Como dice un viejo dicho, “no hay fecha que no se cumpla ni plazo que no se alcance”, esto porque estamos prácticamente en la etapa final de una gestión académica que comenzara un 14 de febrero de hace 8 años. Por lo tanto, los aires (que espero no lleguen a ser vendavales), comienzan a soplar en torno a la sucesión en la dirección de la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación que, por hábitos y costumbres, no ha sido precisamente tersa sino todo lo contrario.
En esta coyuntura es tiempo de definiciones y de preguntas para dar viabilidad a candidaturas que antepongan lo academico a los intereses personales o de grupo como –parece- ha sido la característica de nuestra vida laboral, donde mezquindades de grupos han inhibido la consolidación de un proyecto académico consolidado, por más acreditaciones que se nos hayan otorgado.
De allí que tras un par de décadas de inmovilidad académica, lo mejor que le puede ocurrir a esta entidad universitaria, es que todos los interesados de participar en la terna, dimensionen el papel que representa ser director de facultad en los tiempos que vive actualmente la Universidad Veracruzana, por lo tanto su propuesta deberá ser congruente con los ejes rectores del Plan de Institucional Desarrollo 2025 y del Proyecto Aula. Igualmente, deberá ser un gestor y mediador académico que sepa conciliar los intereses de grupos que han provocado un deterioro en las relaciones vitales que deben caracterizar nuestra vida cotidiana, donde la ausencia de un sentido de pertenencia y comunidad han anulado la constitución de una cultura académica que permita, favorezca o posibilite un diálogo incluyente, propio del capital social y educativo de un planta docente con un alto porcentaje de estudios posgrado (o están en vías de conseguirlo); un atributo que nos coloca con un perfil docente, quizá envidiable si hubiera una cultura académica.
Nunca como ahora, el capital humano y el bienestar laboral del que gozamos un alto porcentaje de la planta docente (ya con tiempos completos), puede ser la oportunidad para generar las condiciones de un proyecto académico incluyente, que resuelva el gran pendiente que tenemos para hacer verdaderamente flexible el currílum y así disminuir a menos de 300 el número de crétidos que hoy tenemos en un obsoleto Plan de Estudios que demanda con urgencia una reforma; una petición que nos ha hecho la autoridad desde los tiempos de adopción del MEIF, pero que hemos evitado resolver en aras de salvaguardar lo laboral por encima de lo académico. El resultado de todo esto: que haya decenas de estudiantes que se titulan hasta en 12 periodos, sin preocuparnos por la inversión extrema que hacen los padres de familia, quienes en sus hijos tienen depositadas esperanzas, las mismas que segamos clausuramos nosotros sus profesores por la poca conciencia que tenemos para problematizar sobre esto.
Otro aspecto que será necesario resolver, es el diseño de una suerte de estrategia de sanacion espiritual que permita reinventar lo fraternal, para comenzar a darle cabida a lo moral, a la responsabilidad compartida, a la transparencia institucional, en fin a los valores que decimos promover pero que permanencen ausentes como referente en buena parte de la vida del profesorado como del mismo estudiantado; donde el objetivo sea sumar antes que restar, pues el reto deberá ser volver a dignificar el sentido de identidad en la formación de quienes egresan de estas aulas
Esta en la suma y no en la resta de voluntades el trabajo que debiera venir con el próximo director, pues contrario a lo que uno desearía la ausencia del espíritu universitario solo ha traido como resultado una rancia atmósfera que suele respirarse a diario y por estos días en nuestra facultad.
Finalmente, ojalá que este proceso permita un reuncuentro con los jóvenes estudiantes, quienes más que nunca se encuentran distintes y en el desánimo endémico por lo que ocurre en la FACICO.