Justificación
Vivimos en un mundo cada vez más globalizado. Los contactos entre naciones y culturas se han vuelto más estrechos. Las corporaciones transnacionales de todo tipo –comerciales, académicas, artísticas, religiosas, filantrópicas- son un factor determinante en los equilibrios y los desequilibrios de la comunidad planetaria. La interdependencia económica, política, social y cultural ha aumentado. Cuanto sucede en algún rincón afecta a la aldea global entera: una aldea inmersa en un creciente flujo de información –de la más rigurosa a la más irresponsable y trivial- que hace falta discriminar y aprovechar.
La información y el conocimiento han sido siempre una fuente de riqueza y poder. Hoy lo son más que nunca. Para su prosperidad, seguridad y soberanía, las naciones dependen ahora más que antes de su capacidad para obtener y procesar información, convertirla en conocimiento y aplicar este caudal a diversos modos de innovación; de la creatividad y la competencia de sus científicos, industriales, artistas y empresarios, así como de sus comunicadores, políticos e intelectuales; de la capacidad de organización de sus ciudadanos. Del saber y del hacer de sus hombres y mujeres, y del marco ético que los oriente. Como siempre, la educación -la formación y la instrucción- desempeña un papel estratégico en la construcción de la sociedad.
En la actualidad, el procesamiento de la información y la generación de conocimiento son la principal fuente de crecimiento económico para muchos de los países. En ellos, los factores clave de prosperidad y bienestar son la educación, el conocimiento, la adopción y difusión de nuevas tecnologías. El eje indispensable de estos procesos es la comunicación.
Aunque la sociedad ha evolucionado, en forma cada día más acelerada, el instrumento esencial de comunicación ha sido y sigue siendo el lenguaje verbal, el habla. Y los actos básicos del habla –por extensión, de la comunicación- son escuchar y hablar, leer y escribir.
A partir de estos actos elementales de emisión y recepción de un mensaje, las posibilidades se ramifican prodigiosamente hasta llegar a la amplia gama que hoy ofrecen las nuevas tecnologías.
Lo anterior significa que para tener acceso a una educación que permita apropiarse de los conocimientos, métodos y estrategias para procesar la información, generar conocimiento y estar en posibilidades de adoptar y difundir nuevas tecnologías, lo primero que hace falta es dominar los actos básicos de ese producto social que es el habla: escuchar y hablar; leer y escribir.
La apropiación del primer binomio es un proceso que en toda comunidad humana ocurre de manera natural. Los seres humanos tienen una capacidad innata para incorporarse al lenguaje verbal –aún no la han desarrollado respecto al lenguaje escrito-.
Mientras un niño crezca rodeado de personas que hablen una lengua, podrá apropiarse de ella. La del segundo binomio es un proceso de adquisición cultural; hace falta un adiestramiento prolongado para que la gente escriba y lea.
Por otro lado no es lo mismo estar alfabetizado que ser lector. El individuo se transforma a partir de la práctica lectora, mientras que el simple proceso alfabetizador muchas veces tiene como resultado a una persona que sabe identificar las letras pero no entiende lo que lee. La insistencia en que lo primordial de la lectura es la comprensión, desemboca en la necesidad de la expresión escrita. Con esto se le da unidad al concepto del lector autónomo que comprende y es capaz de expresarse y comunicarse por escrito.
Leer y escribir, sin embargo, son determinantes para el desarrollo de las personas y de la sociedad. Hay una correlación probada entre el nivel de lectura y escritura de los estudiantes, de cualquier grado, y su rendimiento escolar; asimismo la hay entre el nivel de lectura de un pueblo y su nivel de desarrollo.[1]
La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO)- La Oficina Regional de Educación para América Latina y el Caribe (OREALC) (2004)[2], reportó que en el año 2000 aproximadamente 36 millones de jóvenes y adultos de América Latina y el Caribe tenían dificultades para leer y escribir textos básicos. Hay que señalar que estas estadísticas oficiales no reflejan las nuevas formas de lectura y escritura en los nuevos soportes.
En 1970, de cada cien mexicanos 75 sabían leer y escribir. Para 2010 habíamos mejorado notablemente: llegaron a ser 93 -u 89, según gente menos optimista-. Tomando en cuenta que en ese tiempo la población del país pasó de 48 a 112 millones, este incremento es una hazaña. Una proeza que llevaron al cabo el sistema educativo, los profesores, los padres de familia, los estudiantes- sobre todo entre 1980 y 2000, cuando se llegó a las cifras mencionadas. Por supuesto en 2010 había más lectores que en 1970: más del doble de mexicanos. Pero los lectores aumentaron en proporción muy inferior a la población alfabetizada.
Según el censo de 2010, en ese año se reportan 36.9 millones de mexicanos de quince años y más. En este grupo de población, que ya debía haber terminado la educación básica y debía ser capaz de leer y escribir, se miden los índices de alfabetismo. Que 93 por ciento de los mexicanos de quince años y más fueran alfabetos representaba 34.3 millones de personas; 32.8 millones si preferimos calcularlo sobre 89 por ciento. Por otra parte, de acuerdo con laEncuesta Nacional de Lectura[3] (2006), 11.4 por ciento de los mexicanos alfabetos eran “lectores frecuentes de publicaciones diversas”.
Esto representa, en el primer caso, 3.9 millones de lectores y, en el segundo, 3.7 millones. Y deja, respectivamente, 30.4 y 29 millones de alfabetos no lectores. En México había, pues, en 2010, en números redondos y en la población de quince años y más, casi cuatro millones de “lectores frecuentes de publicaciones diversas”, y treinta millones de personas que habían aprendido a leer y escribir, pero que no acostumbraban leer sino por razones utilitarias.
Muy pocos lectores, en relación con el número de mexicanos alfabetizados con los que haría falta tener para alcanzar el nivel de desarrollo que el país necesita. Los países que invierten mayores porcentajes de recursos en investigación científica son por consiguiente los que cuentan con una mayor producción de conocimiento así como los que reportan índices y competencias de lectura más elevados, según lo establecen organismos como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), El Banco Mundial y los informes PISA[4] –como se dijo, hay una relación directa entre el nivel de lectura de la población y nivel de desarrollo de un país-.
En el último tercio del siglo XX el reto era lograr que la mayoría de los mexicanos supiera leer y escribir; lo que ahora hace falta es transformar en lectores a esos treinta millones de alfabetos no lectores -más los que vengan.
¿Cuántos vienen? Según el censo citado, en México había, en 2010, 19.8 millones de personas de seis a veinticuatro años, de las cuales 18.7 millones asistían a la escuela, y 1.1 millones no estudiaban.
De la población escolarizada tendrá que ocuparse la escuela -mientras no lo haga, jamás tendremos una población mayoritariamente lectora-, pero el efecto que esto tenga no se reflejará de inmediato, y llevará mucho tiempo abatir el rezago que se padece como país.
En consecuencia, en el corto plazo, si tomamos como ya alfabetizados a esos 18.7 millones y aceptamos que 11.4 por ciento de ellos fueran lectores, hacia 2025 la población lectora sería de 6.1 millones, y la población alfabetizada, pero no lectora ascendería a 36.5 millones.
Ante tal reto ¿quién convertirá en lectores a esos treinta y tantos millones de mexicanos? Para satisfacer tal necesidad, a lo largo de las tres últimas décadas se han multiplicado los programas de promoción de la lectura, a nivel nacional, estatal, municipal, por iniciativa de instituciones educativas o culturales, y también de particulares entusiastas. Todos estos programas incluyen un buen número de promotores de la lectura.
Además leer en el siglo XXI, será visto en algún tiempo como el inicio de una nueva relación con el texto. A partir de la aparición de la computadora e internet se abrieron nuevas posibilidades para la lectura: velocidad, accesibilidad a un gran número de textos, bajo costo, uso de hipervínculos, nuevas formas de expresiones comunicativas,
etc., lo cual ha evolucionado vertiginosamente con la consecuente aparición de soportes de lectura como el libro electrónico, tableta electrónica, Smartphone, etc., todo lo cual posibilita nuevas formas de lectura que se alejan de la lectura lineal, lenta y reflexiva que exige el texto impreso. De aquí la importancia de considerar el estudio de estas nuevas expresiones comunicativas y de lectura asociadas al uso de los nuevos soportes digitales.[5]
La última encuesta de lectura (CONACULTA, 2015) reporta que en México, alrededor del 57% de la población lee libros, lo que convierte a este material de lectura como el más recurrente. De los que mencionan leer libros, 60% dijo leer al menos una vez a la semana y un 32 % dijo hacerlo todos los días.
EL 86% de los lectores de libros, declaró hacerlo exclusivamente en papel, y es la novela el género más popular. Una tercera parte de la población establece que no le gusta en gran medida leer y un 11% no le gusta en absoluto.
En promedio, la encuesta reporta que en México se leen 3.5 libros al año por gusto. Alrededor de un 30% de la población lee 4 libros o más al año, mientras que un porcentaje similar no leyó́ un solo libro. Alrededor del 36% de la población declara que lee por necesidad, por motivos relacionados al trabajo o la escuela.
En este marco, las instituciones de educación superior afrontan un gran reto: el de la formación integral de agentes sociales de cambio: profesionales competentes, ciudadanos plenos en el ejercicio de sus responsabilidades y derechos, promotores de una cultura de valores y humanismo, comprometidos con las mejores causas: el multiculturalismo, la sustentabilidad y la responsabilidad social. Hoy más que nunca las nuevas generaciones demandan la integración de nuevos saberes y ante la abundancia de información, producto del desarrollo de la tecnología, se requiere el desarrollo de la alfabetización múltiple, que parte necesariamente del leer y escribir, en sus más amplias connotaciones.
Este es el desafío que en nuestros días ha orientado las reformas curriculares de las profesiones y carreras técnicas, y es también lo que ha motivado la creación de nuevos programas académicos: de técnico superior universitario, de licenciatura, y sobre todo de posgrados, tanto los orientados a la investigación, como los llamados profesionalizantes.
Uno de estos esfuerzos es el Programa Universitario de Formación de Lectores[6] (PUFL) que la Universidad Veracruzana puso en marcha en 2006 en todas las regiones universitarias. A través de los años, este programa ha logrado avances importantes y ha acumulado una experiencia muy valiosa, entre otros aspectos, en lo que se refiere a la capacitación de los promotores de lectura. El Programa inició con la elaboración de la primera encuesta de prácticas lectoras en la Universidad Veracruzana, que permitió diseñar y aplicar procedimientos e instrumentos para monitorear y evaluar acciones y metas establecidas con el propósito de difundir la evolución de las prácticas lectoras de la comunidad y retroalimentar al Programa, identificando áreas de oportunidad y elementos para el diseño de estrategias y programas específicos.[7]
Dicha experiencia destaca la urgente conveniencia de profesionalizar, con el rigor de una Especialización universitaria, la formación de los promotores de lectura, de manera que su trabajo permita tener mejores resultados.
Hoy en día un programa de Especialización en Promoción de la Lectura es no sólo pertinente, sino urgente. La mayoría de los indicadores para el desarrollo lector en la educación formal, los estudios sobre prácticas lectoras en diferentes segmentos de la sociedad, las tendencias mundiales y las prospectivas más aceptadas, plantean la existencia de una serie de necesidades sociales cuya satisfacción requiere que se incrementen los índices de lectura. Organismos como el Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (CERLAC), OCDE y la UNESCO, ofrecen múltiples estudios en este sentido.
[1]Garrido, F. (s. a.). La reforma indispensable. Lectura y educación. Dirección General de Publicaciones SEP, Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. 5° Congreso Nacional de Educación, p. 12. Consultado el 6 de agosto de 2013. http://basica.sep.gob.mx/seb2010/pdf/antologia/FelipeGarrido.pdf
[2] Bartlett, L. López, D., Mein, E. y Valdiviezo, L. (2011). Adolescent literacies in Latin America and Caribbean en Review of research in education: youth cultures, language and literacy. Nites Status of America, University of Pennsylvania: Volumen 35.
[3]Encuesta Nacional de Lectura. CONACULTA, 2006. http://sic.conaculta.gob.mx/ficha.php?table=centrodoc&table_id=144
[4] Jarvio, O. (2011). La lectura digital en el ámbito de la Universidad Veracruzana. España: Ediciones Universidad Salamanca. p.45.
[5] Jarvio, O. (2011). La lectura digital en el ámbito de la Universidad Veracruzana. España:
Ediciones Universidad Salamanca. p.2.
[6] https://www.uv.mx/lectores/
[7] Castro, C., Jarvio, O., Garrido, F. y Ojeda, M. (2008). Prácticas lectoras en la Universidad Veracruzana: una encuesta. Xalapa, Ver.: Universidad Veracruzana.