Justificación
Durante las últimas décadas las ciencias sociales mexicanas han experimentado profundos cambios, producto de intensos debates al interior de sus campos disciplinares, pero también en respuesta a los nuevos derroteros y desafíos que los procesos de globalización plantean para las diferentes regiones del mundo. Las implicaciones globales de la acción humana y las interconexiones facilitadas sobre la base de un impresionante desarrollo tecnológico, obligan a las ciencias sociales a afinar marcos teóricos y aproximaciones metodológicas para comprender y explicar innovadoramente los problemas de la realidad social contemporánea.En este marco, estudios recientes han revelado las dramáticas consecuencias sociales que sobre importantes segmentos de la población ha tenido la severa política de ajuste estructural de nuestra economía (Escobar, 2015; Puga y Contreras, 2015). Desde la década de 1980, el Estado mexicano dejó de operar como palanca del desarrollo y en la década siguiente adoptó con estricta disciplina las medidas económicas derivadas del consenso de Washington. Las secuelas más evidentes de estas medidas han sido: la pérdida constante de puestos de trabajo, una consistente disminución del ingreso, la intensificación de la migración internacional hacia la frontera norte de México, así como el incremento de los índices de pobreza tanto en el campo, como en la ciudad. Estos impactos se han intensificado a partir de la crisis económica global iniciada en 2008, y por la puesta en marcha de reformas como la energética y la reforma educativa, implementadas por el gobierno mexicano entre 2012 y 2014 que afectan particularmente a los enclaves petroleros del Golfo de México y las organizaciones sindicales magisteriales del sur-sureste.A todo lo anterior debemos agregar las consecuencias generadas por la llegada de empresas mineras que se apropian de los recursos de las comunidades y provocan severos daños a los ecosistemas y paisajes, o los intentos de privatización de recursos naturales como el agua, para concesionarlos a empresas multinacionales, dando lugar a procesos de conflictividad social y acciones colectivas que han modificado el panorama político contemporáneo. Por otro lado, las transformaciones que ha sufrido el mercado global de las drogas, la reestructuración y rearticulación de los distintos grupos del crimen organizado, junto con las políticas estatales de combate a la delincuencia y los deficits institucionales del Estado en el ámbito de la seguridad y la procuración e impartición de justicia, han dado lugar a un incremento de la violencia que se expresa en un número creciente de homicidios, desapariciones, secuestros y extorsiones, así como al incremento de otro tipo de delitos patrimoniales (Olvera, Zavaleta y Andrade, 2013).
La multiplicación del número de víctimas y la impunidad estructural que se vive en la región sur-sureste ha propiciado el surgimiento de una diversidad de movimientos y agrupaciones que reclaman justicia así como atención a su condición de víctimas. Estos reclamos se han intensificado en la medida en que se enfrentan a un Estado débil y conducido por una clase política que atraviesa por una etapa de descomposición expresada en una acusada corrupción e ineficacia política, distorsionando el sentido de la competencia política entre los partidos debido a su distanciamiento de los ciudadanos y a los vínculos que se establecen entre delincuencia organizada y actores políticos (Estévez y Vázquez, 2015).
La violencia, la corrupción y la impunidad han dado pie al acotamiento del espacio público y a la restricción de derechos como la libertad de prensa, multiplicándose los asesinatos de periodistas (Del Palacio, 2016). Esta situación se vuelve más compleja cuando se contemplan situaciones como el paso de migrantes centroamericanos por todo el corredor del Golfo de México y las vejaciones, humillaciones y desprecio de que son objeto, conculcándoseles sus derechos humanos. Esto ha modificado los patrones de movilidad de la población y derivado en la generalización de estrategias mixtas de empleo a fin de atenuar los impactos más negativos que ha tenido la drástica disminución en el ingreso de las familias. Investigaciones de nuestros profesores documentan plenamente la gravedad de estos procesos en la entidad veracruzana (Zavaleta, Olvera y Andrade, 2013; Treviño, 2016).
Un panorama así de complejo plantea enormes retos para los científicos sociales en la tarea de analizar adecuadamente los impactos provocados por estos macroprocesos en la vida social, política, económica y cultural de las sociedades contemporáneas; sin olvidar, desde luego, las consecuencias que todo ello tiene en el medio ambiente, los territorios que componen Veracruz y la región sur-sureste de México. Frente a estas condiciones, la Maestría en Ciencias Sociales del Instituto de Investigaciones Histórico Sociales (IIH-S) se ha posicionado desde su creación como una opción relevante que ayuda a comprender y explicar las problemáticas sociales señaladas. El programa ha buscado con éxito creciente, desde esta perspectiva, subsanar la insuficiente oferta de posgrados en el campo que inicialmente existía en el país, y particularmente en la región sur-sureste (Escobar, 2015; Peters, Puga y Contreras, 2016; Jiménez, Treviño, Lorenzo, Canto y Guerrero, 2016), orientándose a la formación de investigadores competentes a nivel nacional e internacional.
Si bien en los últimos años se ha incrementado el número de programas de Maestría en Ciencias Sociales en la region sur-sureste, su desarrollo ha sido muy desigual. De acuerdo con Krotz y Rimada Barragán (2015), existen en la region 185 programas de maestría en las distintas ciencias sociales. De ellos, 73 se ofrecen en instituciones de educación superior públicas y 112 en instituciones privadas. En la oferta predominan las maestrías en educación (74 programas que representan el 40%), administración pública (27 programas que representan el 14.6 %), Desarrollo Regional (16 programas equivalentes a un 8.6%) y Psicología (12 programas que equivalen al 6.5 %), y Comunicación (9 programas igual a 4.9 %) mientras que Ciencias Sociales y Antropología sólo representan el 2.7 por ciento, con 5 programas cada uno. Sin ánimos de ser exahustivos, el Programa Nacional de Posgrados de Calidad de CONACYT registra únicamente dos programas de maestría en Ciencias Sociales para la región sur-sureste del país (Quintana Roo y Chiapas) fuera del nuestro en la Universidad Veracruzana (UV). Más allá de la insuficiente oferta de posgrados que dicha cifra manifiesta para una vasta zona del país, existen otras opciones públicas y privadas adyacentes en términos semánticos que atenúan la escasez manifiesta.
El conjunto de programas referidos ha hecho contribuciones muy importantes en el campo; en algunos casos se observa una atención centrada en la formación básica disciplinar de los estudiantes, mientras otros hacen evidente su orientación hacia problemáticas o enfoques específicos que en algunos casos todavía están en desarrollo como campo de conocimiento consolidado. En este marco, la Maestría en Ciencias Sociales (MCS) que ofrece el IIH-S se destaca al poner énfasis en el equilibrio entre ambas esferas, incorporando además una mirada socio-histórica de los procesos aludidos, sin la cual las ciencias sociales difícilmente lograrán su cometido de formar profesionales orientados a la investigación científica que atiendan las problemáticas más sentidas en su contexto social y regional.
Si consideramos, por otra parte, que en la región hay 309 programas de licenciatura en las distintas ciencias sociales (Krotz y Rimada, 2015), tenemos los elementos para proyectar una demanda amplia del posgrado que se ofrece, tomando en cuenta las LGAC que se trabajan y la pertinencia de estas con respecto a los problemas del entorno.
La MCS se encuentra anclada a las estrategias de desarrollo institucional del posgrado en el IIH-S de la Universidad Veracruzana, situación que comparte con el Doctorado en Historia y Estudios Regionales, nuestro primer programa de posgrado, el cual tiene 15 años de vigencia y está inscrito dentro del PNPC de CONACYT en nivel consolidado. La Maestría se anida, así, en una entidad académica que constituye hoy por hoy un referente innegable en el desarrollo de las ciencias sociales en el país, con más de tres décadas de labores ininterrumpidas. Por lo tanto, nuestros programas de posgrado –actuales y futuros- tienen las condiciones institucionales adecuadas para el desarrollo de la investigación social e histórica y constituyen el espacio idóneo para que nuestros estudiantes puedan formarse con altos estándares de calidad académica.
Fundamentación académica
El diseño curricular de la Maestría se fundamenta tanto en aspectos legales como académicos. En cuanto al primero, el posgrado se fundamenta en la normatividad vigente en la Universidad Veracruzana para los estudios de posgrado (UV, 2010) y sigue en gran medida las orientaciones de instancias como el Programa Nacional de Posgrados de Calidad del Conacyt (Conacyt, 2015).
Desde el punto de vista conceptual y metodológico, la Maestría en Ciencias Sociales se alimenta de los debates más recientes en las ciencias sociales contemporáneas que han experimentado profundos cambios epistemológicos y teóricos como resultado del intenso debate académico y la multiplicación de los principales problemas de las sociedades globales. Al respecto, la construcción de conocimiento en estas disciplinas ha transitado del debate en torno al uso de procedimientos de investigación, tales como intereses de conocimiento y paradigmas en las ciencias sociales, a la apertura hacia los avances de las ciencias naturales mediante un diálogo entre disciplinas (Perecman y Curran, 2006; UNESCO, 2010).
De este modo, los debates contemporáneos comprenden la disolución de la epistemología en teoría social y la orientación de la construcción de las ciencias sociales a la discusión de eso mismo en la esfera pública, mediante una reflexión que la teoría crítica de Jurgen Habermas denomina postmetafísica. Por su parte, Inmannuel Wallerstein polemizó el tema en torno a las implicaciones de algunas de las ideas de la física cuántica, la biología molecular con los discursos postmodernos, como retos del trabajo interdisciplinario de las nuevas ciencias sociales. Esta perspectiva, que ya no se presenta como teoría social antipositivista, reclama la cientificidad del trabajo de los investigadores sociales y llama a la práctica de la interdisciplinariedad. Respecto de lo anterior, objeto de intensa discusión han sido las propuestas de transdisciplinariedad de Edgar Morin y los trabajos de constructivistas radicales como Jean Piaget, Paul Watzlawick y Niklas Luhmann, así como los discursos postestructuralistas de Michel Foucault y Pierre Bourdieu; aunque el impacto de tales disertaciones no ha sido uniforme en la agenda académica latinoamericana. En esa tentativa convergen Bruno Latour e Isabelle Stengers, al derivar la sociología y antropología simétricas del primero en una teoría del actor red que enfatiza la importancia de lo que llama las políticas de la naturaleza y proponer una antropología de los modos de existencia en la que los objetos de la naturaleza y los artefactos tienen capacidad de agencia, mientras la segunda se refiere a una cosmopolitique que integra sociedad y naturaleza a escala global.
La teoría crítica por su parte, ha reconstruido sus posiciones en la voz de Axel Honneth, recurriendo a una teoría del reconocimiento como fundamento constitutivo de las relaciones sociales, señalando las patologías a que da lugar el abandono del reconocimiento y el predominio del desprecio. Esta tentativa cobra relevancia al intentar tender puentes con el postestructuralismo y el pensamiento critico francés. Su concepción se complementa con la vertiente de la teoría crítica desarrollada por Nancy Fraser (2008 y 2010), que trata de complementar las luchas por el reconocimiento con las luchas por la redistribución, ejemplificadas estas últimas en las luchas de los indignados o el movimiento contra la reforma laboral en Francia, así como los movimientos en América Latina que incluyen también luchas que reivindican derechos e identidad cultural, al igual que luchas contra la explotación y la extracción de recursos (Branch, 2014).
El llamado a recuperar la atención prestada a los procedimientos científicos en el campo de las ciencias sociales, responde a la falta de rigor que supuso la entrada en vigor del discurso posmoderno en ese ámbito, al pretender trasladar sin mediación epistemológica algunos conceptos propios de las ciencias naturales en las ciencias sociales. Por otro lado, desde la óptica del positivismo duro, Mario Bunge vuelve a la crítica de la ligereza de las investigaciones científico-sociales, mientras que Carlos Reynoso propone el retorno al método científico para superar la superficialidad de los estudios culturales.
En esa lógica, pero desde una perspectiva latinoamericana, Roberto Follari ha criticado a estos últimos por su falta de sentido práctico que contrasta fuertemente con las propuestas de descolonización de nuestras ciencias sociales hechas por Edgardo Lander, Francisco López Segrera, Anibal Quijano, Walter Mignolo, Santiago Castro-Gómez, Ramón Grosfoguel y Enrique Dussel (Dussel y otros, 2011), entre otros. El giro decolonial recupera la crítica que desarrolla Wallerstein (2007) respecto de la division disciplinaria del conocimiento que fragmenta la unidad de análisis pero, asumiendo las relaciones entre la colonialidad del poder y la colonialidad del ser, apela a la construcción de un enfoque que tome en cuenta la dominación de los géneros y la dominación racial, asumiendo lo que ellos llaman, el pensamiento heterárquico.
Estas ideas conectan con la obra de Boaventura de Souza Santos (2013) que se ha vuelto muy influyente en América Latina, tanto en el seno de la academia como en los movimientos sociales y en las instituciones políticas. La tentativa de construir un posmodernismo crítico, o una teoría crítica posmoderna, que configure un nuevo sentido común emancipatorio, supone según Santos el desarrollo de una sociología de las ausencias y una sociología de las emergencias que supere el epistemicidio y el desperdicio de la experiencia que ha generado el racionalismo occidental al desconocer o descalificar los saberes tradicionales y comunitarios. Propone en cambio, una transición paradigmática que recupere los saberes subalternos y la constitución de una racionalidad post-occidental que se oriente por un sentido emancipatorio, incluyendo la reivindicación de los derechos de la naturaleza. Esta perspectiva se muestra interesante al contemplar el estudio de los diversos procesos: la producción, la ciudadanía, la identidad y la subjetividad, en sus diferentes escalas espaciales y temporales, lo que implica también un enfoque que supere la division disciplinar.
Una alternativa a las posiciones anteriores ha sido la seguida por Jean Claude Passeron, Jean Michel Berthelot y Gilberto Giménez, los cuales proponen asumir la debilidad científica de las ciencias sociales para no imitar a las ciencias naturales, a la vez que insisten en la necesidad de someter los diferentes saberes a los protocolos de la investigación científica y la contrastación empírica, insistiendo en la transcontextualidad de los procesos de construcción de conocimiento y la posibilidad de construir acuerdos racionales, más allá del determinismo que establecían los teóricos del programa fuerte de sociología del conocimiento.
Desde la ciencia política, fundamentalmente desde el neoinstitucionalismo, también se ha venido insistiendo en la superación de la division disciplinar, rescatando el papel que juegan los valores, el contexto económico y la integración normativa en el funcionamiento de las instituciones políticas (Barzelay y Gallego, 2006).
Desde la antropología han venido a cobrar relevancia los estudios sobre el consumo y su relación con la formación de ciudadanía, así como las nuevas interacciones que posibilitan las actuales tecnologías de la información, articulando también lo local con lo global, tal como lo desarrollan Canclini, Linz Ribeiro o Javier Auyero, este último mezclando técnicas e instrumentos de la antropología y la sociología. En estas circunstancias hay consensos básicos en torno a la necesidad del trabajo interdisciplinario para superar las fronteras institucionales de nuestras disciplinas, asumiendo la especificidad de la cientificidad de las ciencias sociales, cultivando el rigor de los conceptos y los argumentos, así como la construcción de datos empíricos mediante una estrategia epistemológica y teórica. En este contexto, la mejor de las lecciones del debate epistemológico reciente en las ciencias sociales quizá sea la necesidad del impulso de investigaciones empíricas orientadas teóricamente, manteniendo una rigurosa vigilancia epistemológica y un sólido andamiaje metodológico.
La Maestría se propone entonces incidir en la comprensión de los procesos sociales, a partir de los cuales se generen conocimientos teóricos en relación con las problemáticas que interesan tanto a los investigadores del IIH-S, como a los aspirantes a la Maestría (y que respondan de manera actualizada a la compleja realidad contemporánea, manifiesta en las políticas públicas y en los procesos ciudadanos de nuestro país). Esto implica una constante crítica epistemológica, teórica y metodológica de las corrientes de pensamiento que han contribuido a dar cuerpo a las ciencias sociales y su interpretación en los sucesos contemporáneos. Así, nuestro programa se constituye en una propuesta de carácter interdisciplinario en la cual confluyen las líneas de investigación que se practican en el instituto, sin menoscabo de lo que se realiza en otras ciencias y partes del mundo. En este sentido, las líneas de investigación desarrolladas por historiadores, antropólogos, sociólogos, economistas, trabajadores sociales, geógrafos, politólogos, etc., encuentran una base dialógica común que permite una comprensión integrada de los problemas sociales actuales que puede ser provechosa para las generaciones actuales y futuras del país.
En concordancia con lo anterior, la Maestría se propone trabajar desde una visión constructivista del proceso de enseñanza-aprendizaje. Se trata de dar continuidad y abrir nuevas perspectivas a las competencias de los estudiantes desarrolladas durante la licenciatura. La estrategia pedagógica de la Maestría reconoce la importancia de trabajar en torno a saberes teóricos (contenidos temáticos), saberes heurísticos (habilidades) y saberes axiológicos (actitudes y valores) que fundamentan la integración de competencias.
Visión
La Maestría en Ciencias Sociales es un programa de excelencia académica, especializado en el análisis de las problemáticas sociales contemporáneas, sustentado por investigadores de reconocimiento nacional e internacional, que convoca a estudiantes de diferentes partes de México y el extranjero, lo que hace de él un referente académico en materia de formación científica y de incidencia pública.
Misión
La Maestría en Ciencias Sociales tiene como misión formar científicos sociales de alta calidad académica, con los conocimientos, las habilidades y los valores pertinentes para dar respuesta a las necesidades sociales, económicas, políticas, culturales y ambientales de formación del entorno regional en interconexión con el contexto global. En consecuencia, el programa busca también incidir en la ampliación y en la diversificación de la oferta de posgrados de alto nivel en el ámbito regional, nacional e internacional.
Objetivos y metas
El objetivo general del programa de Maestría en Ciencias Sociales es formar científicos sociales capaces de generar conocimiento e incidir tanto en el ámbito de la investigación y la docencia, como en los campos de la política, la administración pública y la acción social. Este propósito se logra a través de:
- Desarrollar conocimientos, habilidades y actitudes en los estudiantes que les permitan explicar, interpretar y comprender los procesos y problemas sociales contemporáneos.
- Fortalecer las habilidades y capacidades de los estudiantes para proponer soluciones a las problemáticas sociales en que se vean involucrados profesionalmente.
- Propiciar en los estudiantes el desarrollo de valores humanos y principios democráticos como la tolerancia, el respeto, la honestidad, la solidaridad y la honradez, con el fin de garantizar su formación integral.
Metas
- En términos de eficiencia terminal, nos proponemos formar cohortes generacionales de entre 15 y 20 estudiantes, que nos permitan garantizar una graduación en tiempos idoneos del 50% para un programa de posgrado de excelencia, alcanzando el 85% por cohorte en el año 2020.
- En términos del ingreso de estudiantes, pretendemos que en el corto plazo el 15% de ellos sean externos a la entidad veracruzana e incrementar el porcentaje en el mediano plazo al 30%, para alcanzar el 50% en el año 2022.
- En cuanto a los académicos, actualmente el 80% son integrantes del SNI, la meta es elevar este porcentaje al 90% y propiciar que por lo menos el 30% se ubiquen en los niveles II y III.
- En el año 2020, el 60% de los estudiantes realizarán estancias académicas en instituciones de alto nivel de México y el extranjero, y el programa recibirá por lo menos 5 estudiantes, en cada generación para realizar estancias de movilidad académica.
- En el mediano plazo, al menos el 85% de los estudiantes y graduados generará productos de divulgación de sus investigaciones de tesis.