Las líneas que vienen debajo, conforman el texto que tuve ocasión de compartir con estudiantes y colegas en el conversatorio sobre Educación para la paz en la USBI.
Queridos hijos:
A través de esta carta, quiero compartir con ustedes algunas reflexiones que nos permitan entender las razones del porque resulta apremiante generar un espacio de cordialidad y aprendizaje que ponga en el centro de la experiencia la paz como un ideal, entre los hombres y mujeres, que consideramos otro mundo puede ser posible. Digo esto y no dejo de pensar que los seres humanos solemos ser la única especie capaz de tropezar con la misma piedra o bien dejar de percibir lo obvio, que tan cercano a nuestras narices, termina por confirmar una zona más de nuestras cegueras.
Es tan preocupante esto, que es posible hablarles de una de las pocas certidumbres de las que ponemos echar mano en ocasiones como estas: el estado que guarda nuestro planeta como la descomposición social que observa un país como el nuestro, son resultado de una mezquina manera de relacionarnos con el mundo; por lo que también terminan por nublarse cualquier proyecto de bienestar, al que -como generación adulta-, tendríamos que habernos comprometido desde hace mucho tiempo, para heredarles un mejor planeta, posibilitarle un futuro y entregarles un país en paz.
Por eso me dirijo a ustedes, como bebe, como niña… como joven, quienes tienen que despertar de esa suerte de letargo para exigirnos a nosotros sus padres, una toma de conciencia pero también la sensibilidad para comprender que una educación para la paz, debe tener como agenda, pero sobre todo como itinerario, desandar lo andado para tomar otros caminos. Y en ese andar, tomarnos de la mano nosotros como todos aquellos que se reconozcan ciudadanos terrenales.
He aquí la necesidad de reconocer el estado en el que nos encontramos, pues sólo así es viable recrear o inventar una forma diferente de relacionarnos con o entre aquellos que son iguales a nosotros, pero también con los distintos, con los afines pero también desiguales. Es decir, promover mecanismos de reconocimiento para la convivencia y la formación de lo humano, donde las texturas, los colores, los sonidos, las narrativas diversas, tracen un horizonte de entendimiento propio de personas razonables, emotivas, éticas.
De lo que se trata hijos, es de creer que el mundo puede ser un espacio para la inclusión y el reconocimiento, donde los consensos como las diferencias no sean fronteras sino oportunidades para construir una vida, una sociedad, un país socialmente responsable, razonablemente sustentable y pertinente en los valores que nos determinan.
Es decir, tenemos que entender que al hablar de educar para la paz, es dar cabida en nuestras vidas, en cada lugar y en todo momento, al diálogo y la dignidad humana como elementos articuladores de otro mundo posible. Sé y estoy convencido que me entienden, no sólo a través de sus inteligencias sino también de una sensibilidad propia de quien igual se emociona con aquello que disfruta diariamente; pero también juiciosos ante lo que ven y reconocen como para darse cuenta que un granito de arena puede contribuir en la edificación de un ecosistemas cultural que reconozca la importancia de relacionarnos, de aceptarnos, anteponiendo la razón a la negación.
De lo que hablo hijos, es de dar cabida al reconocimiento de otros proyectos vitales, de esas biografía que viven en la desazón, en la incertidumbre o la vulnerabilidad propia de los excluidos. Hombres, mujeres, pobres, homosexuales, lesbianas; personas con capacidades diferentes, más o menos inteligentes; gordos, negros, albinos, indígenas. En fin, étnica, cultural o socialmente esos Otros casi siempre tan distantes, tan negados o tan expulsados de un mundo, de un país, de una sociedad que parece no está hecha para vislumbrar la riqueza que supone el reconocimiento a lo plural, diverso, desigual y distinto.
Lo bello de la naturaleza, lo hermoso de un atardecer, lo entrañable de un crepúsculo, la mansedumbre de una ventisca, el olor de la tierra mojada, son el vivo ejemplo de que las texturas y porosidades del planeta siguen a la espera de que los seres humanos entendamos la importancia de contribuir en la arquitectura de una sociedad caracterizada por el entendimiento, la comprensión, aceptación y reconocimiento de que nuestras vidas también pueden ser un arcoiris, en la medida que estemos todos los colores, todos los cuerpos, todas las emociones… todas las inteligencias.
Y es que creo que la educación para la paz debe tener como premisa un diálogo de saberes, pues sólo desde él una ecología incluyente puede ser posible. Sin embargo la ausencia de aquellos otros ha sido un mal que parece los que cuentan las historias, los que legitiman lo que debe o no ser, siguen sin comprender, este complejo entramado social, lo que se constata al ver las mismas equivocaciones, al reconocer la falta de conciencia ante la forma en que naturalizamos procesos de negación que hacen imposible un estado de bienestar en el que todos tengamos cabida. Pero no hablo sólo de aquellos que detentan algún tipo de poder, cualquiera que este sea, sino también de quienes como yo y en ocasiones también ustedes, a través de sus acciones erigen barreras, promueven la discriminación al menospreciar al otro. Algo que sin duda se ve a diario en los salones de clases o en las redes sociales, donde las comunidades de usuarios suelen recrear expresiones de intolerancia, escondidas detrás de productos en apariencia inocentes como los memes o los likes.
Hijos, hoy quiero apelar a sus inteligencias, a sus sabidurías, a su emotividad para comenzar a pensar que la educación para la paz tiene que ver también con volver hacia nuestros adentros como para reconocer que podemos contribuir desde cualquier espacio de informalidad social a pensar y decidir sobre una nueva sociedad, en otro tipo de vínculo con la naturaleza, con nuestras creencias, con quienes están a un lado nuestro en casa, en los salones de clases; ese con quien a diario nos encontramos y en su rostro o su cuerpo se revela un cúmulo de desaliento, de dolor, de sufrimiento ante la falta de oportunidades; las mismas que hoy tenemos nosotros como familia, pero que nunca sabremos si así será por siempre.
Con el cariño del mundo, me despido de ustedes.
Su padre
29 de abril de 2015
Universidad Veracruzana
Conversatorio: Educación para la paz