Quizá como nunca he disfrutado de mi participación en el IV Encuentro Latinoamericano de Metodología de las Ciencias Sociales, no sólo al representar la oportunidad de poner a consideración de un centenar de colegas de mesa, una propuesta de enseñanza de la investigación y su didáctica, ni si quiera por el reconocimiento hecho a cada una de las intervenciones que se pudieron tener a los largo de los 5 días, sino por la forma en que se procuró generar los vínculos para permitir que la Universidad Veracruzana como la facultad de Ciencias de la Comunicación, sean parte de una red latinoamericana que reúne a epistemólogos, teóricos, metodólogos, investigadores y académicos.
Y sí, no hago referencia a las ciencias sociales, pues si bien es cierto era el campo de conocimientos «convocante», lo cierto es que tuve oportunidad de compartir un espacio de diálogo, discusión y reflexión con matemáticos, físicos, biólogos, químicos; abogados, administradores, contadores; lo mismo que historiadores, antropólogos, comunicadores sociales, sin dejar de mencionar a sociólogos, psicólogos y pedagogos. Es decir, colegas que vienen comprendiendo la necesidad de construir o reconocer epistemologías emergentes pensadas desde un Sur que ha comenzado a comprender que sus historias, sus geografías, sus culturas; en fin, sus conocimientos y corporeidades que hacen saberes plurales, diversos y distintos, habrían de ponerse en el centro del quehacer investigativos como para reinventar la manera en que -en esta parte del mundo (aunque hayan llegado españoles y portugueses al encuentro latinoamericano)-, se ha desarrollado la ciencia en sus fragmentadas posibilidades.
Del asombro al interés por conocer sus razones, casi siempre procuré departir los alimentos con distintos colegas para conocer de ellos el porqué habían acudido a un encuentro que con cada convocatoria crece y expande sus vínculos. Tales motivos solían estar relacionados con la necesidad de configurar nuevas posibilidades científicas, más allá de las tradicionales y academicistas fronteras que han «impedido» en muchos casos enfrentar la complejidad de los objetos de estudio. Es decir, tal como lo manejaban algunos: «decolonizar» (no descolonizar) un pensamiento académico y científico en las américas, para atreverse a reinventarse a sí mismo. Desprenderse de modelos epistemológicos, teóricos y metodológicos que han sido hegemónicos, para definir nuevas agendas tanto en la enseñanza, la formación como en el propio quehacer investigativo.
En fin, sin duda un evento disfrutable como pocas veces he vivido, donde la generosidad de colegas preocupados por los retos que en el pre-grado y en el posgrado enfrentamos desde las universidades latinoamericanas para formar a nuestros estudiantes; pero igual, en el arduo camino de construir, comprender o explicar objetos de estudio complejos por donde se mire; especialmente si es desde la mirada de lo latinoamericano. Por ello, allí todas las disciplinas tuvieron cabida y se dieron la oportunidad de dialogar, todo en aras de repensar los caminos hasta ahora andados.