Sustentabilidad sensible al género O de cómo podemos pensarnos diferentes

Cuando recibí la invitación para participar en la presentación del libro Sustentabilidad sensible al género. Una herramienta analítica para el trabajo de campo, sabía podía enfrentarme a muchos de mis demonios, sobre todo a esos que diario me acechan en la tarea docente como esos otros que a la vuelta de cualquier esquina, están a la espera para revelarnos parte de los grandes pendientes que como sociedad tenemos, en busca de un estado de bienestar incluyente y responsable, frente a los recursos naturales, por lo tanto observante de las generaciones venideras.

978-9942-09-257-1No obstante, acepté por quien me hizo la invitación, pero también porque me dijo que podía aprovechar la ocasión para tener como marco de referencia lo académico y reflexionar en torno al lugar que en el análisis y el propio diseño de actividades escolares, podía tener por una parte el género y por otra, la sustentabilidad. Pues bien, aún a sabiendas que es una dimensión epistemológica sobre la cual poco he trabajado, acepté el reto convencido que era una ocasión para indagar en un ámbito al que siempre veo con las reservas propias de quien suele asumir que frente a estas narrativas, cualquier cosa que diga puede ser usado en mi contra.

Dicho esto, quiero señalar que esta obra, producto de un complejo trabajo de investigación, diserta sobre dos de las categorías más resbalosas a las que podamos enfrentarnos quienes hemos hecho de la academia y la investigación social, un proyecto vital. De allí que se agradezca a Irmgard Rehaag, su autora y a quienes la acompañaron en esta aventura, el ejercicio teórico y conceptual puesto al servicio de quien lee, pues debemos reconocer que en el abordaje desde diversos ángulos de la “sustentabilidad” y el “género”, emplean un lenguaje que permite comprender, pero sobre todo dimensionar, el papel que vienen jugando en las discusiones académicas, temáticas que siguen librando una batalla para posicionar dos constructos que tratan de desmontar, de desarticular la lógica desde la cual se han definido las relaciones entre lo masculino y lo femenino; lo natural y social; lo biológico y cultural, entre quienes habitamos este mundo.

Como se apunta desde el principio: “el género es la construcción cultural de la diferencia sexual” (2015, p. 18). A partir de aquí, tal asignación, ha generado condiciones de relación asimétrica entre lo masculino y lo femenino, subrayando una posición de poder y dominancia por parte del hombre. Por su parte, sustentabilidad, como expresión data de 1700, por lo que a lo largo del tiempo ha tenido diversas acepciones, incluso parece existe un error de traducción, no obstante la ONU, señala que se refiere al “desarrollo que satisface las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades.” (2015, p. 23)  A partir de aquí, la sustentabilidad sensible al género,  se revela como un constructo que procura dar visibilidad a quienes lo heteronormativo, históricamente ha mantenido a la sombra;  por lo que se muestra como una categoría “desde la cual se pueden comprender y visibilizar aquellas comunidades que están surgiendo y que, por sus características, rompen con los esquemas tradicionales de comportamiento y pensamiento.” (Rehaag, Casados y Muñoz, 2015, p. 27).

Si nos preguntamos sobre los cuerpos, las historias, los rostros o las biografías de quienes han sido esos grupos invisibilizados, tendríamos que reconocer son comunidades vulnerables de distinto cuño que pueden ir desde lo indígena y campesino, hasta alcanzar un entramado en donde prácticamente entran todos los ciudadanos que viven en un estado de desamparo, impuesto por la ordenanza mundial o el bajo perfil, al que se les arrincona, desde las condiciones estructurales del estado nación, donde –por supuesto- México y Veracruz no son excepción

A partir de aquí, quienes escriben los cuatro capítulos que componen la obra que nos convoca, recuperan algunas experiencias producto de proyectos donde la intervención comunitaria, ha permitido configurar experiencias que demuestran la viabilidad de constructos teóricos para hacer de la sustentabilidad y el género, nodos desde los cuales contribuir a a repensar el orden de cosas, aquellos procesos de naturalización de las diferencias que han traído como consecuencias relaciones asimétricas, de inequidad, de desigualdad, pero sobre todo subordinando al interés político, económico y desarrollista una situación que arriesga nuestro mundo.

En esa tesitura, la categoría de género, pasa de ser una acepción para definir las diferencias a una de carácter epistemológico que permite cruzar los umbrales de lo estructural y situarse en los procesos; por lo que a partir de ella, es posible reflexionar en términos teóricos pero también trazar el camino metodológico para procurar la construcción de objetos de estudio que sean sensible a otras realidades, como sin duda es lo sustentable. Es precisamente en esa perspectiva, que Irmgard Rehaag, Estela Cobos y Jesús Muñoz, se han dado la oportunidad para trabajar en comunidades veracruzanas buscando testimoniar historias, pero también procurar condiciones de transformación a partir del convencimiento de los propios lugareños, hombres y mujeres, quienes desde sus particulares lugares de adscripción han entendido que es posible configurar espacios de reflexión que impacten en sus propias realidades.

Después de leer Sustentabilidad sensible al género. Una herramienta analítica para el trabajo empírico, una pregunta razonable se encamina a plantear la forma en que estas reflexiones pueden llevarnos a las comunidades académicas a colocar estas categorías en los proceso que vivimos a diario en los espacios educativos, pensando en un ámbito donde directamente tenemos injerencia. Esos espacio en donde se supone el pensamiento reflexivo y crítico contribuye a la formación de seres humanos integrales, pero en donde pareciera las propias condiciones de lo inmediato y efímero, tanto como el desencanto que puede resultar endémico en las nuevas generaciones, la naturalización de ciertos procesos de exclusión, discriminación o menosprecio por lo otro, son el pan de todos los días.

En lo personal, considero pertinente abonar a la formación de los universitarios, a partir de la incorporación de tales categorías en el contexto de los debates teóricos a donde llegamos en algunas de nuestras experiencias educativas, pero también como parte de los ámbitos temáticos desde los cuales pensar la comunicación y las relaciones interpersonales, pues como campo de entrecruces, lo transdisciplinario (y con ello otras epistemologías, otros saberes, otros mundos posibles), pueden tener cabida; pero hay que hacerlas visibles entre nuestros estudiantes, para hacerlos sensibles ante realidades que suelen obviar, aún con lo cerca que suelen estar de sus propios universos o lugares de adscirpción. Leer los testimonios de campesinos, explorar en sus imaginarios a través de la palabra que nombra, nos comprometen como universitarios, ni duda cabe.

Nunca como en situaciones como las que se viven a diario, podemos entender la necesidad de impulsar condiciones de transformación, colocando a la sustentabilidad sensible al género con una condición sine qua non para romper con ese poder que desde lo heteronormativo “delinea conceptos, opiniones, cuerpos, sexualidad” (2015, p. 147) vertebrando nuestras vidas, donde las propias experiencias lo alimentan y edifican. Por lo que –como dejan entrever hacia el final los autores-, desde las reflexiones personales y colectivas hay que atreverse a repensar lo andado como para asumir que sustentatibilizar al género, es dotarlo de significado frente a las relaciones que como género humano tenemos; en donde se destacan también, esos signos de explotación que caracterizan a esa racionalidad utilitaria, desde la cual fincamos relaciones con nuestros recursos naturales como con aquellos Otros desde quienes también podemos reconocernos pero casi siempre lo obviamos.

Gracias

 

Boca del Río, Ver.

17 de noviembre de 2015