¿Hackear nuestro cerebro? Un temor más real de lo que parece
Una investigadora de la Universidad de Washington ha demostrado cómo un simple videojuego puede desvelar información privada almacenada en nuestra mente.
Siempre que leemos o escuchamos a gurús del transhumanismo o visionarios de la telepatía -como el profesor Jose Luis Cordeiro, de la Singularity University que impulsan Google y la NASA- tendemos a pensar que eso de que una mente sea capaz de leer a otra es algo que todavía queda muy lejos. Y a la misma distancia, más allá del horizonte de nuestras vidas, están también las preocupaciones que una capacidad de esta índole conllevaría a nivel de seguridad y privacidad.
Si eres de los que tenía esta actitud respecto a tu propia mente, quizás tengas que empezar a temer por tus secretos más íntimos. Y es que, una vez que los ciberatacantes han logrado vulnerar desde los grandes equipos empresariales (como los mainframe) hasta los smartphones que todos llevamos en nuestro bolsillo, pasando por cámaras y toda clase de dispositivos conectados… la siguiente frontera parece ser nuestro cerebro.
“Las señales eléctricas producidas por nuestro cuerpo podrían contener información delicada sobre nosotros que no estaríamos dispuestos a compartir con el mundo”, afirma la investigadora de la Universidad de Washington Tamara Bonaci, en declaraciones recogidas por ArsTechnica. “Pero, además de eso, ya podemos estar dando esa información lejos sin siquiera ser conscientes de ello”.
En esa línea, la experta ha propuesto el ejemplo de cómo un simple videojuego puede ser utilizado de forma secreta para recopilar respuestas neuronales a imágenes subliminales mostradas periódicamente. Bonaci ya ha probado esta técnica con un título -Flappy Whale- en que midió las reacciones de los sujetos a elementos inocuos (como logos de restaurantes de comida rápida y automoción). Lo hizo mediante un BCI (siglas de ‘interfaz de cerebro conectado’): una serie de siete electrodos conectados a la cabeza del jugador y que medían en tiempo real las señales enviadas por el electroencefalograma, detectando patrones en la respuesta de cada sujeto a las imágenes mostradas durante milisegundos.
Por el momento, nadie ha conseguido (o, al menos, no lo ha hecho público) hackear por completo un cerebro en el mundo real. Pero, en un futuro copado por sensores conectados a nuestro cuerpo en forma de wearables de toda clase, esta tecnología podría ser utilizada para averiguar detalles privados como las creencias religiosas, la condición médica o las tendencias ideológicas de cada humano sobre la faz de la Tierra. Es por ello que Bonaci, junto a otros visionarios de este ámbito, ya ha elevado la voz para pedir que las señales eléctricas producidas por nuestro cerebro sean consideradas como información personal y tratadas con la misma protección legal que los nombres, direcciones o edades de las personas.