El concepto “epistemología”, seguro forma parte del léxico desde el cual construimos ese espacio de saber teórico metodológico que caracteriza nuestras prácticas de investigación disciplinarias o si de enseñar la a investigar se trata. Incluso es posible decir que igual ha pasado a formar parte de la tarea docente, si desde los procesos educativos se reflexiona en torno a la forma en que generamos espacios donde la diversidad, la pluralidad o las diferencias conducen hacia territorios de aprendizajes.
Como quiera que sea, es desde la labor del docente-investigador cuando más ocupa la atencion el concepto “epistemología”, pues lo mismo se le ve como el lugar para vigilar la consistencia, congruencia y pertinencia del quehacer investigativo, como por ser un concepto que -por sus propiedades teóricas- constituye el corazón del pensar en el conocimiento científico.
Más allá de querer trazar un espacio de reflexión al respecto de la agenda epistemológica en la investigación científica, quiero recuperar algunas ideas a las que me llevó la lectura del libro El árbol del Edén. La epistemología en el discurso pedagógico (2012) de Angélica María Rodríguez Ortiz, una colega colombiada a quien tuve oportunidad de conocer en el pasado Encuentro Latinoamericano de Metodología de las Ciencias Sociales, pues siendo alguien formado en el campo de la comunicación que ha hecho de la docencia su práctica profesional, no queda más que agradecer la forma en que esta obra va conduciendo al lector por los caminos sinuosos de la epistemología para al final llegar a buen puerto, no sin reconocer los vendavales sorteados, siempre de la mano de un texto bien escrito y mejor argumentado.
El hilo que conduce las premisas de esta obra, parten de la necesidad de repensar el lugar que en el campo pedagógico ha tenido desde siempre la Filosofía para formar al ser humano integral y complejo; no obstante, pareciera en el contexto de una modernidad pragmática esta área de conocimientos ha ido sediendo su lugar a otras formas de pensar y practicar la realidad educativa, aun cuando hoy esté de moda hablar de los mismos valores.
Tal inquietud abona en el periplo que incia la autora para explorar en el pensamiento de filósofos y teóricos que han sido fundamentales en la historia del pensamiento occidental y, especialmente, en la Pedagogía. Esa suerte de línea de tiempo en ocasiones descriptiva y en otras particularmente crítica, coloca a la autora en una posición de análisis político que se agradece, pues como ella misma dice, frente a aquellos que hablan de la epistemología en la educación sin llegar entenderla o en todo caso definirla, hay que tomar una postura, pues en su perspectiva en: “Los últimos escritos sobre epistemología en Colombia, mensionan su estatus epistemológico, aun sin tener claridad sobre el tema y sin saber a qué se refieren cuando mencionan el término «epistemología».” (2012:29) Es decir, parten de un lugar común sin problematizar en lo epistemológico como su dimensión fundamental en los procesos de enseñanza-aprendizaje.
Para resolver esta ausencia, Rodríguez Ortiz realiza una exploración por algunos autores colombianos que desde su punto de vista han errado el camino para construir ese espacio de comprensión del lugar que en la Pedagogía contemporánea tiene la epistemología, para lo cual, desde la filosofía griega atraviesa los movedizos terrenos de la ciencia moderna y de sus campos disciplinarios para poder llegar a la Pedagogía, lo que favorece una interesante entramado que enriquece los saberes a los que poco a poco va dando luz la autora.
Como profesor interesado y preocupado por ensanchar los horizontes de su quehacer docente, reconozco en este texto un ejercicio particularmente reflexivo que haya en la síntesis de los pensadores revisados, la ocasión para cruzar el umbrar de los abstracto y tender puentes con la práctica docente en el quehacer diario, incluso en términos de lo que Hugo Zemelman en su Horizontes de la razón (2012) plantea como puntos de inflexión para repensar las Ciencias Sociales: un nuevo sujeto histórico que reconozca la pertinencia de lo local para situar la complejidad del proceso en la construcción de los conocimientos, como del propio quehacer científico y ni qué decir del académico.
En la segunda parte de la obra, aprovechando el contexto construido, indaga en los pendientes de la tarea pedagógica, especialmente ante los dilemas que representa la sociedad de la información o del conocimiento, donde lo que prevalece es la confusión para comprender lo que en realidad sería la pedagogía, pues desde algunos ángulos de la ordenanza global que privilegia lo tecnológico, suele asumirse que el conocimiento es lo mismo que la información.
Quizá en este punto tenga mis consideraciones, pues al ubicar los textos desde donde se apoya Angélica María Rodríguez Ortiz, es posible reconocer una ligera falta de temporalidad en la concepción que parece manejar de la “Sociedad del conocimiento”, o por lo menos se extraña la ausencia en sus referencias de un documento de la UNESCO (Hacia las sociedades del conocimiento, 2005), en donde se establecen precisamente las diferencias entre “Sociedad de la información” y la “Sociedad del conocimiento”, delegando en las naciones como en sus sujetos la posibildad de crear las condiciones para pasar de lo informacional a lo cognitivo. Es decir, no está en los medios como en las medaciones a través de la cual se posibilita la construcción de conocimientos. Nuestra colega señala al respecto –y en lo que uno no deja de estar de acuerdo, pero ponderando las cosas-:
Los recursos que brinda Internet a la producción del conocimiento pueden ser consideradas como técnicas, medios o herramientas, pero no constituyen una sociedad del conocimiento, pues en la red no hay verdadera producción del saber. (Rodríguez Ortiz, 2012: 78)
En todo caso, sobre lo que llamaría la atención es en el uso de la expresión “verdadera producción del conocimiento”, pues considero puede estar confunciendo el medio con el sujeto cognoscentes y constructo de los saberes, mismo que emplea ese medio para distribuir, socializar y hacer del conocimiento un bien social. Recordemos que la sociedad del conocimiento se vive de manera diferenciada, pero donde es un hecho, siempre serán los medios, los recurso, los dispositivos los que favorecen precisamente la divulgación y hoy distribución social del conocimiento; como antes sólo lo hacían los libros. Recordemos que una investigación que produce conocimiento es inútil su sus saberes no se socializan. He ahí el Internet como todas las alternativas para distribuir socialmente el conocimiento, como uno de los retos del siglo XXI, en aras también de reconocer los distintos públicos a los que hoy se le tiene que hablar.
Como quiera que sea, quizá estos tópicos puedan ser la ocasión para seguir cosntruyendo diálogo, pues estas apreciaciones las hago como simple lector, habría que ver lo que ella nos plantea o nos aclara al respecto; lo que sí es cierto es que más allá de estas aristas, el libro es una experiencia rica por los matices, por las porosidades, por las certezas que da en medio de tantas incertidumbres; pues como ya se dijo, llega a buen puerto por la templanza y claridad desde dónde aborda un asunto tan complejo como es el conocimiento, la pedagogía y lo epistemológico; todo en aras de un acercamiento entre estos conceptos pero sobre todo entre la comunidad docente.
El árbol del Eden. La epistemología en el discurso pedagógico.
Angélica María Ortiz
Universidad de Manizales
Colombia, 2012