez, quizá le produzca tal emoción que su cerebro aprenda a ser audaz y ganar seguridad. Nuestro cerebro es capaz de aprender a partir de la experiecia y enmendar nuestras maneras de ser para encontrar un balance entre nuestro cuerpo y nuestro ambiente.

Quizá solo necesitamos emocionarnos mucho o repetirlo unas cuantas veces para darnos cuenta del potencial que tienen los cien mil millones de neuronas que forman nuestro cerebro.

Enlaces de pie de página

Ubicación

Redes sociales

Transparencia

Código de ética

Última actualización

Fecha: 15 noviembre, 2024 Responsable: Mtra. Elizabeth Vázquez Narváez Contacto: elivazquez@uv.mx