El personaje ficticio que construye Néstor García Canclini para abordar los dilemas que padecen quienes se encuentran en un proceso de investigación para la obtención de grado en su libro El mundo como lugar extraño (2014), le permite como autor realizar un ejercicio de reflexión y crítica sobre aquellos cánones que determinan -académicamente o científicamente- el trabajo investigativo. Un asunto que diserta y discute desde una posición que trastoca los convencionalismo que caracterizan los procesos de formación en investigación que impulsan los programas educativos. En ese tenor, en su libro ¿Qué significa investigar? Exorcismo del trabajo investigativo (2013), el sociólogo Fernando Gil Villa, deconstruye buena parte de las prácticas y discursos desde donde se concibe y desarrolla el quehacer de la investigación en las universidades.
Ambos autores, desde trayectorias disciplinaria diferentes, colocan sobre la mesa, la posibilidad de repensar la manera en que se contribuye a la formación de los estudiantes, destacándose el poco compromiso y entendimiento de estar ante un sujeto que se forma en determinada disciplina, tanto por parte de quienes imparten las clases de metodología como aquellos que asesoran o dirigen una tesis; en cuyos imaginarios habita la idea que el único responsable del proceder como de los resultados obtenidos en un trabajo recepcional será estudiante. Es decir, quien se firma como director o asesor, queda incólume ante los desaguisados que -en ocasiones- tienen las tesis (u otras modalidades), no así, en aquellos casos cuando ese tipo de trabajos recepcionales muestra las consistencias propias del grado del que es muestra. Allí sí, se anuncia como un trabajo compartido.
Sirvan estas palabras, para situar algo que particularmente me interesa en esta entrega: ¿qué es una experiencia educativa en el contexto de la formación de competencias investigativas básicas que viven nuestros estudiantes en la Universidad Veracruzana?
De entrada, es posible o tentador reconocer, que hay una dimensión conceptual ausente, pues pocos nos hemos dedicado a definir qué es o a qué hace referencia una «experiencia educativa». Si como se dice una definición aclara en lo básico el significado de un concepto, el paso siguiente es tratar de encontrar el sentido en el contexto de uso de tal expresión. Por ejemplo, para un organismo como EducarChile, una «experiencia educativa» puede estar relacionada con un proceso formativo que -significativamente- vive un estudiante, producto de un ejercicio de sistematización que realiza un profesor, a lo que podemos agregar: generando ambientes de enseñanza-aprendizaje-evaluación, a partir del diseño estratégico de recursos como de procesos de mediación educativa. A partir de ello, se puede decir que, en términos de lo aprendido en una experiencia educativa, el estudiante debe ser capaz de saber y poner en práctica los conocimientos y habilidades adquiridas en sus cursos.
Lo que lleva a pensar que, en una experiencia educativo como Experiencia recepcional (para el caso de la Universidad Veracruzana), un estudiante vive un proceso formativo, por lo tanto, a la hora de presentar su proyecto de investigación como su informe en la modalidad que fuere (Tesis, tesina, monografía), debe demostrar que aprendió a desarrollar los contenidos propios de un trabajo recepcional, en la modalidad sobre la que haya decidido realizar el producto de ese proceso de aprendizaje. Es decir, entender que tras su experiencia educativa, debe presentar una evidencia de haber aprendido a planear, desarrollar y presentar un documento para acreditar ese tipo de curso. Y en ello, tanto el responsable de la experiencia educativa como de aquellos que fungimos como sus asesores o directores, tenemos la obligación de contribuir a generar un espacio de aprendizaje a través del diálogo y de aquellos recursos educativos, que se consideren oportunos para facilitar la travesía que vive un estudiante, en un viaje de entendimiento, comprensión y demostración cuyo objetivo es la realización de un trabajo recepcional. Es decir, es una evidencia de aprendizaje o una suerte de trabajo final, propio de lo adquirido, a partir de los saberes teóricos, heurísticos y axiológicos promovidos por el profesor.
En este sentido, se podrá estar ante un documento con las consistencias y suficiencias mínimas, pero básicas y bien desarrolladas al fin, pues por otro lado, lo conveniente es que el joven demuestra supo dar estructura y contenido al documento a partir de sus propias competencias y habilidades, pero en respuesta a los criterios académicos (o de cientificidad propio del nivel de estudio) que debe reunir ese tipo de ejercicios; cuanto más si hablamos de licenciatura, cuyo cursos se llevan acabo en 3 meses y medio cuando mucho, por lo que apenas hay tiempo para mostrar una correcta articulación de apartados y contenidos, pero bien hecha, propia de quien se ha formado y tiene las condiciones para mostrar el desarrollo de competencias y habilidades básicas que debe reunir ese tipo de trabajos, pues el profesor titular promovió los saberes y habilidades para ello. Esa es la responsabilidad de quien imparte tales experiencias educativas, que se fortalece con la asistencia y acompañamiento de un asesor, pero que no sustituye a aquella.