La implementación de un modelo educativo se dice es un proceso de reingeniería que incide a nivel de la cultura académica institucional como en los métodos desde los cuales se llevan acabo los procesos de enseñanza y aprendizaje, por lo que se debe hacer visible y dar factibilidad al paradigma desde el cual teóricamente se diseña. En esta perspectiva, dicen los que saben de diseño curricular, existen diversas perspectivas desde las cuales decidir la implementación de un modelo educativo, que puede ser desde el tradicional paradigma conductista al constructivista, pasando por el cognoscitivista, sociocultural y el humanista, entre los más conocidos. ¿Cuál obedece o responde mejor a una propuesta educativa que pretende innovar las prácticas académicas?, no es un respuesta sencilla.
Pues bien, el Modelo Integral y Flexible (MEIF) que en la Universidad Veracruzana se adoptara hacia finales de la década de los 90 a iniciativa del rector Víctor Arredondo, fue una apuesta que pretendía responder a las tendencias que el mundo educativo a nivel global comenzaba a observar. Centrado en tres ejes transversales: lo teórico-apistemológico, lo heurístico y lo axiológico, el MEIF establecía una serie de principios básicos que en lo curricular y práctico deberían de considerarse: educar integralmente al estudiante, flexibilizar el curriculum, equilibrar la información con la formación, favorecer la comunicación y el autoaprendizaje, dimensionar la ética educativa y el compromiso social como institución de educación superior.
A poco más de 3 lustros, el MEIF ha entrado en un proceso de evaluación, un ejercicio que urgía ante las tantas críticas que ha recibido por parte de una comunidad académica que en la práctica no ha podido vivir del todo las bondades anunciadas por un modelo que supondría la formación integral del estudiante como de la transformación de las prácticas docentes. Es decir, el anunciado cambio en la cultura académica que supone una reingeniería educativa, allí donde la vida cotidiana y escolar hacen click, nunca se alcanzó, si se reconocen las culturas y prácticas locales de cada entidad o programa educativo.
Así, entre tensiones, desconocimiento y falta de compromiso por parte de ciertos círculos académicos, el MEIF entró en una dinámica de falta de credibilidad y satanización, por más que en la retórica institucional o en algunos círculos académicos se ha seguido hablando de sus beneficios. Entre los segundos se puede decir se encuentra quien les habla, pero eso no ha impedido que asuma una mirada crítica y que en diversos espacios haya manifestado la urgencia de evaluarlo, pues como modelo teórico-metodológico la propia realidad, lo ha desgastado; una realidad construida socialmente que en la percepción de docentes o estudiantes ha hallado las minas personales para desfondar lo que pudo ser pero nunca se alcanzó: un modelo educativo integral y flexible.
Soy de los convencidos que un modelo educativo que transforme o que innove urge en la Universidad Veracruzana, por lo que esperamos que los especialistas como la propia comunidad académica hoy convocada, participe de esta evaluación, que las comisiones conformadas generen las condiciones para dar viabilidad a una propuesta educativa consciente del momento histórico; pero también se reconozca que un cambio de paradigma es una ruptura epistemológica que no es tersa ni fácil, por lo que esperamos se alcancen los consensos para diseñar una agenda de colaboración entre todos los estamentos directamente involucrados en este proceso de revisión. Eso sí, no obviar las incertidumbres, los temores o angustias que sin duda volverán a aparecer entre muchos colegas que pueden seguir creyendo que su bienestar laboral se colocará en vilo una vez que se evalúe y decidan los cambios a que obligará sin duda alguna este ejercicio de análisis crítico y diagnóstico.
Evaluemos al MEIF.